martes, 19 de febrero de 2013

Jodhpur pasado por agua

 Hola a todos!

Después dos relajantes días dedicados a la bonita ciudad de Udaipur, nos tocaba despedirnos de ella para encontrarnos con el siguiente destino rajasthaní, la ciudad de Jodhpur. Salimos de Udaipur de noche, en un autorickshaw que nos llevaría al lugar desde donde salía el autobús privado en el que habíamos contratado una cama doble. Viajar de noche siempre tiene la ventaja de ahorrar en alojamiento y de no enterarse de las horas que transcurren entre una ciudad y otra. La pena es que las distancias entre los lugares del Rajasthan no son demasiado elevadas, y uno llega de madrugada, por lo que tiene que buscarse la visa para dormir unas horitas antes de que la vida empiece a funcionar.

En la estación de autobuses conocimos a Alex, un joven mexicano trotamundos, que aprovecha sus vacaciones estudiantiles de la Universidad de La Habana, donde finaliza sus estudios de medicina. Le han concedido un mes libre y no ha dudado en venir a visitar este uncreíble país. Sus dudas sobre como moverse por el Rajasthan derivaron en una larga conversación nocturna sobre viajes, lugares del mundo, y curiosidades sobre su vida en Cuba. Cuando el sueño pudo con nosotros, después de un buen rato en el que las palabras peleaban contra nuestra consancio, decidimos descansar un poco. Yo me acosté en la cama que habíamos reservado, el se coló en una cama por la que no tenia reserva, pero que si no la ocupaba acabaría sin un cuerpo que la calentara.

Todavía de madrugada llegamos a Jodhpur. Alex se había unido a nosotros y se quedaría a pasar el día en Jodhpur. Depués nos acompañaría a Jaisalmer donde nuestros caminos de dividirán. Al llegar a Jodhpur nos sorprendió una lluvia totalmente inesperada. Ninguno habíamos imaginado que nos llovería en la ciudad más árida del Rajasthán, fuera de la estación de monzón. Tomamos un autorickshaw que nos llevaría al hotel donde estuve alojado en mi anterior viaje. La puerta estaba cerrada, así que tuvimos que insistir hasta despertar al recepcionista, que normalmente duerme muy cerca de la puerta por si llegan clientes nocturnos como nosotros. Una vez nos abrió la puerta, la pelea fue para que nos dejara la habitación al mismo precio que la había adquirido diez meses antes. No fue suficiente con explicarle que repetía en su hotel en menos de un año, pues el alegaba que era temporada alta y quer habíamos llegado tarde, Al final la solución fue llamar al dueño del hotel, despertarlo de madrugada para negociar personalmente con él por teléfono. Para que se creyera que esta esta era mi segunda vez, le describí la habitación y como se accedía a ella, prueba irrefutable que le hizo dejarme la habitación al mismo precio que la última vez. Cuando por fin conseguimos meternos en la cama, los cánticos de las mezquitas rompieron el silencio de la madrugada. A Maria y a mi nos volvió a dar la risa, pero aquí no acababa lo increíble de la situación, pues unos minutos más tarde empezaró a sonar el estruendo de las campanillas y tambores de los hindúes. Todo apuntaba a que no era un buen momento para dormir, aún y así, el cansancio culminó en un dulce sueño.

A medio día sonaba el despertador. Aunque lo único interesante de Jodhpur era su fuerte, no podíamos pasarnos el día en la cama. Como la hora del desayuno ya había pasado, fuimos directamente a comer. Subimos a lo alto de la azotea del hotel vecino, del que recordaba el buen gusto de su cocinero y las bonitas vistas del fuerte desde sus pies. Lo que todavía me costaba creer es que no había parado de llover, y que no tenía ,mucha intención de hacerlo. Si ya es raro estar en Rajasthan pasando frío, más raro se me hace acabar empapado por la llúvia.

Después de comer fuimos a reservar un billete de autobús para viajar esa misma noche a Jaisalmer. Ya que no tenemos mucho tiempo, es mejor no perder el tiempo en Jodhpur. Como el viaje era de tan solo 5 horas y el precio de la cama subía un poco más, decidimos hacer el viaje en asiento, pues ya descansaríamos cuando llegaramos a Jaisalmer.

Una vez nos hicimos con los tiquets llegó el momento de visitar el fuerte de Meranghart, situado en lo alto de una colina que domina la ciudad. Recuerdo de mi última visita el buen sabor de boca que me dejó tanto por la conservación del fuerte como por el trabajo invertido en la elaboración del audioguía, que se puede adquirir en varios idiomas y que además, va incluido en el precio de la entrada. Pero antes de acceder al fuerte, nos tocaba llegar a él, subiendo por la inclinada colina, callejeando entre estrechos pasos de casas azules, donde la lluvía inventaba pequeños riachuelos de agua que arrastraba un montón de porquería (y heces de todo los animales que habitan en las ciudades de india). Por comodida, no había querido pornerme las botas, y caminaba entre toda esta porquería con mis chanclas playeras, intentando no mirar abajo para no saber que era lo que estab tocando mis pies. Una vez entramos al fuerte, su cuidados limpieza dejó de provocarme esa fea sensación al caminar por la calle. En ese momento pue imaginarme lo que podría llegar a ser el monzón en India. Nunca había pensado como la propia naturaleza hace su función de limpieza de las calles de la India, y lo que esto puede llegar a provocar a los caminantes que andan contracorriente en el sucio río de basuras.

