viernes, 25 de enero de 2013

Udaipur de relax




 Hola a todos!

Con mucha pena hemos abandonado hoy Pushkar. Tanto Maria como yo estamos de acuerdo en que Pushkar es un pueblito encantador en el que merece la pena quedarse por largo tiempo, disfrutando de su paz, de sus gentes y del embrujo de su lago. Pero en este viaje el tiempo no nos permite demorarnos mucho en cada lugar, así que partimos rumbo a nuestro siguiente destino. Tomamos el mismo aparatoso autobús de vuelta a Ajmer, en el que esta vez encontramos dos asientos libres. Al final yo no disfruté de mi asiento, pues una joven madre que cargaba en brazos con su bebé iba a viajar de pie por las cerradas curvas que unen Pushkar y Ajmer. Al cederle el lugar la mujer se demostró más que agradecida, y Maria también pudo disfrutar jugando con el gracioso bebe rajasthani. Un autorickshaw nos llevaría después a la estación de trenes, desde donde partía nuestro tren dirección Udaipur.

Llegamos a Udaipur de noche, pero por suerte yo ya conocía el hotel donde nos ibamos a alojar, así que dijimos a un conductor de autorickshaw que nos llevara al templo principal de la ciudad, ya que si dices el nombre del hotel, ellos te llevan hasta la habitación llevandose a cambio una comisión que será cargada en el precio de la habitación. Nuestro hotel se encontraba a dos minutos andando desde el templo, así que no nos costó mucho llegar. Este era el hotel donde en mi anterior viaje estuvieron alojadas mis amigas inglesas Sarah y Sammy, y yo recordaba que tenía bonitas habitaciones además de una exquisita pastelería francesa. Conocer el hotel y las habitaciones también me sirvió para explicar en la recepción que era mi segunda vez y que debian hacerme un buen descuento, a parte del buen trato que ellos ofrecen por ser cliente antiguo. No se si fue casualidad o que aquel buen hombre se acordaba de mi, pero nos alojaron en la misma habitación en que un día estuve compartiendo unas buenas risas con mis amigas inglesas. Una vez que lo teníamos todo preparado para ir a dormir, un fuerte ruido empezó a sonar desde la cisterna del inodoro, lo que nos provocó un ataque de risa, pues parecía que había un león en la habitación. Pasadas la una de la noche tuve que llamar al recepcionista para que nos arreglara ese sonido, pues con la risa no ibamos a poder dormir. Una vez solucionado, pudimos descansar tranquilos.
 

Al despertar por la mañana, tanto Maria como yo coincidimos en que el cuerpo nos estaba pidiendo un descanso. Nos despertamos cansados, sin energía, chafados y eso parecía ser una señal de pedir descanso, pues aun nos quedaban muchos días por delante. Así que decidimos que este sería nuestro día de relax. Después de una buena ducha caliente bajamos a la pastelería francesa del hotel, donde Maria se puso las botas comiendo dulces y un buen café con leche, mientras yo me comía una deliciosa tortilla de vegetales. Ya que el estómago de Maria había rechazado la comida india, ibamos a aprovecharnos de los mejores sitios de comida occidental, y éste pintaba ser uno de los mejores de todo el viaje. Pastel de manzana, tarta de chocolate, bizcocho de coco, tarta de queso, croisant relleno o sin rellenar, magdalenas, crepes, y un sinfin de pastelería occidental se exponía en una vitrina de cristal desde donde se hacía dificil elegir.

Después del desayuno bajamos a ver el lago Pichola. Nuestra primera vista del lago fue desde los pequeños ghats que hay cerca del puente que cruza al barrio más tranquilo. En los ghats, algunas mujeres lavaban sus vestidos con las aguas del lago, y un músico esperaba la llegada de turistas para vender violines del Rajasthan. >Después cruzamos al barrio tranquilo por el bonito puente que cruza el lago Pichola. Desde este barrio hay unas mágnificas vistas del Palacio de Udaipur, además de poder ver como el inclinado pueblo cae en una inclinada pendiente a pie del lago, con el despunte de sus templos que dejan un bonito skyline. Cruzamos el lago hacia la otra punta del barrio donde había otros ghats, más mujeres lavando ropa y una de las mejores vistas de la ciudad,

