jueves, 15 de noviembre de 2012

Siem Reap

 Hola a todos!

Por fin estoy en Camboya. Para los que estés preocupados deciros que al final no fue tan grave pasar un día de ilegal en Tailandia, pero lo que sí puedo contaros es que la fiesta de ayer me salió más cara de lo esperado. Esta mañana me ha venido a buscar el bus a la misma hora que ayer, eso sí, yo estaba allí sentado veinte minutos antes de lo acordado. Cuando vienen a recogerme tengo que aguantar las risas de los organizadores del viaje, entre comentarios en tailandés que deberían referirse al estado en que me presenté ayer por la mañana en la oficina de la agencia de viajes. Me lo tomo con una sonrisa, pues es una anecdota divertida de la que me reiré por mucho tiempo.

Al llegar a la frontera empieza mi única complicación, tras un buen rato de cola, me piden 500 baths de multa por haber sobrepasado la estancia permitida en mi visado. Pues no tengo ese dinero, así que tengo que volver fuera de la frontera, sacar dinero de un banco, y volver para pagar la multa. Mientras tanto, todos los que viajan en mi mismo autobús, me esperan al otro lado de la frontera. Al final la broma me ha salido por 12,50 euros, así que no había por que asustarse. Eso sí, la proxima vez me lo pensaré cuando se me ocurra salir de juerga la noche antes de caducar mi visado.

Después de casi doce horas de viaje llego a Siem Reap. El autobús nos deja en una dudosa estación a 6 km del centro, donde nos esperan decenas de tuk tuk ansiosos por llevarnos a nuestro hotel. Dos italianos que he conocido en el bus y yo, decidimos no hacer caso de esta trampa para alimentar el mercado del tuk tuk. Estamos seguros de poder encontrar una opción más barata en el camino al centro, y si no es así, por lo menos no hemos colaborado en que sigan haciendo trampas a los tursitas para sacarles su dinero. Al final encontramos un tuk tuk a muy buen precio que dejaría a los italianos en su hotel, y a mi me acercaría al hostel más económico, pues como siempre, viajo sin reserva. Me gusta el lugar donde me han traído. Es un lugar céntrico pero tranquilo, ambiente totalmente mochilero, y lo más importante es que pagaré un dolar americano por noche para dormir en un colchon tirado en el suelo bajo un enorme techo de bambú junto a decenas de familias de camboyanos. Dormir al aire libre en países cálidos siempre es un lujo, y os aseguro que en Camboya hace mucho más calor que en Thailandia y Malasia, y también más humedad, por lo qu el sudar se va a compartir en una constante a partir de ahora.

