Hola a todos!
Después de despedirme
de todos los amigos que he hecho durante el mes que he pasado en Calcuta, fui a
buscar mi mochila al hotel para dirigirme a la estación de trenes de Sealdah.
Cual fue mi alegría que al pasar por Sudder Street, algunos de mis amigos que
viven en la calle se habían juntado para decirme adiós mientras yo pasaba con
mi mochila a cuestas. Los tenderos gritaban "Buen Viaje" desde sus
puestecillos de la calle, y yo caminaba con una alegría que pocas veces he
sentido, pues despedirme de Calcuta con tanto cariño aculumulado es algo que en
pocas despedidas me ha pasado. Incluso cuando tomé el bus que me llevaba a la
estación de trenes, sentía una fuerza que me arrastraba a volver al que se ha
convertido en mi barrio, mi hogar. Hasta que el tren no se puso en marcha,
estuve indeciso entre partir o darme la vuelta y quedarme en Calcuta, el
problema es que si me rendía ahora, me quedaría atrapado en Calcuta para
siempre. Así que lo mejor fue tomar ese tren que viajaba hacia el norte. En
seguida me quedé dormido y conseguí despertarme justo cuando estabamos
llegando, tras doce horas de viaje.
Mi primera intención
era viajar de Calcuta a Darjeeling, turística estación de montaña conocida por
sus plantaciones de té, pero decidí retrasar un día mi llegada a Darjeeling,
pues me encontraba muy cerca de la frontera con Nepal, y en menos de una semana
se terminarían mis noventa dias del primer período de mi visado. Y es que para
los españoles, el visado de India es de seis meses con múltiple entrada, pero
no se pueden estar periodos más largos de noventa dias. Así que tomé un bus
dirección a la frontera nepalí, con intención de pasar un día en el país de los
Himalayas, para al día siguiente volver a India y así disponer de otros tres
meses más en el país. El bus no tardó más de una hora en llegar a la frontera,
donde pasé mi primer control como turista que sale de India. Después crucé el
puente que cruza el rio que separa los dos países, y sellé mi entrada en Nepal.
El problema de hacer estas salidas burocráticas es que tienes que pagar el
visado del país al que entras, lo vayas a disfrutar o no. Así que me tocó pagar
los veinticinco dolares pertenecientes a quince dias de estancia en Nepal, aun
sabiendo que al día siguiente iba a dejar el país.
Al cruzar la
frontera, busqué un lugar donde pasar la noche, y conocí a un chico muy amable,
quien se fijó en mis tatuajes, y al que le encantaba la música y me invitó a
pasar la tarde con él y sus amigos músicos. Me llevó con su moto a un bar a las
afueras del pueblo, construido a modo de cabaña con bambú y paja, donde servían
un vino local que consistía en fruta triturada en una gran jarra donde uno iba
sirviendose agua al gusto y la fruta daba sabor para cuantas jarras de agua
quisiera uno tomar. Lógicamente era un vino de una graducación en alcohol muy
baja, pues acabamos bebiendo como cuatro o cinco jarras y la borrachera nunca
llegó, aunque si he de reconocer que un poco contentillos nos fuimos a dormir.
Al día siguiente me
desperté muy temprano para cruzar la frontera. Una vez conseguido el sello que
me permitía estar noventa días más en India, tomé el bus de vuelta a Siliguri,
el lugar donde me había dejado el tren de Calcuta la mañana anterior. La única forma
de llegar a Darjeeling, es tomando un jeep en Siliguri que trepa por los
Himalaya durante tres horas de intensas curvas, hasta llegar a los dos mil dos
cientos noventa metros de altura que coronan la ciudad. A partir de las dos
horas de camino empieza a entrar por la ventana del jeep un fío que hacía meses
que no sentía, y mucho menos a estas horas de la mañana. Las vistas desde la
carretera se hacen cada vez más espectaculares, pues estamos escalando la
montaña por una de sus caras, y abajo quedan los valles donde hemos tomado el
jeep.