De vuelta a la civilización, entramos en una tienda de productos Himalaya, la más famosa marca de cosméticos naturales y ayurvédicos elaborada para toda India. Allí compramos gel de ducha, champú para el pelo y una mascarilla para el pelo también, pero todo ello libre de químicos, cien por cien natural. En esta misma tienda, nos ofrecieron darnos un masaje ayurvédico, y después de negociar el precio y todo lo que se incluía en el masaje, acabamos disfrutando durante una hora de las expertas manos de la ancestral fisioterapia hindú. Para el que no sepa lo que es una masaje ayurvédico, se trata de un masaje cuerpo mente, en el que se masajea hasta el último milímetro de piel, relajando la musculatura del cuerpo e influyendo en la energía corporal del masajeado a través de la manipulación de los chackras. Se trata de una técnica de masaje de más de cinco mil años de antiguedad, en la que el paciente no solo sale con los músculos descansados, sino que su mente está relajada para que las contracturas tarden más en salir. Para el que no lo haya probado nunca, lo recomiendo al cien por cien, eso sí, hay quie desprenderse de los tabús occidentales, ya que van a masajearnos hasta el último milímietro de nuestra piel. Eso sí, si aprovechais un viaje a la India para haceros el masaje descubriréis lo poco que cuesta aquí este tipo de tratamientos, ya que pagamos menos de diez euros cada uno y a Maria le hicieron hasta un tratamiento facial con diferente productos naturales.
 
Después del masaje salimos como zombies, entramos en un par de tiendas de artesanía, pero nuestra mente no estaba preparada para el agobio de los vendedores. No nos habíamos dado cuenta, pero eran las cuatro de la tarde, y nuestros estómagos empezaban a rugir como el león de nuestra habitación, así que subimos a un restaurante que se encontraba en en terrado de un edicficio, donde además de una deliciosa comida, disfrutamos de unas preciosas vistas del lago Pichola. Después fuimos a pasear para ver las tiendecitas de artesanía que había en el centro, pues Udaipur es el pueblo de los artesanos del Rajasthan, donde los conocimientos artísticos se han ido pasando de familia en familia, elaborando detalladas joyas de escultura en mármol, delicadas pinturas en antiguas postales de más de cien años, o bonitos tapices de telas y lentejuelas. Dejamos que la tarde fluyera, entre tiendas y paseos, pues nos habíamos más que merecido este preciado día de relax.
 
Al día siguiente ya si lo dedicamos a explorar la ciudad. La mañana la dedicamos a visitar el bonito palacio de la ciudad, considerado el más grande de todo el Rajasthán, donde se había instalado por muchisimos años la família de Maharaja. Entre salas de armas, habitaciones decoradas con cristales de colores, confortables estancias con colchones en el suelo y cojines por todas partes, y un sinfín de lujosos detalles tanto en la escultura como en la pitura del palacio, nos trasladamos a la antiguedad de la Indiam en una época en que los fumadores de opio y los encantadores de serpientes compartían sus vidas con el pueblo y las castas superiores. Señores de largos y reorcidos bigotes, coloridos turbantes que enrollaban metros y metros de tela, brillantes sarees que envellecían a la mujeres, decoradas con anillos en los pies, tobilleras de cascabeles, pulseras que cubrían todo el antebrazo. Pero lo bonito de trasladarse a la antiguedad a través de un monumento en India, es darse cuenta que al salir a la calle, para muchos nada a cambiado, pues hombres y mujeres siguen vistiendo sus tradicionales vestimentas, y el look bigotudo de los hombres sigue estando de moda a pesar de los cientos de años que han pasado. Esta convinación de lo antiguo y lo moderno de India es una sus virtudes que la convierten en un país mágico.
 
Después de visitar el Palacio fuimos a comer a orillas del lago, teníamos que recuperar energía, pues la visita al palacio más grande del Rajasthan nos había dejado agotados. Y por la tarde llegaba una sorpresa que haría cambiar a Maria su impresión de Udaipur, pues fuimos a la colina que hay detrçás de la ciudad, donde está el funicular que lleva a la cima. Una vez arriba, pudimos disfrutar de Udaipur desde el aire, y ver como el sol empezaba a ponerse tras las montañas. Desde las alturas se aprecia mucho mejor el tamaño del palacio, la belleza del lago Pichola, el desorden en la construcción de las casas, los templos, las mezquitas... Y una de las atracciones que más hizo divertir a María fue media docena de ardillitas que la buscaban tratando de que las alimentara. Maria les tiraba trocitos de galleta y ellas, tímidas y asustadizas salían a coger un trocito, se alejaban de nosotros, y se lo comían despacito, hasta que se lo habían acabado y volvían a  por más. Entre ardillas y bonitas vistas aereas nos despediamos de Udaipur, ciudad donde nos hemos relajado y hemos disfrutado de su precioso palacio y la belleza de su artesanía. El resto de la tarde la pasamos visitando tiendecitas, haciendo tiempo hasta que llegara la hora de ir a tomar el bus que nos llevaría a nuestro próximo destino, Jodhpur.





martes, 22 de enero de 2013

En Pushkar otra vez!


 
Hola a todos!

Ya hemos abandonado nuestro primer destino en la India, Jaipur, con muy buen sabor de boca. Hemos visto bonitos templos, elegantes palacios, la alocada ciudad rosa, pero sobretodo nos hemos introducido en la cultura india. Para mi ha sido un bonito reencuentro con la amabilidad de la población rajasthaní, para Maria, una agradable novedad, pues en poco tiempo se ha adaptado a las nuevas normas sociales de este país, y ha podido disfrutar de los infinitos detalles que hacen de los indios un pueblo de gran corazón.

