Hola a todos!
Anoche me fuí a dormir sin batería en el móvil, y no puedo cragarlo pues con las obras que hicieron en mi habitación me dejaron sin enchufes. Así que no me queda otra que confiar en Eva, una de las chicas españolas londinenses, que ha prometido despertarme a las 6.15 de la mañana para tomar nuestro bus a Battambang.
A las 6.40 puntuales llegan a recogernos en un autobús que nos llevará a la estación de autobuses de la ciudad donde cogeremos el veradero autobús que nos llevará a Battambang. Como nos hacen esperar en la estación, decidimos pegarnos un buen desayuno a base de piña y una especie de bizcocho que vendían unas señoras con sus canastos ambulantes. Con el estómago lleno, subimos al bus, que circula a una velocidad de tortuga por medio de la ciudad. Parece que esto va para largo, menos mal que Javi es igual de hablador que yo, y pasamos buena parte del camino charlando, y la otra pegando cabezadas. Nos sorprendió la película que nos pusieron en el autobús, pues nunca me hubiera imaginado ver una de rambo, donde los americanos matan orientales como si fuesen ovejas. Eso sí, no sabeis el panzón de reír que nos pegamos con el doblaje, os recomiendo que busquéis en internet películas dobladas a la lengua Khmer, pues les ponen unos acentos y todos de voz que son dignos de escuchar.
Llegamos a Battambang más tarde de lo que nos habían dicho, como siempre, y con una necesidad extrema de encontrar un baño. A la llagada, decenas de conductores de tuk tuk nos gritaban antes de bajar del bus, algunos intentaban colarse dentro para ser los primeros en coger a estos nuevos clientes que estaba llegando. Lo que ellos no sabían es que no necesitabamos ningún tuk tuk, pues queríamos inspeccionar la ciudad en busca de un hotel barato, pero siempre por nuestra cuenta. Además, ya nos habían advertido que Battambang es una ciudad muy pequeña, con una alta densidad de población, pero en poco espacio. Pues se trata de la segunda ciudad más poblada de camboya, después de Phnom Penh, su capital, pero todo concentrado en una extensión ridícula de terreno, lo que da sensación de superpoblación.
Nada más bajarnos del autobús vimos un mercado, aquí podríamos encontrar un baño y era un buen punto para orientarnos con el mapa que traíamos en nuestras guías. Al llegar al baño, una señora que pedía un poco de dinero por entrar nos intentaba explicar que debíamos dejar nuestros zapatos fuera y utilizar unas zapatillas comunes, completamente sucias y mojadas, que todo el mundo usaba para entrar allí. La verdad es que la urgencia de ir al baño se redujo considerablemente al ver aquello, así que me di la vuelta y me fui con Javi a intentar localizarnos en el mapa mientras las chicas negociaban la entrada al baño con sus propios zapatos. Al intentar localizar el mercado en el mapa, crucé todo su interior con el objetivo de encontrar un río al otro lado. El río no aparecío por lo que llegamos a la conclusión de que no esra ese mercado sino el segundo que salía en el mapa. Lo que si encontré cruzando el mercado fue un lugar que me provocó nauseas. Decenas de mesas de piedra exponian trozos de carne y pescado seco, sin refrigeración alguna. El olor a animal muerto, mezclado con el fuerte hedor a pescado seco, junto con el calor y la humedad me hicieron salir de allí corriendo, pues no podía soportarlo. Cuando me encontré con mis compañeros, Eva descubrío que un trozo de carne ensangrentada se había pegado a mi pierna en el intento de escapar de allí. Me la saqué con una piedra conteniendo mis ganas de vomitar.
Pasado el desagradable incidente ya estabamos orientados, y encontramos un hotel barato enseguida, en el cual nos dieron una habitación para cuatro por un dolar y medio cada uno. El chico del hotel nos freció una excursión de medio día que es bastante común en la zona, y como los chicos solo estarían el día de hoy, decidimos pasarlo juntos haciendo esta excursión.
