lunes, 25 de marzo de 2013

Calcuta. La ciudad de la alegría


 Hola a todos!

Nada más llegar a Calcuta, debiamos buscar un lugar donde alojarnos, así que siguiendo la recomendación del buen señor que cuidó de mi en al bar de Varanasi, preguntamos por un bus que nos acercara a la zona de Esplanade. Una vez allí solo teniamos que callejear según las indicaciones de los locales en busca de la famosa Sudder Street, donde se encuentran la mayoría de los alojamientos baratos. Una vez la localizamos empezó el infierno, pues no hay nada que odie más que llegar a la zona turística de una gran ciudad con la mochila a cuestas, que simboliza carne fresca para los comisionistas localizadores de albergues baratos. Así que después de visitar todos y cada uno de los alojamientos de la zona, discutirnos con varios comisionistas y recepcionistas de hoteles, conseguimos un lugar que, aunque no nos gustaba, era lo más parecido al perfil que buscabamos. Así que dejamos las mochilas, y salimos a investigar por la ciuidad. A parte de los fastidiosos comisionistas, la primera impresion sobre Calcuta había sido muy buena. A pesar de que habíamos llegado con muchos prejuicios por las anecdotas de la gente, que nos contaban que Calcuta era una ciudad muy pobre, muy suicia, muy superpoblada y ruidosa, nosotros nos encontrabamos ante una ciudad muy colorida, con un clima subtropical agradable y que a simple vista ya mostraba un amplio abanico tanto a nivel social, como cultural, como economico. Quizás sea yo de aquellas personas a las que les gusta dejarse llevar por las sensaciones, pero nada más llegar a la ciudad noté que un embrujo incontrolable impregnaba mis sentidos, conducía mi mente hacia las más excitantes ganas de explorar cada rincón de "la ciudad de la alegría" y presagiaba una larga estancia en aquel bello lugar repudiado por las malas lenguas.

Hoy, más de veinte días han pasado desde que Calcuta me abriera sus puertas y me acogiera bajo su regazo para darme el calor de la hospitlidad de sus gente, el multicolor de sus barrios en todos los sentidos y por primera vez, dejarme afirmar que sí podría vivir en la India, o por lo menos durante una larga etapa, en la enamoradiza Calcuta. Como he pasado tanto tiempo en la ciudad y mis actividades y experiencias han sido tan variadas, voy a evitar el modo cronológico en que suelo redactar este blog, y voy a intentar dar una imagen desde mi perspectiva de lo que ha sembrado Calcuta en mí, detrallando las zonas que he visitado y las experiencias que más me han impactado, desde que un viaje de tres días y cinco rupias me dejara en la estación de tren de Howrah.

La primera parte de mi estancia en Calcuta fue en compañía de mi gran amigo Antonio. A parte de agradecerle lo mucho que me cuidó cuando tuve el problema con el pie (no se alejó de mi ni un solo instante), también quiero hacerle saber que estoy más que contento por los buenos momentos que pasamos junto a nuestros cámaras fotográficas, pues hemos aprovechado este tiempo que hemos pasado juntos para que antonio pudiera enseñarme algo de su profesión, fotógrafo. Aprender a manejar mi cámara es algo que hace mucho tiempo que tenía pendiente, pero nunca imaginaba hacerlo junto a una persona que se ha hecho querer desde el primer día, viajando por la India y de una forma tan informal pero tan bien aprovechada. Lógicamente no me he convertido en un fotógrafo profesional pero si estoy más contento con las fotografías que tomo, y lo más importante, Antonio ha sabido transmitirme la pasión con la que se puede vivir este precioso mundo, y como aprender a mirar desde la perspectiva de la luz y el color, deteniendo bellos momentos de la cotidianeidad de los habitantes de esta ciudad.

Y cámaras en mano salimos a visitar el paso del Ganges por Calcuta. Compartimos pequeñas charlas y sonrisas con quienes hacen sus vidas en los ghats a orillas del río, lavando sus ropas, realizando sus oraciones sagradas, recolectando agua santa, mientras que algunos aprovechaban para ser afeitados en la escalera de un ghat, recibir un masaje bañado en aceites ayurvédicos o sus orejas eran higienizadas con los largos palillos de los limpiadores oficiales de orejas callejeros. Mientras la vida dejaba fluir su monotonía, de escenario de fondo el Ganges servía de autopista para grandes barcos de mercancías, mientras que más atrás, el gigante de metal llamado puente de Howrah se alzaba imponente dejando un bonito paisaje que unía las dos partes de la ciudad separadas por el río más sagrado de India.

También visitamos los barrios más obreros de la ciudad, donde decenas de camiones de mercancías eran descargados sin descanso, sus mercaderías almacenadas y distribuidas por los pequeños locales, para acabar convirtiendose en procto final de algún negocio de la ciudad. La variedad de transportes incluía rickshaws, bicicletas, pullers (una especie de rickshaws humanos que tranportan tanto personas como mercancías con la única fuerza de sus brazos, como si de mulas se tratasen), camiones, camionetas, carretas y carretillas.... Los sudorosos trabajadores mavhaban sus blancas camisas trabajando duro, convirtiendo las calles de estos barrios en un espactáculo de la fuerza econnómica de una gran ciudad como la que estabamos visitando.

Nuestra visita al mercado de las flores fue uno de los momentos más impactantes que vivimos en la ciudad. pues ver como se gestionaba la compra y venta de toneladas y toneladas de flores de todos los colores en medio de la calle, entre un bullicio incesante de duro trabajo mezclado con alegría y una movida actividad, nos hizo entretenernos y perdernos entre los coloridos puestos callejeros de este lugar. Y como el mercado se encuentra justo de el puente de Howrah, no perdimos la oportunidad de pasear sobre este gran gigante de metal, que cada día cruza a millones de personas de un lado al otro del río. Nunca habíamos visto un puente con tanto tráfico. Coches, camiones, rickshaws, motocicletas, bicicletas, carromatos, motocarros, y transeuntes cargados con las más variadas mercancías cruzaban en cada segundo el puente hacía uno y otro lado. Unos transportaban el pescado fresco que alimetaría en ese día a miles de famílias, otros se encanrgaban de hacer pasar frutas o verduras de un lado a otro, elementos mecánicos, eléctricos,... Todo lo necesario para abastecer a una ciudad de ni más ni menos que catorce millones de personas.

Otra visita interesante en la ciudad ha sido al barrio de los escultores, lugar donde todas y cada uno de las familias que habitan las casas se dedican a esculpir dioses de todos los tamaños que después venderan en los mercados de arte y artesanías. Como estos artístas trabajan en la calle, se puede ver como llevan a cabo su trabajo sin ningún tipo de dificultad. Muchas de estas figuras religiosas se basan en la diosa Durga, la cual el día de su festividad es celebrado con estatuillas repartidas por toda la ciudad.