Y ahora que ya tenemos nuestro inicio consolidado, empezamos a viajar con las incomodidades y la hospitalidad que encontraremos en el camino. Nos lanzamos a la aventura subiendo a un tren que nos llevará hasta Ajmer, ciudad base donde tomaremos un bus hacia nuestro proximo destino, Pushkar. Cuando llegamos a la estación de trenes, y como es de costumbre, no nos venden un asiento de clase con cama, así que compramos un asiento muy barato de la clase general. Vamos a intentar por todos los medios no tener que entrar en un vagón de clase general, pues aunque hay cosas en India a las que uno se puede acostumbrar, estos vagones pueden convertirse en un verdadero infierno debido a su sobreocupación (al que le gusten las emociones fuertes le recomiendo que lo intente por lo menos una vez). Así que hicimos el truco de colarnos en el vagón de clase con cama, a la busqueda de un lugar donde acostarnos. De todas maneras, el viaje solo duraría tres horas, así que tampoco sería un problema viajar incómodos. Nuestra sorpresa al entrar fue que el tren estaba lleno hasta por encima de sus posibilidades, no cabía ni un alfiler, así que nos tuvimos que espavilar para encontrar un sitio donde viajar en el suelo. Sí, en India conseguir un trocito de sucio suelo en un tren también es todo un reto. Cuando encontramos un rinconcito donde poder sentarnos, bloqueando una de las puertas de entrada y salida del vagón, ya parecía que estabamos tranquilos, pero se nos había olvidado que estamos en India, y que dos extrangeros viajando en el suelo de un tren pueden convertirse en la atracción de todo el vagón. No dejamos de recibir visitas en todo el viaje, la gente nos hacía preguntas sin cesar, y a veces, uno necesita viajar tranquilo, pero sabes que no va a poder ser, así que mejor aprovechar para reir y disfrutar de las locuras de nuestros amigos indios. A María le cedieron a ratos un asiento donde viajar más cómoda, pues para ellos, ver como una mujer extranjera viaja en el suelo es algo inconcebible. Y al llegar a Ajmer, otra vez a negociar con los conductores de Rickshaw para que nos llevaran a la estación de autobuses, donde conseguimos comprar un incómodo tiquet de bus, que nos haría viajar de pie en una autobús donde no cabía ni una sola persona más, sobre las incesantes curvas que cubren los doce quilómetros entre Ajmer y Pushkar. Cuando conseguimos dejar ese incómodo autobús, ya habíamos llegado a nuestro destino, eran las dos de la mañana y el noctámbulo captador de clientes de un pequeño hotel nos ofreció una buena habitación a un buen precio. La verdad es que no somos muy exigentes a la hora de dormir, pero si pedimos como condiciones mínimas agua caliente, wifi y cuanta menos suciedad mejor. Esta vez no habíamos tenido en cuenta una exigencia que añadiríamos a la mañana siguiente, pues nos acostamos en un colchón más duro que una piedra, y el dolor de espalda por la mañana era inevitable. Con los músculos contraídos nos lanzamos a explotrar el pueblo que un día cautivó mi corazón, el pequeño Pushkar.

Lo que quedaba de la mañana lo dedicamos a pasear por las estrechas calles que serpenteaban laberinticamente alrededor del lago principal. Explorábamos las tiendas típìcas del lugar, probábamos sus dulces recién sacados del fuego, veíamos como la vida fluía de un lado a otro cuando los lecheros repartían la leche recién cocida, los iogurteros preparaban su producto al fuego de la leña, las mujeres compraban bonitas y coloridas telas y las vacas y perros buscaban en la calle algo que echarse al estómago. María se animó a adornarse al más puro estilo hindú, y se compró un pack de esas bonitas pegatinas que las mujeres llevan en la frente llamados bindi, con decoración colorida y brillante. También disfrutamos de la interminable variedad de costureros y modistas, que elaboran sus propios diseños al más puro estilo hippie, con bonitas telas de la zona, No pudimos resistirnos a probarnos algunas prendas y alguna pasó a formar parte de nuestro nuevo vestuario.
 