En primer lugar nos llevaon al tren de bambú. Se trata de un pequeño vagoncito hecho de madera de bambú, tirado por un pequeño motor, que se utilizaba anteriormente para moverse entre las aldeas que se instalaron en los campos de arroz. La gracia de este trenecido, es que cuando se encuentra otro trenecito de frente tienen que parar los dos, y entonces discuten por quien demonta en tren. Cuando se ponen de acuerdo, entre los dos desmontan el trenecito y lo dejan a un lado de la vía. Una vez pasa el trenecito que no ha sido desmontado, entre los dos vuelven a montar el trenecito para que siga su camino. Ver esto la primera vez es divertido, pero cuando te hacen bajar del trenecito cada cinco minutos porque otros trenecitos vienen de frente y són mayoria, acaba siendo un poco pesado. La ruta del tren está interesante, pues uno viaja a través de los campos de arroz, y puede ver pequeñas y humildes aldeas, una de ellas es la de la estación de destino, pues fuimos a la siguiente estación y volvimos al punto inicial donde nos esperaba el tuk tuk.
Después del viaje en este interesante sistema de transporte, nos llevaran a visitar el monte Phnom Sampeau, en que que había un monasterio budhista y una estupa en su cima. El tuk tuk nos dejó abajo, y nosotros subimos el monte caminando. La primera parada fue la killing cave, Una cueva desde donde se arrojaban los cadáveres de la guerra civil. En su interior, un budha reclinado vigila una vitrina de vidrio donde se guardan decenas de los cráneos que fueron encontrados en el interior de la cueva. En el exterior de la cueva hay lugares de rezo y respeto a las victimas de la guerra civil. Ya solo nos quedaba la mitad del camino para llegar a la cima del monte pero estaba empazando a anochecer, y no queríamos perdernos la puesta de sol desde lo más alto. Una vez que llegamos nos pareció increíble. El sol teñía de rojo el cielo que cubría los campos que rodeaban la ciudad de Battambang. Un escenário único en el que el premio por haber corrido en el ascenso a la cima, hace que la recuperación del aliento sea un verdadero placer ante tal maravilla de la naturaleza. Pero tampoco podíamos disfrutar del amanecer hasta el final, pues la última y la mejor de las sorpresas nos esperaba bajo el monte. Descendimos por las escaleras todo lo rápido que pudimos, para llegar a la carretera de entrada, donde decenas de turistas esperaban la llegada de la noche. Cuando el sol se pone por completo en el Monte Sampeau, millones y millones de murciélagos hambrientos salen de sus cuevas en busca de alimentos, formando una enorme e interminable autopista en el cielo que hace de este momento una experiencia única en el mundo entero. La salida de los murcielagos dura una hora entera. ¿Podéis imaginar a millones de murcielagos circulando en el mismo sentido durante una hora? Pues nuestro guía nos explica que está apenado, pues hace unos años el espactáculo duraba dos horas, pero cada vez hay menos muerciélagos porque la gente los caza para comer. Hay que recordar que Camboya tiene un índice de pobreza bastante elevado, por lo que saquí se come todo lo que pueda alimentar. De esto no tengo fotos pues gasté mi batería con la puestas de sol, pero si buscáis en internet sobre este fenómeno podeis quedar alucinados. Por cierto, Javi hizo un video que prometió colgar en Youtube, a ver si lo encontráis.
De vuelta al hotel, nos encontramos con una pasteleria francesa, pues la época del colonialismo no solo dejó baguettes y algunos nombres en francés. Montañas de bolleria francesa, con distintos tipòs de chiocolates, llenaban un delcioso mostrador que hacía la boca agua a viajeros que llevaban meses sin aparecer por occidente. No pudimos resistir la tentación de zamparnos una buena pasta de chcolate. Tras la cena me quedé dormido, rendido de cansancio, pues los chicos tendrían que despertame a las 6 de la mañana si querían darme un abrazo de despedida, y así o hicieron. Buen viaje de vuelta a Londres compañeros.
