martes, 2 de abril de 2013

Gangasagar. Donde Ganges deja la tierra


 Hola a todos!

Como ya sabeis este es mi segundo viaje a India, y en más de una ocasión he ido a tropezar con el río más sagrado del mundo, el Ganges. En Rishikesh lo vi surgir de su nacimiento en los Himalaya, en Varanasi lo pude sentir en su estado más dramático dando sentido a la muerte de los creyentes hindues, y en el Kumbh Mela lo he vivido en su momento más popular, religioso y caótico. Y ahora que estoy en Calcuta, tan cerca de su desembocadura, no voy a perder la oportunidad de ver donde acaba este río mágico capaz de recoger millones de historias personales por año. El problema es que la desembocadura principal del Ganges se encuentra en Bangladesh, y ahora mismo el estado políticop y social del país no está en sus mejores momentos. Además, mi compañero de viaje Antonio no tiene tiempo para visitar un nuevo país, y a mi me gustaría viajar con él durante estos días, así que hemos decidido visitar la principal desembocadura del mayor afluente del Ganges terminada en India.

Como no podía ser de otra manera, el río más sagrado del mundo se despide de tierra firme de una manera espectacular, ya que en su delta ha dejado una isla llamada Gangasagar, para que los hindúes puedan ir a despedirse del Ganges desde su mismo centro. La isla, de unos cuarenta kilómetros de largo, moja sus orillas del norte con agua dulce del río y baña las orillas sureñas con agua salada del mar. Con una desembocadura de este estilo, ¿como nos lo ibamos a perder?

Temprano por la mañana cargamos con nuestras mochilas y nos despedimos de los dueños de la guest house, prometiendoles que volveríamos en unos días. Caminamos hasta la estación de autobuses de Esplanade, donde después de preguntar en un par de lugares, un simpático chico nos acompañó hasta el autobús que nos llevaría rumbo hacoia el mar. En la taquilla pagamos por nuestro tiquet y en breve empezamos a cruzar Calcuta, lo que nos llevó casi una hora devido a la densidad de su tráfico. Una vez fuera, el paisaje cambiaba por completo, Extensos campos de arroz, acompañados por dispersos palmerales, y una exuberante vegetación subtropical daban al paisaje un amplio abanico de tonalidades verdes que alegraban los sentidos. Las aldeas se iban haciendo cada vez más pequeñas, y las gentes más tradicionales.
 
Después de unas tres horas de bus, nos hacen bajar en un pueblecito en medio de una carretera, y nos dicen que para llegar a Gangasagar debemos subir en un motocarro que espera abajo. Una vez que el bus se marcha negociamos el precio con el conductor del motocarro, y como no nos ponemos de acuerdo, decidimos caminar los cuatro kilómetros que anuncia el letrero que hay hasta el ferry. A los diez minutos de estar caminando llega una grata sorpresa, pues un autobus se sirige hacia nosotros. No dudamos en invadir la carretera para pararlo y preguntarle si iba a a Gangasagar, a cuya pregunta contestaron afirmativamente y nos ahorramos un rato de caminata.

El bus nos dejó en un pequeño pueblo de pescadores, donde había un muelle desde donde saldría el ferry hacia la isla. Pero ya era mediodía y nuestros estómagos rugían como los leones, así que decidimos comer antes de cruzar el Ganges. Encontramos un restaurante abarrotado de Indios, y nos pareció buena idea unirnos al festín. La verdad es que elegir restaurante por la cantidad de locales que hay dentro siempre da resultado. Pues el lugar era un restaurante de pescado fresco, que lo servían tanto frito como en salsa, acompañado de un delicioso arroz con dhal y vegetales. Comimos como si llevaramos semanas sin comer, y es que a parte de tener hambre, el pescado fresco nos supo a gloria.

Con el estómago lleno estábamos preparados para cruzar el Ganges. Compramos el tique del ferry, hicimos la cola correspondiente, y embarcamos en algo parecido a un autobús marítimo que zarpaba rumbo a Gangasagar. El trayecto fue agradable, las gaviotas nos acompañaban, pues algunos turistas indios les fueron tirando comida todo el camino. El sol empezaba a ponerse reflejandose en las turbias aguas del río, y la costa de la isla se dibujaba en el fondo como un destino inimaginable para nosotros.

Una vez que llegamos a puerto, decenas de taxis nos esperaban para llevarnos al sur de la isla, a unos cuarenta kilómetros de distancia. Pero todos pedían mucho dinero, así que seguimos andando en busca de algo más económico. Al final encontramos un bus que por algunas rupias nos haría el mismo trayecto.