Para comer, decidimos buscar un restaurante que ofreciera comida occidental, pues Maria ya había caído enferma por el cambio de alimentación. Y después de comer, seguimos callejeando por el pueblo, pues el verdadero encanto de Pushkar se encuentra en la cotidianeidad de sus calles, la sencillez de sus gentes. Y a la hora del atarceder, como buenos turistas que somos, fuimos con todo el rebaño a ver la puesta de sol sobre el lago. Se dice que el lago de Pushkar surgió de un petálo de flor de loto, con la que el dios Brhama mató a un demonio tras una dura lucha en este pequeño pueblo. Por este motivo, los hindúes construyeron el único templo al dios Brahma de todo el mundo, y los turístas tenemos como mito la energía del lago que atrapa al viajero y no lo deja marcharse de este bonito lugar. Las puestas de sol sobre el estanque son de las más emotivas que se pueden encontrar en toda la India, no solo por su belleza, sinó por el ambiente de los gitanos tocando los nostálgicos violines del Rajasthan y las gitanas cantando. Lógicamente, esto es un reclamo turítico, y siempre piden dinero a cambio de que te canten, bailen o toquen el violín, incluso una vez finalizada la actuación, quieren venderte el violín. Pero la amabilidad y respeto con la que se ofrece hace que Pushkar, junto con Goa, Hampi y Rishikesh, sean de los pueblos con más atracción para el turista "hippie", y lo que yo llamo pueblos de no retorno, pues mucha gente queda atrapada allí.

Aunque intentamos irnos pronto a dormir, la música no dejó de sonar en toda la noche. No era música de pujas hindúes ni se trataba de rezos coránicos musulmanes, sino de potentes altavoces en la calle, con música india moderna, a todo volumen. Mañana tendrá lugar el festival de cometas de India, donde Pushkar y Jaipur son los pueblos donde más se vive esta festividad.

Bien temprano por la mañana, nos despertamos al ritmo de los altavoces, y subimos al terrado del hotel para ver como se desarrollaba el festival. Parecía que no hubiera nadie en la calle, pues los terrados de todo Pushkar estaban llenos de gente, todos con sus cometas, pasando un bonito día familiar. Los niños jugában con sus amigos, los adultos, con sus amigos también. Porque una de las joyas más preciadas que tiene India es el espíritu de la eterna juventud, con el que un adulto es capaz de disfrutar como un niño en un día festivo de alegría y diversión. Desayunamos en el terrado, disfrutando nosotros también del festival, ayudando a los niños a desenredar las cometas que caían en nuestro hotel, y contagiandonos de las risas y alegrías que desprendían calentando el frío de la dura mañana.

Después del desayuno fuimos a visitar los puntos de interés de la ciudad. Descubrímos el imponente templo sijk, visitamos el exclusivo templo de Brahma, y fuimos al camino que lleva al desierto, donde se encuentra todo el tráfico de camellos de la ciudad. En este lugar se pueden ver los gitanos de los pueblos del desierto que llegan a Pushkar para comprar alimentos y telas, y los camellos que van y vienen, algunos cargando bonitas carrozas, y otros ofreciendo a los turístas un paseo por los desiertos cercanos. Nosotros decidimos pasarlo bien observando las extrañas caras que ponen estos animales, y después decidimos vivir la experiencia de un lugar sagrado, los ghats del lago por la mañana. Al entrar en la zona de ghats, como en cualquier lugar sagrado de la India, uno debe quitarse los zapatos. Una vez que bajamos los ghats (escaleras sagradas que llevan a lagos, rios y mares para las prácticas religiosas), todo se llenó de espectáculo y color. Hombres, mujeres y niños vertían el agua del lago sobre sus cuerpos, algunos rezaban, otros se zambullían en el agua realizando las abluciones sagradas, las mujeres lavaban sus ropas para llenarlas de energía divina, y la vacas iban de aquí para allá, sorprendiendonos saliendo de una ventana o trepando por las escaleras de los ghats. Tampoco nos faltó atención en el lugar sagrado, pues un sadhu nos dió su bendición pintando un punto en nuestra frente, y una simpática família quiso que le hicieramos una sesión de fotos muy divertida. Ensimismados por esta bonita experiencia, perdimos el sentido del tiempo, y al recuperarlo decidimos que era hora de seguir nuestro camino. Muy a nuestro pesar, el tiempo nos apretaba para visitar más lugares de Rajasthan, aunque tanto María como yo estuvimos de acuerdo en que Pushkar es un lugar en el que quedarse por una larga temporada. Aún y siendo la segunda vez que visito esta acogedora población, me voy con la sensación de que no será la última vez que veré ponerse el sol sobre el lago de Brhama.


















miércoles, 16 de enero de 2013

Jaipur


Hola a todos!

La Mochila Asiática vuelve a emprender su viaje, con nuevas ilusiones, nuevas experiencias por vivir, nuevos rincones del mundo por descubrir. Pero este viaje es algo especial, porque la Mochila Asiática no viaja sola, sino que otra mochila se ha unido a vivir aventuras. Es cierto que cuando explico mis experiencias y anecdotas sobre este increíble año de viaje, a casi todo el mundo se le pasa por la cabeza como sería unirse a la aventura. Incluso muchos llegan a pronunciar frases como "Si yo pudiera..." o "Un dia de estos...". Pero yo siempre he creido que quien quiere hacerlo lo hace, y el que no lo hace sueña con hacerlo, así que todo en sí es algo positivo, porque soñar es precioso y vivir más bonito aún. Pero entre todas las personas que podía imaginar caminando a mi lado, mi madre era una de las que menos me lo esperaba. Y la verdad es que nadie ha confiado en ella hasta última hora. Yo sabía de sus locas ganas por tener una experiencia mochilera, y más todavía si es en Asia y a mi lado, pero imaginaba que las ataduras sociales o familiares la harían acobardarse. Pero ella, valiente y convencida de su decisión, ha luchado contra todos los que intentaban tirar su ilusión a la basura, se ha enfrentado a muchos "No eres capaz" y se ha hecho la mochila para acompañarme durante 15 intensos días en un viaje de locas aventuras.