Durante los dos días siguientes no hice otra cosa que explorar. El primer día recorrí la ciudad a pie, haciendo fotos de la vida rutinaria de sus gentes, impresionado por la variedad de medios de transporte y la sobrecarga que llevan algunos tanto de mercancías como de personas. Visité los dos mercados de la ciudad, compré algunas frutas tropicales como lichies y mangostan, me senté a la orilla del río a ver pasar la gente. Estaba en una ciudad poco turística, donde los camboyanos no se preocupaban de perseguirte para conseguir sacarte algún dólar, sinó que hacían su vida con tranquilidad. Como mucho te ofrecían una mirada de sorpresa o una amable sonrisa al verte pasar.
El segundo día me alquilé una bicicleta y decidí salir a explorar las aldeas del campo. Seguí la carretera en dirección al norte, hasta el cruze con un río. Para no perderme fui siguiendo el río, pues seguro que nadie hablaría inglés y no sabrán indicarme el camino de vuelta. Además, la mayor parte de la vida del campo transcurre a la orilla de los ríos, pues en el campo vive la gente más humilde que en ocasiones no disponen de agua ni electricidad en sus básicas y rudimentárias cabañas de palmera y bambú. Lo que más me gusta de estos lugares es la inocencia con la que reciben la visita de un turista. Las caras que ponen al verte pasar, la timidez con la que algunos valientes chiquillos intentan saludarte o decirte un indescifrable "What's your name?", las miradas de inseguridad de la gente mayor castigados por el duro pasado el país, que cambian por una sonrisa de aceptación cuando les ofreces una cara de hospitalidad y buena fe. La gente vive tranquila en las aldeas, parecen tener pocas preocupaciones, aunque seguro que en su mayoría deben tener problemas más graves que los nuestros que nosostros tendríamos más dificultades para afrontar. Visitando estas aldeas uno aprende que la definicion de vivir no existe, pues vivir es para cada uno diferente según el lugar donde haya nacido. Para los habitantes de las pequeñas aldeas de camboya vivir es comer, vivir es estar sanos, vivir es estar. Y como por pobres que sean nadie pasa hambre, pues los arrozales dan para alimentar a toda la población, y quien más quien menos tiene un pequeño techo de palmera donde pasar la noche, solo basta una buena salud para poder disfrutar de la vida sin las presiones de su jefe, sin una hipoteca que aprete la cartera mes a mes, sin esos caprichosos objetivos de tener un mejor coche, una ropa cuya marca tenga más renombre, una gigante televisión de plasma con 3D e internet. Cada vez que visito lugares como este puedo llegar a entender un poco de por que ellos pueden sonreir en cada momento y nosotros no, y me surge siempre la misma cuestión: ¿No será que la felicidad está en la sencillez? ¿Será verdad eso de que no es más rico el que más tiene sino el que menos necesita? Quizás el mundo occidental se considere un mundo avanzado, al que todo el mundo quiere acceder para disfrutar de sus desenfrenados lujos materiales. Cada día me parece más evidente que estamos equivocados, que el mundo no es eso, que occidente produce la misma cantidad de caros bienes materiales que de seres humanos infelices. Que las expectativas son la mayor causa de desilusión y tienen como consecuencia la depresión. Quizás, algún día el mundo retroceda, deje de ser un mundo moderno para volver a un mundo humano, porque lo moderno es la robotización, la frialdad, la desilusión, la tristeza. Quizás haya estado equivocado durante muchos años, quizás me esté equivocando ahora, pero después de ver gente tan humanizada, cada día tengo más claro que yo no quiero ser moderno, yo no quiero pisar la luna si antes no puedo mantener mi sonrisa día tras día.
Anoche me fuí a dormir sin batería en el móvil, y no puedo cragarlo pues con las obras que hicieron en mi habitación me dejaron sin enchufes. Así que no me queda otra que confiar en Eva, una de las chicas españolas londinenses, que ha prometido despertarme a las 6.15 de la mañana para tomar nuestro bus a Battambang.