Una vez en Darjeelig,
parece que hemos entrado en un mundo nuevo. Los rasgos de la gente son
totalente tibetanos, las construcciones de las casas totalmente alpinas, y los
templos hinduistas y mezquitas musulmanas de Calcuta han sido substituidos por
decenas de monasterios budhistas tibetanos, donde las benderolas de colores se
agitan con los frios vientos de las montañas. Darjeeling es una ciudad
vertical, construida por las colonias britanicas en una de las caras de la
montaña, con la intención de convertirlo en un puerto de ocio donde las
temperaturas son agradables además de un centro de producción de té. Alredor de
la ciudad, todas las montañas están cubiertas por un manto de jardines de té
que me hacen recordar a lugares como Munnar en el Sur de India o Cameron
Highlands en el Oeste de Malasia.
Nada más llegar me
encuentro con Alesandro, un amigo italiano que conocí en Calcuta. Amablemente
me ayuda a encontrar un hotel donde alojarme, y me enseña los cuatro puntos centrales
de la ciudad, ya que al ser una ciudad construida en vertical, se convierte en
un laberinto de calles que intentan trepar hacia los puntos más altos, allí
donde se encuentra nuestro hostel. Esta tarde la voy a tomar para descansar, ya
que el clima me predispone a ello. Por la noche salimos a cenar, y pudimos
disfrutar de nuevo de la verdadera comida tibetana. Sopas de noodles (fideos
chinos), momos (empanadillas) vegetales y de pollo, fideos fritos con mezcla de
sabores... una variedad culinaria para chuparse los dedos. Además, como ahora
estoy sintiendo el verdadero frío de las noches de Darjeeling, una buan sopa
calentita me va a sentar de maravilla.
Por la mañana, me
despierto con el deseo de que el cielo este limpio de nubes, pues uno de los atractivos
de Darjeeling es que como se encuentra a más de dosmil metros de altura,
proporciona unas buenas vistas de la cordillera del Himalaya, especialmente del
tercer pico más alto del mundo, El Kachenchunga. Pero por pronto que me he
levantado, no he podido ver nada, pues un manto de nubes cubría el cielo de
Darjeeling. Así que he ido a desayunar con Alesandro y después hemos ido a dar
un paseo por las inclinadas calles de la ciudad.
En primer lugar que
hemos visitado es un monasterio busdhista tibetano, famoso por ser el lugar
donde se encontró "El Libro Tibetano de los Muertos", un clasico de
la bibliografía del Tibet. El interior estaba cerrado, pero hemos podido
disfrutar del colorido de sus fachadas, como de los interminables cilindros de
oración con los mantras giratorios, y de las pinturas de su puerta, referentes
a la mitología budhista del Tibet. Como para llegar aquí hemos tenido que bajar
algunos metros, ahora toca subir de nuevo a la ciudad, así que con paciencia
alcanzamos el pico de nuevo,
Ya que pasabamos por
su lado, hemos aprovachdo para entrar en la oficina de turismo del gobierno
para que nos informen sobre como se pueden hacer trekkings por libre en la
zona. El problema que nos hemos encontrado es que los dos principales trekkings
de la zona, el Singalila y el Goecha La, son de pago, y a cual de ellos más
caros. De pago me refiero a que el Singalila te obliga a contratar un guía, ya
que discurre en la zona fronteriza de Nepal, y no se permite pasar por esta
zona a turistas solos. En cuanto al Goecha La, no solo se exige guía, sinó que
hay que sacar unos permisos de trekking, y organizar todo el viaje con una
agencia. Ellos se justifican diciendo que es una zona próxima a la frontera
tibetana, y que es una zona muy peligrosa. El resto de trekkings que se permite
hacer por cuenta propia no ofrecen mucho interés, ya que se recorren aldeas
cercanas a monasterios, pero ni hay un ascenso relevante, ni se acercan a los
grandes picos del Himalaya. Así que me resigno a hacer trekking en esta zona y
decido explorar la ciudad hasta que me canse. También he decidio la idea de
viajar al Sikkim, ya que aunque es una zona preciosa, tiene el acceso
restringido en la mayor de sus areas, y solo dejan visitar la zona de menos
interés, por lo menos para mi, que busco las grandes montañas del Himalaya. El
gran problema de esta zona es que es un lugar estratégico, ya que colinda al
oeste con Nepal, al Este con Bhutan, al Sur con Bangladesh y al Norte con el
Tibet Chino. Y yo, furioso enemigo de las prohibiciones, no me siento del todo
bienvenido en zonas como esta.
