domingo, 24 de febrero de 2013

Agra, terrorismo intelectual

 Hola a todos!

Hoy nos hemos despertado muy temprano (todavía era de noche) para pasar el día en Agra, la ciudad que alberga una de las siete maravillas del mundo, el Taj Mahal. Con las legañas pegadas a los ojos hemos tomado un rickshaw que nos llevará a una estación de tren un poco alejada de nuestra zona. Durante este trayecto nos hemos dado cuenta que nuestra excursión de hoy no iba a ser cómoda, pues una espesa niebla baja impedia ver más allá de nuestras narices cualquier cosa que tuvieramos delante. Esto también hacía que el ambiente estuviera más húmedo de lo normal, por lo que el frío de la mañana se calaba en los huesos, y llegamos a la estación tiritando de frío.

La imágen que daba la estación de tren era típica de una película de miedo. Las vías se difuminaban entre la niebla, del otro lado del andén solo se veían figuras que cargaban con sus pertenencias en sus cabezas y la oscuridad y suciedad de la estación le daban un ambiente tétrico. Un amable señor nos indicó que podiamos esperar al tren sentados en unos sacos mojados que no sabíamos lo que contenían dentro. En poco tiempo llegaba el tren, que no tardó en partir. En cada estación nos dabamos cuenta que la niebla no tenía mucha intención de retirarse, y la preocupación por no poder ver nítidamente la belleza del Taj Mahal empezó a apoderarse de nosotros.

Debido a la niebla, el tren demoró su llegada a Agra en casi dos horas extra, cosa que nos benefició, pues la niebla empezaba a aflojarse. Pero como todavía estaba presente cuando nosotros dábamos nuestros primeros pasos en la ciudad, decidimos dejar el Taj Mahal para más tarde. Empezamos nuestra excursión en el Fuerte de Agra. Por suerte, Agra tiene un sistema de transporte bastante transparente, pues los autorickshaw no pueden negociar el precio directamente con el turista, sino que hay una oficina de prepago en la que el visitante obtiene su tiquet y paga según las horas que vaya a utilizar dicho transporte. Además, existe información aproximada de las horas que se necesitan según la ruta de la ciudad que vaya a realizarse. Nosotros nos decidimos por alquilar el rickshaw por seis horas, ya que planeamos visitar el Taj Mahal y el Fuerte de Agra, haciendo una pequeña parada para comer cuando nos diera hambre.

Empezamos la visita al Fuerte de Agra, donde compramos la entrada conjunta para el Taj Mahal, ya que ofrecían un pqueño descuento. Paseamos por el interior de las impresionantes ruinas del fuerte, donde podían apreciarse lo que quedaba de las habitaciones, una pequeña mezquita en su interior, algún templo hindú, sus preciosos jardines, y la imponente fachada que se encuentra en perfecto estado. En el interior se pueden disfrutar de delicadas paredes de mármol con incrustaciones en piedras que diseñan bonitos detalles florales. Para aquél que piense que Agra es solamente Taj Mahal, le invito a visitar este precioso y detallado fuerte, ya que uno sale impresionado. Si en Agra no existiera el Taj Mahal merecería una visita por el simple hecho de albergar este increíble monumento. La única pena fue que no pudimos disfrutar de las espactaculares vistas del Taj Mahal desde lo alto del fuerte, pues la niebla inundaba el paisaje de un espeso humo blanco que solo dejaba que la gran maravilla del mundo se intuyera como una vaga silueta.

A escasos metros de la salida del Fuerte de Agra nos encontramos con un simpático grupo de ardillas ralladas, con las que nos detuvimos a jugar. Maria consiguió que una de ella se acercara a hurgar en su mano, haciendole ver que escondía algo de comida en su interior. Es la primera vez que estamos tan cerca de este desconfiado animalillo.

Al abandonar el Fuerte, decidimos dejar la comida para después de la visita al Taj Mahal, pues justo ahora la niebla había desaparecido, pero al esperar a que esto sucediera se nos habia echado el tiempo encima y no podíamos demorarnos en comer. En el trayecto entre el Fuerte y la entrada principal del Taj Mahal, nos hartamos de hacer fotos a la gente que pasaba por la calle, los tenderos que daban vida a sus pequeños negocios, los animales que cruzaban por la calle y los abarrotados rickshaw que transportaban más gente de la que su capacidad les permitía.

Una vez que llegamos a la entrada del Taj Mahal, el conductor del rickshaw nos advirtió que no podríamos entrar con tabaco, mechero, cerillas, artículos de piel, bolígrafos, ipads, chicles, comida, bebida, etc... así que dejamos algunas cosas en su vehículo para que él las vigilara mientras vistábamos el monumento. Nuestra sorpresa fue cuando la intrépida Maria, peligrosamente tuvo la intentona terrorista de entrar a ver el Taj Mahal con un librillo de crucigramas. Muy enfadada, la policía que vigilaba el control de seguridad le dijo que con esto no podría visitar el monumento, así que Maria tuvo que ir a dejar el peligroso librillo, con sus amenazantes sopas de letras y sudokus, a una taquilla gratuita que ofrecía el recinto para personas tan inconscientes como la peligrosa Maria. Al princpio nos provocó un poco de enfado, pero al darnos cuenta de la ridiculez de la situación, empezamos a hacer chistes y a reir delante de la policía, lo que tampoco aceptaron con buena cara. Eso sí, por mi parte les doy las gracias por hacerme entrar al Taj Mahal con una sonrisa de oreja a oreja.

