jueves, 20 de diciembre de 2012

Redescubriendo Bangkok


 Hola a todos!

Después de dos días viajando, por fin he llegado a Bangkok. Hoy hace justo un mes que dejé esta ciudad, y parece mentira la diferencia de desarrollo económico que hay entre Tailandia y Camboya y como se siente el cambio al cruzar la frontera. Es uno de los motivos por los que prefiero cruzar las fronteras por tierra más que volar entre aeropuertos, y es que con tan solo cruzar a pie esos escasos metros entre las dos aduanas, que son tierra de nadie, ya se aprecio el avismo diferencial entre dos paises. En el caso de Camboya y Tailandia, el simple hecho de cruzar la frontera hace que de repente el aspecto fisico de la gente sea diferente. Por ejemplo en Tailandia tienen rasgos más achinados mientras que en Camboya son más morenos de piel y de ojos más grandes. Otro aspecto que se ha hecho muy presente en este cruce de frontera han sido las infraestructuras. Al volver a tailandia he recordado lo que es una autopista (en Camboya no existen), es más, he recordado lo que es una carretera, pues en Camboya un alto porcentaje de las vias son caminos de tierra y el resto son carreteras en pésimo estado, llenas de agujeros y muy estrechas. Pues lo que no supe apreciar bien del todo en mi primera visita a Tailandia lo he podido comprobar ahora, y es que Tailandia, y más en la zona de la gran capital, es un país moderno, cómodo, avanzado y con un nivel económico bastante superior al del resto de sus vecinos. ¿Será porque es el país más visitado del sureste asiático? Pues una buena parte de Tailandia vive del turismo. Claro que tampoco puedo generalizar, pues de Tailandia solo he visitado las zonas turísticas, las playas del sur y Bangkok.

Pues en esta segunda visita a la ciudad he querido darme la oportunidad de redescubrir Bangkok. Al principio había pensado en hacer algunas excursiones que hay a pocos kilómetros de la cuidad, pero una vez en la ciudad he decidido quedarme para conocer algo más allá de la zona turística que viví hace un mes. De todas maneras, nada más llegar a Bangkok me he dirigido a Khao San Road, la calle donde cientos y cientos de mochileros pasan sus dias entre bares musicales, hoteles, restaurantes y tiendas de ropa. Pero esta vez sería solamente para dormir, si la alta musica nocturna me deja pegar ojo. ¿Por que Khao San Road? Porque es el lugar para dormir más barato con diferencia de toda la ciudad. Cuando en el centro cobran de 700 baths para arriba por una habitación yo solo pago 100 baths. Estamos hablando de diez euros de diferencia.

Bueno, pues mi primera visita en Bangkok ha sido a los grandes mercados de venta al por mayor de la ciudad. Al bajarme del taxi en una de las puertas de un mercado (no me preguntéis el nombre que no me acuerdo), no podía creer lo que estaba viendo. Miles y miles de tiendas ofreciendo todo lo imaginable a precios rebajadísimos. Y os preguntareis que hago yo aqui si no voy a comprar nada, ¿verdad? Los viajeros de largo plazo no podemos gastar dinero cosas innecesárias (por bonitas que sea) ni podemos cargar con peso extra en la maleta, pues viajamos con espacio reducido y cuanto menos peso mejor para nuestra espalda. Bueno, pues el motivo de por que he venido a este mercado es por negocio. Los que me conocéis ya sabéis que el año pasado hice algun negocio en India. Pues me han dicho que el negocio en Tailandia también es muy bueno, y lo he querido comprobar con mis propios ojos. Nunca se sabe a que se va a dedicar uno en el futuro y es mejor estar bien informado de las buenas oportunidades.

La verdad es que tuve que contar hasta tres antes de meterme en el bullicioso mercado. Miles de personas buscando la ganga de sus necesidades, gente de todos los países regateando duro para obtener los mejores precios, y entre los vendedores, una mezcla cultura entre Thais, Indios, Nepalíes, Chinos, Birmanos, y demás países de Ásia, todos con su negocio abierto buscandose la vida con la compra venta de artículos. Y el producto estrella de Tailandia, el top en ventas es toda la gama de Tablets y Smartphones del mercado a unos precios de escándalo, todo ello posible gracias a la indústria de la imitación, que produce idénticas copias de los artículos tecnológicos de las primeras marcas mundiales con diferentes calidades a gusto del consumidor. En estos mercados conseguir un Iphone 5, un Galaxy III o un Ipad III por 80 euros es de lo más sencillo, y encima ofrecen un año de garantía. Viendo esto uno se da cuenta de cómo se aprovechan las grandes compañías cargandonos precios excesivos por productos que no lo valen, porque una cosa es el coste del producto y otra muy diferente cuanto el público esta dispuesto a pagar. En Asia lo tienen claro, lo quieren bueno a precio barato. A parte de la tecnología, comprar ropa con precios medios de entre un euro y tres euros es de lo más habitual. Aquí también existen buenas imitaciones de todas las marcas reconocidas, pero además se fabrican prendas sin marca con buena calidad de tejidos a precios super competitivos.

Cuando acabé de visitar el enorme mercado, salí a la calle principal. Ya se había hecho de noche, y me di cuenta de la altura que tiene Bangkok en el centro de la ciudad. Con lo bajita que es la zona de Khao San Road no me había dado cuenta de los enormes rascacielos que se levantan, imponentes, dominando el centro arquitectónico de Bangkok. Y como buenos asiáticos que son, no podían faltar las luces, que iluminan multicolor toda la ciudad. Y aunque en Asia no tendría por que existir la navidad, pues no tiene sentido una fiesta cristiana en países donde impera el budhismo, por todos lados hay decoración navideña, a base de luces, carteles de feliz navidad y prospero año nuevo. Ver enormes árboles de navidad junto a los centros comerciales y a dependientas luciendo gorritos de Santa Claus con una temperatura media de cuarenta grados hace que uno pierda la noción del espacio. Llegó un momento que yo ya no sabía donde estaba, no entendía como se podía estar sudando y viendo renos, imitaciones de nieve con porespán, esquís, y villancicos haciendo referencia a la blanca navidad. Y uno entiende que no solo el mundo cristiano está perdiendo sus costumbres y cultura en pro del capitalismo, sino que los países que van obteniendo un desarrollo económico, no tardan en unirse al gran mundo de gastar, del consumo innecesario. Y da igual si soy budhista, taoísta o musulmán, lo importante es que me compro unos zapatos nuevos de marca (o si no llego imitación) superreconocida a nivel internacional, mientras canto Jingle Bells bajo un paisaje nórdico mientras en la calle el sol derrite las suelas de los zapatos que te vas a comprar.

Bueno, dejando de lado la navidad, que ya bastante la odio en mi país como para tener que aguantarla aquí también, el pasiaje del centro de Bangkok es espectacular. Decenas y decenas de gigantes rascacielos, con formas diversas, pantallas gigantes que dejan a uno hipnotizado, musica por todas partes, promociones, regalos, ofertas. Y toda este mundo de lujos capitalistas mezclados con la venta ambulante de la calle, donde uno puede encontrar puestecillos de fideos fritos, de arroz y de pinchitos a la barbacoa por muy bajo coste. Bangkok es una mezcla de olores, de sabores, de colores, de gustos y necesidades, adaptado a cualquier tipo de consumidor. El que quiere lujo, lo encuentra y el que busca lo humilde, también.

El segundo día lo he dedicado al visitar el mercado flotante de la ciudad, junto con una chica china con la que compartía dormitorio. Ella fue quen me propuso esta excursión, pues se había informado de como ir en bus y así disfrutar del mercado flotante de una forma más económica. Durante el corto viaje en el bus, le pedí que me diera unas clases de chino, y fue muy divertido verme pronunciar. De todas formas estoy contento, pues ya se decir un poco más que Ni Hao o Xie xie. Cuando llegamos al mercado flotante vino la decepción, pues el mercado flotante solo funciona los fines de semana, y hoy es lunes. Bueno, es lo que tiene lanzarse ala aventura sin haberse informado con anterioridad. De todas maneras, no ibamos a desaprovechar el viaje, así que decidimos explorar la zona aunque no hubiera ese caos ordendo de barquitas ofreciendo de todo. En la plataforma flotante que hace de muelle, si que vimos algunos restaurantes flotantes, en los que más tarde nos daríamos un buen banquete. Un restaurante flotante consiste en una barquita donde el cocinero tiene su cocina y todos los ingredientyes expuestos para que el cliente vea, y decida cual es el plato que va a elegir. Entonces van ofreciendo sus servicios tanto en el muelle como en las casas que hay a lo largo de los canales. Y no solamente hay restaurantes, sinó barcas con helados, frutas y cualquier cosa que se pueda comer. Pero la hora de la comida vendría más tarde.