Una vez en el fuerte, disfrutamos muchísimo de su visita, El audioguía nos explicaba interesantes anécdotas como que el fuerte de Meranghart nunca había sido invadido por su posición elevada en la colina y su estructura arquitectónica, o que las mujeres de los Maharajas debían suicidarse tras la muerte de su marido, o que para la construcción del fuerte arrebataron la colina a un mendigo, el cual maldijo al fuerte con dificultades para proveerse de agua, y un voluntario ofreció su vida para deshacer la maldición. También disfrutamos de sus imponentes murallas, de la extraña decoración a base de cristales de colores y bolas brillantes sobre alfombras de cargados diseños de sus habitaciones. Pero lo que más me sigue impactando del fuerte de Meranghart, son la vistas que tiene sobre la ciudad. Desde su posición elevada se puede disfrutar del azul de la ciudad, donde las casas fueron pintadas por los brhamanes en devoción al dios Vishnu, y que más tarde descubrieron que era un buen repelelente para los mosquitos, además de un buen aislante térmico.

Visitamos también la armería, donde nos explicaron la resistencia del Maharaja a la hora de introducir la polvora en sus ejercitos, pues consideraba que un hombre valiente debía luchar empuñando una espada, y esto le costó la vida de muchos de sus soldados, cuando le atacaron con fusiles y pistolas. Otra sala que nos gustó fue la de los palanquines, que son las sillas que se utizan para montar en elefante, o para transportar a los miembros de la familia del Maharaja cargado por sirvientes de la corte.

La verdad es que aun siendo mi segunda visita guiada al fuerte, me gustó casi tanto o más que la primera, pues las grandes maravillas y más cuando estan bien organizadas, no dejan de gustar por mucho que se visiten. Esta sensación ya la he tenido con mis repetidas visitas a la Alhambra de Granada, pues cuanto más la visito más me gusta,

Después de varias horas deambulando por el fuerte bajamos de nuevo a la ciudad. Como todavía quedeban algunas horas antes de partir, decidimos visitar el mercado de la plaza central, donde todo se organiza alrededor de la torre del reloj. El mercado estaba más bien cerrado, devido a la inesperada lluvia, pero algunas tiendas si permanecían abiertas. Así que vimos algunos vendedores de verduras, hasta que fuimos invitados a tomar un té calentito en una tienda de especias. Sabíamos que aquél té iba a acabar en una demostración de especias a la que le seguiría una insistente intención de venta, pero a nosotros la demostración y el té ya nos interesaba, que compraramos o no, eso ya se vería en el camino. Nos enseñaron tés de todo tipo, de diferentes zonas de India e incluso mezclados con frutas, menta, u otras especias como el jenjibre o el azafrán. No hay que olvidar que India es el mayor productor de té del mundo, y que tienen infinitas variedades de muy buena calidad. Después, nos hicieron una demostración de especies, con la que disfrutamos de sus aromas y sabores. Una curiosidad fue la demostración de cmo diferenciar el azafrán de verdad a las imitaciones que vendian en los mercados, consejo que nunca olvidaré por si un día necesito comprar azafrán. Al final Maria compró algunas especies, y Alex y yo nos resistimos porque nuestro viaje será un poco más largo y es una tontería cargar con peso en las maletas. Además yo no se cuando voy a volver a casa para tener la oportunidad de disfutar de las especies.

Y ahora si, se había hecho la hora de irnos. Fuimos a buscar las mochilas al hotel y un autorickshaw nos llevó hasta la estación de autobuses. Como el bus iba medio vacío, tuvimos una cama para cada uno aunque no la hubieramos reservado. Eso si, había que ser más rápìdo que nadie, pues todos iban sin reservas y nadie quería quedarse sin cama. En el autobús conocimos a un chico que nos ofreció su hotel en Jaisalmer. Nos dijo que podríamos dormir allí, que su hermano nos vendria a buscar gratuitamente a la estación en un jeep, y que por la mañana explicaría su excursión al desierto. Todo ello sin ningún compromiso, así que si no llegabamos a un acuerdo con lo de la excursión, podríamos mirar en otro lado sin tener que pagar nada por la habitación.

Por la mañana su hermano vino a buscarnos, nos recepcionó en su hotel y dormimos muy tranquilos. Por la mañana, ocurrió lo que esperabamos. Nos trataron com ilusos turistas que todo se lo tragan, intentando vendernos una excursión a un precio elevadísimo, sin dejar que hablaramos entre nosotros o que opinaramos. Se trataba de un monólogo impositorio del que cuando nos cansamos de escuchar, agradecimos la cama, la ducha y el té de la mañana, para ir en busca de una mejor opción. Entraríamos en el fuerte en busca de mis amigos de la última vez. Nos vemos en el siguiente post, Bienvenidos a Jaisalmer.















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