Una vez dentro, nos dirijimos a atravesa la puerta de entrada que tapa el impresionante monumento. Aun recuerdo la sensación que me produjo la primera vez estuve aquí, en la que dejé de oir, de sentir, de ver otra cosa que no fuese el increíble mausoleo. Recuerdo que derrame una lágrima por la belleza del lugar. Esta era mi segunda vez, así que ahora le tocaba a Maria disfrutar. Lo que no sabía era que una vez cruzada la puerta, el mismo sentimiento se apoderó de mi. No tengo explicación para definir lo que me pasa con este monumento, no se si es belleza o que me impresiona demasiado, o quizás una conexión química con el lugar, pero cada vez que me enfrento cara a cara con el Taj Mahal, se me hace un nudo en la garganta y solo tengo ganas de mantener fiel mi mirada hacia él, y echarme a llorar.

La cara de María también era un mapa. Yo la miraba, le preguntaba, y no sabía que decirme. Solo le salía de la boca "Ala, es precioso". Una vez que el policia nos bajó de las escaleras de entrada a golpe de silvato empezó la lucha por la mejor fotografía. A estas horas el recinto se encontraba abarrotado de turistas, en su mayoría locales que viajaban para visitar el gran mausoleo. A veces con respeto, a veces sin él, nos turnabamos los mejores lugares para hacer fotografías frente al monumento, pero esta vez no me iría sin la foto que no fui capaz de tener en mi anterior visita, quería saltar desde un banco y que alguien me capturara en el aire, pero esta vez lo haría en compañía de mi madre. La foto salió muy divertida, la podéis ver en este mismo post, pero el tropezón que dió Maria y el aterrizaje de morros que hizo contra el suelo no se pudo fotografiar. Cuando se levantó riendo nos dimos cuenta que no había sido grave, un simple rasguño que seguro que mereció la pena por tener una foto que pasara a la posteridad.

Otro de los factores que agradecí de esta visita al Taj Mahal fue la diferencia climática. El suelo de mármol estaba helado, pero era mucho más agrabale que quemarse las plantas de los pies. Tanto Maria como yo parecíamos dos japoneses haciendo fotos del monumento, de nosotros junto a él, juntos, separados. Quedamos fascinados de nuevo al entrar en el interior y ver las tumbas donde descansan los cuerpos de los amantes por los que fue erguido el mausoleo, un tumba pequeñita para el joven cuerpo de la amada, y una tumba más grande para el cuerpo adulto del sultán. El detalle interior de la escultura en pared de marbol, las incrustaciones de piedras, los recargados diseños de las puertas agujereadas en mármol, hacen que el Taj Mahal no pierda ninguno de sus encantos para el gran reconocimiento de Maravilla del Mundo galardonado por la UNESCO.

Cuando nos cansamos de fotografiar el mausoleo (porque de verlo uno nunca se cansa), salimos hambrientos en busca de nuestro rickshaw. El primer restaurante que nos llevó no nos gustó porque era de presupuesto elevado, y le habíamos dicho que buscabamos un restaurante de presupuesto bajo. Así que la segunda opción fue el ajardinado restaurante en el que comí la otra vez que vine a Agra. Imaginé que este restaurante debe pagar buenas comisiones, pues todos los rickshaw te acaban trayendo aquí. Comimos tranquilamente, pues ya habíamos visitado los dos monumentos que queríamos ver. Y al termnar, como todavía nos sobraba algo de tiempo, pedimos que nos llevaran a ver un mercado típico de la ciudad. Nos dejaron en una calle en la que tanto a derechas como izquierdas se extendian puestos callejeros, algunos de ellos en el suelo y otros en carritos improvisados, por los que nos perdimos durante un buen rato. Entonces descubrimos que los turistas solo visitan Agra por sus dos monumentos, ya que tanto los vendedores como los compradores del mercado local nos miraban asombrados y ofrecian risas a nuestro paso. Observamos intrigados por las diferentes hortalizas que nos mostraban, y veíamos pasar la vida cotidiana de los mercados indios fuera del contacto de los turistas. Al subir la calle que giraba a la izquierda, encontramos unos niños que nos miraban medio curiosos medio timidos. Maria se animó a hacerles unas fotos, pero en cuanto sacó los caramelos, la calle se volvio a llenar de niños que no sabíamos de donde procedían. Cada vez había más, y Maria se vió envuelta de nuevo en un torbellino de gritos, risas y alegria mezclados con las ansias de obtener cuantos más caramelos mejor. Pero la inocencia de estos pequeños nos impresionó, pues muchos pasaban olimpicamente de los caramelos, pues preferían verse reflejados en la pantalla de nuestras cámaras fotográficas. Era muy divertido ver como cada uno se las ingeniaba para posar mejor que sus compañeros y así llamar la atención para salir en nuestras fotografías. La situación empezó a revolucionarse, pues los niños estaban cada vez mas exaltados, y tuvimos que abandoner la misión antes de que se hicieran daño o rompieran nuestras cámaras.

Como la estación de tren quedaba cerca, decidimos volver caminando. Descansamos en un banco de la estación hasta que llegara el tren de vuelta a Delhi, en el que Maria conoció a una familia encantadora y yo me dormí contra la ventana porque no podía con mi cansancio.

Cuando llegamos a Delhi caímos muertos en la cama, mañana será otro dia para disfrutar en la gran capital.













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