Y entre artistas y trabajadores, nos hemos alejado a visitar la zona más moderna de la ciudad, donde los edificios coloniales en extremo estado de dejadez se mezclan con preciosos parques bien cuidados y enormes avenidas por las que circulan miles de coches cada día. Una visita nocturna al Victoria Memorial Hall, nos hizo entender a través de un show de luces, sonidos y diapositivas fotgráficas, la história de la ciudad. Para los que tengás curiosidad, explicaros que Calcuta era un pequeño pueblo de pescadores a orillas del Ganges que fue convertido en una gran ciudad por parte de los británicos en la epoca de la conolización y que más tarde pasó a ser la capital de India mientras los colonos ingleses permanecieron en el país. Esto hace que Calcuta mantenga los imperiales edificios coloniales, pero que el estado de dejadez en que se encuentran debido a la insuficiencia de presupuesto para la buena manutención, sea tan elevado, que de a la ciudad la imagen de decadencia de un gran imperio en el que la economía nunca fue un problema. La independencia de la India hizo de Calcuta una ciudad de grandes desigualdades, en que cohexisten los habitantes más ricos del país junto con miles de personas que sobreviven a la inclemencias de la ciudad bajo el único techo consistente en un trozo de lona de plástico y una manta como suelo. Tanto la desigualdad de sus habitantes por sus sistemas de castas, como por el nivel económico, como el nivel cultural, hacen de la ciudad un impactante abanico social que a nadie deja indiferente, y que se funde con el color de los transportes que dan alegría a sus calles, amarillo para los taxis modelo ambassador classic y celeste y amarillo para los autobuses urbanos que invaden las arterias principales de la ciudad.

Otra de las cosas que nos impactó de Calcuta, fue pasear por sus bonitos y cuidados parques, en los que por primera vez y de forma descarada, las parejas se refugiaban para establecer sus niditos de amor, y la prohibición del contacto físico era pasada por alto, en un hervidero de parejas efusivas por fundirse en besos y abrazos, caricias y disimulados deslizamientos de manos. Por fin parece que los jovenes dan un toque de modernidad a una ciudad de India, por fin el amor y la libertad superan a la represión religiosa y al esclavismo sexista de la sociedad, por fin había encontrado un lugar en todo el país en que la libertad instintiva era lo más importante, y el cuerpo seguía las directrices del corazón, y no de la educación tradicional del país.

Como a Antonio le quedan pocos días de viaje, decidimos viajar rumbo hacia el mar, para ver como el Ganges llegaba a su fin y desembocaba envolviendo la sagrada isla de Gangasagar. Nos vemos en el fin del río más religioso del mundo.

















miércoles, 13 de marzo de 2013

Autostop a Calcuta

Hola a todos!

Por fin me veo capacitado para seguir mi camino, por fin el médico me ha dado el alta, por fin me he puesto las botas de trekking para proteger mi pie, he cargado a hombros mi pequeña casa llamada La Mochila Asiática, y me he echado a andar en busca de nuevas aventuras y bonitas experiencias en India.

Esta mañana me he despertado más feliz que nunca, he subido al terrado del albergue donde me alojo, y me he pegado un desayuno de reyes junto a mis buenos amigos Antonio y Mariano. Después de desayunar, hemos cargado con la mochila y hemos dejado el albergue, para ir a despedirnos del bar donde he pasado mis dias en Varanasi. Al vernos con la mochila a la espaldas, el equipo del bar se ha puesto un poco triste. Pero para contrarestar la pena, hemos hecho algunas fotos divertidas de recuerdo.

Es la segunda vez que tengo que tomar reposo en India por una enfermedad, y la verdad, es que las dos veces me han tratado de una forma excepcional. Me he sentido cuidado, atendido, mimado y querido, casi como si estuviera en casa, casi como si fueran mi pequeña familia en India. Así que igual que nunca olvidé el trato de mi primer mal momento en India y este año volví a visitar a mis amigos de Jaisalmer, a Abu y mi familia de Varanasi tampoco pienso olvidarlos, y seguro que la próxima vez que pase por varanasi les haré una visita.

Y después de despedirnos del equipo del bar, nos toca una despedida más fuerte. Mariano se queda en Varanasi mientras que Antonio y yo partimos juntos rumbo a Calcuta. La verdad es que se hace difícil despedirse de alguien que es ya casi como un hermano en India, que hemos vivido tantas experiencias juntos... Pero lo bueno es que no le queda a uno esa sensación de ¿nos volveremos a ver? Pues a Mariano tengo claro que si lo volveré a ver, y no una vez, sino varias veces a lo largo de mi vida. Igual que la mágia de India nos unió en Mahabalipuram, Pushkar y Rishikesh el año pasado, nosotros nos hemos vuelto a ver en Barcelona y Allahabad. Un abrazo hermano, te echaré de menos.

Y después de despedirnos de todos, Antonio y yo empezamos a andar por la orilla del río, siguiendo los ghats, pues esta vez no buscabamos una estación de tren o una parada de bus para viajar, sino que nos dirigiamos a la salida de la ciudad, donde los coches toman dirección Calcuta. Así es, esta vez habíamos decidido hacer los casi 700 kilometros que separan Varanasi de Calcuta parando vehículos en la carretera y preguntandoles si nos pueden acercar un poquito.

Una vez llegamos al puente que cruza el Ganges y que saca todo el tráfico de la ciudad, empezamos a parar vehículos. Como era una carretera local, solo había vehículos pequeños como motos, coches, jeeps, rickshaws y pequeñas camionetas. La gente no entendía lo que estabamos haciendo, pues unos nos enviaban a la estación de trenes, otros a la parada de autobús y otros querían parar un autorickshaw para que nos llevara abonando la correspondiente tarifa. Nosotros decíamos que no teníamos dinero, que solo queríamos que alguien nos acercara hasta la autopista NH2 dirección Calcuta. Por fin alguien lo entendió, y un jeep con un letrero de bus escolar que transportaba gente más bien de la tercera edad nos llevó hasta el pueblo más cercano a la autopista, nos encontrábamos en Mughal Sarai. Nuestro fallo fue abandonar la carretera principal y entrar en el pueblo, pues una vez dentro, otra vez nadie nos entendia y todos querían ayudarnos indicandonos la dirección de la estación de trenes. Así que comenzamos a andar para alejarnos del centro del pueblo. De repente, una camioneta nos paró y nos llevó a la salida del pueblo, donde había otro puente cruzando un río que llevaba a la autopista. Pero como aun estaba lejos seguimos parando vehículos. Un amable conductor de un jeep nos llevó hasta el siguiente pueblo, pero esta vez si, la autopista NH2 pasaba justo por ahí. Ahora ya podíamos encontrar lo que estabamos buscando, viajar en un gran camión de mercancías que nos llevara a Calcuta.