Estando en el muelle nos ofrecieron una excursión que nos pareció interesante. Consistía en viajar en barco a través de los canales de Bangkok, a la cual llaman la venecia de Ásia, y ver como es la vida a orillas de los canales, visitar una granja de orquídeas y un templo budhista. Lo de las dos visitas era poco de mi interés, pero el paseo en el río si parece algo que pueda interesarme, así que dijimos que sí, y durante dos horas y media pudimos pasear por el río. Vimos la granja de orquídeas y no fue más que lo esperado, un enorme invernadero de flores. También visitamos el templo budhista donde comimos un plato de gelatina con hielo en un caldo dulce, y un buen plato de papaya. De vuelta al muelle, decidimos probar la gastronomía de este lugar, pues había decenas y decenas de puestos callejeros que ofrecían platos que no había visto en mi vda. Mi amiga pidió una sopa de fideos con albóndigas, que como buena china que és no puede faltarle su sopa de fideos, y yo, como buen español, me compuse unas tapas improvisadas. Compré un poquito de aquí, un poquito de allí, y mi amiga acabó arrepentida de haber pedido sopa. Entre otras cosas las tapas incluían unas tostaditas con pollo braseado y queso, pinchitos de pollo cocidos a la leche de coco y a la brasa, y una empanadilla de soja, tofu y coco que estaba para chuparse los dedos.

Después de comer, vimos tocar a una banda de música tradicional tailandesa. Se nos vió tal cara de curiosidad e interés, que la banda acabó por ofrecernos instrumentos para colaborar con la orquesta. Yo acabé tocando el xilófono y mi amiga los platillos, y aunque se notaba que no teníamos ni idea, tras varias canciones acabamos pillandole el truqillo, quizás no a la melodía, pero si a los ritmos. Durante más de una hora fuimos el objetivo de las cámaras tanto turistas como locales, todo el mundo se divertía con nosotros, todo el mundo esta sorprendido de ver un español y una china tocando en una banda tradicional. Los músicos nos daban consejos sobre como hacerlo mejor, nos enseñaban muy amablemente, y bajo mi opinión, se lo pasarón de maravilla. Quizás no estan acostumbrados a estas rarezas y salir de la rutina fue divertido para ellos. Congeniamos tanto, que uno de los músicos no nos permitió que volvieramos al hotel en autobús, sinó que casi nos obligó muy educadamente a llevarnos en su coche. Durante el camino de vuelta al hotel estuvimos conversando sobre nuestras vidas. El señor, que de aspecto físico parecía un cincuentón, tenía setenta y dos añazos con muy pocas arrugas que lo delataran y no pude resistir preguntarle por el secretop de la eterna juventud. Me contestó lo más lógico que se pueda imaginar, buena alimentación, deporte diario y no fumar ni beber en la vida. También hay que decir que el señor era un privilegiado dentro de la sociedad tailandesa, pues había trabajado para el ministerio de salud en Bangkok, lo que le ha permitido vivir con algunos beneficios extraordinários, como chequeos médicos semestrales, un buen sueldo de por vida, y una vida relajada. Nos contó que lo de la música era su gran afición de jubilado, pues tenía todo el tiempo del mundo para aprender y ejorar, y buan salud para disfrutarlo. La verdad es que da gusto encontrarse con gente tan amable, pues nos dijo que nos había llevado al hotel porque si él estuviera viajando le gustaría que la gente del país en el que estuviese fueran amables con él.

Por la tarde estuve descansando en el hotel. Y por la noche... era mi última noche en Bangkok, tenía que hacer algo diferente. Decidí visitar Soi Cowboy, la calle con la noche más loca de toda la ciudad. Entre decenas de rescacielos se encuentra esta pequeña calle, la cual destaca por su excesiva iluminación. Carteles con neones de colores invitan al visitante a entrar en los locales de shows eróticos, y no es que sean lugares de espectáculo, sino que una vez acabado el show, las chicas se ofrecen para pasar la noche contigo por unos cuantos baths. Los que me conocéis ya sabéis que eso de pagar por sexo no va conmigo, pero si que me resultó curioso ver como funciona el mercado del sexo en Tailandia. Y le digo mercado porque es como un lugar de venta de cuerpos al más puro estilo carnicería. El local que más me sorprendió fue uno en que había una plataforma central en que iban intercambiandose dos grupos de unas cincuenta chicas, todas ellas con su numerito cosido al sujetador. Las chicas solo estaban vestidas con una falda transparente (sin ropa interior) y un sujetador transparente, por lo que uno podía comprobar todo el cuerpo de la chica antes de llevarsela al hotel. Pero que estas chicas estuvieran semidesnudas, por decirlo de alguna manera no es lo que más me impresionó. Al mirar al techo no podía creer lo que veía, pues en la planta de arriba había otra plataforma de baile, con suelo transparente, donde algunas chicas en minifalda (y nada más) bailaban al ritmo de música electrónica. ¿Podéis imaginar las vistas desde abajo? Esto es para ver y no creer. Pues las chicas de arriba, también tenían su numerito cosido a la falda, pues estas no llevaban sujetador donde agarrarlo. Entonces, pregunté como funcionaba el procedimiento, me sentía como un auntentico reportero infiltrado. Me dijeron que tenía que elegir la chica que me gustaba, y que al bajar de la plataforma debía pedirle hablar con ella e invitarla a una copa. Durante esta charla se acuerda el tiempo y el precio con la chica, y después hay que pedir autorización al local para poder llevarte a la chica a tu hotel. La autorización no es más que pagar 600 baths (15 euros) para que la chica pueda salir, pues al llevartela tienes que compensar al bar por la ausencia de su trabajadora. También me informé del precio de las chicas, que ronda entre los 2.000 y 3.000 baths (50 a 75 euros), según la exigencia de la chica, que lógicamente dependerá de su belleza o experiencia. Fue una interesante experiencia pasear por el barrio más picante de Bangkok y ver como funciona el mercado del sexo aquí.

De vuelta al hotel paré en un bar que ya conozco en Khao San Road, a tomar una cerveza mientras conozco gente bailando. Como ya era muy tarde solo quedaban prostitutas y borrachos, así que mejor me voy a dormir. Mañana es mi último día en Bangkok, quiero descansar, y por la noche tomaré el vuelo que me llevará al mágico destino navideño. ¿Ya sabéis donde voy a pasar las navidades? ¿Cuál es el lugar más famoso del mundo, en el que todos los viajeros quieren pasar las navidades? Shhh No lo digáis en público. Nos vemos en.......... Continuará




martes, 11 de diciembre de 2012

Ratanakiri

Hola  todos!

Después de quedarme maravillado con la belleza de Mondulkiri, tenía que elegir donde pasar mis dos últimos días en Camboya, pues el visado de un mes no da para más. Una de las cosas que estoy aprendiendo en este viaje, es que uno puede valorar cuanto le ha gustado el país según la pena que le de abandonarlo. Y es que después de visitar varios países en Asia, es la segunda vez que siento verdadera pena por irme de un país cuando mis días de visado han finalizado. La primera vez fue en India, cuando tras haberme enamorado de tan bello país, crucé la frontera con Nepal llorando. Ahora me toca abandonar Camboya, país que clasifico en el segundo puesto de entre los países del mundo entero que más me han gustado. Y el que sepa de Camboya quizás me diga que no hay mucho para ver o visitar en este país y seguro que tendrá razón, pues Camboya no es un país que ofrece paisajes espectaculares, increíbles playas o monumentos que quiten el hipo (excepto Angkor). Yo siempre digo que hay muchos tipos de viajeros, y yo me considero de los que valoran más la cultura y costumbres de un país, que las bellezas turísticas marcadas en cualquier guía de viajes, pues creo que la grandeza de un país está más en su gente que en sus piedras. Y los habitantes de camboya han sabido ganarme con su amabilidad, su eterna sonrisa, su inocencia ante la vida y ante el prójimo. Creo que la población Khmer es digna de ser observada para el aprendizaje, pues tienen mucho más para enseñar que para aprender. Es un país para visitar con la boca cerrada y los ojos bien abiertos, y intentar captar e interiorizar algo de cuanjta bondad y humanidad poseen sus gentes. Por este, y muchos más motivos que soy incapaz de describir, pues se componen de millones de minúsculas experiéncias que he ido teniendo durante este mes en Camboya y que todas juntas hacen una magia inexplicable de por qué siento tanta pena al irme, hacen que pueda decir con la boca abierta que Camboya me ha llegado al corazón.

Pero aún no, todavía no es hora de despedirme. Todavía me quedan dos días para disfrutar y uno para viajar a la frontera, así que voy a elegir mi nuevo destino, que será Ban Lung, la capital de la provincia de Ratanakiri. Aunque me han dicho que Ratanakiri es muy parecido a Mondulkiri pero más turístico y con menos montañas, hay un lugar que me llama mucho la atención y que es el motivo que me hace desplazarme a tan remoro lugar.Se trata de un lago en el cráter de un volcán. Suena bien ¿no? Si os fijais en el mapa, Banlung esá a unos doscientos kilómetros al norte de Sen Moronom, pero las nefastas comunicaciones terrestres de Camboya hacen que la ruta directa sea un camino de tierra por el que no circula más transporte que motocicletas, y que estas cobran a los turistas unos 60 dolares por trayecto y persona. Así que me toca hacer lo que todo el mundo hace, tomar la ruta larga, volver a Kratie para después subir por la carretera principal hasta Ban Lung, lo que hace que pase doce horas metido en una furgoneta tipo minibus. Para mi sorpresa, al llegar a Banlung y encontrar un alojamiento económico a la orilla de un lago, me he encontrado con César, el chico catalan con el que compartí la cena en el bar de Andrés en Kratie. Me cuenta que mañana cruzará la frontera con Laos y que ha tenido un susto en una de las cascadas, pues cuando iba a meterse a nadar ha salido a flote un hombre que desaparecó ayer.y que parece ser que había resbalado y fallecido en este bonito lugar. Es normal que con mala energia en el cuerpo, Cesar quiera abandonar este lugar Como llegué a las ocho de la noche, no me quedó más que hacer que compartir la cena con Cesar.