Al salir de la
oficina de turismo decidimos callejear por Darjeeling. El primer lugar que
encontramos es la colina del observatorio. Se trata de un punto elevado de la
ciudad, con buenas vistas a Nepal y sus montañas, pero que como el día esta
extremadamente nublado, no podemos ver nada. Eso sí, podemos disfrutar de un
bonito complejo de templos, una mezla entre hinduismo y budhismo tibetano. La
estructura recuerda a los templos nepalíes, las banderas de colores a la
religión tibetana, y las pinturas y figuras de los dioses, un poquito a todo.
Pequeñas estatuillas de budha comparten lugar con imagenes de Shiva, Parvati y
Ganesh. Y las ofrendas se mezclan entre las velas e inciendo del budhismo con el
fuego, el agua, el aire y la tierra del Hinduismo. La verdad es que ha sido uno
de los templos más curiosos que he visitado.
Un poco más abajo nos
encontramos con una gran iglesia católica de los tiempos del colonialismo, y un
jardín privado donde una enorme estatua de Shiva corona una fuente de agua.
Este jardín se usa para las celebraciones culturales de la ciudad. Un poco más
abajo nos encontramos con el zoo de Darjeeling, con muestras de animales de las
montañas, al que decidimos no entrar por principios éticos. La pena es que en
el interior del zoo se encuentra el Instituto de montañismo y el museo del
Everest, donde se expone todo tipo de información sobre las montañas más altas
del mundo.
Siguiendo nuestra
ruta hacia el norte, nos encontramos con un gran instituto de arquitectura
colonial, donde estudiantes de familias adineradas de diferentes partes de
India acuden para finalizar sus últimos años de estudios, La fama de la
educación en Darjeeling es de las mejores de la India, ya que los ingleses
abrieron grandes centros de buena calidad y tras la independencia, los
lugareños se encargaron de proteger dicha reputación manteiendo la calidad de
estudios de dicha fama.
El final de nuestra
visita a la ciudad culminaba en el funicular, que desde el punto donde nos
econtrabamos hacía un circuito de unos cuarenta minutos sobrevolando los campos
de té. Decidimos no subir, ya que el cielo estaba totalmente nublado, y debido
a la altura en que nos encontrabamos, Darjeeling se submergía entre las nubes y
no se podía disfrutar de los paisajes. Así que como nos encontrabamos muy
abajo, decidims tomar un taxi que nos subiría de nuevo hasta el punto más alto
de la ciudad. Paramos cerca del mercado, donde dimos una vuelta para disfrutar
de la vida rutinaria de la ciudad, viendo como se compraban y vendian los
diferentes productos. Yo me animé a probar una espcie de queso de yak seco, más
bien petrificado, que había a uno partirse los dientes intentando morderlo. El
truco era mantenerlo en la boca como media hora y después disfrutar del sabor a
queso. También visitamos la torre del reloj, un torreón de piedra de la época
colonial.
Los tiempos muertos
los pasabamos en Chow Rasta, la plaza principal del pueblo, donde centenares de
turistas indios adinerados paseaban con sus familias en busca de alguna cara y
bonita joya tibetana que colgarse al cuello o en busca de unos momos para
echarse a la boca. Entre lujosas tiendas de té, yo encontré un lugar en el que
perderme durante horas, una bonita y gigantesca librería especializada en
cultura, religión y mitología tibetana, donde había miles de libros referentes
a Budha, El Dalai Lama, los grandes monasterios de la zona o la história de los
Gorkhas, los grandes guerreros nepalíes que lucharon por defender sus tierras y
a los que fueron arrebatadas las zonas de Darjeeling y Sikkim. Es por este
motivo histórico, que la gran mayoría de los habitantes de esta zona creen en
el independentismo de Darjeeling y Sikkim y creación de un estado llamado
Gorkhaland, y esto se refleja en las decenas de carteles y pintadas en los
negocios y casas particulares, y algunas manifestaciones pacíficas que pude ver
en mi estancia en Darjeeling. La verdad es que al entrar en Darjeeling uno se
siente como en otro país, como en otro mundo, pues los habitantes tibetanos de
Darjeeling no tienen nada que ver con los hindues o musulmanes de Calcuta, y
ambos pertenecen al estado de Bengala Occidental, dentro del país de India.