Nos pusimos en mitad de la carretera agitando los brazos, pues las autopista en India no son como las de Europa, sino que son dos carriles de ida y dos de vuelta donde los coches no superan la velocidad de ochenta kilometros por hora. Otra cuestión que debiamos tener en cuenta eran los gestos, pues en India no estan acostumbrados a que nadie haga Autostop y no entienden lo que significa levantar el pulgar en la carretera, así que para que nos hicieran caso teníamos que agitar los brazos, gritar, y lo más importante, hacer el gesto de Namasté, con las palmas de la mano unidas, en símbolo de respeto y gratitud. Muchos camiones no paraban, algunos no se atrevían ni a mirar, muchos nos gritaban algo que no podíamos entender por la ventana. Algunos si pararon pero iban en otra dirección. Al final, dos jovencísimos y simpáticos camioneros nos pararon, y aunque no iban a Calcuta sino a Patna (ciudad más al norte en la provincia de Bihar), nos ofrecieron llevarnos hasta el desvío que separaba las carreteras de los dos destinos. Subimos rápidamente la mochilas, nos acomodamos en la cabina del camion, y empezamos a practicar el poco Hindi que sabemos, que para ellos fue suficiente como para alegrarse de que dos españoles hablaran un poquito de su idioma. Cuando se nos acabó el tema de conversación, nos echamos a descansar encima de las mochilas.

Al cabo de una horas llegamos a la frontera entre el estado de Uttar Pradesh y Bihar, donde había un carril especial para camiones donde eran revisados antes de cruzar al estado siguiente. Al ver tantos camiones decidimos bajarnos a preguntar, pues seguro que alguno iría a Calcuta. Nos despedimos agrdecidos de los jóvenes camioneros y empezamos a preguntar camión por camión. Nada, algunos nos decían que iban a otros lugares, muchos no nos querían entender, otros no nos querían llevar, pero la mayoría decían que iban a parar a dormir, pues el sol se estaba poniendo en el horizonte. Al ver que no conseguiamos que nadie nos parara, decidimos ir a un pequeño puesto de chai, donde descansaban decenas de camioneros. Allí nos dijeron que era hora de parar y descansar, pues la mayoría no querían conducir de noche. Por suerte llevabamos a tienda de campaña que me habían regalado en la mochila, y habíamos comprado galletas como para alimentarnos casi dos días. Pero antes de rendirnos quisimos probar con los oficiales que registraban a los camioneros. Un joven agente nos ofreció su ayuda y empezó a preguntar a todos los camioneros en hindi si podían ayudarnos, pero le respondían lo mismo que a nosotros. El chico insistía en que tomaramos el tren, pero no queríamos rendirnos tan pronto ante nuestra gran aventura. Al decirle que no teníamos dinero ocurrió algo mágico, que no podíamos creer. El joven agente hizo una colecta de dinero entre todos los trabajadores de la aduana y nos ofreció un fajo de billetes para poder viajar en tren y alimentarnos unos días. Lógicamente rechazamos la oferta, pues si viajabamos a dedo era por la experiencia, no por mendigar. Le pedimos si podíamos instalar nuestra tienda en la frontera y nos dijo que eso estaba totalmente prohibido. Así que la solucion fue buscarnos un camión en el que viajar hasta el siguiente pueblo, que se encontraba a ocho kilómetros de distáncia, y en el que podríamos dormir en el interior de la estación de tren.

Los amables camioneros nos dejaron en la entrada del pueblo, desde donde echamos a andar hasta encontrar la estación de trenes, que debido a las pequeñas dimensiones del pueblo era minúscula, perfecta para montar nuestra acojedora cama para esta noche. Pero antes de dormir, teníamos que llenar el estómago, así que decidimos visitar los restaurantes locales del pueblo. Entonces descubrimos el precio real de la comida en India. Pagamos veinte rupias (veintiocho céntimos de euro) cada uno por un delicioso thali compuesto de arroz, dhal y vegetales, con chapati incluido, y en el que pudimos repetir tantas veces como quisimos. Ya que nos encontramos en el lugar menos turístico de la India, decidimos que ya era era de jugarsela con el agua, y bebimos de esas jarras gratuitas que sirven con agua del grifo. La cena nos sentó de maravilla, la factura mejor todavía, y la compañía fue excelente, pues una decena de jovenes curiosos se habían acercado a saber de aquellos dos extraños que habían visitado su pequeño pueblo sin motivo alguno, y que planeaban pasar la noche en el suelo de la estación.

Como la cena había sido muy barata, nos dimos el capricho de tomar unos dulces con chai antes de ir a dormir. Al llegar a la estación, los pobres vagabundos empezaban a hacerse sus huecos donde pasar la noche. Nosotros encontramos una esquinita justo en la puerta de la estación, donde pusimos nuestras mantas y nos hicimos un hueco para pasar la noche. Como no teniamos sueño estuvimos conversando un buen rato, hasta que conseguimos quedarnos dormidos. Hasta que a media noche, el ruido empezó a despertarnos. No esperábamos que esa pequeña estación de pueblo iba a tener tanto movimiento nocturno. De repente, la estación se llenaba de gente que iba a tomar un tren a cualquier dirección desconocida para nosotros, y yo creo que competían por ver quien era más ruidosos. Madres gritando a sus hijos, maridos gritando a sus mujeres, aburridos jóvenes solteros que se entretenían con la música del teléfono a todo volúmen, gente haciendo gargajos antes de lanzar uin gran escupitajo, y una mujer loca como una regadera, gritando a todo aquel que a ella le apetecía. Entre tanto ruido no había quien pegara ojo. Además, había gente que había llegado muy pronto a la estación, y como era de madrugada y debían tener sueño, se habían hueco entre los que ya dormíamos para poder relajarse un rato. Hubo un momento en que me desperté con una señora sentada en mis pies, y vi a Antonio acurrucado entre un grupo de ancianitas. Esa noche fue una locura, pero todo forma parte de la gran experiencia de este viaje.

Cuando por fin conseguí conciliar el sueño, una serie de continuas patadas en los pies me despertaron. Un señor con una escoba amenazaba darnos un masaje de bambú si no nos levantabamos en seguida. Eran las seis de la mañana, empezaba a clarear el día, y nosotros necesitabamos un chai calentito con unas galletas para mojar. Pero antes del desayuno tuve la necesidad de ir al baño. Al preguntar en los bares me dijeron que no tenian y todo el mundo me decía que el baño estaba fuera de la estación. Cuanto más buscaba menos lo encontraba y más urgente se hacía la necesidad de ir al baño. Al final pregunté en la estación y comprendí porque no encontraba el baño. Se trataba de un gran descampado justo en frente de las vías, y pude saber que era allí por la cantidad de gente que había en cuclillas y el campo de minas que habían sembrado. Con mucho cuidado y vigilando donde pisaba me adentré en ese gigantesco cuarto de baño al aire libre, y me puse de cuclillas con una botella de agua en mis manos. La verdad es que nunca me había imaginado compartir este momento tan íntimo con vecinos de baño, ni con la gente que entraba y salía de la estación, ni dando la bienvenida a los recién llegados al pueblo, pero aunque al principio me sentía extraño, es otra verguenza natural que he superado y que me ha hecho sentir mucho más libre, a parte de más ligero.