A las 6.40 puntuales llegan a recogernos en un autobús que nos llevará a la estación de autobuses de la ciudad donde cogeremos el veradero autobús que nos llevará a Battambang. Como nos hacen esperar en la estación, decidimos pegarnos un buen desayuno a base de piña y una especie de bizcocho que vendían unas señoras con sus canastos ambulantes. Con el estómago lleno, subimos al bus, que circula a una velocidad de tortuga por medio de la ciudad. Parece que esto va para largo, menos mal que Javi es igual de hablador que yo, y pasamos buena parte del camino charlando, y la otra pegando cabezadas. Nos sorprendió la película que nos pusieron en el autobús, pues nunca me hubiera imaginado ver una de rambo, donde los americanos matan orientales como si fuesen ovejas. Eso sí, no sabeis el panzón de reír que nos pegamos con el doblaje, os recomiendo que busquéis en internet películas dobladas a la lengua Khmer, pues les ponen unos acentos y todos de voz que son dignos de escuchar.
Llegamos a Battambang más tarde de lo que nos habían dicho, como siempre, y con una necesidad extrema de encontrar un baño. A la llagada, decenas de conductores de tuk tuk nos gritaban antes de bajar del bus, algunos intentaban colarse dentro para ser los primeros en coger a estos nuevos clientes que estaba llegando. Lo que ellos no sabían es que no necesitabamos ningún tuk tuk, pues queríamos inspeccionar la ciudad en busca de un hotel barato, pero siempre por nuestra cuenta. Además, ya nos habían advertido que Battambang es una ciudad muy pequeña, con una alta densidad de población, pero en poco espacio. Pues se trata de la segunda ciudad más poblada de camboya, después de Phnom Penh, su capital, pero todo concentrado en una extensión ridícula de terreno, lo que da sensación de superpoblación.
Nada más bajarnos del autobús vimos un mercado, aquí podríamos encontrar un baño y era un buen punto para orientarnos con el mapa que traíamos en nuestras guías. Al llegar al baño, una señora que pedía un poco de dinero por entrar nos intentaba explicar que debíamos dejar nuestros zapatos fuera y utilizar unas zapatillas comunes, completamente sucias y mojadas, que todo el mundo usaba para entrar allí. La verdad es que la urgencia de ir al baño se redujo considerablemente al ver aquello, así que me di la vuelta y me fui con Javi a intentar localizarnos en el mapa mientras las chicas negociaban la entrada al baño con sus propios zapatos. Al intentar localizar el mercado en el mapa, crucé todo su interior con el objetivo de encontrar un río al otro lado. El río no aparecío por lo que llegamos a la conclusión de que no esra ese mercado sino el segundo que salía en el mapa. Lo que si encontré cruzando el mercado fue un lugar que me provocó nauseas. Decenas de mesas de piedra exponian trozos de carne y pescado seco, sin refrigeración alguna. El olor a animal muerto, mezclado con el fuerte hedor a pescado seco, junto con el calor y la humedad me hicieron salir de allí corriendo, pues no podía soportarlo. Cuando me encontré con mis compañeros, Eva descubrío que un trozo de carne ensangrentada se había pegado a mi pierna en el intento de escapar de allí. Me la saqué con una piedra conteniendo mis ganas de vomitar.
Pasado el desagradable incidente ya estabamos orientados, y encontramos un hotel barato enseguida, en el cual nos dieron una habitación para cuatro por un dolar y medio cada uno. El chico del hotel nos freció una excursión de medio día que es bastante común en la zona, y como los chicos solo estarían el día de hoy, decidimos pasarlo juntos haciendo esta excursión.
En primer lugar nos llevaon al tren de bambú. Se trata de un pequeño vagoncito hecho de madera de bambú, tirado por un pequeño motor, que se utilizaba anteriormente para moverse entre las aldeas que se instalaron en los campos de arroz. La gracia de este trenecido, es que cuando se encuentra otro trenecito de frente tienen que parar los dos, y entonces discuten por quien demonta en tren. Cuando se ponen de acuerdo, entre los dos desmontan el trenecito y lo dejan a un lado de la vía. Una vez pasa el trenecito que no ha sido desmontado, entre los dos vuelven a montar el trenecito para que siga su camino. Ver esto la primera vez es divertido, pero cuando te hacen bajar del trenecito cada cinco minutos porque otros trenecitos vienen de frente y són mayoria, acaba siendo un poco pesado. La ruta del tren está interesante, pues uno viaja a través de los campos de arroz, y puede ver pequeñas y humildes aldeas, una de ellas es la de la estación de destino, pues fuimos a la siguiente estación y volvimos al punto inicial donde nos esperaba el tuk tuk.