Por fin habíamos llegado, nos encontrabamos en Gangasagar, ya era de noche y no sabíamos donde dormir. Para nuestra tranquilidad aún cargo con una pequeña tienda de campaña que me regalaron en el Kumbh Mela. Preguntamos por la localización de algún albergue u hotel, y nos dicen que no hay y que el único lugar en el que podemos alojarnos es en un ashram (monasterio hinduista). Preguntando dimos con él, donde un simpático baba nos esperaba para darnos las bienvenida y ofrecernos una habitación donde pasar la noche.
 
Una vez instalados salimos a investigar. Todo estaba oscuro en la isla excepto un par de cabañas donde ofrecían chai. Fuimos a compartir un agradable momento con los acojaderos lugareños, mojando una especie de dura reposteria en chai. En este lugar nadie hablaba inglés, el turismo internacional no solía acercarse a esta isla mágica, asíq ue tuvimos que hacer mil esfuerzos para entendernos con nuestro escaso nivel de hindi. Después del chai nos acercamos al mar, que quedaba a escasos metros, pero no fuimos bienvenidos por los perros que dormian en la arena de la playa, así que antes de llevarnos un buen susto, decidimos ir al ashram a descansar, mañana será otro día.

Al despertar por la mañana buscamos un lugar donde desayunar. Aproveché el desayuno para que Antonio me diera unos últimos apuntes sobre fotografía, antes de lanzarnos al desconocido Gangasagar. Y ahora sí estabamos preparados para adentrarnos en la playa sagrada, donde el Ganges dejaba sus últimas gotas dulces, donde deseos, rezos, cenizas de cremaciones, ofrendas florales e ilusiones habían recorrido miles de kilómetros para acabar vertidas en el mar. Lugar donde el Ganges se despedía de la tierra, y donde los hindúes viajaban para darle el último adiós, el último rezo que sería compensado con las últimas aguas de la bendición divina.
 
En la arena, decenas de familias acomodaban sus pertenencias para darse su baño sagrado. La verdad es que recordaba un poco a todos los puntos anteriores en los que había visitado el Ganges pero con un ambiente mucho más relajado. La gente entraba en las orillas del mar para darse los chapuzones referentes a las abluciones. Tomaban agua entre sus manos y la dejaban escurrir mirando al sol, y rezaban al agua como si de uno de sus grandes dioses se tratase. Ofrecian cocos, flores y velas al mar, y algunos celebraban pujas en reunión acompañados por sus gurús. Los niños jugueteaban en el agua, y los adultos jugaban a ser niños. Chapoteos, carreras, fotografías,... todo embriagaba el ambiente de alegría y devoción.

Antonio y yo aprovechabamos para fotografiarlos, cosa que les encantaba y agradecían amablemente. Tienen razón los que dicen que India es un buen lugar para aprender fotografía, pues sus habitantes son generosos y agradecidos modelos con los que se puede practicar sin ningún miedo. Y ese fue nuestro entretenimiento durante todo el día, disfrutar de la magia del ambiente y juguetear con nuestras cámaras.

Por la noche buscamos un lugar de lo más local para cenar buena comida casera, antes de volver al ashram para escuchar música, pues las normas religiosas de estos monasterios no permiten estar en la calle hasta muy tarde. Además, la tranquilidad de la isla hace que a partir del anochecher haya poco que hacer en ese lugar.
 
Al dia siguiente nos dimos un buen madrugón, pues por la tarde Antonio tomaría un vuelo desde el aeropuerto de Calcuta hacia el sur de India. Ahora nos quedaba hacer todo el trayecto de vuelta, los cuarenta kilómetros de autobús en la isla, el ferry, y de nuevo las tres horas de autobús antes de llegar a Calcuta. Por suerte llegamos con tiempo para darnos nuestra última comilona, y despedirnos como se despiden dos viajeros que se han hecho casi hermanos en un mes viajando juntos. En el momento de decirle adiós a Antonio se me pasó por la cabeza todo lo que habíamos vivido juntos, los momentos músicales del Kumbh Mela, los cuidados que Antonio me dió mientras estuve enfermo del pie, el viaje en autostop hasta Calcuta, y los pequeños detalles que han hecho que este mes junto a Antonio haya sido uno de los momentos más especiales de mi viaje. Así que me despido de Antonio y de vosotros con unas palabras a mi gran amigo, mi hermano:

"Gracias por cuidar de mi en los malos momentos y por disfrutar conmigo en los buenos. Un fuerte abrazo del Tora Tora, para tí, hermano Pelu Pelu."


















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