Después del desayuno nos lanzamos de nuevo a la autopista. Ayer gastamos todo el día para recorrer lo que suponemos que fueron unos cincuenta kilómetros. Si seguíamos a este ritmo tardaríamos dos semanas en hacer un trayecto que el tren tarda doce horas en hacer. En la carretera nos volvió a pasar lo mismo. Curiosos y amables pueblerinos intentaban ayudarnos sin entender que lo que necesitabamos era que nos dejaran solos para poder parar cuanto antes a un camión. Después de más de media hora sin éxito un amable señor ofreció llevarnos después de un pequeño cuestionario, en el que la pregunta que más nos sorprendió era que si llevabamos bombas en las mochilas. Nosotros reímos como si de una broma se tratase, pero el señor hablaba muy en serio. Nos dejó subir al camión con la condición de que nos dejaría a unos doscientos kilometros de Calcuta. Como ayer habíamos hecho cincuenta kilómetros, hacer hoy quinientos nos parecía una maravilla, así que subimos las mochilas, nos acomodamos, y volvimos a practicar un poco de nuestro Hindi. En cuanto acabó la corta conversación caímos en un sueño profundo para recuperra la maña noche que acababamos de tener.

Durante los quienentos kilómetros que recorrimos ese día, no se cuantas decenas de paradas hicimos, ahora para un chai, ahora para comer, ahora para ir al baño, ahora para descansar, ahora para visitar a un amigo. Pero el conductor empezó a tomarnos algo de confianza después de revisar nuestros pasaportes y comprobar que no veniamos de Pakistán, pues nos preguntó por el país en varias ocasiones y por las bombas también. Una vez nos hicimos amigos nos invitó a chai en varias ocasiones y nos daba conversación en un hindi nivel superbásico para que pudieramos entenderle.

Sobre las doce de la noche, nos dimos cuenta que el conductor ya no podía conducir más, y que el trayecto que esparábamos hacer en un día no lo podríamos terminar. Nuestra preocupación ahora era donde ibamos a pasar la noche. Pero esto quedó solucionado cuando el conductor del camión paró en un area de descanso, cerró las ventanas, apagó las luces y nos hizo un gesto que entendimos como: "dormid que mañana será otro día". Así que sin pensarlo nos tumbamos en la cabina, pegaditos como sardinillas en lata, hasta que conseguimos dormirnos. A madia noche, el ayudante del conductor decidió que quería dormir abrazado a mi, idea en la que yo no estuve de acuerdo, y tras rechazarlo en varias ocasiones, me cansé y me trasladé a una pequeña y claustrofóbica cama que había colgada del techo. Dormí un rato arriba hasta que la sensación de no tener espacio me puso nervioso, y Antonio decidió pasarse arriba, pues el ayudante había querido abrazarlo a él también. Al final solucioné lo del ayudante con un par de codazos secos en el estómago, que entendió como un "felices sueños" y me dejó dormir tranquilo toda la noche.

Por la mañana, nos lavamos la cara con agua de botella, bebimos un chai, y seguimos nuestra ruta, pues nos encontrabamos a tan solo cincuenta kilómetros del destino de los camioneros. Una vez que llegamos, le pedimos que nos dejara en medio de la carretera y no en un pueblo, para poder seguir haciendo autostop. Nos despedimos con un chai y un abrazo, y le dimos mil gracias por habernos ayudado.

Ya solo quedaban cientocincuenta kilómetros para llegar a Calcuta, y era bastante temprano, así que esperabamos llegar a la ciudad sobre el medio dia si todo iba bien. Nos lanzamos de nuevo a la autopista donde rápidamente nos paró un joven conductor de un enorme trailes que iba a Calcuta, pero que con semejante camión no podía entrar en la ciudad. Nos dijo que nos dejaría a unos veinte kilómetros de la ciudad, pero que antes quería parar para comer un poco y asearse. Subimos las mochilas al camión y volvimos a iniciar nuestra pequeña conversación en hindi. Este camionero era el más simpático de todos, quizás por ser el más joven, o quizás por no llevar ayudante y tener necedidad de compañía. Pero lo pasamos muy bien con él. Paramos en el bar a comer, pero antes era hora de asearnos. En una gran pileta de agua, nos quitamos nuestras camisetas y nos refrescamos junto a todos los camioneros que habían parado a darse una ducha. Todo el mundo se divertía al vernos duchandonos junto a ellos. Apreciamos que el paisaje había cambiado por completo, habíamos abandonado el seco paisaje de Varanasi por el verde tropical escenario del sur de Bengala del Oeste. Así que frescos, con buena energía y bajo un manto de verde prado, nos pusimos a hacer el tonto con todos los camioneros, haciendo raras fotos saltando. Se creo un buen ambiente con una energía fuerte de risas y buen humor, y después nos dimos un festín de comer, que el amable conductor nos pagó sin ningún tipo de interés. Retomamos la marcha hasta que unas horas mas tarde nos dejó a las afueras de la ciudad, en un lugar donde pasaba un autobús.

El autobús que tomamos y por el que pagamos cinco rupias nos llevó a la estación de tren mas cercano, donde nos colamos en el tren sin pagar el billete. Después de dos paradas nos bajamos en Howra, la estación principal de trenes de Calcuta. Por fin lo habíamos conseguido, habíamos llegado a Calcuta gastando cinco rupias y habíamos vivido la experiencia de viajar junto a los camioneros de India. Ahora nos toca disfrutar de las comodidades de la gran ciudad.












lunes, 11 de marzo de 2013

Varanasi de Hospital

 Hola a todos!

Hoy nos toca pagar las consecuencias de la juerga de anoche. El despertador de Mariano ha sonado muy pronto, pues tiene que tomar un tren dirección Nepal ya que es su último día de visado en India. Con la resaca que tiene yo no se si hubiera sido capaz, pero tiene que hacerlo. Al abrir los ojos la imagen que veo me hace volver a dormirme. Cuatro hombres con olor a todos los día que hemos estado en el kumbh mela sin un lugar donde asearnos, durmiendo en dos camas de plaza y media de un cutre hotel de Varanasi, despues de una noche de exceso con el alcohol. ¿Hay algo más deprimente?

A media mañana, nuestros cuerpos empiezan a reaccionar, Mariano ya debe estar en el tren camino a Nepal, y nosotros vamos pasando uno a uno por la ducha, perdiendo nuestro olor a animal y recuperando nuestro tono de piel real. Nos damos cuenta de que uno se dejó la mochila en el bar de anoche, otro se volvió descanlzo, así que ya sabemos donde vamos a desayunar. Cuando llegamos al bar nos encontramos a los trabajadores del lugar viendo los videos que habían grabado las camaras de seguridad durante la noche de juerga. Decidimos no quedarnos a ver el penoso espactáculo y darle algo de alimento a nuestros estómagos para recuperarnos del malestar de la resaca.
 
El dueño del bar, al ver la gravedad de la infección de mi pie, pues se lo tuve que enseñar al verme que andaba cojo, decidió instalarme una cama en medio del comedor, y me dijo que me quedara allí el tiempo que hiciera falta. Vale, sí, es una buena técnica para asegurarse el gasto en comida que voy a hacer y quizás el de alguno de mis amigos, pero el trato que me dieron durante los días que he estado en su bar, para mi dejan en el olvido cualquier pensamiento de malintención por su parte. Creo que lo hicieron de corazón, por ayudarme, y mi percepción es lo que cuenta para mi.