Después del viaje en este interesante sistema de transporte, nos llevaran a visitar el monte Phnom Sampeau, en que que había un monasterio budhista y una estupa en su cima. El tuk tuk nos dejó abajo, y nosotros subimos el monte caminando. La primera parada fue la killing cave, Una cueva desde donde se arrojaban los cadáveres de la guerra civil. En su interior, un budha reclinado vigila una vitrina de vidrio donde se guardan decenas de los cráneos que fueron encontrados en el interior de la cueva. En el exterior de la cueva hay lugares de rezo y respeto a las victimas de la guerra civil. Ya solo nos quedaba la mitad del camino para llegar a la cima del monte pero estaba empazando a anochecer, y no queríamos perdernos la puesta de sol desde lo más alto. Una vez que llegamos nos pareció increíble. El sol teñía de rojo el cielo que cubría los campos que rodeaban la ciudad de Battambang. Un escenário único en el que el premio por haber corrido en el ascenso a la cima, hace que la recuperación del aliento sea un verdadero placer ante tal maravilla de la naturaleza. Pero tampoco podíamos disfrutar del amanecer hasta el final, pues la última y la mejor de las sorpresas nos esperaba bajo el monte. Descendimos por las escaleras todo lo rápido que pudimos, para llegar a la carretera de entrada, donde decenas de turistas esperaban la llegada de la noche. Cuando el sol se pone por completo en el Monte Sampeau, millones y millones de murciélagos hambrientos salen de sus cuevas en busca de alimentos, formando una enorme e interminable autopista en el cielo que hace de este momento una experiencia única en el mundo entero. La salida de los murcielagos dura una hora entera. ¿Podéis imaginar a millones de murcielagos circulando en el mismo sentido durante una hora? Pues nuestro guía nos explica que está apenado, pues hace unos años el espactáculo duraba dos horas, pero cada vez hay menos muerciélagos porque la gente los caza para comer. Hay que recordar que Camboya tiene un índice de pobreza bastante elevado, por lo que saquí se come todo lo que pueda alimentar. De esto no tengo fotos pues gasté mi batería con la puestas de sol, pero si buscáis en internet sobre este fenómeno podeis quedar alucinados. Por cierto, Javi hizo un video que prometió colgar en Youtube, a ver si lo encontráis.
De vuelta al hotel, nos encontramos con una pasteleria francesa, pues la época del colonialismo no solo dejó baguettes y algunos nombres en francés. Montañas de bolleria francesa, con distintos tipòs de chiocolates, llenaban un delcioso mostrador que hacía la boca agua a viajeros que llevaban meses sin aparecer por occidente. No pudimos resistir la tentación de zamparnos una buena pasta de chcolate. Tras la cena me quedé dormido, rendido de cansancio, pues los chicos tendrían que despertame a las 6 de la mañana si querían darme un abrazo de despedida, y así o hicieron. Buen viaje de vuelta a Londres compañeros.
Durante los dos días siguientes no hice otra cosa que explorar. El primer día recorrí la ciudad a pie, haciendo fotos de la vida rutinaria de sus gentes, impresionado por la variedad de medios de transporte y la sobrecarga que llevan algunos tanto de mercancías como de personas. Visité los dos mercados de la ciudad, compré algunas frutas tropicales como lichies y mangostan, me senté a la orilla del río a ver pasar la gente. Estaba en una ciudad poco turística, donde los camboyanos no se preocupaban de perseguirte para conseguir sacarte algún dólar, sinó que hacían su vida con tranquilidad. Como mucho te ofrecían una mirada de sorpresa o una amable sonrisa al verte pasar.