Al despertar decido conocer un poco sobre la vida de este país, pues me crea mucha curiosidad estar en Camboya, supongo que porque he oído muy poco de este lugar. Así que alquilo una bicicleta por un dolar, y desayuno por un dolar, pues de momento parece que todo vale un dolar aquí. Conduciendo mi bicicleta salgo de la ciudad, pues he leído que Siem Reap no tiene nada que ver, solo bares, restaurantes y alojamientos para los miles de turistas que se acecan para ver los templos de Angkor Wat. Decido bajar hacia el sur, pues he leído algo sobre el Tonle Sap, el lago más grande del sudeste asiático. Por el camino empiezo a entender que Camboya es un país que me va a gustar, pues no tiene nada que ver con la turística Tailandia o la moderna Malasia. Me encuentro bajando por una carretera pegada a un río, y sobre este río decenas de cabañas construídas con bambú, muchas de ellas con dudosa garantía de mantenerse en pie por mucho tiempo. Y en el río transcurre toda la vida de las aldeas, donde los hombres van y vienen de trabajar en el campo, cultivando arroz en su mayor parte, y las mujeres se dedican a las tareas domesticas como lavar la ropa en el río, o ir y venir del mercado que se encuentra lejos en la ciudad. Los niños, casi todos desnudos, juegan a rústicos juegos con piedras y palos, saltan desde los puentes que cruzan el río al agua, trepan por los árboles. Lo más importante es que todo el mundo sonríe. Los niños ríen al juguetear con otros niños vecinos, las madres ríen al compartir sus charlas con otras madres vecinas, los hombres ríen tras llegar cansados de sus quehaceres y encontrar a sus famílias en la aldea. Todo transcurre en un ambiente de felicidad y relax. Pero nadie hecha en falta una televisón, una videoconsola o un fin de semana en el cine, pues todas estas cosas aún no han llegado a este lugar, y creo que el no necesitar gastar dinero para divertirse es lo que hace de este lugar un mágico paraíso donde el dinero aún no ha estropeado la inocencia de sus habitantes, la humanidad de sus gentes, la amabilidad de la comunidad. Conforme avanzo por la carretera no puedo dejar de parar en el camino, para intentar hablar con las gente de este lugar, hacer fotos de sus casas, del río, de los niños jugando, de su vida cotidiana. Lo más mágico de todo es que aunque nadie sabe inglés aquói y no puedo comunicarme con ellos más que con gentos, todos me saludan con una amable sonrisa, todos quieren decirme "Hello" y nadie me pide nada a cambio. No intan venderme nada, no me piden dinero, solo quieren verme, saludarme y sonreir. Los niños se acercan para jugar conmigo, me hacen bromas, me enseñan como son capaces de saltar al río desde un puente de madera, me piden que les haga fotos para después morir de risa al verse en la pantalla de la cámara. Por fin me sientro agusto de verdad, menos mal que he venido a Camboya.

Continúo descendiendo carretera abajo y el paisaje empieza a cambiar. El río desaparece y en su lugar se extienden amplios campos de arroz, con pequeñas cabañas de campesinos construidas sobre bigas hechas con troncos de árbol, elevadas para que el agua no alcance la vivienda. Parece que me encuentro más cerca del lago, pues todo está inundado del agua que alimenta los campos de arroz.

Y un poco más abajo, por fin encuentro el lago. Sobre el Tonle Sap se mantienen delicadas estructuras de madera que hacen volar sus cabañas sobre el agua. Y en las orillas se encuentran lo que ellos llamas los pueblos flotantes, decenas y decenas de viviendas construidas sobre estructuras de madera que flotan sobre las aguas del lago, donde sus habitantes necesitan de un pequeño bote de madera para entrar y salir de sus casas. Aquí el ambiente se declara más pobre, tanto los niños como los adultos están muy sucios, la mayoría de ellos sin ropa o con viejos trapos con los que cubren sus verguenzas. Los niños juguetean en el lago sin ropa, unos pescan peces con imaginativos inventos, otros juegan con palos. Al final del camino que lleva al lago encuentro un mercado de pescado al que no soy capaz de entrar. Conforme me acerco el olor a pescado seco se hace más fuerte y acaba por hacerme retroceder. Pues al no tener métodos de refrigeración, en Camboya suelen secar la mayoría del pescado, pues si no, deben vender el pescado freco en el mismo día.

De vuelta a la ciudad encuentro uno precioso edificio de color azul sobre las aguas del lago, y en sus escaleras una decena de jóvenes tocando la guitarra. Ya me conocéis, si veo una guitarra tengo que parar. Al detener mi bicicleta los chicos me llaman para que me acerque. Una inestable plataforma de madera me acercará hasta las escaleras que llevan a la casa. Cuando subo todos me reciben con alegría, se presentan uno a uno con su escaso nivel de inglés y me hacen entrar y sentarme en el suelo, pues el edificio está totalmente vacío. Solamente dos paredes separan un par de habitaciones, donde veo libros sobre religión cristiana, algunos cuadernos con partituras y un crucifijo colgado en la pared. Al hablar con ellos me cuentan que es una iglesia cristiana donde se da comida, vestimenta y acceso a la escuela a jóvenes huérfanos. Los chicos no tienen un colchón donde dormir, pero si un techo, ropa limpia y algo que llevarse al estómago, además de muchas cosas que aprender. A cambio de salvarles la vida, los chicos han sido reconvertidos a la religión cristiana, leen libros religiosos y saben muchas canciones sobre Jesús. Parece ser que las colonizaciones de la época de Cristóbal Colón aún se siguen produciendo, eso sí y por suerte, ahora se hacen de forma pacífica y con ayuda humanitária.

