Como no podía ser de
otra manera, el río más sagrado del mundo se despide de tierra firme de una
manera espectacular, ya que en su delta ha dejado una isla llamada Gangasagar,
para que los hindúes puedan ir a despedirse del Ganges desde su mismo centro.
La isla, de unos cuarenta kilómetros de largo, moja sus orillas del norte con
agua dulce del río y baña las orillas sureñas con agua salada del mar. Con una
desembocadura de este estilo, ¿como nos lo ibamos a perder?
Después de unas tres
horas de bus, nos hacen bajar en un pueblecito en medio de una carretera, y nos
dicen que para llegar a Gangasagar debemos subir en un motocarro que espera
abajo. Una vez que el bus se marcha negociamos el precio con el conductor del
motocarro, y como no nos ponemos de acuerdo, decidimos caminar los cuatro
kilómetros que anuncia el letrero que hay hasta el ferry. A los diez minutos de
estar caminando llega una grata sorpresa, pues un autobus se sirige hacia
nosotros. No dudamos en invadir la carretera para pararlo y preguntarle si iba
a a Gangasagar, a cuya pregunta contestaron afirmativamente y nos ahorramos un
rato de caminata.
Una vez que llegamos
a puerto, decenas de taxis nos esperaban para llevarnos al sur de la isla, a
unos cuarenta kilómetros de distancia. Pero todos pedían mucho dinero, así que
seguimos andando en busca de algo más económico. Al final encontramos un bus
que por algunas rupias nos haría el mismo trayecto.
Por fin habíamos
llegado, nos encontrabamos en Gangasagar, ya era de noche y no sabíamos donde
dormir. Para nuestra tranquilidad aún cargo con una pequeña tienda de campaña
que me regalaron en el Kumbh Mela. Preguntamos por la localización de algún
albergue u hotel, y nos dicen que no hay y que el único lugar en el que podemos
alojarnos es en un ashram (monasterio hinduista). Preguntando dimos con él,
donde un simpático baba nos esperaba para darnos las bienvenida y ofrecernos
una habitación donde pasar la noche.
Una vez instalados
salimos a investigar. Todo estaba oscuro en la isla excepto un par de cabañas
donde ofrecían chai. Fuimos a compartir un agradable momento con los acojaderos
lugareños, mojando una especie de dura reposteria en chai. En este lugar nadie
hablaba inglés, el turismo internacional no solía acercarse a esta isla mágica,
asíq ue tuvimos que hacer mil esfuerzos para entendernos con nuestro escaso
nivel de hindi. Después del chai nos acercamos al mar, que quedaba a escasos
metros, pero no fuimos bienvenidos por los perros que dormian en la arena de la
playa, así que antes de llevarnos un buen susto, decidimos ir al ashram a
descansar, mañana será otro día.
Al despertar por la
mañana buscamos un lugar donde desayunar. Aproveché el desayuno para que
Antonio me diera unos últimos apuntes sobre fotografía, antes de lanzarnos al
desconocido Gangasagar. Y ahora sí estabamos preparados para adentrarnos en la
playa sagrada, donde el Ganges dejaba sus últimas gotas dulces, donde deseos,
rezos, cenizas de cremaciones, ofrendas florales e ilusiones habían recorrido
miles de kilómetros para acabar vertidas en el mar. Lugar donde el Ganges se
despedía de la tierra, y donde los hindúes viajaban para darle el último adiós,
el último rezo que sería compensado con las últimas aguas de la bendición
divina.
Antonio y yo
aprovechabamos para fotografiarlos, cosa que les encantaba y agradecían
amablemente. Tienen razón los que dicen que India es un buen lugar para
aprender fotografía, pues sus habitantes son generosos y agradecidos modelos
con los que se puede practicar sin ningún miedo. Y ese fue nuestro
entretenimiento durante todo el día, disfrutar de la magia del ambiente y
juguetear con nuestras cámaras.
Por la noche buscamos
un lugar de lo más local para cenar buena comida casera, antes de volver al
ashram para escuchar música, pues las normas religiosas de estos monasterios no
permiten estar en la calle hasta muy tarde. Además, la tranquilidad de la isla
hace que a partir del anochecher haya poco que hacer en ese lugar.
Al dia siguiente nos
dimos un buen madrugón, pues por la tarde Antonio tomaría un vuelo desde el
aeropuerto de Calcuta hacia el sur de India. Ahora nos quedaba hacer todo el
trayecto de vuelta, los cuarenta kilómetros de autobús en la isla, el ferry, y
de nuevo las tres horas de autobús antes de llegar a Calcuta. Por suerte
llegamos con tiempo para darnos nuestra última comilona, y despedirnos como se
despiden dos viajeros que se han hecho casi hermanos en un mes viajando juntos.
En el momento de decirle adiós a Antonio se me pasó por la cabeza todo lo que
habíamos vivido juntos, los momentos músicales del Kumbh Mela, los cuidados que
Antonio me dió mientras estuve enfermo del pie, el viaje en autostop hasta
Calcuta, y los pequeños detalles que han hecho que este mes junto a Antonio
haya sido uno de los momentos más especiales de mi viaje. Así que me despido de
Antonio y de vosotros con unas palabras a mi gran amigo, mi hermano:
"Gracias por
cuidar de mi en los malos momentos y por disfrutar conmigo en los buenos. Un
fuerte abrazo del Tora Tora, para tí, hermano Pelu Pelu."
No hay comentarios:
Publicar un comentario