miércoles, 13 de marzo de 2013

Autostop a Calcuta

Hola a todos!

Por fin me veo capacitado para seguir mi camino, por fin el médico me ha dado el alta, por fin me he puesto las botas de trekking para proteger mi pie, he cargado a hombros mi pequeña casa llamada La Mochila Asiática, y me he echado a andar en busca de nuevas aventuras y bonitas experiencias en India.

Esta mañana me he despertado más feliz que nunca, he subido al terrado del albergue donde me alojo, y me he pegado un desayuno de reyes junto a mis buenos amigos Antonio y Mariano. Después de desayunar, hemos cargado con la mochila y hemos dejado el albergue, para ir a despedirnos del bar donde he pasado mis dias en Varanasi. Al vernos con la mochila a la espaldas, el equipo del bar se ha puesto un poco triste. Pero para contrarestar la pena, hemos hecho algunas fotos divertidas de recuerdo.

Es la segunda vez que tengo que tomar reposo en India por una enfermedad, y la verdad, es que las dos veces me han tratado de una forma excepcional. Me he sentido cuidado, atendido, mimado y querido, casi como si estuviera en casa, casi como si fueran mi pequeña familia en India. Así que igual que nunca olvidé el trato de mi primer mal momento en India y este año volví a visitar a mis amigos de Jaisalmer, a Abu y mi familia de Varanasi tampoco pienso olvidarlos, y seguro que la próxima vez que pase por varanasi les haré una visita.

Y después de despedirnos del equipo del bar, nos toca una despedida más fuerte. Mariano se queda en Varanasi mientras que Antonio y yo partimos juntos rumbo a Calcuta. La verdad es que se hace difícil despedirse de alguien que es ya casi como un hermano en India, que hemos vivido tantas experiencias juntos... Pero lo bueno es que no le queda a uno esa sensación de ¿nos volveremos a ver? Pues a Mariano tengo claro que si lo volveré a ver, y no una vez, sino varias veces a lo largo de mi vida. Igual que la mágia de India nos unió en Mahabalipuram, Pushkar y Rishikesh el año pasado, nosotros nos hemos vuelto a ver en Barcelona y Allahabad. Un abrazo hermano, te echaré de menos.

Y después de despedirnos de todos, Antonio y yo empezamos a andar por la orilla del río, siguiendo los ghats, pues esta vez no buscabamos una estación de tren o una parada de bus para viajar, sino que nos dirigiamos a la salida de la ciudad, donde los coches toman dirección Calcuta. Así es, esta vez habíamos decidido hacer los casi 700 kilometros que separan Varanasi de Calcuta parando vehículos en la carretera y preguntandoles si nos pueden acercar un poquito.

Una vez llegamos al puente que cruza el Ganges y que saca todo el tráfico de la ciudad, empezamos a parar vehículos. Como era una carretera local, solo había vehículos pequeños como motos, coches, jeeps, rickshaws y pequeñas camionetas. La gente no entendía lo que estabamos haciendo, pues unos nos enviaban a la estación de trenes, otros a la parada de autobús y otros querían parar un autorickshaw para que nos llevara abonando la correspondiente tarifa. Nosotros decíamos que no teníamos dinero, que solo queríamos que alguien nos acercara hasta la autopista NH2 dirección Calcuta. Por fin alguien lo entendió, y un jeep con un letrero de bus escolar que transportaba gente más bien de la tercera edad nos llevó hasta el pueblo más cercano a la autopista, nos encontrábamos en Mughal Sarai. Nuestro fallo fue abandonar la carretera principal y entrar en el pueblo, pues una vez dentro, otra vez nadie nos entendia y todos querían ayudarnos indicandonos la dirección de la estación de trenes. Así que comenzamos a andar para alejarnos del centro del pueblo. De repente, una camioneta nos paró y nos llevó a la salida del pueblo, donde había otro puente cruzando un río que llevaba a la autopista. Pero como aun estaba lejos seguimos parando vehículos. Un amable conductor de un jeep nos llevó hasta el siguiente pueblo, pero esta vez si, la autopista NH2 pasaba justo por ahí. Ahora ya podíamos encontrar lo que estabamos buscando, viajar en un gran camión de mercancías que nos llevara a Calcuta.

