Hola a todos!
Como ya sabeis este
es mi segundo viaje a India, y en más de una ocasión he ido a tropezar con el
río más sagrado del mundo, el Ganges. En Rishikesh lo vi surgir de su
nacimiento en los Himalaya, en Varanasi lo pude sentir en su estado más
dramático dando sentido a la muerte de los creyentes hindues, y en el Kumbh
Mela lo he vivido en su momento más popular, religioso y caótico. Y ahora que
estoy en Calcuta, tan cerca de su desembocadura, no voy a perder la oportunidad
de ver donde acaba este río mágico capaz de recoger millones de historias
personales por año. El problema es que la desembocadura principal del Ganges se
encuentra en Bangladesh, y ahora mismo el estado políticop y social del país no
está en sus mejores momentos. Además, mi compañero de viaje Antonio no tiene
tiempo para visitar un nuevo país, y a mi me gustaría viajar con él durante
estos días, así que hemos decidido visitar la principal desembocadura del mayor
afluente del Ganges terminada en India.
Como no podía ser de
otra manera, el río más sagrado del mundo se despide de tierra firme de una
manera espectacular, ya que en su delta ha dejado una isla llamada Gangasagar,
para que los hindúes puedan ir a despedirse del Ganges desde su mismo centro.
La isla, de unos cuarenta kilómetros de largo, moja sus orillas del norte con
agua dulce del río y baña las orillas sureñas con agua salada del mar. Con una
desembocadura de este estilo, ¿como nos lo ibamos a perder?
Temprano por la
mañana cargamos con nuestras mochilas y nos despedimos de los dueños de la
guest house, prometiendoles que volveríamos en unos días. Caminamos hasta la
estación de autobuses de Esplanade, donde después de preguntar en un par de
lugares, un simpático chico nos acompañó hasta el autobús que nos llevaría rumbo
hacoia el mar. En la taquilla pagamos por nuestro tiquet y en breve empezamos a
cruzar Calcuta, lo que nos llevó casi una hora devido a la densidad de su
tráfico. Una vez fuera, el paisaje cambiaba por completo, Extensos campos de
arroz, acompañados por dispersos palmerales, y una exuberante vegetación
subtropical daban al paisaje un amplio abanico de tonalidades verdes que
alegraban los sentidos. Las aldeas se iban haciendo cada vez más pequeñas, y
las gentes más tradicionales.
Después de unas tres
horas de bus, nos hacen bajar en un pueblecito en medio de una carretera, y nos
dicen que para llegar a Gangasagar debemos subir en un motocarro que espera
abajo. Una vez que el bus se marcha negociamos el precio con el conductor del
motocarro, y como no nos ponemos de acuerdo, decidimos caminar los cuatro
kilómetros que anuncia el letrero que hay hasta el ferry. A los diez minutos de
estar caminando llega una grata sorpresa, pues un autobus se sirige hacia
nosotros. No dudamos en invadir la carretera para pararlo y preguntarle si iba
a a Gangasagar, a cuya pregunta contestaron afirmativamente y nos ahorramos un
rato de caminata.
El bus nos dejó en un
pequeño pueblo de pescadores, donde había un muelle desde donde saldría el
ferry hacia la isla. Pero ya era mediodía y nuestros estómagos rugían como los
leones, así que decidimos comer antes de cruzar el Ganges. Encontramos un
restaurante abarrotado de Indios, y nos pareció buena idea unirnos al festín.
La verdad es que elegir restaurante por la cantidad de locales que hay dentro
siempre da resultado. Pues el lugar era un restaurante de pescado fresco, que
lo servían tanto frito como en salsa, acompañado de un delicioso arroz con dhal
y vegetales. Comimos como si llevaramos semanas sin comer, y es que a parte de
tener hambre, el pescado fresco nos supo a gloria.
Con el estómago lleno
estábamos preparados para cruzar el Ganges. Compramos el tique del ferry, hicimos la cola correspondiente, y embarcamos en algo parecido a un autobús
marítimo que zarpaba rumbo a Gangasagar. El trayecto fue agradable, las
gaviotas nos acompañaban, pues algunos turistas indios les fueron tirando
comida todo el camino. El sol empezaba a ponerse reflejandose en las turbias
aguas del río, y la costa de la isla se dibujaba en el fondo como un destino
inimaginable para nosotros.
Una vez que llegamos
a puerto, decenas de taxis nos esperaban para llevarnos al sur de la isla, a
unos cuarenta kilómetros de distancia. Pero todos pedían mucho dinero, así que
seguimos andando en busca de algo más económico. Al final encontramos un bus
que por algunas rupias nos haría el mismo trayecto.