Al ver los chicos los tatuajes de mis brazos, me preguntan si sé tocar la guitarra. Se quedan boquiabiertos en su primer contacto con la bulería o la rumba, les hace mucha gracias incluso uno de ellos me pide aprender. Le doy una clase rápida de rumba que se queda practicando mientras hablo con los demás. Le deseo que si algún día vuelvo por estas tierras me lo encuentre hecho un artísta de la rumba, y así podré enseñarle algo más. Como intercambio musical, los chicos cantan una de las canciones que la iglésia les ha enseñado. Como por suerte no entiendo la letra, me resulta precioso el coro de diez amigos huérfanos unidos por la música y la misma necesidad. Parecen como hermanos, se les fe una confianza ciega entre ellos, viven el uno para el otro y todos unidos en piña. Me resulta difícil poder imaginar una amistad tan profunda en mi vida, y por un momento, y dejando de lados la dura vida que les ha tocado vivir, siento envídia de ellos por no poder profundizar tanto en un sentimiento tan bello como es la amistad.

Después de sentirme cómodamente abrigado por estos chicos, sigo mi camino hacia la ciudad, pues he estado medio día con ellos, y aún quiero ver alguna cosa más. Encuentro un devío de la carretera, y como buen curioso, decido explorar. Encuentro barrios más humildes todavía, pollos correteando por el camino, cabañas de bambú esparcidas por cualquier parte, desordenadas, y de fondo, el precioso lago cubierto por gigantes nenúfares.

Y en camino de vuelta, descubro que en la orilla de la carretera abundan los ofranatos y escuelas para niños desfavorecidos. Hay carteles que anuncian la visita a los centros, supongo que para promocionar el voluntariado, pues Siem reap es la ciudad más pobre de Camboya. Aunque no me faltan las ganas de entrar, visitar las instalaciones y pedir información, no me gusta como está organizado el sistema, pues he visto excursiones turísticas organizadas a estos lugares y yo considero que un orfanato no es un zoo. Así que como no tengo intención de hacer voluntariado en este primer viaje a Camboya, me abstengo de entrar por siemple curiosidad. Cuando requiera de información ya volveré si tiene que ser aquí. Eso sí, si alguien está pensando en hacer algun tipo de voluntariado os animo a visitar Siem Reap, es un lugar que necesita de ayuda y con muchas posibilidades para sentirse útil.



De vuelta a la ciudad dejo la bici, me doy una ducha y salgo a pasear. La ciudad me resulta muy turística, el mercado nocturno está lleno de souvenirs, los restaurantes sirven pasta, lasaña y hamburguesas, y los jóvenes bailan bajo el frenético sonido de la música occidental. Se me ofrecen prostitutas de todas las edades, también transexuales que quieren pasar la noche conmigo, los conductores de tuk tuk son los más pesados que he conocido en todo el viaje, y no solo afrecen llevarte a cualquier parte, sinó que también ofrecen chicas, masajes eróticos y todo tipo de drogas, más de las que uno sea capaz de imaginar. Yo no estoy hecho para este tipo de lugares que destrozan la cultura local, así que decido tomar una cervecita en el bar del hostel. Allí conozco a una chica sueca, de cuyo nombre no voy a acordarme porque es más difícil que los muebles del Ikea, la cual me propone un fuerte madrugón para mañana, y así ver salir el sol en los templos de Angkor. Suena interesante. ¡Acepto!
















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