El segundo día me alquilé una bicicleta y decidí salir a explorar las aldeas del campo. Seguí la carretera en dirección al norte, hasta el cruze con un río. Para no perderme fui siguiendo el río, pues seguro que nadie hablaría inglés y no sabrán indicarme el camino de vuelta. Además, la mayor parte de la vida del campo transcurre a la orilla de los ríos, pues en el campo vive la gente más humilde que en ocasiones no disponen de agua ni electricidad en sus básicas y rudimentárias cabañas de palmera y bambú. Lo que más me gusta de estos lugares es la inocencia con la que reciben la visita de un turista. Las caras que ponen al verte pasar, la timidez con la que algunos valientes chiquillos intentan saludarte o decirte un indescifrable "What's your name?", las miradas de inseguridad de la gente mayor castigados por el duro pasado el país, que cambian por una sonrisa de aceptación cuando les ofreces una cara de hospitalidad y buena fe. La gente vive tranquila en las aldeas, parecen tener pocas preocupaciones, aunque seguro que en su mayoría deben tener problemas más graves que los nuestros que nosostros tendríamos más dificultades para afrontar. Visitando estas aldeas uno aprende que la definicion de vivir no existe, pues vivir es para cada uno diferente según el lugar donde haya nacido. Para los habitantes de las pequeñas aldeas de camboya vivir es comer, vivir es estar sanos, vivir es estar. Y como por pobres que sean nadie pasa hambre, pues los arrozales dan para alimentar a toda la población, y quien más quien menos tiene un pequeño techo de palmera donde pasar la noche, solo basta una buena salud para poder disfrutar de la vida sin las presiones de su jefe, sin una hipoteca que aprete la cartera mes a mes, sin esos caprichosos objetivos de tener un mejor coche, una ropa cuya marca tenga más renombre, una gigante televisión de plasma con 3D e internet. Cada vez que visito lugares como este puedo llegar a entender un poco de por que ellos pueden sonreir en cada momento y nosotros no, y me surge siempre la misma cuestión: ¿No será que la felicidad está en la sencillez? ¿Será verdad eso de que no es más rico el que más tiene sino el que menos necesita? Quizás el mundo occidental se considere un mundo avanzado, al que todo el mundo quiere acceder para disfrutar de sus desenfrenados lujos materiales. Cada día me parece más evidente que estamos equivocados, que el mundo no es eso, que occidente produce la misma cantidad de caros bienes materiales que de seres humanos infelices. Que las expectativas son la mayor causa de desilusión y tienen como consecuencia la depresión. Quizás, algún día el mundo retroceda, deje de ser un mundo moderno para volver a un mundo humano, porque lo moderno es la robotización, la frialdad, la desilusión, la tristeza. Quizás haya estado equivocado durante muchos años, quizás me esté equivocando ahora, pero después de ver gente tan humanizada, cada día tengo más claro que yo no quiero ser moderno, yo no quiero pisar la luna si antes no puedo mantener mi sonrisa día tras día.
Anda! ¿Vuelves a tener movil? Pues no tenía ni idea! Buena decisión... aunque un móvil no te vaya a solucionar el encuentro con una pantera en medio de la selva sí que te va a ayudar en muchas otras ocasiones y además tu familia también puede dormir más tranquila ;)
ResponderEliminarTodavía no me he puesto al día con tus actualizaciones, aunque este fin de semana pasado sí que pude avanzar bastante (si no te pasas mucho con las de esta semana quizás el finde que viene acabe de leer todas tus aventuras ;)).
Se te echa mucho de menos, aunque la verdad es que reconforta saber que eres tan feliz haciendo lo que más te apetece.
¡Un besote!
Oye, ese trenecillo es como el que usaba "Hugo" en el programa del cupón de la Carmen Sevilla! Qué auténtico!
ResponderEliminarNo tengo movil... Bueno si, pero sin SIM. Es mi despertador y calculadora, nada más.
ResponderEliminarYo también te echo de menos hermanita.
Te quiero