Al día siguiente me despierto y vuelvo a estar solo, y tras informarme sobre que es lo que puedo hacer aquí, alquilo una moto y me dirijo a visitar las tres cascadas de agua que hay a tan solo 10 kilómetros de la ciudad. En la primera, hay un bonito salto de agua que cae a una zona rocosa del río, en la cual no se pude nadar, pero si que uno puede disfrutar de un relajante masaje poniendose justo debajo del salto de agua, pues ésta cae con mucha fuerza debido a la altura.

Para visitar la segunda, tendría que volver a la carretera principal, y cruzar varias aldas al otro lado del camino. Una vez que llegué, vi que la cascada era mucho más bonita que la primera, incluso tenía una poza en la que poder bañarse. Pero cuando iba a quitarme la camiseta para darnme un zhapuzón me acordé de la história que me había contado Cesar el día anterior. Estoy tan seguro que ésta es la cascada del muerto, que me arrepiento y después de hacer varias fotos decido irme con mal rollo en el cuerpo.

La verdad es que no me quedan ganas para visitar más cascadas ni más aldeas, pues en Mondulkiri quedé satisfecho y en Ratanakiri con dos cascadas y varias aldeas he tenido más que suficiente. Además llevo varios días sin descansar, y eso se nota en el cuerpo, qu eme esta pidiendo un parentesis. Pero como quiero aprovechar que he comprado la moto, se me ocurre una buena idea relajante. Voy al mercado, compro dos kilos de fruta, y me voy a visitar el plato fuerte de Ratanakiri, el Lago del Volcán. Se trata de un extraño lago de aguas azules que se ha fromado en el cráter de un pequeño volcán a tan solo cuatro kilómetros de la ciudad. Un lugar de descanso y relax, donde los habitantes de la zona se mezclan con los turistas para pasar el día de picnic, chapotear en el agua, aprender a nadar, o simplemente pasar el día paseando o sin nada que hacer. La belleza del lago invita a la paz. Yo no hice otra cosa que nadar, leer un buen libro que un argentino me regaló en el camino, y comer montones de frutas exóticas que he comprado en el mercado. En la flataforma de madera donde yo estaba había unos chicos camboyanos que me han invitado a jugar con ellos a haber quien hacía la pirueta más rara saltando al lago. Entre volteretas, saltos y espaldazos contra el agua, hemos pasado una tarde divertida y muy muy entretenida.

De vuelta al albergue he conocido a David, un joven mexicano que recorre el mundo en busca de su camino interior. Con el he ido a cenar, y hemos paseado por el mercado en busca de alguna comida exótica Camboyana. Nuestra cena a base de serpientes y ranas a la babacoa no ha sido de las más buenas qu ehe probado en el país, pero no ha estado nada mal. El rumor de que la serpiente sabe a pollo es totalmente cierto. Yo creo que con los ojos cerrados no sabría distinguir entre uno y otro. Y las ranas... saben a rana. No hay otra cosa que se les parezca, pero supongo que el que más y el qu emenos ha probado las ancas de rana, y si no lo habeis hecho, España y muchos países de Europa tendréis buenas oportunidades.

El día siguiente lo he dedicado a no hacer nada. Descansar, pasear por la ciudad, visitar el lago de Ban Lung.... Nada más que hacer que recuperar energía y planificar mi siguiente destino. Una de mis ideas es cruzar la frontera con Laos y continuar recorriendo el sudeste asiático con el inconveniente de pasar las navidades en algún lugar desconocido de Laos, sin saber si voy a tener el entretenimiento suficiente como para no echar de menos en extremo a mi gente. La segundo opción es volver a India, pues allí está mi gran amigo Mariano e India es un país que ya conozco y se de algunos lugares donde la Navidad podría ser mágica. Pero hoy me ha pasado algo que ha hecho cambiar Laos e India por un lugar mágico, donde estoy seguro que todo el mundo querría visitar por navidad, pues dicen que allí las navidades son perfectas. Os dejo con la intriga hasta que esté en el destino, y el que ya sepa o imagine donde es, que no fastidie la sorpresa.

Pero antes de viajar a este ídilico paraíso navideño, tengo que salir de Camboya pues pasado mañana caduca mi visa y no quiero quedarme ilegal como me pasó en Tailandia. Mañana tomaré un bus hacia Siem Reap y pasado mañana cruzaré la frontera de vuelta a Tailandia. Ahí teneis una pista de a donde me dirijo. Un fuerte abrazo a todos.








sábado, 8 de diciembre de 2012

Mondukiri

 Hola a todos!

A seis horas de bus desde Kratie he llegado a Sen Moronom, la minúscula capital de la desconocida provincia de Mondulkiri. Me encuentro en el noreste de Camboya, a unos 50km de la frontera con Vietnam, y por la primera impresión qu eme ofrece "la capital" advierto que va a ser un lugar lleno de aventuras.

Sen Moronom es una capital de provincia que solamente dispone de dos carreteras asfaltadas. El resto es un conjunto de polvorientos caminos de tierra, donde conviven pequeños negocios, el rústico mercado, algunos alojamientos y varias tiendas de café, pues en Mondulkiri el producto estrella es el grano de café que proviene de sus extensas plantaciones. Desde que que empecé mi primer viaje en enero, substituí el café por el té, debido a la mala calidad del primero y la excelente del segundo en todos los países de Ásia. Pero esta vez, me tocará reencontrarme con este viejo amigo, y disfrutar de su intenso aroma y sabor. Me gustaría destacar que el café del Mondulkiri es uno de los mejores cafés que he probado en mi vida independientemente del bar donde lo tomase, siempre está exquisíto

Pues nada más llegar a Sen Monorom me dispongo a seguir la rutina de buscar el alojamiento más barato. Todos oscilan entre cinco y diez dólares (hasta ahora lo más caro que he pagado han sido tres), así que decido no rendirme y seguir buscando. La suerte me acompaña de nuevo cuando me encuentro con unas indicaciones que marcan un alojamiento con bonitas vistas, en bungalows individuales y a un kilómetro de la ciudad, por tan solo tres dolares. Voy siguiendo las indicaciones y cada vez me meto más en la jungla. Como me gustan estos momentos de aventura e intriga. Cuando consigo llegar, me encuentro con unas cabañas bastante simples, hechas de paja, dispuestas en medio de la jungla, y como decía el cartel con unas vistas espectaculares sobre los bosques, donde se promete una precisoa puesta de sol. Para los que somos más de naturaleza salvaje que de lujos, es un lugar perfecto, pues aunque los bungalows invitan a visitas nocturnas de insectos y pequeños anomalejos, no hay nada más placentero que dormir en medio de la nada, y despertar con el sonido de la jungla. Decido quedarme.

Supongo que la suerte tiene poco que ver en que encontrara un montón de gente intersante durmiendo en este albergue, pues creo que el lugar ya es motivo de selección para gente aventurera. Seguro que de gente cómoda esta la ciudad llena. Dos ingleses, dos alemanes, un francés, dos suizos y un americano que lleva viviendo en ese lugar durante un año y medio, haremos una gran piña durante nuestra estancia en ete lugar. Durante el día cada uno hace su aventura, pero por la noche todos coincidimos para tomar cervezas y reir al son de buena música.

Tanto en el hotel como en varias agencias de turismo me ofrecen diferentes formas de disfrutar de Mondulkiri. Entre trekings de un día, trekings de varios días durmiendo en amacas en la jungla o en casas de etnias minoritárias, paseos en elefante, visitas en moto me decido a no elegir ninguna de las opciones, pues me parece posible explorar estas tierras por mi propio pie. Todas las opciones parecen caras y bastante turísicas, ya sabes que no me gusta pagar para sentirme un borreguito.

La traducción de Mondulkiri al español es "en en centro de las montañas", pues es la única región montañosa de este llano país. Y entre tantas montañas se econden un sinfín de curiosidades como bellos ríos, preciosas cascadas de agua, y lo más interesante, decenas de pequeñas aldeas donde habitan las etnias minoritárias de Camboya, entre ellos los Phnong. Las étnias minoritárias son tribus que aún viven a su manera en sus aldeas, dedicandose principalmente a la agricultura y en pequeñas ocasones a la pesca de río.

Así que con tantas cosas que ver y tan largas las distancias entre unas y otras decido alquilar una moto, con la que durante tres días exploraré esta bella tierra que como ellos dicen está "en medio de algún lugar".