El destino es la segunda sorpresa, pues la Mochila Asiática repite país. Los que ya me conozcais ya sabeis cual fue el país que llenó mi corazón, del que siempre estaré locamente enamorado, y en el que he pensado siempre aunque haya estado viajando por otros países. Para mi la India es un amor platónico, al que nunca podre alcanzar por su complejidad, pero del cual me siento ardientemente enamorado y en el que pienso cada día si estoy en otros países. Así que esta vez no me lo he pensado. Mi madre siempre ha soñado con visitar la India, mi amigo Mariano se encuentra en el país y el 27 de Enero se celebra el Kumbh Mela, el festival hindú más importante que tiene ocasión cada doce años. Parece que todo indica que mi destino esta vez es, Incredible India (es el slogan de la publicidad turística del país).
 
Así que con las mochilas preparadas, dos billetes de ida y uno de vuelta, nos despedimos de la familia para tomar un vuelo a Delhi, haciendo antes una pequeña escala en Doha, Qatar, donde mi madre, a la que a partir de ahora llamare Maria, tuvo que aprender a cambiar de avión sin poder hablar ni una sola palabra, pues no tiene ni idea de ingles y a la vuelta viaja sola haciendo la misma escala en Doha.

Llegamos a Delhi a las tres de la noche, y como no teníamos ni sueño ni ganas de descansar, tomamos un rickshaw (tuk tuk) hasta la estación de tren más cercana para viajar a Jaipur. Delhi es una ciudad grande y fea, así que para quince dias que tiene Maria, mejor ver cosas bonitas. A Delhi ya volveremos cuando llegue el momento de comprar. Además Jaipur es una ciudad rajasthaní de la que me quedé con ganas la última vez, pues muchos viajeros me recomendaron no visitarla. Las dos impresiones más impactantes de María han sido la contaminación de Delhi al salir del aeropuerto, en la que cuenta que se quedó sin respiración unos segundos, y cuando entramos en el tren nocturno hacia Jaipur, ya que había gente durmiendo por el suelo, y era un tren que venía de un día entero de viaje, así que podeis imaginar que limpio no estaba. Además, empezamos el primer viaje con divertidas aventuras. Como a la hora de comprar el tiquet nos dijeron que no había camas para dormir, nos vendieron uno muy barato en la clase general. Estoy seguro que si este vagón es lo primero que ve Maria de la India, hubiera tomado el primer avión de vuelta. Así que decidí que nos colaríamos en la clase donde hay camas, y nos buscaríamos la vida. Guiados por un simpatico joven indio, encontramos un vagón con dos camas libres, así que nos tumbamos a descansar a la espera de que llegara el Titi (revisor de tiquets) Cuando llegó ya estabamos durmiendo, y nos despertó para hacernos pagar la diferencia de precio. ¿No era más fácil vendernos un tiquet en taquilla?
 
Mi sensación al volver a India fue de tranquilidad, de desahogo, de relax y felicidad. Deseaba enormemente volver a tener contacto con la población india, recibir su ayuda desinteresada y escuchar sus locas preguntas, volver a disfrutar de la vida en India. Además compartía estas experiencias con mi madre, que aprendía como era la sociedad del país, y comprobaba que todo lo que le había contado durante mi viaje en solitario era cierto. Poco a poco se adaptaba al nuevo mundo en el que acababa de entrar.


Una horas después del amanecer llegabamos a Jaipur. Puedo recordar a mi madre con la camara en la mano, haciendo fotos a todo aquello que se movia, y a lo que no también. Estuvo a punto de ser atropellada por varios rickshaws, pero estoy seguro que hubiera forografiado la matricula. Como estaba en su estado de shock de recién llegada la dejé que disfrutara mientras ibamos de camino a encontrar un rickshaw que nos acercara a la zona de hoteles. El primer hotel que visitamos nos pareció bueno, así que decidimos instalarnos allí. Y una vez descargamos las mochilas era hora de visitar la ciudad, pero para que Maria se fuese adaptando al tráfico, al ruido, a los animales, a la superpoblación, lo haríamos a pie. Lo que no sabía es que María se adaptaría tan bien a una ciudad tan loca como Jaipur. Si yo hubiera hecho todas las fotos que ella hacía mientras caminabamos hubiera acabado atropellado por una vaca. Jaipur es una lugar bullicioso, ruidoso, sucio, superpoblado, una verdadera locura, pero a la vez muy divertido.