Por fin habíamos
llegado, nos encontrabamos en Gangasagar, ya era de noche y no sabíamos donde
dormir. Para nuestra tranquilidad aún cargo con una pequeña tienda de campaña
que me regalaron en el Kumbh Mela. Preguntamos por la localización de algún
albergue u hotel, y nos dicen que no hay y que el único lugar en el que podemos
alojarnos es en un ashram (monasterio hinduista). Preguntando dimos con él,
donde un simpático baba nos esperaba para darnos las bienvenida y ofrecernos
una habitación donde pasar la noche.
Una vez instalados
salimos a investigar. Todo estaba oscuro en la isla excepto un par de cabañas
donde ofrecían chai. Fuimos a compartir un agradable momento con los acojaderos
lugareños, mojando una especie de dura reposteria en chai. En este lugar nadie
hablaba inglés, el turismo internacional no solía acercarse a esta isla mágica,
asíq ue tuvimos que hacer mil esfuerzos para entendernos con nuestro escaso
nivel de hindi. Después del chai nos acercamos al mar, que quedaba a escasos
metros, pero no fuimos bienvenidos por los perros que dormian en la arena de la
playa, así que antes de llevarnos un buen susto, decidimos ir al ashram a
descansar, mañana será otro día.
Al despertar por la
mañana buscamos un lugar donde desayunar. Aproveché el desayuno para que
Antonio me diera unos últimos apuntes sobre fotografía, antes de lanzarnos al
desconocido Gangasagar. Y ahora sí estabamos preparados para adentrarnos en la
playa sagrada, donde el Ganges dejaba sus últimas gotas dulces, donde deseos,
rezos, cenizas de cremaciones, ofrendas florales e ilusiones habían recorrido
miles de kilómetros para acabar vertidas en el mar. Lugar donde el Ganges se
despedía de la tierra, y donde los hindúes viajaban para darle el último adiós,
el último rezo que sería compensado con las últimas aguas de la bendición
divina.
En la arena, decenas
de familias acomodaban sus pertenencias para darse su baño sagrado. La verdad
es que recordaba un poco a todos los puntos anteriores en los que había
visitado el Ganges pero con un ambiente mucho más relajado. La gente entraba en
las orillas del mar para darse los chapuzones referentes a las abluciones.
Tomaban agua entre sus manos y la dejaban escurrir mirando al sol, y rezaban al
agua como si de uno de sus grandes dioses se tratase. Ofrecian cocos, flores y
velas al mar, y algunos celebraban pujas en reunión acompañados por sus gurús.
Los niños jugueteaban en el agua, y los adultos jugaban a ser niños. Chapoteos,
carreras, fotografías,... todo embriagaba el ambiente de alegría y devoción.
Antonio y yo
aprovechabamos para fotografiarlos, cosa que les encantaba y agradecían
amablemente. Tienen razón los que dicen que India es un buen lugar para
aprender fotografía, pues sus habitantes son generosos y agradecidos modelos
con los que se puede practicar sin ningún miedo. Y ese fue nuestro
entretenimiento durante todo el día, disfrutar de la magia del ambiente y
juguetear con nuestras cámaras.
Por la noche buscamos
un lugar de lo más local para cenar buena comida casera, antes de volver al
ashram para escuchar música, pues las normas religiosas de estos monasterios no
permiten estar en la calle hasta muy tarde. Además, la tranquilidad de la isla
hace que a partir del anochecher haya poco que hacer en ese lugar.
Al dia siguiente nos
dimos un buen madrugón, pues por la tarde Antonio tomaría un vuelo desde el
aeropuerto de Calcuta hacia el sur de India. Ahora nos quedaba hacer todo el
trayecto de vuelta, los cuarenta kilómetros de autobús en la isla, el ferry, y
de nuevo las tres horas de autobús antes de llegar a Calcuta. Por suerte
llegamos con tiempo para darnos nuestra última comilona, y despedirnos como se
despiden dos viajeros que se han hecho casi hermanos en un mes viajando juntos.
En el momento de decirle adiós a Antonio se me pasó por la cabeza todo lo que
habíamos vivido juntos, los momentos músicales del Kumbh Mela, los cuidados que
Antonio me dió mientras estuve enfermo del pie, el viaje en autostop hasta
Calcuta, y los pequeños detalles que han hecho que este mes junto a Antonio
haya sido uno de los momentos más especiales de mi viaje. Así que me despido de
Antonio y de vosotros con unas palabras a mi gran amigo, mi hermano:
"Gracias por
cuidar de mi en los malos momentos y por disfrutar conmigo en los buenos. Un
fuerte abrazo del Tora Tora, para tí, hermano Pelu Pelu."
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