El primere día decido ir a buscar el punto más lejano en el mapa de curiosidades, y me dirijo a las carataras de Bu Sra. Tras 47 kilómetros en destartalados caminos de tierra, pasando por barrizales, cruzando riachuelos, patinando en caminos de grava, sorteando profundos baches capaces de hacer caer a cualquiera, por fin llego a mi destino. Lo primero que veo es un cartel donde dice que hay que pagar 1,25 dolares por entrar. Como no estoy de acuerdo en pagar para ver una cascada, pues la naturaleza no es privada, decido buscar un camino alternativo en medio de la jungla que me lleve a un buen punto para verla, pues no creo que tengan cercado el rio. No me es dificil bajar por el barranco que me da al fondo de la cascada. Una vez llego me resulta bonita, pero no tan impresionante como me habían dicho, pues se comenta que esta es la cascada más alta del sudeste asiático. Parece que unos metros más alante el río vuelve a caer, voy a investigar. Encuentro otro camino que vaya más todavía, dejando al descubierto, ahora si, las impresionates cascadas de Bu Sra. Metros y metros de El ruido es ensordecedor cuanto uno más se acerca, y el agua empapa toda la ropa. Aún y así, dos jovenes pescadores estan intentando sacar peces del río justo a pie de la cascada.

Más tarde visito la aldea cercana con el mismo nombre de la cascada, la aldea de Bu Sra y establezco mi primer contacto con el sector más puro del país. Con puro me referiero a que son aldeas que rechazan el contacto con el mundo exterior, no hablan Khmer y mucho menos Inglés, sino que se comunican en la lengua local Phnong, y sde autoabestecen con la producción agrícola interna. Al ser Mondulkiri una zona muy poco contaminada por el turismo, y los pocos que llegan a las cascadas se vuelven sin visitar la aldea, me encuentro con situcaciones que no había visto en mi vida. La gente ya no es tan simpática sinoq ue desconfían de mi, los niños ya no me saludan con una sonrisa sino que corren atemorizados, y los más pequeños lloran al verme. Cuando para la moto frente a una casa, las madres cogen a sus niños y se encierran donde no pueda verlos. Mis sensaciones son confusas, pues estoy emocionado de estar en un lugar donde aún no conocen al hombre blanco (o quizás lo conocen tan bien que por eso huyen atemorizados), y por otra parte no me gusta lo que provoco en ellos rompiendo la tranquilidad de la aldea. Por el momento decido irme, necesito pensar sobre estas gentes.

De vuelta a Sen Moronom no me queda más tiempo que el de darme una ducha antes de salir a cenar. Después, descubriré el bar de un camboyano y una francesa, el único que tiene internet en la ciudad junto con su turistico competidor. Pero el Gecko, ese es su nombre, es un bar humilde, poco frecuentado, al más puro estilo hippie, donde pasaré las noches de los Mondulkiris con mis amigos del hostel.

A la mañana siguiente, vuelvo a llenar el depósito de gasolina, y empiezo una nueva ruta. Esta vez iré hacia el norte. Lo primero que encuentro es una alta colina con unas bonitas vistas de Sen Moronom y sus alrededores. Desde lo alto se puede ver el lado de la ciudad y el enorme descampado de tierra al que ellos llaman aeropuerto. Junto al templo de la colino conozco a un chico camboyano de la capital que ha venido a vivir a Mondulkiri por negocios. Me ofrece trabajar en su empresa de plantaciones de caucho a cambio de un sueldo que incluye vivienda y comida pagada. Aunque la idea es bastante tentadora, no voy a colaborar en el negocio que está destruyendo los bosques de esta zonsa, pues se estan desforestando los montes para plantar caucho y exportar el producto final. Lo peor de todo es que ni el beneficio se queda en el país pues estas empresas son chinas o francesas, y lo único que percibe Camboya es la explotación laboral de sus aldeanos y la deforestación del único pulmón del país.

Sigo conduciendo la moto camino de lo que ellos llaman el mar de bosque. Se trata de un punto em lo alto de una colina desde donde se ven los bosques vírgnenes que aún están a salvo. Desde este punto alto parece como si las copas de los árboles formaran gigantes olas verdes, simulando así un mar de bosques,

Sigo conduciendo hacia el norte, donde me encuentro con una preciosa aldea cuyo nombre es Lao Ka, Al estar más cerca de Sen Moronom parece que no causo tanto pánico aunque el sentinmiento de desconfianza sigue siendo fuerte. En la aldea puedo ver las casas de paja artesanas típicas de los Phnong, rodeadas por decenas de cerdos, cabras, búfalos, pollos y perros, todos ellos animales que sirven para la alimentación de sus habitantes. A parte de los animales domésticos, los Phnong también se alimentan de ranas que cazan por la noche, serpientes, grillos y todo tipo de insectos. Tras varios fracasados intentos de encontrar las cataratas de la aldea y después de intenar hacerme entender con gestos, acabo tirandome una botella de agua por la cabeza para hacerles entender que lo que busco es una cascada, pero aún y así, no hay manera. Decido dejar estas cascadas y voy rumbo a la ciudad donde sí se que hay unas sencillas de encontrar.

Cuando estoy conduciendo la moto, un joven motorista me hace señas para que le siga. Le hago caso, pues nada malo puede pasarte en Camboya, y el chico quería llevarme justo a las cascadas que yo buscaba. Cuando llego a las cascadas de Sen Moronom, me indica donde está la bajada y se marcha. Todavía me cuesta entender la amabilidad de los camboyanos. A los cinco minutos de estar hacidno fotos de las cascadas viene un grupo de chicos de unos 20 años, con una guitarra y mucha energía. Después de tocar la guitarra y cantar juntos me proponen saltar desde la cascada a la poza. Acepto, con la condición de que ellos salten primero para indicarme donde es más profunda la caída. Una vez que saltan los dos, ya no me queda otra que saltar. Once metros de caída hacen que el impacto con el agua sea un poco doloroso, pero los segundos que uno está volando lo hacen tan excitante que repito el salto 3 veces más. Los chicos me acompañan, saltamos en parejas, solos, y procuramos poner la postura correcta para hacernos el menos daño posible. Al final, entre una cosa y otra se me va la tarde jugando y me doy cuenta que he vuelto por unas horas a mi niñez, en la que el tiempo corria sin darte cuenta hasta que tu madre te llamaba para comer. Pero esta vez no sería mi madre, sino un espeluznante frío que llegaba con la puesta de sol el que me hizo volver al hostel.

El tercer día sigo las recomendaciones de mi amiga francesa, la del bar Gekho. Esta vez conduciré rumbo al sur, en dirección Phnom Penh, para ir a buscar la aldea más bonita de todo Mondulkiri, Dak Dam. Una vez que llego vuelvo a encontrarme con gente desconfiada, pero esta vez rodeados por unas vistas espectaculares. La aldea brilla sobre el verde de la hierba, rodeaba por arboledas los nños juegan a boleibol y los adultos trabajan para la supervivencia, realizando las tareas rutinarias de la vida rural. No se explicar que es lo que realmente me ha gustado de esta aldea, si la pureza de su gente o la preciosidad de sus paisajes.Creo que es una mezcla de varias cosas las que dan la mágia a este minúculo lugar en el medio de alguna parte. Un lugar perfecto para perder las horas, pasear, tomar fotos, disfrutar.

Entre la carretera que va a Phnom Penh y la que va a Vietnam, existe un camino que cruza la zona sobre lo alto de las montañas. Las vistas son espectaculares. Conducir a tu aire, sentir el fresco aire de las alturas, disfrutar de las lejanas vistas desde lo alto del camino, una verdadera maravilla infrecuentada por los turistas, a la que yo pude acceder gracias a los consejos de la chica del Gekho.

Después de la maravillosa carretera, dos cascadas más me esperan en medio de la jungla, Romanhea I y Romanhea II. Me parecen bonitas, pero como ya llevo tres días de cascadas, quizás no soy capaz de apreciarlas tanto. Estoy seguro de que si hubieran sido las primeras habría alucinado igual, porque en Mondulkiri no hay nada que merezca desprecio ni desperdicio. La última aldea que visité fue Putang, una aldea donde se inician los tours en elefante. Los animales estan sueltos en la jungla, y cuando un turista solicita los servicios, el dueño tienen que adentrarse en el bosque durante varias horas hasta que lo encuentra. Después vulven a soltarlos en libertad. Aunque esté en contra del uso de animales para atracciones turísticas me parece la forma menos cruel de usarlos.

Después de tres días explorando las bellezas de estas tierras, me voy por falta de tiempo, pero no sin ganas de quedarme por una larga temporada. Mondulkiri es uno de esos lugares que me hace sentir bien, agusto, tranquilo, en paz.


















viernes, 7 de diciembre de 2012

Kratie

 Hola a todos!

Esta mañana he tomado un bus en Sihanoukville que me ha llevado a Phnom Penh, y de ahí una furgoneta que me ha llevado a Kratie. En total han sido diez horas de duro viaje, a veces por carreteras asfaltadas, a veces por accidentados caminos de tierra que cruzan pequeñas aldeas en medio de la nada. Pero después de pasar todo el día en un asiento, ahora sí, he llegado a Kratie.