Mientras yo reposaba en mi nueva cama improvisada, mis amigos se dedicaban a visitar Varanasi. A mi no me dolía tanto porque yo estuve disfrutando de esta increíble ciudad en Abril del año pasado, pero si que me resultaba aburrido pasar los días tumbado en una cama. Por suerte, el bar contaba con wifi, y podía entretenerme con internet, leyendo unos libros que traje de casa, estudiando Hindi e Inglés y conociendo a todo aquel que entraba a comer en el bar. Mis amigos iban haciendome visitas regulares parea ver como me encontraba.

Al tercer día de estar en Varanasi, acepté que la infección de mi pie estaba cada vez peor, y decidí visitar uno de los hospitales de la ciudad, como me aconsejó cada uno de los que iban pasando a ver mi pie. Siguiendo la recomendación de un abuelo que trabajaba en el bar, al que cogimos mucho cariño y bautizamos con el nombre de Abu, fuimos a un hospital de los Hare Krishna en el que me atendieron con mucha atención. Por suerte, Abu nos acompañó al hospital, y todo el tema de papeleo lo solucionó él. Sólo tuvimos que pagar diez rupias para que nos dieran un tique para atendernos.

El primer médico que me visitó, me recetó antibioticos y calmantes para el dolor, y me envió a visitar a otro doctor, quien después de hacerme unas curas con cremas, me vendó el pie y me dijo que mañana tendría que regresar para operarme. En ese momento el miedo recorrió mi cuerpo, pues una operación fuera de casa no me hacia ni pizca de gracia. Por suerte tenia a mis amigos Mariano y Antonio que me acompañaron todos los días que necesité visitar el hospital. Y por mucho miedo que tuviera a una operación, estaba ya cansado del dolor que me provocaba la infección, muchas noches no me dejaba ni dormir, y ya llevaba más de dos semanas sin poder andar,

Al dia siguiente regresamos al hospital para que me operasen. Primero pasamos por taquilla a pagar los dos euros que me costó la operación, y después pasé directamente al quirófano, un lugar donde la higiene era igual al del resto del país, donde los medicamentos eran guardados en muebles de madera carcomidos por las termitas, donde las tuberías chorreaban óxido. Antes de la operación quise informarme bien de todo lo que iban a hacerme. El médico me explicó que iba a inyectarme anestesia en la zona de la infección y que es lo único que me dolería un poquito, y después de la anestesia ya no sentiría nada, y entonces rajaría la piel para extraer toda la pus. La verdad es que lo de la anestésia me dejó mucho más tranquilo.

Tumbado en una mesa de marmol con guía central para líquidos que no daba muy buena vibración, cerré los ojos y dejé que el doctor pusiera la inyección de anestesia. El dolor que sentí fue insufrible, pues pensaba que la inyección iba en los alrededores de la bola de infección, pero el doctor la clavó en todo el medio. Intenté relajarme pues en unos segundos la anestésia tenía que hacer efecto. El dolor se apoderó de mi, y empecé a gritar, y solo recuerdo que le decía al doctor: "¿Que pasa con la anestésia?". El doctor empezó a preguntarme cuantas cervezas bebía a diario, y yo no entendía a que venían esas preguntas en medio de tanto dolor. Me explicó que el alcohol baja directamente a la infección, y que la anestésia con alcohol no funciona. Para una vez que bebo en dos meses, y me va a provocar tener que pasar esta operación en vivo. Decidí agarrarme con fuerza a la mesa, echar la cabeza hacia atrás, cerrar los ojos y desaogarme simplemente con gritos. Como la anestésia no estaba funcionando, el doctor decidió hacerlo del modo más rápido, pero también el más doloroso. Atravesó la aguja de la anestésia hasta el otro lado del bulto de pus, y una vez dentro empezó a rotarla para que la pus saliera por los orificios. Creo que este fue el momento de dolor más grande que he sentido en mi vida, sentía que me iba a desmayar. Ya no podía aguantar más dolor, me dejé de agarrar de la cama, me incorporé, agarré al doctor por sus piernas, clavandole mis uñas en sus muslos y pidiendole por favor que acabara ya. Como seguía apretando para que saliera la pus, no pude aguantarme y le pegué un puñetazo, cosa que el respondió con otro de vuelta. Parece ser que nos habíamos dado cada uno lo que nos teníamos ganas, y nos fue bien, porque nos hizo calmarnos un poco a ambos. Luego me sentí un poco mal por haberle pegado a un doctor de los Hare Krishna que lo único que intentaba era curarme la infección, pero es que en ese momento uno no piensa en nada. De fondo escuchaba a Antonio y Mariano dandome ánimos, asustados por mis gritos intentaban distraerme de la operación.

Conforme la pus iba saliendo yo iba notando el efecto de la anestésia, que aun siendo mínimo, algo de dolor quitaba. Llegó un momento en que el doctor sacó una especie de bisturí, que más bien parecía un trozo de cuchilla de un cutter, y rajó mi pie por tres partes, y en ese momento ya no sentí los cortes, supongo que gracias a la anestésia y a que estaba rajando piel muerta sin sensibilidad. Después volvía a ver las estrellas cuando tocó apretar para que lo que quedaba de pus saliera por esos cortes. Cuando el doctor acabó yo estaba cansado, había conocido los límites del dolor en mi cuerpo, me sentía con el estómago revuelto y los músculos de todo mi cuerpo dolorido. No podía pensar. El doctor vendó mi pie con unas cremas  y me mandó a descansar. Al día siguiente tendría que volver para cortar la piel muerta, pero según el doctor, esto era totalmente indoloro. Yo ya no sabía si creerlo, pero ya que estaba curandome, tendría que acabarlo.
 
Durante todo el día no quise saber nada de nadie. Me tumbé en la cama intentando descansar. Pero cada vez que me relajaba mi mente reproducía el dolor en mi cuerpo, podía sentir en cada momento la aguja atravesando mi pie. Creo que la operación había creado un pequeño trauma en mi cabeza. Una de las veces que casi consigo dormirme, me desperté sobresaltado. Por suerte mis amigos estaban allí para cuidarme, atenderme, entretenerme, y darme todos los mimos que necesitaba. La verdad es que no se que hubiera hecho sin ellos, no se si habría resistido la situación, y quizás hubiera vuelto a mi casa en busca del apoyo que solo la familia y los buenos amigos pueden dar. Los trabajadores del bar también se preocupaban de mi, venían a jugar conmigo, a hacerme bromas. Pero el que no me sacó ojo de encima fue Abu, a quien le cogí un cariño mágico. No me dejaba ni darle las gracias, porque decía que las cosas que se hacen por el karma no deben ser agradecidas, se sentía en la obligación de ayudar.

Esa noche la pasé entre pesadillas y malas sensaciones, pero lo más importante era que el dolor había desaparecido. Ya no notaba los latidos del corazón en la planta de mi pie, no notaba los pinchazos de dolor nocturnos que me desvelaban, ahora mi molestia principal eran los recuerdos de mi mente.