Nos dirijimos al centro en busca de la ciudad rosa. Después de cerca de una hora andando entre un trafico caotico nos dimos cuenta que estabamos en una de las entradas de la ciudad antigua, pues frente a nosotros se presentaba una solida fortificación de color salmón, con fromas y dibujos al más puro estilo rajasthaní y una gran puerta donde circulaban todo tipo de vehículos, personas y animales entrando y saliendo de la ciudad. Una vez .dentro nos encontramos con un gran mercado en el que curiosear. Callejeando y visitando tiendas fuimos conociendo los productos típicos de la ciudad, así como sus precios y la forma de negociar. Entre tienda y tienda llegó la hora de comer, así que entramos en un restaurante puramente indio vegetariano donde degustaríamos nuestra primera comida india. Como no podía ser de otra manera, invité a Maria a probar un delicioso thali, pues es la comida más característica de la India. Para ser la primera vez se atrevió a comer con las manos, eso sí, la dosis de picante fue superior a sus ganas de comer, y con la boca en llamas dejó hueco para la cena.

Después de comer nos entró la morriña de los días dias que llevabamos casi sin dormir, así que decidimos darle un poco de vidilla al asunto, y andamos dirección al centro arquitectónico de la ciudad rosa. Nuestra intención era ver el palacio de la ciudad, el palacio de los vientos y el observatorio astrológico, pero de repente, y como suele pasar en India, todo dió un vuelco inesperado. Un simpático florero nos regaló flores para darnos la bienvenida al país, nos invitó a tomar chai (té indio) y nos dió conversación, risas y cachondeo durante un buen rato. Después, un amable chico que tanbién se interesó por nuestra visita a su país, nos aconsejó una ruta un poco menos turística. ¿Por que no? Nos lanzamos a la aventura.

Tras tomar un rickshaw nos dirigimos al pueblo de los elefantes. Se trata de un pequeño barrio de la ciudad donde hay un establo donde viven los elefantes que trabajan llevando turistas al fuerte de Amber. Y por la tarde vienen aquí a descansar y a comer. Pudimos jugar con ellos, tocarlos, fotografiarlos, y ver como viven en sus horas libres de trabajo. Después fuimos a visitar a un fabricante de telas, que nos enseñó su negocio y después tuvimos que tragar con la exposición de producto, aunque no fue tan pesado pues tenía cosas bonitas. Después, Maria quiso ver una tienda donde le enseñaran las especias típicas de la India, y nos mostraron todos los tipos de té y especias que se producen en el país. El problema de estos lugares es que al final te sientes como un ratoncillo atrapado frente al acoso del vendedor, pero la infromación que te dan es interesante. El último punto del día fue el templo de Ganesh, en el que tuvimos que subir infinitas escaleras antes de llegar al él, situado en la cima de un monte. El duro ascenso mereció la pena, pues desde arriba se veía toda la ciudad, y pudimos conversar un poco sobre hinduísmo y el dios Ganesh.

Y por si aún no habíamos tenido suficiente, volvimos al hotel andando, tras una hora y media de caminata, descubriendo los lugares más oscuros de Jaipur. Para la cena, un plato de pakoras (verduras rebozadas con especias) y un arroz con huevo al curry fue mas que suficiente para dejarnos sonámbulos antes de meternos en nuestra más que merecida cama. El ruido de Jaipur no cesó en toda la noche, combinando la bocina del tren con un señor muy trabajador que hacía obras de albañileria por la noche.

Al día siguiente nos despertamos como nuevos, y solo nos faltó un desayuno a base de dulces para recuperar la energía necesaria para pasar el nuevo día. Tomamos un autobús cerca del hotel que nos llevaría al fuerte de Amber, a unos diez kilómetros a las afueras de Jaipur. Cuando llegamos al aparcamiento del hotel su imperiosa elegancia nos dejó impresionados. Un compacto fuerte levantado entre dos altas montañas hacía de base a una larga muralla que subía y bajaba los montes como si no hubiera costado construirla. Delante del fuerte un lago por el que subía una inclinada escalera para el acceso de personas y una gran cuesta para el acceso de los elefantes. Nosotros decidimos subir a pie, pues a ninguno de los dos nos gusta el trato laboral que reciben estos simpaticos animalillos.

Una vez arriba descubrimos la belleza del interior del palacio, sus grandes alcobas, sus detalladas ventanas esculpidas de mármol, sus minuciosas pinturas en las puertas de los habitáculos y los preciosos arcos con formas de la antigua India. Uno puede sentir la grandeza de un Maharaja visitando este enorme palacio, construido con los mejores materiales y dedicando todo el ingenio para conseguir el diseño más elegante. Desde sus terrazas, las imponentes vistas del entorno. Varias montañas amuralladas, el lago del que se proveia de agua el palacio, los elefantes subiendo a turistas hasta la puerta principal.