En verdad Kratie es un lugar en el centro de Camboya en el que no hay mucho que ver. La pequeña población se extiende a orillas del caudaloso río Mekong, lo que le da un toque especial, pero tampoco es algo por lo que la gente pararía aquí. Entonces, ¿que tiene Kratie para que sea un punto de interés en Camboya? Pues Kratie es la casa de los últimos delfines de Irrawaddy, de los que se dice que solo quedan unos ochenta y cinco ejemplares.

El delfín de Irrawaddy es un extraño mamífero que habita en las aguas del río Mekong. Se trata de una mezcla entre delfín y orca que se cambió de domicilio y se adaptó a la vida de agua dulce. Es característico por tener el morro más chato que los delfines oceánicos y un bulto en su frente.

Como llegué a las siete de la tarde y dado que en el sudeste asiático anochece a las seis, no me quedaba otra que encontrar un lugar donde pasar esa noche y la siguiente. Como el pueblo es muy pequeñito me recorrí todos los alojamientos posibles, y me quedé en el que por calidad precio más me gustó, es decir, como siempre, el más barato. Por la noche salí a dar un paseo, en busca de algúm lugar donde cenar y pasee por el mercado viendo como, después de un duro día de trabajo, todos recogían sus puestos.

Al día siguiente me desperté temprano, tomé un fuerte desayuno y me puse en marcha, pues no quería pasar más de un día en Kratie, ya que el visado de un mes en Camboya está empezando a llegar a su fin. Me digeron que siguiendo el río hacia el norte llegaría al lugar donde habitan los delfines, eso si, antes tendré que pedalear durante 15 kilómetros. La verdad es que no se me ha hecho nada largo, pues cuanto más se mete uno en el interior del país, más agradable es la gente de las villas, más me paro a jugar con los niños, más disfruto de la hospitalidad de la camboya rural.

Una hora y media después llegaba a Kampi, la zona del río Mekong donde habitan los delfines de Irrawaddy. Al entrar con la bicicleta, un guardia me persigue corriendo., pues parece ser que me he saltado la taquilla. Cuando consigo entender loq ue el guardia quiere decirme, vuelvo atrás y pago los nueve dólares que vale la entrada. Al principio me había asustado, pues nueve dolares es mucho dinero en Camboya, pero luego me explicaron que el tiquet incluía una hora en una barquita privada solo para mí. Parece que voy a poder disfrutar de los delfines sin cientos de turistas gritando.

Solo pasar la taquilla, uno se encuentra con un balcón a orillas del río Mekong. Sentados, decenas de turistas casi todos de ellos camboyanos, disfrutan de las vistas del río, desde donde se puede apreciar perfectamente como los delfines salen a flote para respirar. Me quedo un rato observando y trato de contar cuanto tiempo estoy sin ver un delfín, y no fue más de diez segundos. A veces salen a flote en pareja, a veces en grupo o a veces solos, pero cada vez que un Irrawaddy sale del agua se oye a lo lejos el fuerte sonido de su respidración. Es como una explosión de aire que dura menos de un segundo.

No puedo esperar más, así que, impaciente, bajo a la orilla del río donde un simpático barquero me ofrece ser mi guía durante la siguiente hora. Subo a la barca, arrancamos motores, navegamos al centro del río, y de repente paramos motores. El barquero se sirve de un largo remo en la popa del barco para navegar silencioso por la zona, pues nos encontramos intrusos en casa de los delfines. A menos de un minuto de espera, empieza el espectáculo. A nuestra izquierda un delfin deja ver su aleta y la parte superior de su cuerpo, expulsa el aire y vuelve a sumergirse en el río. Parece que va a ser difícil tomar fotos, pues solo están fuera del agua uno o dos segundos, y salen alejados de la barca, pues los delfines de Irrawaddy no son tan simpáticos como los oceánicos, y huyen del ser humano ya sea por miedo o timidez. Así que durante un buen rato suelto mi cámara, si no soy capaz de tomar una buena foto ya las buscaré en internet, pero no voy a desaprovechar la oportunidad de disfrutar de las maravillas de este extraño animal.

La hora trancurre entre un juego en el que los delfines huyen de la barca y el barquero trata de aercase con sigilo. La verdad es que no me esperaba ver tantos y tan seguidos, por lo que me da tiempo de disfrutarlos y de hacerles fotos, eso sí, todas de lejos, pues ni uno se anima a acercarse. El momento más espectacular ha sido cuando un ejemplar, en su intento de recuperar su aliento fuera del agua, ha lucido su cola en un presumido salto casi olímpico y yo no he desaprovechado la oportunidad de hacerle una foto.

De vuelta a la orilla, me he quedado un rato más viendolos juguetear desde el balcón. Dicen que el delfín de Irrawaddy está en grave peligro de extinción y quizás, si algún dia vuelvo a Camboya, el Mekong llore la ausencia de estos divertidos animalitos que hacen del río un lugar muy expecial.

De vuelta a Kratie, paro en un centro de meditación. Se trata de un templo budhista alzado en la cima de una montaña, desde donde hay buenas vista del río Mekong. El lugar está perfectamente ambientado para su objetivo, respetando las zonas de bosques y decorando los árboles con imagines de Budha y su vida. No es un lugar que llame la atención de forma espectacular pero si es uno de esos templos que invitan al relax, al pensamiento o al vacío mental. Yo, me perdí entre sus silencios por más de dos horas.

Y al atardecer,  habiendo completado los quince kilómetros que me llevarían de vuelta a Kratie, me dispongo a ver la puesta de sol sobre el río Mekong, pero antes, me tumbo un rato a descansar en la cama de mi hotel. Cuando me doy cuenta me había dormido, y el sol ya se había puesto, pero todavía quedaba ese rastro de colores en el cielo, que indicaba que aunque no se viera, el sol estaba justo ahí, escondiendose tras el horizonte.

Paseando por la ciudad he conocido a Andrés, un chico catalán que decidió cambiar de vida y abrir su propio negocio en Kratie. Fuí a comer a su restaurante, pues me dijo que su cocinero era un estudiante recién salido de la escuela de cocina. A parte de disfrutar de un delicioso Amok de Pecado, la charla, a la que se unió César (otro catalán que está dando la vuelta al mundo), se alargó hasta tarde. Cuando uno lleva tiempo viajando, disfrutar por una noche de sus raíces te hace sentir relajado, agusto, casi como en casa.

Andrés me explicó que otro punto interesante de Kratie es pasar unos días en una enorme isla que hay en medio del río, donde la gente habita en cabañas, sin electricidad, con el agua bombeada desde el río, y en un ambiente rural único. Además por un módico precio, uno se puede quedar a dormir y comer en casas locales. La verdad es que no pinta nada mal, pero ya he comprado mi billete para mañana. La próxima vez será.










domingo, 2 de diciembre de 2012

Ko Russei

 Hola a todos!

Hoy he viajado a Sihanoukville, la zona costera más conocida de Camboya, y por lo tanto la más turística. Aún y así, me han recomendado visitar esta ciudad y disfrutar de sus playas, por lo que no voy a perderme como se vive la costa en el país.

Me he despertado muy temprano para llegar al primer bus de la mañana, que me llevará desde Kampot a Sihanoukville por un tramo de carretera horroroso. Los saltos sobre los baches en el camino no me dejan dormir, sólo dar un par de cabezadas. Cuando llego a mi destino, empiezo a buscar alojamiento. Todo es carísimo excepto un lugar llamado Utopía, donde por 1 dólar puedes dormir en una habitación compartida con unas 20 personas más. El ambiente parece no coincidir con mi idea de un buen alojamiento, pues si no me equivoco ¿todo el mundo está con resaca? En la recepción me dicen que hoy esta noche habrá fiesta en la piscina. ¿Cama y piscina por un dólar? Aquí hay gato encerrado. Pero como ya he dormido en sitios que no eran del todo de mi agrado, decido dar una oportunidad al lugar.

Al dejar mis cosas en la habitación (són las 12 de la mañana y casi todo el mundo duerme), me encuentro con un resacoso australiano que me cuenta lo loca que fue la fiesta de anoche. Creo que he ido a parar a uno de esos lugares que tanto odio, donde turistas de todas partes del mundo beben y se drogan hasta perder la consciencia. Me acerco a la barra a desayunar, pues si algo bueno tiene este lugar es que la comida también es baratísima. Y en ese momento conozco a Martín y Juan, dos chico argentinos que me presentan a Amparo, una simpática murciana. Los tres me aconsejan huir de este albergue, es más, a poder ser, huir de Sihanoukville. Dicen que por la noche no se puede dormir, que la música está a tope hasta las cuatro de la mañana y que la gente va drogadísima. Bueno... mañana me iré camino hacia el norte de camboya.