Por la mañana asistimos al médico, y como me prometió, me cortó las pieles muertas sin dolor alguno. Pero la sensación que tuve al entrar de nuevo en el quirófano fue de pánico, mi mente ya había asociado ese lugar al dolor extremo. Intentaba pasar el mínimo tiempo posible allí dentro. El doctor me decía que fuera pasando y me pusiera cómodo, pero yo le esperaba en la puerta hasta que el me hacía entrar para las curas. A partir de ese día tuve que asistir todas las mañanas para que el doctor me curara la herida y cambiara el vendaje, pero ahora ya sin más dolor que el de cualquier herida abierta. Las curas duraron una semana, en las que Antonio me acompañó a cada una de ellas. Como para mi era muy aburrido estar en la cama improvisada del bar, aprovechabamos el camino al hospital para entretenerme. Antonio me estaba enseñando a usar mi cámara de fotografiar, pues él es fotógrafo profesional, y yo hacía mucho tiempo que quería aprender. Así que aprovechabamos el camino al hospital para practicar y sacar fotos de las locas calles de Varanasi. A cambio, yo enseñé a Antonio a comprar para negocios. Parabamos en las tiendas que habían entre el bar y el hospital, y negociábamos con el dueño, aunque después se enfadaran porque no comprábamos nada, a Antonio le servía como práctica. Muchas veces, Antonio no tenía ganas de pasear por la ciudad, y se quedaba mañanas y tardes conmigo, estuciando inglés, y yo le echaba una mano con lo que he ido aprendiendo del idioma en mis viajes. Y por estar a punto de perder un pie he ganado un gran amigo, con el que hemos planeado seguir viajando juntos, por lo menos durante unos días.

Después de una semana, el doctor me ha dado el alta. Me ha recetado la crema desinfectante para que me la siga aplicando durante 5 días más, pero ahora ya puedo andar y el trauma ha desapercido por completo, o por lo menos ya no me molesta para dormir. Bueno, la verdad es que después de casi un mes con el pie malo, me he acostumbrado a no usar esa pierna, o usarla mal (andando con el costado del pie), así que ahora me canso antes de la pierna izquierda que de la derecha. Así que mis paseos son de tiempo limitado, y requieren algunos descansos, pero no sabéis la alegría que me da poder salir a la calle y caminar por dond eme plazca.

El mismo día que el doctor me dió el alta, decidimos con Antonio que viajaríamos a Calcuta, pero este viaje lo hariamos de una forma especial. Queríamos comprobar si es verdad que se pueden recorrer casi 700 km sin gastar ni una sola rupia. Así que mañana intentaremos viajar en autostop entre Varanasi y Calcuta. No sabemos cuanto tiempo nos llevara, ni que dificultades encontraremos en el camino, pero estamos seguros que será una aventura única.

PD: Quiero dar las gracias a todas aquellas personas que me han ayudado en los momentos difíciles. Cuando el viaje se complica y te sientes lejos de casa, tener a tu lado gente de esta valía no tiene precio. Infinitamente agradecido.











lunes, 4 de marzo de 2013

Kumbh Mela 2013

 Hola a todos!

El día siguiente de despedir a Maria lo pasé relajado en Pahar Ganj, el barrio mochilero de Delhi. Ahora tenía que adaptarme a estar solo de nuevo, a tomar las decisiones por mi cuenta, a preparar mis nuevas experiencias. Al día siguiente partiría rumbo al Kumbh Mela, y sabía que venían unos días durillos, así que pasé todo el día sin hacer nada.

Después de dormir algunas horas, Me despierto a las cuatro de a madrugada para tomar el tren que me llevaría a Allahabad. Después del gran madrugón, de media hora congelado en un autorickshaw que me llevó a la estación de tren de Vieja Delhi, averiguo que mi tren lleva seis horas de restraso, y saldrá a las doce de la mañana. Muerto de sueño decido ir a desayunar, y en el bar me doy cuenta de que día es hoy, el día de la república. La decoración de las calles y bares con los colores de la bandera India me hacen recordar a los inicios de mi viaje, hace ya un año, cuando el tercer día después de aterrizar en Mumbai, celebraba con mi amiga japonesa Miki este gran dia para el publo indio. Mientras desayunaba mi mente viajaba entre recuerdos por el sur de India, recordaba buenos momentos con ineteresantes personas que he conocido en el camino, recordaba mis regresos a España, mis viajes por el sureste asiático. Estaba tomando consciencia de que hace un año mi vida había cambiado por completo, y que el 2012 había sido uno de los mejores años de mi vida, de crecimiento, aprendizaje y disfrute de la libertad y felicidad que da viajar.

Después del desayuno y con la buena vibtración que me había provocado recordar, busqué un lugar donde domir un ratito. En la estación de tren me ofrecieron una sala de espera donde había algunas camas de madera, sin colchon, algo duras, pero suficiente como para dar una cabezadita de dos o tres horas. Una vez que el tren partió, me relajé en espera de las doce supuestas horas de trayecto entre Delhi y Allahabad, que al final se convirtieron en diecisiete. Hay que acostumrarse a que India es así, y que once horas totales de retraso no hacen enfadar a nadie. Eso si, yo estaba preocupado porque había quedado con Alex, el amigo que conocimos en Rajasthan, y once hjoras de retraso no creo que las espere nadie.

Cuando llegué a la estación de Allahabad eran las tres de la noche. Miles, no se si millones de personas bajaban de los trenes que llegaban a la ciudad, y peregrinaban los ocho kilómetros que había entre la estación y el centro del festival. Un joven Indio me invitó a colgarme en el lateral de un rickshaw, así que ni me lo pensé, y viajé un trozo del trayecto enganchado como un mono manteniendo el equilibrio. Llegamos a las puerta del Kumbh Mela y nos dicen que todavía quedan cuatro kilómetros más andando. Entre millones de personas sigo a las masas como si de un gran ganado se tratase, ellos seguro que saben donde van.

Antes de seguir explicando mis experiencias en el Kumbh Mela me gustaría explicar un poco en que consiste este festival. Se trata de la peregrinación más grande del mundo, en la que se construye una ciudad improvisada en mitad de la nada, rodeando la unión de tres ríos sagrados: el famoso Ganges, el Yamuna, y un río espiritual que une la tierra con los cielos, llamado Saraswati, que como en verdad no existe, pues hay que imaginarselo. Cuenta la leyenda que hace muchos años, cuando el hombre aún no existía y los dioses reinaban la tierra, navegaba un barco que transportaba el Kumbh (jarrón) que contenía el elixir de la inmortalidad. Una lucha encarnizada enfrentó a dioses y demonios por la posesión del preciado líquido. VIshnú se apoderó de él, pero en huida desesperada a través del cielo, perdió cuatro gotas. Éstas cayeron sobre la tierra y constituyeron el orígen de cuatro ciudades, sagradas desde entonces: Haridwar, Nashik, Ujain y Allahabad. El festival del jarrón "Kumbh Mela" tiene lugar cada doce años en cada una de estas ciudades de modo alternativo, en el que se concentran millones de personas para tomar el baño de la inmortalidad. En esta ocasión, el Kumbh Mela se celebra en Allahabad después de doce años, y coincide con una alineación planetaria que solo ocurre cada ciento cuarenta i cuatro años, por lo que el Kumbh Mela 2013 se convierte en el festival más especial de este siglo.