El segundo día de
visitas fuimos a ver las dos versiones de tren que existen en Darjeeling. Sí,
es verdad que antes he dicho que la única manera de acceder a la ciudad es en
jeep, pero es que la opción del tren la considero más una atracción turítica
que un transporte, ya que existe la opción de subir en tren a Darjeeling pero tarda
siete horas en harer un trayecto de ochenta kilómetros, y el precio es
excesivo. La velocidad máxima de este tren es de diecisiete kilómetros por
hora. También existe la opción de visitar las aldeas cercanas a Darjeeling en
un tren de vapor. Pues bien, nosotros nos conformamos con visitar la estación
de trenes y ver como reparaban la locomotora de uno de estos trenes de vapor.
Después fuimos
andando en busca del monasterio de Dali, un gran centro budhista donde viven
centenares de monjes y donde la visita está abierta al público. Por el camino
pudimos disfrutar de unas increíbles vistas de la ciudad desde las colinas
laterales. La visita al monastero fue de lo más intereante, pues pudimos
visitar la sala de oraciones donde los ancianos pasaban el día haciendo girar
los grandes cilindros de los mantras y también pudimos ver como se organizan a
la hora de la comida para alimentar a decenas de jovencísimos novicios de la
religion budhista tibetana. Todos con sus cabezas afeitadas, sus hábitos
granates y con más ganas de jugar que de aprender, los chicos se divertían con
nuestra visita.
De vuelta a la
ciudad, desde un jeep escuche un grito que decía mi nombre. No podía ser. El
jeep se paraba y de él bajaba Vasily, uno de mis grandes amigos que conocí en
el Kumbh Mela. Tras un fuerte abrazo, estuvimos toda la tarde hablando de lo
que habíamos hecho desde que nos separamos en Varanasi. Que alegría poder
compartir histórias con buenos amigos.
Al día siguiente
Alesandro nos despertaba a las cinco de la mañana. ¡Las Montañas! La mañana
estaba limpia de nubes, y en el cielo, el tercer pico más alto del mundo,
relucía como si estuviera volando entre las nubes bajas que lo cubrían. Sin
lavarnos la cara siquiera, corrimos hacia el observatory Hill, desde donde esperabamos
disfrutar de unas bonitas viestas del Kachenchunga. Y así fue. Perdimos la
noción del tiempo y del lugar, hipnotizados bajo la imponente mirada de la gran
montaña. Nos sentimos afortunados por haber llegado a esta hora, ya que las
nubes empezaban a levantarse, y en breve no se podría ver nada. Hoy era mi
última día, y las montañas habían querido agradecer mi visita. La mañana la
pasé recibiendo a unos amigos de Murcia que había conocido en Calcuta y que
acababan de llegar a cual más enfermo. Por suerte era cosa del estómago, así
que con reposo y un poco de cariño se les pasaría, Yo tomé el jeep de vuelta a
Siliguri con mi amigo Vasily, del cual me despedí en la estación de trenes. Él
tomaba rumbo a Varanasi, y yo.... No pude frener las irremediables ganas de
volver a Calcuta. Echaba de menos la ciudad, la gente, su calor y hospitalidad.
Sentía que mis dias en Calcuta no habían acabao y que me quedaban experiencias
por vivir. Así que, ¿Por que escuchar a la mente que te empuja a seguir
viajando cuando el corazón quiere quedarse en un lugar? ¿Tan malo es
establecerse después de un año y dos meses sin parar de moverse? Vuelvo a
Calcuta y me iré cuando mi corzón me diga que ya es suficiente. Nos vemos en
Sudder Street, nos vemos en casa.
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