Mientras tanto el día transcurría. Disfruté de una buena charla con Amparo a la orilla del mar, en una tumbona con una fresquita cerveza, mientras veía como le depilaban las piernas con hilo. Sí sí, a primera línea de mar, es lo más común aquí. Mientras tanto pasaban decenas de vendedores ofreciendo de todo. Desde fruta fresca a gambas cocidas, pinchos de carne a la barbacoa, pulseritas hechas al momento, cocos, gorros, gafas de sol. Pa mí lo más grave no fue el agobio de los vendedores, sinó que un alto porcentaje eran niños, muchos de ellos por debajo de los 8 años.

A media tarde nos dimos cuenta de que no habíamos comido, pues la tripa empezaba a rugir, y Amparo me recomendó un lugar donde hacían barbacoa de pescado por tan solo tres dolares. Me pareció un menú perfecto, pues comimos dos gambas, dos calamares y un trozo de barracuda, todo ello a la barbacoa, acompañado de ensalada y patatas fritas. Para que luego digan que en Asia se come mal. De vuelta al albergue unos chicos nos dieron tickets de copa gratuitas a partir de la doce de la noche, así que pasamos la tarde charlando con los argentinos y a la noche tomamos las copas a las que nos habían invitado. Como la música no pararía hasta las cuatro de la mañana decidimos ir a la playa y meternos en un chiringuito a bailar. Cuando a uno le obligan a salir... ¿que va a hacer?

Al día siguiente nos despertamos tarde, los argentinos se habían ido a una isla de la cual nos habñian hablado muy bien, y Amparo y yo no encontrabamos buses para ir al norte, pues todos salían pronto por la mañana. Las opciones eran o ir a Phnom Penh y dormir allí para por la mañana ir al norte, o quedarnos una noche más en este horroroso lugar y viajar nmañana por la mañana al norte desde aquí. Las dos eran mala opciones, pero Amparo encontró una mejor, pues en diez minutos salía el último barco a la isla donde habían ido los argentinos. En ese momento ni me lo pensé, hice la maleta, compré el tiquet y corrí hasta el puerto.

Estuvimos navegando durante una hora y media hasta llegar a Koh Russei, o más conocida como Bamboo Island. Se trata de una playa desierta, en la que solamente hay un alojamiento, que consiste en cuatro bungalows esparcidos por la costa. La electricidad la da un generador de seis de la tarde a doce de la noche, y el resto del día se disfruta de la playa, de la jungla, de un buen libro, un lapiz y papel para escribir o una buena charla con los escasos turistas que han llegado a la isla. También tienen un bar que funciona con gas, por lo que sirven comidas pero en horarios limitados. Pero como las noches en una isla serían muy sosas sin cerveza, el pequeño barco que trae a los turistas dos veces al día trae bloques gigantes de hielo y muchas latas de cerveza para pasar una noche divertida, pero a la vez muy tranquila.

De los argentinos no supimos nada, pues nos dejoron que sí habían estado peroq ue decidieron irse en el siguiente barco. En su lugar conocimos a tres chilenos, con los que esa noche nos lo pasaríamos genial. Acabamos bailando danza tradicional khmer (camboyana) todos juntos. Para mi gusta es una danza muy femenina, aunque la bailan igual tanto hombres como mujeres. Os animo a que busquéis en internet como son los bailes camboyanos, y a ver si conseguís imaginarme, puede ser divertido.

Que más o puedo contar sobre esta isla... Pues conocí a una persona con una vida muy interesante. Se llama Pedro, es brasileño, y trabaja como camarero en la isla. Lleva nueve meses sin salir de este paraíso y es el alma de la isla. El organiza sesiones de pesca alrededor de la isla, snorkel, juegos y actividades. Hicimos muy buena amistad y pasamos buenos ratos tocando la guitarra y bailando canciones de Brasil. Lo verdad es que no solo hice amistad con Pedro, pues también pasé una buen rato con una pareja de alemanes que se dedicaban a saltar en paracaídas con los esquís puestos en alta montaña. También conocí a dos canadienses que estaban en un proyecto de ayuda humanitária con niños, un israelí que acababa de terminar el servicio militar, un americano que se inventaba las mil y una formas de fumar con cachimbas artesanas y las más divertidas, dos suecas que tras unos tragos de tequila querían que les enseñaramos flamenco. La verdad es que cuando uno esta en una isla desierta, con tan poca gente y tan poco que hacer, todo se intensifica más, se crea como una espontánea familia con la que disfrutas cada momento. Algunos llegaron a llamarlo el Gran Hermano Camboyano.

Al tercer día de estar en la isla decidí que o me iba ahora o me quedaba para siempre. Estaba tan agusto que estaba empezando a darme miedo. Quizás sea un buen plan vivir en una isla desierta, pero no es mi momento. Así que tomé el primer bote de la mañana que me llevó del cielo al infierno. Al llegar a Sihanoukville me doy cuenta de que vuelvo a estar en la misma situación, o duermo allí o en Phnom Penh, pero no hay buses ahora hacía el norte. Me vuelvo a encontrar con los argentinos y decido pasar la tarde con ellos, mañana tomaré el primer bus dirección Kratie.












viernes, 30 de noviembre de 2012

Kampot y Kep

 Hola a todos!

Hoy he dejado la capital para dirijirme al sur del país. Como el trayecto no me llevará más de cuatro horas, decido despertarme con calma, desayunar tranquilo, pues en vez de reservar el ticket he preferido ir a comprarlo personalmente a la estación de autobuses. Aunque al final el trayecto ha sido más largo de lo esperado, pues en Camboya nunca sabes ni a que hora vas a salir, ni a que hora llegarás, ni cuantas veces te pararás en el camino, el viaje ha sido agradable, pues una vez que sales de la capital todo vuelve a su estado rural y rudimentário. Los infinitas llanuras donde los campos de arroz se pierden en el horizonte, los campesinos con el agua hasta el cuello para cuidar de sus cultivos, y toda esa variedad de transportes improvisados que hacen la vida del campo un poquito más fácil, envuelven los paisajes de Camboya de una mágia inigualable.

Al llegar a mi destino, Kampot, ya se ha hecho de noche, y tras esquivar la ola de motocicletas y tuk tuk que quieren llevarme a cualquier parte decido caminar por la ciudad, pues he leído que es muy pequeña y así puedo ver, comprar y elegir un buen alojamiento para pasar esta noche y quien sabe cuantas más. Intento imaginar como será esta ciudad de día, si se e puede llamar ciudad, porque ahora camino bajo la oscuridad, pues las pocas farolas que hay no están encendidas. Con el paso del tiempo me doy cuenta que las noches de Kampot son así, sin luz. Me guío por la luz de los pocos hoteles y restaurantes que veo hasta dar con el mío, parece que he ido a parar a un sitio poco turístico, perfecto.

Al llegar al albergue en el que he decidido quedarme me doy cuenta de que lo llevan entre un americano, un escocés y un australiano que han decidido vivir una etapa de su vida en este tranquilo lugar. En una conversación me explican que ellos no cobran nada, pero tienen todos los gastos cubiertos, así que les es más que suficiente para poder vivir allí sin tener que gastar. Ellos me han dado la información de lo que puede hacerse en este lugar, pues Kampot no tiene nada de interesante, pero los alrededores ofrecen un sinfín de actividades. Consultaré con la almohada cual será mi plan para mañana.

Al despertarme decido alquilar una moto. Después de echar gasolina conduzco hasta el mercado central. En todos los lugares de Camboya, la vida se mueve alrededor de sus mercados, pues es donde  a parte de hacer negocios, se puede adquirir todo lo que uno necesita para vivir. Quizás estaréis pensando que esto pasa en todo el mundo por igual, pero intentad imaginaos vuestro pueblo o ciudad sin esas bonitas tiendas, sin ese enorme centro comercial, imaginaos que vuestra única opción es el mercado de toda la vida, pues, nos encontraríamos todos allí. Pues la vida de los mercados es la que más me gusta de este país. A parte de encontrar muy buena y barata comida local, suelo ir en busca de frutas exóticas que iré comiendo durante todo el día. Hoy me decido por el mangostán, una especie de mandarina con pulpa parecida al ajo pero de sabor dulce y ácida, envuelta por una amarguísima e incomestible esponja rosa que la proteje y cubierta por una dura cascará marrón oscuro. Compro un kilo, suficiente para pasar el día fuera. Y tras desayunar un plato de arroz con carne a la brasa, empiezo mi día de excursión.

Conduzco la moto cruzando el puente que salta el río que reina esta ciudad. Empiezo a darme cuenta que el estado de las carreteras de Camboya no es el ideal para conducir ningún tipo de transporte. Parece como si alguien, alguna vez, hubiera lanzado un poco de hormigón en el camino y así se hubera ido deteriorando. Baches, agujeros, zonas de tierra, estrechamientos, ensanchamientos, me hacen estar más atento que nunca, intentando mantener los ojos abiertos ante la nube de polvo que me sigue todo el camino.