Siguiendo a los millones de personas que estaban llegando al Kumbh Mela me dirigía al Sangam, que es la unión de los tres ríos, el lugar más sagrado de Allahabad. Por el camino empecé a ver como estaba organizado el festival. Millones de tiendas de campaña instaladas a través de kilómetros y kilómetros cuadrados de desierto, hacían que des noche fuera un espactáculo luminosos. Para que os hagais una idea, imaginad la feria más grande que hayáis visitado nunca y multiplicadla al infinito, porque el recinto del Kumbh Mela es tan grande que la vista se pierde en el horizonte sin ver donde termina.

Después de más de una hora andando llegábamos al Sangam.  A las cuatro y media de la noche, con una temperatura bastante baja, millones de Indios tomaban su baño sabrado en la conjunción de los ríos. Unos salían mojados temblando de frío, otros entraban ilusionados al agua. Ver aquella marea de gente haciendose un hueco por entrar al agua y recibir el elixir de la inmortalidad pone a uno los pelos de punta. Millones de personas concentradas por una cuestión de fe basada en la mitologia, muchos rezando, otros dando ofrendas de fuego o incienso a los ríos. La gente se cambiaba a orillas del Sangam, para quitarse la ropa mojada que les helaba los cuerpos. Yo, impactado por lo que estaba viviendo, empecé a caminar con la camara en la mano, fotografiando todo aquello que me llamaba la atención, impreisonado por la imagen del baño sagrado. Ahora si sentía que había llegado a mi objetivo de este viaje, estaba en el Kumbh Mela.

Caminando encontré a Sadhus que se desprendían de sus vestimentas color azafrán y se metían en el agua con tangas de trapo improvisados a modo de taparabos. Mojaban sus largas barbas y su largo pelo enrastado en las aguas del Ganges y el Yamuna, realizaban las abluciones tal y como marca la religión, dejaban correr el agua entre sus dedos en forma de respeto a lo divino y por último bebían de las contaminadas aguas del Sangam. No hay que olvidar que el Ganges es el río más sagrado del mundo, pero también el más contaminado, no solo por los vertidos indutriales sinó por los desechos fecales de los millones de habitantes que viven a orillas del río como por la putrefacción de los muertos que se lanzan a las profundidades del Ganges y las cenizas de los muertos quemados que se lanzan para su purificación. Aún y así ellos beben de esas aguas sin sufrir daño alguno, cosa que no creo que tenga una explicación científica sino que es más cuestión de mentalidad y fe.

Cuando empezó a amanecer decidí cruzar uno de los puentes que llevabana  la otra orilla del Sangam. Este lugar no estaba tan masificado y había más Sadhus que habían instalado allí sus monasterios improvisados de tela y cañas de bambú. Cuando les estaba haciendo fotos en sus baños sagrados, uno de ellos em invitó a su monasterio a desayunar. Me sentaron a orillas del fuego sagrado, al lado de su gran gurú, al que tuve que mostrar respeto tocandole los pies. Después fuí invitado a tomar chai, galletas y cerales. Curiosos y con un ínfimo nivel de inglés intentaban preguntarme por mi vida y por el interés que tenía en visitar el festival. También me invitaron a instalarme en sus monastario y quedarme allí a dormir y comer cuanto quisiera, pero justo ahora acababa de llegar y quería disfrutar de la locura que preparaba este gran día, pues segun los sadhus había llegado el 27 de Enero, el día del gran baño sagrado.

Salí a la calle y seguí impresionandome por las oleadas de gente que seguían llegando, todos cargados con sus pertenencias en la cabeza. Algunos de ellos venían para el gran baño, otros para quedarse en el fesival. Un intenso rojo y enorme sol empezó a salir al otro lado del río, los monasterios gritaban sus mantras a traves de potentes altavoces, la orilla del río era un hervidero de gente chapoteando. Creo no haber vivido un momento tan mágico nunca, era perfecto, todos mis sentidos estaban por encima de sus capacidades. En ese momento, a mi lado la gente empezó a gritar, todo el mundo se apartaba y dejaba un gran pasillo vacío de entrada al río. Yo no sabía que estaba pasando pero quería estar ahí. Al asomar la cabeza vi un grupo de unos veinte sadhus, totalmente desnudos, cubiertos por ceniza, con el pelo lleno de rastas y largas barbas. Gritaban mantas religiosos en honor al dios Shiva, agitaban unas enormes lanzas, alzaban imponentes sables ensangrentados, tocaban tamborcillos y platillos. De repente todos saltaron al agua. gritaban, chapoteaban con brusquedad. Me encontraba delante del gran baño sagrado de una de las castas de sadhus más estramboticos de la India, los Naga Baba. Estos sadhus suelen vivir en los bosques o en las cuevas del Himalaya, totalmente desnudos y habiendo rechazado a todo lo material. Cubren sus cuerpos con ceniza para aislarse del frío y viven de lo que les da la naturaleza. Dedican su vida a la meditación, oración y conocimiento divino.

Después del baño de los Naga Baba me di cuenta que estaba demasiado cansado para seguir arrastrando de mi mochila. Volví a la ciudad en busca de un hotel. Con motivo del festival los hoteles habían aprovechado para incrementar los precios de manera desorbitada, así que decidí optar por un consejo que me había dado un viajero, y visité el Rainbow Love Camp. Este lugar es un campamento hippie nacido en los 60 en California, que se va moviendo por el mundo en busca de un estilo de vida alternativo basado en el amor, la cooperacion y la tolerancia hacia todo ser vivo. Allí fui recibido con un "Bienvenido a casa" por unos desconocidos que en poco tiempo pasarían a ser como mi pequeña familia en India. Me ofrecieron alojamiento gratuito en grandes tiendas de plastico y dos comidas al dias que se financiaban a traves de un "gorrito magico" que se pasaba después de cada comida y al que cada uno aportaba lo que buenamente podía. Así que como empecé a hacer buenas amistades ya  conocer gente muy interesante, los cinco días que tenía previsto pasar allí se acabaron convirtiendo en veintidos fantasticos días, que pude disfrutar muchísimo.

La vida en el campamento era muy relajada. Por las mañanas algunos expertos en yoga nos daban clases para poner el cuerpo y la mente en forma. También hicimos algunas clases de meditación asistida. Como cada uno enseñaba lo que podía, yo estuve dando clases de español a una chica rusa, y algunas clases de guitarra a un chico canadiense y otro israelí. También me enseñaron a peinar rastas, di algunas clases de fotografia y disfrutamos de los instrumentos más intenacionales e interesantes, como el dijeridoo australiano, el ud turco, los hands, una violinista francesa entregada a la música de los balcanes, timbales y jambees de todos los tipos, y como no, guitarras y ukeleles como para no aburrirse. Las noches se convertían en conciertos de improvisación, en las que se fusionaban distintos instrumentos y estilos musicales. Durante el día gestianabamos los residuos del campamento, preparabamos la comida para todos, algunos limpiaban baños, otros arreglaban o mejoraban algunas cosas del campamento. A diez minutos a pie había un pequeño rio donde el agua no esra tan sucia como en el Ganges. Allí, nos bañabamos desnudos rodeados de la naturaleza más salvaje. Grandes pajaros habitaban la zona y los pastores recorrian las orillas del rio en busca de alimento para sus ovejas. Era como un pequeño paraíso en que todos eramos felices, nos enseñabamos cosas sobre nuestros limitados conocimientos de algo concreto y compartíamos y disfrutamos de largas e interesantes conversaciones.
 