Cuando acabamos la visita y ya estabamos decididos a irnos, un amable señor nos recomendó visitar el templo principal de la ciudad, dedicado a la hija de un maharaja que rechazó casarse con ningún pretendiente ya que decía estar casada con el dios Krishna y bebió veneno sin morir para demostrar su afirmación.
 
Ya de vuelta a la ciudad hicimos una última parada en mitad del camino, en un lugar precioso donde se encuentra el Palacio del Agua, que es un palacio en medio de un lago al que solo se puede acceder con cona barquita. Disfrutamos de las vistas, y seguimos nuestra ruta de vuelta a la Ciudad Rosa. Dijimos al conductor del autobés que nos parase en el Palacio de los vientos, del cual queríamos ver su imponente fachada. Se le llama el Palacio de los Vientos porque fue diseñado de forma que el viento entra por las inclinadas ventanas aireando los habitáculos de forma natural. Después estuvimos visitando las tiendas de la zona y para terminar con Jaipur visitamos el Templo Principal de la ciudad. Se trata de un gran espacio justo en frente del Palacio de la Ciudad, para que el maharaja pueda venir cuando quiera, y donde se estaba realizando una puja (oración), Nos unimos a la ceremonia para ver como la devoción de los fieles los hace arrodillarse, tirarse al suelo, realizar ofredas florales o alimentarias, canticos, musica con panderetas... Todo un espectáculo de  religión hindú al que asistimos con muchísimo respeto y del que pudimos disfrutar desde dentro.
 .
Ahora solo nos quedaba ir a buscar las mochilas y comprar un billete de tren dirección Ajmer. Otra vez tuvimos que comprar el billete en clase general, pero por mala suerte, al colarnos en la clase de las camas, esta vez la encontramos llena, así que decidimos viajar en el suelo, en un hueco entre vagón y vagón. Ahí viajamos entretenidos pues todo el que pasaba quería hablar con nosotros. Para María era su primera vez viajando en el suelo de un tren, preguntadle como le fue, yo la vi muy contenta. Y ahora os dejamos que tenemos un viaje que hacer. Nos vemos en nuestro próximo destino, Pushkar.
 












domingo, 13 de enero de 2013

Feliz 2013


 Hola a todos!

Ya han terminado las vacaciones de navidad, y he podido disfrutar de las mejores navidades que jamás hubiera esperado para este fin del 2012. Ya se que algunos os quedasteis con la intriga de saber cual es el mejor sitio en el que cualquier viajero podría pasar sus navidades, o quizás algunos ya adivinasteis cual era mi destino. Antes de desvelar el mistério vamos a retroceder un poquito en el pasado, hasta mi penúltimo día en Camboya. ¿Os acordáis? Me encontraba en Banlung, en la zona noreste de Camboya, indeciso sobre si continuar dirección Laos como tenía planificado o volver a India para pasar la navidad allí. La duda me surgió por ser mis primeras navidades fuera de casa, pues no era capaz de imaginarme unas vacaciones en Asia, en busca de la fría compañía de otros viajeros. Si seguía hacia Laos, las navidades me pillarían dentro del país, y puesto que Laos es un lugar de lo menos turístico, no podía imaginarme unas fiestas tan sosas que me dieran para pensar y echar de menos a mi família.

Así que la segunda opción, dentro de lo malo me parecía la mejor. Volver a India, el país del que un día quedé enamorado, disfrutar del calor de sus gentes. Además, de entre todos los destinos de India consieraba que el mejor sería Goa, pues es una zona repleta de hippies occidentales, y podría sentirme algo más cómodo, o por lo menos con gente que sí celebrase la navidad de una forma parecida a como lo celebraría yo en casa.

Pues este pensamiento llevaba ya días rondando en mi cabeza, pues aunque siempre he dicho que no soy amante de la navidad, esta vez, al estar lejos de mi gente, me he dado cuenta de cuanto se puede echar de menos en estos días. ¿Como puede ser que se me haga un mundo?

