Hola a Todos!
Hoy abandono Kuala Lumpur, dejo a mis amígos nórdicos que he conocido aquí, y me llevo muy buenas experiencias tanto de la ciudad como de la gente. Eso sí, antes de dejar la ciudad que me ha dado la bienvenida a Asia, no puedo irme sin antes visitar las más que recomendadas cuevas de Batu. Se encuentran a escasos 13 km a las afueras de la ciudad, y me he enterado de que hay un bus en Chinatown que lleva a ellas en unos 45 minutos y un tren un poco más abajo que lo hace en mucho menos tiempo. Pero, ya que voy a salir de la ciudad, que mejor que hacerlo en el bus para ver si veo algo interesante por la ventana.
Según la guía está al lado del mercado central, así que cuando llego allí pregunto. Me dicen que es al otro lado y voy. Cuando llego me dicen que es al final de la calle que cruza a la derecha y voy. Cuando llego me dicen que es la calle que cruza a la izquierda y voy. Así es, esto es Asia, nadie va a coger un plano o te va a explicar para que retengas en tu memoria el camino a seguir. Ellos te marcan una dirección y tu ya te vas espavilando. Cuando llego a la parada espero al número 11. Llega un bus sin número, pero de la puerta asoma un señor con un megafono que grita: Batu Caves, Batu Caves. Éste debe ser el mío.
Al final, los 45 minutos de bus los he pasado leyendo, pues no había nada interesante que ver por la ventana. De vez en cuando echaba un ojo, pero nada, lo mismo de siempre, carretera interior de ciudad. Al llegar a la parada de Batu Caves, el señor del megáfono grita lo mismo pero para dentro del bus. Quizás es que hay un guiri dentro. Me bajo y lo que veo es un polígono industrial y un nudo de carreteras que me deja confuso. Pregunto y me indican que estan justo al pasar la calle. En Kuala Lumpur tienen la manía de hacer las cosas en el aire. El metro no va bajo tierra como en todas las ciudades, va volando por la ciudad, sobre una vía altísima sobre gigantes vigas de hormigón. Pues aquí pasaba lo mismo pero con las carreteras. A los malayos les encanta hacer carreteras de esas que se levantan, y luego bajan y que se anudan en el aire y cosas así. Pues las Cuevas de Batu estaban justo destrás de uno de esos nudos de asfalto.
Al cruzar la puerta no puedes decir otra cosa que Ohhhh!. Se trata de una enorme y vertical pared de montaña, en la cual hay una entrada a una cueva a una altura considerable, en la que no se les ha ocurrido otra cosa que hacer escaleras para llegar a ella, lo más verticales posible. Al lado, una gigantesca imagen de un dios hinduísta en color dorado, al que está dedicado este templo. Y sí, esta es la mágia de Malasia, su mezcla cultural. Y yo con mi mente occidental me pregunto, ¿Que pintan Shiva, Ganesha, Vishnu, Parvati y toda su tropa en un país de religión musulmana? ¿Alguien es capaz de imaginarse en la Europa cristiana un gran templo musulmán, o hinduísta, construido con la grandeza del Monasterio de Montserrat o El Escorial? Quizás sea que nuestra mentalidad es más abierta en otros ambitos, pero en lo que se refiere a tolerancia y aceptacion de religiones, razas y culturas, Asia nos lleva unos cuantos pasos por delante y nos da grandes lecciones de convivencia.
Pues nada, me tocará subir escaleras. Una, dos, tres... doscientos setenta i dos inclinadísimos escalones hasta llegar a la entrada de la cueva. Entre escalón y escalón, decenas de monos robando cualquier tipo de comida o bebida que el visitante lleve encima. A mí me pareció algo peligroso ver como algunas señoras saltaban del susto cuando un mono las amenzaba, y se sostenían entre escalón y escalón manteniendo el equilibrio. Si una de ellas se cae, hace un dominó que llega hasta Thailandia.
Al entrar a las cuevas, te reciben los monjes hinduístas vestidos al tradicional modo sureño. Hay que tener en cuenta que la emigración de indios a Malasia fue casi siempre de la provincia de Tamil Nadu, que venían reclamados por el país para trabajos duros. Pues eso, que te reciben con el longgi (pareo hindú del sur), sin camiseta y pintados por todos sitios en devoción a sus dioses. La espectacularidad y el volumen interior de la cueva son para sorprenderse. Gigantescos huecos en la piedra, donde las filtraciones han creado un fantástico paisaje de estalactitas, y donde el elevado grado de humedad da su toque de color con el musgo que cubre ciertas zonas de la cueva. En el interior un pequeño templo hindú y algunas escaleras más, como no, llenas de monos. Siguiendo las escaleras se accede a un nuevo hueco gigante entre la roca, donde se encuentra el templo central. Decenas de hindús llevan sus ofrendas, siempre que los monos no se las hayan robado por el camino, que es la gran mayoría de los casos. Entre inciensos, flores, velas y canticos, el templo le da la mágia que se merecen tan bonitos paisajes subterráneos.
La visita no ha sido muy larga, así que me voy a comer que quiero llegar pronto a la estación de autobuses para dirigirme a mi siguiente destino. Esta vez será en la montaña. Os espero en las Cameron Highlands.