Durante el día visitabamos las diferentes zonas del Kumbh Mela. El simple hecho de pasear entre las tiendas y ver la vida de los monasterios improvisados para la ocasión ya merecía la pena. Cada ciertas horas se repartía el prasad, que es comida santa que ofrecen los monasterios para que todo el mundo pueda comer de forma gratuita. Para los chais, solo teníamos que ser invitados por los sadhus que querían compañía occidental y curiosear sobre nuestras vidas. Para los fumadores de marihuana exactamente lo mismo, los sadhus salían a la busqueda de turistas a los que invitar a unas caladas de sus pipas sagradas llamadas Shilum. Así, pasabamos los dias visitando a los Hare Krishna, con los que compartíamos alegre canticos, bailes y buena comida a la que tambien contribuiamos en la cocina. También visitabamos a los estrambóticos Naga Baba en sus tiendas. Como un Baba o Sadhu renuncia a todo lo material, incluido el placer sexual, hacen demostraciones publicas de rechazo en cada momento. Por ejemplo había un baba que arrastraba un camión con sus genitales, otro que se enrollaba un sable, otro que se había grapado un billete de cien rupias justo en la punta, otro baba que había prometido vivir de pie, y no se sentaba ni tumbaba ni para dormir, así que le prepararaon un columpio para poder apollarse a descansar, otro que prometió vivi con un brazo alzado y nunca lo bajaba... y así, a ver quien hacía la promesa más dura en función de renuncia material o sacrificio físico. Otra cosa que llama mucho la atención es la imagen de los Sadhus, que a parte de ir cubiertos con ceniza, todos llevan largas rastas, algunos más largas que su propio cuerpo y las tienen que llevar bien enrolladas, y sobretodo los maquillajes religiosos que se hace cubriendo la frente y los ojos, y a veces buena parte del cuerpo. Además, los babas pasan todo el dia fumando marihuana y comiendo opio con el fin de conectar más facilmentre con dios, por lo que su caracter es de lo mas divertido.

Los días pasaban en el campamento entre visitas a los sadhus y el disfrutar del llegar y partir de nuevos turistas hippies. Hice buenos amigos con los que compartí grandes experiencias. Asistíamos a los días sagrados de baño, y nos refrescabamos en las putrefactas aguas del Ganges imitando la fe hindú. Hasta que llegó el gran día, la gran fiesta del Kumbh Mela, el día del gran baño sagrado. El diez de febrero a las dos de la noche, salimos en grupo desde el Rainbow Love Camp unas treinta personas, en busca del elixir de la inmortalidad. Cuando llegamos al Sangam dos horas después, nos vimos inmersos en la gran locura del Kumbh Mela. Setenta Millones de personas nos disponíamos a tomar el baño sagrado ese mismo día. El suelo vibraba ante nuestros pasos, las señoras hacían irrompibles trenecitos agarradas a los sarees. Todo el mundo empujaba, todos querían llegar al agua, pero nadie quería perder sus ropas. Como era de noche y todavía hacía frío, muchos decidimos bañarnos desnudos, pues los Naga Baba también se bañanaban así, no iban a detenernos. Eso sí, fuimos el espactáculo entre todos los indios. Después de darnos el energético y multitudinário baño, decidimos que lo mejor era abandonar ese lugar, pues los empujones y sobrepoblación era asfixiante.
 
Fuimos a un rincón donde parecía que podíamos encontrar chai caliente. Y por el camino nos encontramos con algunos canales de televisión que querían hacernos algunas entrevistas sorpendidos de que los turistas visitaramos su gran fiesta hindú. Acabamos cantando rumbas para la televisión india, que al día siguiente fue televisado en las diez cadenas más importantes del país, eramos famosos en India entera. Después del chai y de vuelta al campamento, nos encontramos con una procesión de Naga Baba que venían de darse el baño sagrado. La caravana provocó que cortaran las carreteras por las que ibamos a pasar, y de repente la gente se acumuló en una masa humana que no avanzaba ni para alante ni para atrás. Aquello era una verdadera locura en la que uno intentaba sacar la cabeza arriba en busca de aire. La procesión era larga, los babas desfilaban en sus carrozas bendiciendo a todo el mundo, lanzando petalos de flores, parecían los reyes magos de oriente, pero en la versión desnuda. Cuando se descongestionó el atasco, la gente empezó a empujar hacia sus direcciones y se provocaron como rios de gente de los que uno no podía escapar. Al final, decidimos cruzar por una procesión de Babas arriesgandonos a recibir un masaje de bambu de los policias que vigilaban la zona. En una tres horas habíamos quedado para comer con los Hare Krishna, pero estabamos tan cansados, que nos echamos a un lado de la carretera a dormir.

Cuando nos despertamos fuimos con los Hare Krishna, les ayudamos con la cocina y limpieza de la terraza donde ibamos a comer. Bailamos, comimos, reimos. Había sido un gran día, pero ahora tocaba volver al campamento.

Los días siguientes los pasé sin moverme del Rainbow Love Camp, pues parece ser que el baño en el Ganges me había provocado una infección en la planta del pie por una herida abierta. Como me dolía al andar decidí quedarme entre el campamento y el río, que era lo más cercano. Empecé a curarmelo bien y a tomar antibióticos pero la inflamación cada día era más grande. Por el dolor no me atrevía a dejar el campamento, ya que estabamos a más de una hora andando de la ciudad, así que hasta que no aflojara no me iría.

De repente, un temporal de dos días se descargó contra el campamento. Dos días enteros lloviendo a cantaros y con un viento que destrozó todo, tiendas y monasterios incluidos. La segunda noche tuvimos que abandonar el Rainbow porque había quedado destrozado e inundado. Suerte que unos babas nos dejaron dormir esa noche en su monsaterio. Pero también se calaba el agua entre sus tiendas y eramos demasiada gente para estar allí. Así que lo tomé como una señal, debíamos abandonar el campamento.


Con la ayuda de mis amigos buscamos un rickshaw que nos llevara a la estación de autobuses, y en cuatro horas estabamos sanos y salvos en varanasi, la ciudad más cercana al Kumbh Mela. En Varanasi todos los hoteles estaban llenos, pues la gente que asistía al Kumbh Mela después iba a Varanasi, y debido al temporal todos habíamos marchado a la misma ciudad, Nos costó encontrar un lugar donde dormir, pero cuando por fin lo conseguimos, lo celebramos con una gran fiesta a base de cerveza, rumba y bailes con los trabajadores del bar. Mañana será un duro día de resaca, pero hoy... ¡¡¡Que nos quiten lo bailao!!!