Por fin llego a mi destino, el Parque Nacional de Bokor. En la entrada me hacen pagar 0,50 dólares por la moto, pues en este parque pagan los vehículos pero las personas no. El Parque Nacional de Bokor no tiene nada de espectacular y bajo mi opinión, creo que lo han hecho parque nacional por la dificultad de encontrar una montaña en esta zona de Camboya, pues todo el paisaje que he visto hasta ahora son llanuras. Visitar el Parque Nacional consiste en conducir sobre una carretera en bastante bien estado que curva tras curva no deja nunca de subir. En el camino, hay un par de miradores, donde un puede pararse a disfrutar de las preciosas vistas de la costa del Golfo de Thailandia, así es como se llama la zona costera de Camboya, Tailandia y un trocito del sur de Vietnam, La verdad es que cuando uno más asciende todo se hace más agradable, las vistas són más bonitas, y el clima más fresco. En la cumbre ya no se siente ese calor pegajoso que me lleva persiguiendo desde el inicio de este viaje por todo el sureste asiático.

Una vez llego arriba, visito los "lugares de interés" por los que se visita este lugar. Y sí, lo escribo entre comillas porque me asombra con que admiración visitan los turistas, tantos locales como extranjeros, las ruinas de lo que fué una estación de ocio en la época colonial francesa. Es verdad que ver una vieja iglesia católica abandonada en una cima puede ser algo extraño, porque en Camboya no hay catolicismo, o porque está abandonada y parece dominada por fantasmas. A parte de la iglésia tambien se puede visitar un hotel abandonado y un viejo casino. No sé, supongo que uno está acostumbrado a ver ruinas muy antiguas, como las romanas en Europa, o las de la antigua India o sin ir más lejos los templos de Angkor, que ver lo que dejaron los franceses en esta montaña no ha sido mi mayor ilusión.

En el otro lado de la cima, he encontrado una bonita cascada de agua. Aunque sus aguas estaban extremadamente sucias y contaminadas, he podido disfrutar un buen rato de lectura y del kilo de mangostán bajo el sonido del agua cayendo a varios metros de altura. Era un lugar idóneo para relajarse y dejar pasar el tiempo sin mirar el reloj.

La parte que más me ha gustado del Parque Nacional de Bokor ha sido el descenso, pues ver el sol ponerse sobre el Golfo de Thailandia, mientras se conduce a través de la más que agradable fresca brisa, da una sensación de libertad, y amor por las bellezas de la naturaleza de las cuales no tengo palabras para explicar.

De vuelta a Kampot elijo un buen restaurante local para la cena. Y con buen no quiero decir caro, quiero decir que cocinen buena cocina casera, y eso es algo que he aprendido a seleccionar, cada vez mejor con el paso del tiempo. Hoy elijo comer gambas a la pimienta, pues en esta zona del país la pimienta es el ingrediente más importante para las comidas y porque las gambas... ¿A quién no le gusta el buen marisco fresco? Una de las seguridades que da Camboya a la hora de comer pescado es que no tienen neveras, por lo que el pescado tiene que ser fresco del día sí o sí. Esto se comprueba visitando mercados, donde ves que tienen a los peces dando los últimos coletazos y a los mariscos vivos metidos en cubos de agua. La cena estaba para chuparse los dedos.

Al día siguiente sigo con el alquiler de la moto, pero esta vez mi camino irá hacia el este, en busca del pueblo de Kep. Este pequeño pueblo se dedica tanto a la pesca como a la agricultura, pues dispone de algunos kilómetros de mar (muy pocos de playa y muy mala) y buenas llanuras donde cultivar tanto arroz como pimienta. El camino entre Kampot y Kep es impresionate, es la zona más rural que he visto desde que empecé este viaje. La carretera no se puede llamar carretera, pues casi todo el camino es de tierra, y en muchos casos barro debido a las lluvias nocturnas. Montones de vehículos dan vida a este trayecto, entre motocarros, bicicarros, camiones hipercagados hasta extremos inimaginales, y niños que comparten biciletas con uno o incluso dos compañeros más, hacen de esta carretera un lugar en el que uno no pararía de hacer fotos, sinó fuera por la polvareda que se arma, que hace que uno circule casi sin mirar. Vacas sueltas en mitad del camino comparten espacio con enormes cerdos que están siendo engordados, y pollos que cruzan la calle sin mirar. A los lados de la carretera, las humildes casas de los campesinos, construidas con cuatro maderas por lado y techos de hoja de palmera, pero que disfrutan de una paisaje increíblemente bonito entre arrozales y palmerales.

Al llegar a Kep visito el pueblo. La verdad es que no hay mucho que ver, pero el ambiente lo hace interesante. Casitas a los lados de la carretera, más palmeras, y por fin llego al mar, donde más que una playa bonita llena de resorts, se puede ver la verdadera vida pesquera de un pequeño pueblo camboyano. Una pequeña playa, para mi gusto muy fea, estrecha, de aguas turbias, está como decoración, pues los camboyanos no saben nadar, y los únicos que disfrutan de la playa son los niños que remojan los pies en sus orillas. Pero lo más interesante de la costa camboyana no es su belleza, sino la vida que transcurre en ella. En sus aguas en calma pueden verse rudimentários barcos de pesca que salen cada día en busca de buen pescado fresco que vender en los mercados. Y lo más interesante de Kep, por lo que el pueblo se ha hecho nacionalmente conocido, es por su plato estrella, el cangrejo a la pimienta. Tal es la fama de este plato, que en el paseo que da al mar han construido una escultura de cangrejo gigante a modo de monumento.

Como empezaba a ser la hora de comer y no tenía mucho más que ver en Kep, me dirigo hacia el Mercado de Cangrejos. Aquí puede verse como se almacenan los cangrejos vivos, que han sido pescados y guardados en jaulas de mimbre que permanecen en al mar hasta que alguien pide comprar cangrejo. Entonces, las vendedoras se introducen en la playa, para abriri las jaulas y seleccionar cuantos cangrejos ahan sido demandados en ese momento. Así es, cangrejo fresco, fresquísimo al momento. Pero aún hay más, porque mi sorpresa llegó al estar sentado en el restaurante en el que había decidido comer, y al pedir el plato estrella del lugar, veo como la camarera se mete en el agua, y coje los cangrejos que me va a cocinar. Tras un rato de espera, cuando la comida es fresca es normal esperar, llega el delicioso plato de cangrejo a la pimienta. Habían partido en trozos tres o cuatro cangrejos y los habían cocinado con montones de racimos de pimienta que no habían sido ni sacado de las ramas, lo habían servido con un buen plato de arroz, ensalada y salsa de limón. Yo lo acompañé con un buen vaso de zumo de mango. Solo por darse el capricho de esta increíble mariscada por solo tres euros y medio hace que venir a Kep merezca la pena. Tras dos horas de sorber patitas, morder cascara y chuparme los dedos, no era capaz de levantarme de la silla, menudo festín. Tengo que decir que el Lok Lak camboyano ha pasado a segundo lugar entre mis platos preferidos.

Cuando fui capaz de moverme, subí a la moto y conduje campo a dentro, siguiendo un cartel que indicaba el camino hacia las plantaciones de pimienta. Al llegar, un agradable campesino me explicó el proceso de cultivo de la planta, contestó a todas mis preguntas y me hizo probar una bola de pimienta fresca. Luego me ofreció comprar su pimienta en bote, lo que rechacé, pues... ¿donde iba a cocinar yo con esa pimienta?

Después de la visita a la plantación el cielo se pone negro, así que o vuelvo al albergue o me va a caer una gran tormenta encima. Por suerte la tormenta me pilló una vez había salido del campo, donde la carretera no se embarraba tanto porque estaba mucho más transitada. Llegué al albergue empapado, justo para darme una ducha y descansar un rato antes de salir a cenar. Para la cena he pedido un plato de pescado con salsa agridulce, vegetales y piña. No sabéis como se disfruta de la comida aquí.











miércoles, 28 de noviembre de 2012

Killing Fields y S-21

 Hola a todos!

Hoy ha sido el día más duro desde que empecé a viajar, pues me he introducido en los horrores del pasado oscuro de Camboya, he visitado lo que queda del recuerdo de lo que fué la mayor atrocidad cometida por el hombre en este precioso país, he pasado el día en lo que he querido llamar el Auschwitz asiático.

Como ya os había introducido en el post del museo de la guerra, Camboya todavía guarda ese mal sabor de boca de los oscuros años en los que transcurrió la guerra civil y la dictadura comunista. Hoy me voy a centrar en los tiempos de la dictadura, cuando los Jemeres Rojos dirigidos por Pol Pot provocaron la caída de la capital camboyana Phnom Penh, y se hicieron con el poder del país. Una vez tuvieron el mando, mandaron evacuar las ciudades por la fuerza, enviando a la población a los campos de trabajo forzados para el cultuvo de arroz. Allí se torturaron y asesinaron a miles de personas que no comulgaban con su ideología, se fusilaba a todo aquél que tenía estudios, la piel fina y suave o a cualquiera que llevara gafas, pues todos estos eran signos de educación y cultura y en un régimen comunista puro era estar por encima de la sociedad. Se fusilaron también profesores, abogados, médicos, cualquier persona en posiesión de un diploma de estudios o que hablara un idioma distinto al Khmer. Incluso se llegó a fusilar a gente por saber leer y escribir, pues la mayoría no sabían. Se destruyeron las bibliotecas, los bancos, las oficinas de empresas, los símbolos que pertenecían a la religión, pues el régimen comunista prohibía tanto la educación como la religión. Las ciudades quedaron vacías.