Nos pusimos en mitad de la carretera agitando los brazos, pues las autopista en India no son como las de Europa, sino que son dos carriles de ida y dos de vuelta donde los coches no superan la velocidad de ochenta kilometros por hora. Otra cuestión que debiamos tener en cuenta eran los gestos, pues en India no estan acostumbrados a que nadie haga Autostop y no entienden lo que significa levantar el pulgar en la carretera, así que para que nos hicieran caso teníamos que agitar los brazos, gritar, y lo más importante, hacer el gesto de Namasté, con las palmas de la mano unidas, en símbolo de respeto y gratitud. Muchos camiones no paraban, algunos no se atrevían ni a mirar, muchos nos gritaban algo que no podíamos entender por la ventana. Algunos si pararon pero iban en otra dirección. Al final, dos jovencísimos y simpáticos camioneros nos pararon, y aunque no iban a Calcuta sino a Patna (ciudad más al norte en la provincia de Bihar), nos ofrecieron llevarnos hasta el desvío que separaba las carreteras de los dos destinos. Subimos rápidamente la mochilas, nos acomodamos en la cabina del camion, y empezamos a practicar el poco Hindi que sabemos, que para ellos fue suficiente como para alegrarse de que dos españoles hablaran un poquito de su idioma. Cuando se nos acabó el tema de conversación, nos echamos a descansar encima de las mochilas.

Al cabo de una horas llegamos a la frontera entre el estado de Uttar Pradesh y Bihar, donde había un carril especial para camiones donde eran revisados antes de cruzar al estado siguiente. Al ver tantos camiones decidimos bajarnos a preguntar, pues seguro que alguno iría a Calcuta. Nos despedimos agrdecidos de los jóvenes camioneros y empezamos a preguntar camión por camión. Nada, algunos nos decían que iban a otros lugares, muchos no nos querían entender, otros no nos querían llevar, pero la mayoría decían que iban a parar a dormir, pues el sol se estaba poniendo en el horizonte. Al ver que no conseguiamos que nadie nos parara, decidimos ir a un pequeño puesto de chai, donde descansaban decenas de camioneros. Allí nos dijeron que era hora de parar y descansar, pues la mayoría no querían conducir de noche. Por suerte llevabamos a tienda de campaña que me habían regalado en la mochila, y habíamos comprado galletas como para alimentarnos casi dos días. Pero antes de rendirnos quisimos probar con los oficiales que registraban a los camioneros. Un joven agente nos ofreció su ayuda y empezó a preguntar a todos los camioneros en hindi si podían ayudarnos, pero le respondían lo mismo que a nosotros. El chico insistía en que tomaramos el tren, pero no queríamos rendirnos tan pronto ante nuestra gran aventura. Al decirle que no teníamos dinero ocurrió algo mágico, que no podíamos creer. El joven agente hizo una colecta de dinero entre todos los trabajadores de la aduana y nos ofreció un fajo de billetes para poder viajar en tren y alimentarnos unos días. Lógicamente rechazamos la oferta, pues si viajabamos a dedo era por la experiencia, no por mendigar. Le pedimos si podíamos instalar nuestra tienda en la frontera y nos dijo que eso estaba totalmente prohibido. Así que la solucion fue buscarnos un camión en el que viajar hasta el siguiente pueblo, que se encontraba a ocho kilómetros de distáncia, y en el que podríamos dormir en el interior de la estación de tren.

Los amables camioneros nos dejaron en la entrada del pueblo, desde donde echamos a andar hasta encontrar la estación de trenes, que debido a las pequeñas dimensiones del pueblo era minúscula, perfecta para montar nuestra acojedora cama para esta noche. Pero antes de dormir, teníamos que llenar el estómago, así que decidimos visitar los restaurantes locales del pueblo. Entonces descubrimos el precio real de la comida en India. Pagamos veinte rupias (veintiocho céntimos de euro) cada uno por un delicioso thali compuesto de arroz, dhal y vegetales, con chapati incluido, y en el que pudimos repetir tantas veces como quisimos. Ya que nos encontramos en el lugar menos turístico de la India, decidimos que ya era era de jugarsela con el agua, y bebimos de esas jarras gratuitas que sirven con agua del grifo. La cena nos sentó de maravilla, la factura mejor todavía, y la compañía fue excelente, pues una decena de jovenes curiosos se habían acercado a saber de aquellos dos extraños que habían visitado su pequeño pueblo sin motivo alguno, y que planeaban pasar la noche en el suelo de la estación.