Hoy abandono Kuala Lumpur, dejo a mis amígos nórdicos que he conocido aquí, y me llevo muy buenas experiencias tanto de la ciudad como de la gente. Eso sí, antes de dejar la ciudad que me ha dado la bienvenida a Asia, no puedo irme sin antes visitar las más que recomendadas cuevas de Batu. Se encuentran a escasos 13 km a las afueras de la ciudad, y me he enterado de que hay un bus en Chinatown que lleva a ellas en unos 45 minutos y un tren un poco más abajo que lo hace en mucho menos tiempo. Pero, ya que voy a salir de la ciudad, que mejor que hacerlo en el bus para ver si veo algo interesante por la ventana.
Según la guía está al lado del mercado central, así que cuando llego allí pregunto. Me dicen que es al otro lado y voy. Cuando llego me dicen que es al final de la calle que cruza a la derecha y voy. Cuando llego me dicen que es la calle que cruza a la izquierda y voy. Así es, esto es Asia, nadie va a coger un plano o te va a explicar para que retengas en tu memoria el camino a seguir. Ellos te marcan una dirección y tu ya te vas espavilando. Cuando llego a la parada espero al número 11. Llega un bus sin número, pero de la puerta asoma un señor con un megafono que grita: Batu Caves, Batu Caves. Éste debe ser el mío.
Al final, los 45 minutos de bus los he pasado leyendo, pues no había nada interesante que ver por la ventana. De vez en cuando echaba un ojo, pero nada, lo mismo de siempre, carretera interior de ciudad. Al llegar a la parada de Batu Caves, el señor del megáfono grita lo mismo pero para dentro del bus. Quizás es que hay un guiri dentro. Me bajo y lo que veo es un polígono industrial y un nudo de carreteras que me deja confuso. Pregunto y me indican que estan justo al pasar la calle. En Kuala Lumpur tienen la manía de hacer las cosas en el aire. El metro no va bajo tierra como en todas las ciudades, va volando por la ciudad, sobre una vía altísima sobre gigantes vigas de hormigón. Pues aquí pasaba lo mismo pero con las carreteras. A los malayos les encanta hacer carreteras de esas que se levantan, y luego bajan y que se anudan en el aire y cosas así. Pues las Cuevas de Batu estaban justo destrás de uno de esos nudos de asfalto.
Al cruzar la puerta no puedes decir otra cosa que Ohhhh!. Se trata de una enorme y vertical pared de montaña, en la cual hay una entrada a una cueva a una altura considerable, en la que no se les ha ocurrido otra cosa que hacer escaleras para llegar a ella, lo más verticales posible. Al lado, una gigantesca imagen de un dios hinduísta en color dorado, al que está dedicado este templo. Y sí, esta es la mágia de Malasia, su mezcla cultural. Y yo con mi mente occidental me pregunto, ¿Que pintan Shiva, Ganesha, Vishnu, Parvati y toda su tropa en un país de religión musulmana? ¿Alguien es capaz de imaginarse en la Europa cristiana un gran templo musulmán, o hinduísta, construido con la grandeza del Monasterio de Montserrat o El Escorial? Quizás sea que nuestra mentalidad es más abierta en otros ambitos, pero en lo que se refiere a tolerancia y aceptacion de religiones, razas y culturas, Asia nos lleva unos cuantos pasos por delante y nos da grandes lecciones de convivencia.
Pues nada, me tocará subir escaleras. Una, dos, tres... doscientos setenta i dos inclinadísimos escalones hasta llegar a la entrada de la cueva. Entre escalón y escalón, decenas de monos robando cualquier tipo de comida o bebida que el visitante lleve encima. A mí me pareció algo peligroso ver como algunas señoras saltaban del susto cuando un mono las amenzaba, y se sostenían entre escalón y escalón manteniendo el equilibrio. Si una de ellas se cae, hace un dominó que llega hasta Thailandia.
Al entrar a las cuevas, te reciben los monjes hinduístas vestidos al tradicional modo sureño. Hay que tener en cuenta que la emigración de indios a Malasia fue casi siempre de la provincia de Tamil Nadu, que venían reclamados por el país para trabajos duros. Pues eso, que te reciben con el longgi (pareo hindú del sur), sin camiseta y pintados por todos sitios en devoción a sus dioses. La espectacularidad y el volumen interior de la cueva son para sorprenderse. Gigantescos huecos en la piedra, donde las filtraciones han creado un fantástico paisaje de estalactitas, y donde el elevado grado de humedad da su toque de color con el musgo que cubre ciertas zonas de la cueva. En el interior un pequeño templo hindú y algunas escaleras más, como no, llenas de monos. Siguiendo las escaleras se accede a un nuevo hueco gigante entre la roca, donde se encuentra el templo central. Decenas de hindús llevan sus ofrendas, siempre que los monos no se las hayan robado por el camino, que es la gran mayoría de los casos. Entre inciensos, flores, velas y canticos, el templo le da la mágia que se merecen tan bonitos paisajes subterráneos.
La visita no ha sido muy larga, así que me voy a comer que quiero llegar pronto a la estación de autobuses para dirigirme a mi siguiente destino. Esta vez será en la montaña. Os espero en las Cameron Highlands.
jejejeje....como me he reido con las caidas de las mujeres y el efecto dominó....
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