Pues este penúltimo día, antes de tomar la decisión y comprar el billete hacia India, mi familia se pone en contacto conmigo para regalarme el mejor de los regalos que nunca hubiera podido imaginar. Se habían puesto de acuerdo para regalarme un billete de ido y vuelta a casa, pues ellos tenían el mismo miedo que yo, el mismo sentimiento de añoranza, y también se les presentaba cuesta arriba. En primer lugar me negué a aceptarlo, mi orgullo de viajero no me dejaba aceptar una propuesta de volver a casa a tan solo dos meses de mi partida. Mi cabeza no dejaba de dar vueltas después de la propuesta, pero solo me quedaba un día de visado en Camboya, tenía que decidir. Además me parecía egoísta que ellos pagaran para que yo volviera a casa cuando era yo el que hhabía decidido esta vida, y ya había calculado que para estas fechas estaría fuera de casa sí o sí. Mi corazón me decía que quería volver pero mi mente se negaba. Si algo he aprendido en la vida es que cuando algo es capaz de aturdirte de forma que no puedas visualizar tu situación desde fuera y tomar una decisión coherente, tienes que confiar en tus amigos para que te aconsejen. Y ellos lo tenían muy claro. Tan egoísta era yo interrumpiendo el viaje para volver a casa como mi família ofreciendome venir, pues las dos partes saliamos ganando. También me dejaron claro que estas fechas, aunque no gusten por la hipocresía que acarrean y el capitalismo se convierta en la sonrisa de quienes disfrutan las navidades con los bolsillos llenos, son fechas en las que fuera de lo material hay algo importante que celebrar, la família se convierte en una verdadera piña, y si un piñón se encuentra a 15.000 kilómetros de distáncia, deja de ser lo mismo. Decenas de ejemplos y anecdotas de mis amigos, sumados al dulce chantaje emocional de mi família, me hicieron tomar la decisión más tonta pero aliviante que he tomado en mi vida, volver a casa por navidad. Hubo dos frases que me marcaron en mi decisión. La primera fue por parte de mi família y fue: " No imaginamos unas navidades sin ti". La segunda frase fue una gran lección: "¿Pues no habías aprendido a apartar la mente y pensar con el corazón?" A veces uno tiene que tragarse su orgullo, para hacer algo importante, ser feliz y dar felicidad.

Volver a casa me costó cruzar Camboya en dos días de viaje en bus hasta llegar a Bangkok, donde tomaría un avión que me dejaría en el aeropuerto de El Prat después de hacer una pequeña escala en El Cairo. Como no tenía previsto volver hasta Mayo, el no estar preparado para el frío hizo que mi entrada a Barcelona fuera triunfal. Sentir las miradas de la gente al verme pasar la puerta de llegadas en chancletas y pantalon corto, a una temperatura de 7 grados no tuvo precio. Por suerte mis padres acudieron a buscarme con una mochila llena de ropa de abrigo, por lo que después de darles un fuerte abrazo, corrí a cambiarme en el baño. Una vez bien abrigadito era hora de volver a casa.

Algunos amigos sabían de mi llegada, otros me imaginaban en India o en Thailandia, así que decidí pasarmelo bien gastando bromas a alguno de ellos presentandome por sorpresa en algun lugar inesperado, Es divertido ver la cara de quien te imagina en la otra punta del planeta cuando, como una aparición fantasmal te presentas ante sus ojos. Y como tenía tres semanas por delante antes de que acabaran las fiestas, decidí aprovachar mi tierra natal y mi genate como nunca lo he hecho.

Con Jordi y Fran estuve de cañas y tapas, con Vero y Tere disfrutando de una buena comilona y nuestra antigua amistad. Un café rápido con Ana y otro con Lorena me hizo saber de quien menos veo y coincidiendo con Silvia y Carles, mis amigos de Un Cambio de Aires, aprovechamos para disfrutar de un café en el que la inquieta Laura no pudo faltar. Una noche en Tarragona no fue suficiente para saciar mis ganas de Jose Carlos, Lola y Rafa, y dos comidas con Rut no acabaron con mi apetito. Con Alex mantuvimos las tradiciones navideñas y compartimos nuestro amor por la música, y de Bibi y Lucian  no me he sabido despegar. Con los enfados de Teia he recordado mi loca responsabilidad, un larga mañana con Virgi que se me antojó cortísima no pudo faltar y con mi família...

Con mi família he disfrutado todo lo que he podido. En nochebuena una íntima pero más que agradable cena, éste año con una invitada sorpresa de la que hemos disfrutado un montón (Bibi gracias por tu compañía), en navidad la multitudinária comida de los abuelos y en Nochevieja, no podía faltar el atracón de uvas y los infinitos besos para dar la bienvenida al nuevo año, así como el gran desayuno de reyes antes de abrir los regalos. Además hemos innovado en tradiciones haciendo una subida familiar el Montseny (bonito parque natural catalán), donde con más o menos esfuerzo todos hemos llegado. Algunos estaréis pensando que son las típicas navidades de cualquier occidental, pero he aprendido a valorar también la belleza de la monotonía. Uno no sabe lo que tiene hasta que no se ve sin ello, y yo estuve a punto de perder una odiosa pero acogedora navidad.

Y como cada año, cuando las doce de la noche del día 31 se acercan, uno mira hacia atrás para hacer balance del año que termina y pedir buenos deseos para el año que entra. Por primera vez en mi vida, no he deseado que el 2013 sea un año mejor. Llamadme conformista, pero yo me quedo plantado en el mejor año de mi vida. No tengo más deseo que igualar lo que he aprendido este año, vivir las experiencias de este loco 2012, pues siento que he vuelto a nacer, hoy puedo decir que me siento feliz, y la monotona frase toma por fin sentido.

¡FELIZ 2013 A TODOS!