Como la cena había sido muy barata, nos dimos el capricho de tomar unos dulces con chai antes de ir a dormir. Al llegar a la estación, los pobres vagabundos empezaban a hacerse sus huecos donde pasar la noche. Nosotros encontramos una esquinita justo en la puerta de la estación, donde pusimos nuestras mantas y nos hicimos un hueco para pasar la noche. Como no teniamos sueño estuvimos conversando un buen rato, hasta que conseguimos quedarnos dormidos. Hasta que a media noche, el ruido empezó a despertarnos. No esperábamos que esa pequeña estación de pueblo iba a tener tanto movimiento nocturno. De repente, la estación se llenaba de gente que iba a tomar un tren a cualquier dirección desconocida para nosotros, y yo creo que competían por ver quien era más ruidosos. Madres gritando a sus hijos, maridos gritando a sus mujeres, aburridos jóvenes solteros que se entretenían con la música del teléfono a todo volúmen, gente haciendo gargajos antes de lanzar uin gran escupitajo, y una mujer loca como una regadera, gritando a todo aquel que a ella le apetecía. Entre tanto ruido no había quien pegara ojo. Además, había gente que había llegado muy pronto a la estación, y como era de madrugada y debían tener sueño, se habían hueco entre los que ya dormíamos para poder relajarse un rato. Hubo un momento en que me desperté con una señora sentada en mis pies, y vi a Antonio acurrucado entre un grupo de ancianitas. Esa noche fue una locura, pero todo forma parte de la gran experiencia de este viaje.

Cuando por fin conseguí conciliar el sueño, una serie de continuas patadas en los pies me despertaron. Un señor con una escoba amenazaba darnos un masaje de bambú si no nos levantabamos en seguida. Eran las seis de la mañana, empezaba a clarear el día, y nosotros necesitabamos un chai calentito con unas galletas para mojar. Pero antes del desayuno tuve la necesidad de ir al baño. Al preguntar en los bares me dijeron que no tenian y todo el mundo me decía que el baño estaba fuera de la estación. Cuanto más buscaba menos lo encontraba y más urgente se hacía la necesidad de ir al baño. Al final pregunté en la estación y comprendí porque no encontraba el baño. Se trataba de un gran descampado justo en frente de las vías, y pude saber que era allí por la cantidad de gente que había en cuclillas y el campo de minas que habían sembrado. Con mucho cuidado y vigilando donde pisaba me adentré en ese gigantesco cuarto de baño al aire libre, y me puse de cuclillas con una botella de agua en mis manos. La verdad es que nunca me había imaginado compartir este momento tan íntimo con vecinos de baño, ni con la gente que entraba y salía de la estación, ni dando la bienvenida a los recién llegados al pueblo, pero aunque al principio me sentía extraño, es otra verguenza natural que he superado y que me ha hecho sentir mucho más libre, a parte de más ligero.

Después del desayuno nos lanzamos de nuevo a la autopista. Ayer gastamos todo el día para recorrer lo que suponemos que fueron unos cincuenta kilómetros. Si seguíamos a este ritmo tardaríamos dos semanas en hacer un trayecto que el tren tarda doce horas en hacer. En la carretera nos volvió a pasar lo mismo. Curiosos y amables pueblerinos intentaban ayudarnos sin entender que lo que necesitabamos era que nos dejaran solos para poder parar cuanto antes a un camión. Después de más de media hora sin éxito un amable señor ofreció llevarnos después de un pequeño cuestionario, en el que la pregunta que más nos sorprendió era que si llevabamos bombas en las mochilas. Nosotros reímos como si de una broma se tratase, pero el señor hablaba muy en serio. Nos dejó subir al camión con la condición de que nos dejaría a unos doscientos kilometros de Calcuta. Como ayer habíamos hecho cincuenta kilómetros, hacer hoy quinientos nos parecía una maravilla, así que subimos las mochilas, nos acomodamos, y volvimos a practicar un poco de nuestro Hindi. En cuanto acabó la corta conversación caímos en un sueño profundo para recuperra la maña noche que acababamos de tener.