Esta mañana me he despertado con intención de visitar los dos lugares históricos que relatan los duros sucesos durante la dictadura de Pol Pot. Después de negociar duro con un conductor de moto consigo que me lleve a los dos lugares por el precio al que yo quiero ir, parece ser que mis dotes comerciales siguen en pie, pues el chico me lleva resignado y me dice que no se lo explique a sus compañeros. Durante todo el camino me tocará escuchar que es la primera vez que hace ese precio, es el castigo que me toca pagar. Al final con un poco de simpatía me gano su confianza y hemos acabado siendo amigos.

Tras más de media hora conduciendo su moto por polvorientas mal asfaltadas carreteras, llegamos a los Killing Fields o campos de exterminio. En el camino hemos hecho una parada en un lugar al que no nos han dejado entrar. Se trata de una de esas verguenzas que tienen que esconder la mayoría de los países en vías de desarrollo, pues estamos pasando por un enorme vertedero, el más grande que he visto en mi vida. Montañas gigantes de basura que provienen de países que se hacen llamar primer mundo inundan esta zona rural, mientras centenares de las gentes más humildes de Phom Penh, habitan alrededor de este vertedero en viviendas a las que no me atrevería a llamar casas, pasando su vida entera rebuscando entre la basura occidental algo que en un país no valía nada y aquí pueda tener valor. Viendo esto duele pensar que mientras nosotros producimos bienes innecesarios ellos comen de nuestra basura. ¿Que estamos haciendo con este mundo para que sea tan injusto? No me extraña nada que no me dejen entrar.

La entrada a los Killing Fields cuesta cinco más que merecidos dolares, pues ademas de servir para conservar el lugar con total respeto y pulcritud, con la entrada se incluye un audioguía con un montón de idiomas a elegir, donde explican de forma explendida cada punto de la visita, así como testimonios, datos históricos y anécdotas.

Se empieza el recorrido en la zona de descarga de los prisioneros, que venían de la prisión S-21 (luego hablaremos de ella), normalmente de noche y con los ojos vendados, con la esperanza vendida de estar mudando a una nueva casa en el campo. Cuando los campos de exterminio fueron inagurados, a los prisioneros se les fusilaba nada más llegar, uno a uno, pero llegó un momento en que esto no esta posible por cuestión de tiempo y espacio, así que se construyeron fosas comunes en las que depositar los cuerpos confrome fueran llegando. Este campo de exterminio fue abierto sobre un antiguo cementerio chino, pues estaba alejado en la zona rural y había enterrados cuerpos allí, por lo que sería fácil mantenerlo en el anonimato.

Al seguir la visita, se pueden ver fosas comunes donde fueron encontrados centenares de cuerpos, y donde hoy día, en la época de lluvias, la tierra sigue escupiendo decenas y decenas de huesos, dientes y ropa de los que aquí fueron sepultados en su día. En el camino he visto varios ejemplos que ponen la piel de gallina. En una de las fosas se encontraron mujeres desnudas y bebés. A las mujeres las desnudaban y las violaban antes de matarlas. A los bebés se les aplastaba la cabeza contra un árbol que todavía se alza al lado de la fosa común. Cuando los vietnamitas liberaron al país del régimen de los Jemeres Rojos no entendían porque había restos de pelo y sesos en la corteza del árbol, y más tarde descubrieron la crueldad con la que asesinaban a los inocentes bebés. Hoy, tanto el árbol como las cañas de bambú que protegen las fosas comunes estan llenos de pulseras de colores, inciensos y flores en ofrenda al recuerdo de las víctimas.

Sobre un gran árbol en el centro del campo de exterminio, colgaban grandes altavoces que reproducían música revolucionaria a todo volumen con el objetivo de mantener en el anonimato las atrocidades que ocurrían en ese lugar, tapando los alaridos de las víctimas. Dado el volumen de prisioneros que aumentaba cada día más por la paranoica inseguirdad de Pol Pot, se empezó a matar a los nuevos llegados con herramientas rudimentarias como hachas, la oz, cuchillos, martillos,... se mataba a la gente a golpes. Incluso se empezó a cortar el cuello de los prisioneros con las ramas de un tipo de palmera que crece en todo Camboya, y que sus ojas acaban en un filo con forma de sierra, convirtiendose en una letal arma mortal.

A la salida del campo de exterminio se construyó una enorme pagoda budhista, en recuerdo al genocidio más grande que Camboya a sufrido. En esta pagoda se alberguan los restos de los huesos de los que aquí fallecieron, clasificados por género, edad, procedencia y causa de la muerte. Observando los cráneos puede verse si la persona murió a golpe de cuchillo, con un martillazo o un hachazo. La pagoda es un lugar de rezo, ofrendas y respeto a las víctimas y sus familias, un símbolo de paz y tolerancia, de la union de las gentes que hace menos de 40 años luchaban contra sus propios familiares, amigos y vecinos.

Antes de acabar la visita puede visitarse un pequeño museo con algunas fotografías de las excavaciones de 1980 cuando fué descubierto el campo de exterminio, explicaciones sobre la constitución del govierno dictatorial de la Kampuchea Democrática, que es como se hacían llamar los Jemeres Rojos en su posición de poder. Pueden verse muestras de cráneos según su forma de morir, las herramientas que se utilizaron para asesinar, y algunas explicaciones sobre la expulsión de las población de las ciudades, la ideología y normativa del régimen comunista. También se pasa un video explicativo sobre el tema.

Al salir de los campos de exterminio con el corazón encogido volvemos a la ciudad de Phnom Penh para visitar la prisión del régimen de los Jemeres Rojos durante la dictadura. Agradezco el aire contaminado de humo de coche y polvo de la carretera, pues a uno se le queda el cuerpo descompuesto después de ver esto, y el aire sucio puede llegar a limpiar todo lo acumulado.

El museo del genocidio Tuol Sleng o S-21 es la prisión donde se encarcelaban a los prisioneros enemigos del régimen comunista mientras hubo espacio antes de ser enviados al campo de exterminio. Fue instalada en un antiguo colegio de la capital, ya que los niños habian sido desalojados y enviados al campo a trabajar. El colegio consta de cuatro edificios en el cual se muestra como estaba organizada la prisión. Se muestran las minúsculas celdas de los prisioneros, las camas donde eran maltratados, interrogados o asesinados, y todos los instrumentos que se utilizaron para la totutra de los prisioneros. También se muestra una amplia exposición fotográfica de los prisioneros cuando entraban y eran fichados y algunas fotos de como morían a causa de las torturas recibidas. Desde arrancar las uñas en vivo, hasta arrancar los pezones con alicates e introducir gusanos en el interior del cuerpo, ahogar a los prisioneros en bañeras de agua, colgarlos de cuerdas atados con los brazos en la espalda... Decenas de las formas más macabras de maltratar a los que hacían llamar sus enemigos.

Durante la visita al museo S-21 me entretuve mirando fotografás de las víctimas y se me hizo de noche sin darme cuenta. De repente me encontraba solo, a oscuras, en el último edificio de la prisión, ante un decenas y decenas de celdas de los prisioneros, unas con la puerta abierta otras con la puerta cerrada. Fue tal la aprensión que sentí, que salí de allí lo más rápido que pude, creo que he tenido suficiente violencia por hoy.

Acuerdo con un conductor de moto qu eme lleve al hostel por un buen precio. No sabía donde me estaba metiendo. Hoy es el día en que Obama visita la ciudad por la celebración de la conferencia asiática. Las principales avenidas de Phnom Penh están cortadas y todos los conductores de tuk tuk, centenares de motos, algunos coches e incluso gente andando por la carretera bloquean las calles secundárias de la ciudad. Lo que debíamos haber hecho en diez minutos lo hicimos en dos horas y aún y así no llegamos a mi destino. Tuve que pedir al conductor que me dejara enla parte del río, donde cenaría algo, pues después de dos horas en moto me había dado hambre. No sabéis el caos que se llega a formar en una poblada ciudad donde las leyes de tráfico no existen, donde los sentidos de los carriles son opcionales,

Antes de despedirme decir que en el régimen de Pol Pot disminuyó la población de Camboya al 60%, es decir que asesinó a casi la mitad de la población camboyana. Os invito a reflexionar sobre el ser humano, pues es el único animal en el mundo que es capaz de matar, y torturar a otros animales incluyendo los de su propia especie por puro placer, sin depender de necesidades biológicas. Aún así nos hacemos llamar seres inteligentes, racionales y con sentimientos. ¿Que clase de monstruo es el ser humano? El que no se sienta identificado con el caso asiático puede encontrar sus propias referéncias en Europa con el Tercer Reich de Hitler, en Rúsia con el régimen comunista de Stalin, o en América con el genocidio de los indios americanos. No depende del lugar, depende de la especie hommo "sapiens". Ojalá algún día usemos nuestra inteligencia para recordar lo que nunca debía haber pasado y se repitió tantas veces. Ojalá algún día nuestro instinto nos frene y el mundo pueda vivir en paz.