Durante los quienentos kilómetros que recorrimos ese día, no se cuantas decenas de paradas hicimos, ahora para un chai, ahora para comer, ahora para ir al baño, ahora para descansar, ahora para visitar a un amigo. Pero el conductor empezó a tomarnos algo de confianza después de revisar nuestros pasaportes y comprobar que no veniamos de Pakistán, pues nos preguntó por el país en varias ocasiones y por las bombas también. Una vez nos hicimos amigos nos invitó a chai en varias ocasiones y nos daba conversación en un hindi nivel superbásico para que pudieramos entenderle.

Sobre las doce de la noche, nos dimos cuenta que el conductor ya no podía conducir más, y que el trayecto que esparábamos hacer en un día no lo podríamos terminar. Nuestra preocupación ahora era donde ibamos a pasar la noche. Pero esto quedó solucionado cuando el conductor del camión paró en un area de descanso, cerró las ventanas, apagó las luces y nos hizo un gesto que entendimos como: "dormid que mañana será otro día". Así que sin pensarlo nos tumbamos en la cabina, pegaditos como sardinillas en lata, hasta que conseguimos dormirnos. A madia noche, el ayudante del conductor decidió que quería dormir abrazado a mi, idea en la que yo no estuve de acuerdo, y tras rechazarlo en varias ocasiones, me cansé y me trasladé a una pequeña y claustrofóbica cama que había colgada del techo. Dormí un rato arriba hasta que la sensación de no tener espacio me puso nervioso, y Antonio decidió pasarse arriba, pues el ayudante había querido abrazarlo a él también. Al final solucioné lo del ayudante con un par de codazos secos en el estómago, que entendió como un "felices sueños" y me dejó dormir tranquilo toda la noche.

Por la mañana, nos lavamos la cara con agua de botella, bebimos un chai, y seguimos nuestra ruta, pues nos encontrabamos a tan solo cincuenta kilómetros del destino de los camioneros. Una vez que llegamos, le pedimos que nos dejara en medio de la carretera y no en un pueblo, para poder seguir haciendo autostop. Nos despedimos con un chai y un abrazo, y le dimos mil gracias por habernos ayudado.

Ya solo quedaban cientocincuenta kilómetros para llegar a Calcuta, y era bastante temprano, así que esperabamos llegar a la ciudad sobre el medio dia si todo iba bien. Nos lanzamos de nuevo a la autopista donde rápidamente nos paró un joven conductor de un enorme trailes que iba a Calcuta, pero que con semejante camión no podía entrar en la ciudad. Nos dijo que nos dejaría a unos veinte kilómetros de la ciudad, pero que antes quería parar para comer un poco y asearse. Subimos las mochilas al camión y volvimos a iniciar nuestra pequeña conversación en hindi. Este camionero era el más simpático de todos, quizás por ser el más joven, o quizás por no llevar ayudante y tener necedidad de compañía. Pero lo pasamos muy bien con él. Paramos en el bar a comer, pero antes era hora de asearnos. En una gran pileta de agua, nos quitamos nuestras camisetas y nos refrescamos junto a todos los camioneros que habían parado a darse una ducha. Todo el mundo se divertía al vernos duchandonos junto a ellos. Apreciamos que el paisaje había cambiado por completo, habíamos abandonado el seco paisaje de Varanasi por el verde tropical escenario del sur de Bengala del Oeste. Así que frescos, con buena energía y bajo un manto de verde prado, nos pusimos a hacer el tonto con todos los camioneros, haciendo raras fotos saltando. Se creo un buen ambiente con una energía fuerte de risas y buen humor, y después nos dimos un festín de comer, que el amable conductor nos pagó sin ningún tipo de interés. Retomamos la marcha hasta que unas horas mas tarde nos dejó a las afueras de la ciudad, en un lugar donde pasaba un autobús.

El autobús que tomamos y por el que pagamos cinco rupias nos llevó a la estación de tren mas cercano, donde nos colamos en el tren sin pagar el billete. Después de dos paradas nos bajamos en Howra, la estación principal de trenes de Calcuta. Por fin lo habíamos conseguido, habíamos llegado a Calcuta gastando cinco rupias y habíamos vivido la experiencia de viajar junto a los camioneros de India. Ahora nos toca disfrutar de las comodidades de la gran ciudad.












1 comentario:

  1. jajajajaja...que experiencia mas divertida!!!!! me he reido mucho cuando te fuiste al "lavabo" y tambien cuando el pobre camionero necesitaba agarrarse a alguien para dormir...claro...si siempre está en la carretera...pues también estará falta de cariño jajajjajaj pobrecito...

    ResponderEliminar