Hola a todos!
Hoy he dejado la capital para dirijirme al sur del país. Como el trayecto no me llevará más de cuatro horas, decido despertarme con calma, desayunar tranquilo, pues en vez de reservar el ticket he preferido ir a comprarlo personalmente a la estación de autobuses. Aunque al final el trayecto ha sido más largo de lo esperado, pues en Camboya nunca sabes ni a que hora vas a salir, ni a que hora llegarás, ni cuantas veces te pararás en el camino, el viaje ha sido agradable, pues una vez que sales de la capital todo vuelve a su estado rural y rudimentário. Los infinitas llanuras donde los campos de arroz se pierden en el horizonte, los campesinos con el agua hasta el cuello para cuidar de sus cultivos, y toda esa variedad de transportes improvisados que hacen la vida del campo un poquito más fácil, envuelven los paisajes de Camboya de una mágia inigualable.
Al llegar a mi destino, Kampot, ya se ha hecho de noche, y tras esquivar la ola de motocicletas y tuk tuk que quieren llevarme a cualquier parte decido caminar por la ciudad, pues he leído que es muy pequeña y así puedo ver, comprar y elegir un buen alojamiento para pasar esta noche y quien sabe cuantas más. Intento imaginar como será esta ciudad de día, si se e puede llamar ciudad, porque ahora camino bajo la oscuridad, pues las pocas farolas que hay no están encendidas. Con el paso del tiempo me doy cuenta que las noches de Kampot son así, sin luz. Me guío por la luz de los pocos hoteles y restaurantes que veo hasta dar con el mío, parece que he ido a parar a un sitio poco turístico, perfecto.
Al llegar al albergue en el que he decidido quedarme me doy cuenta de que lo llevan entre un americano, un escocés y un australiano que han decidido vivir una etapa de su vida en este tranquilo lugar. En una conversación me explican que ellos no cobran nada, pero tienen todos los gastos cubiertos, así que les es más que suficiente para poder vivir allí sin tener que gastar. Ellos me han dado la información de lo que puede hacerse en este lugar, pues Kampot no tiene nada de interesante, pero los alrededores ofrecen un sinfín de actividades. Consultaré con la almohada cual será mi plan para mañana.
Al despertarme decido alquilar una moto. Después de echar gasolina conduzco hasta el mercado central. En todos los lugares de Camboya, la vida se mueve alrededor de sus mercados, pues es donde a parte de hacer negocios, se puede adquirir todo lo que uno necesita para vivir. Quizás estaréis pensando que esto pasa en todo el mundo por igual, pero intentad imaginaos vuestro pueblo o ciudad sin esas bonitas tiendas, sin ese enorme centro comercial, imaginaos que vuestra única opción es el mercado de toda la vida, pues, nos encontraríamos todos allí. Pues la vida de los mercados es la que más me gusta de este país. A parte de encontrar muy buena y barata comida local, suelo ir en busca de frutas exóticas que iré comiendo durante todo el día. Hoy me decido por el mangostán, una especie de mandarina con pulpa parecida al ajo pero de sabor dulce y ácida, envuelta por una amarguísima e incomestible esponja rosa que la proteje y cubierta por una dura cascará marrón oscuro. Compro un kilo, suficiente para pasar el día fuera. Y tras desayunar un plato de arroz con carne a la brasa, empiezo mi día de excursión.
Conduzco la moto cruzando el puente que salta el río que reina esta ciudad. Empiezo a darme cuenta que el estado de las carreteras de Camboya no es el ideal para conducir ningún tipo de transporte. Parece como si alguien, alguna vez, hubiera lanzado un poco de hormigón en el camino y así se hubera ido deteriorando. Baches, agujeros, zonas de tierra, estrechamientos, ensanchamientos, me hacen estar más atento que nunca, intentando mantener los ojos abiertos ante la nube de polvo que me sigue todo el camino.
Por fin llego a mi destino, el Parque Nacional de Bokor. En la entrada me hacen pagar 0,50 dólares por la moto, pues en este parque pagan los vehículos pero las personas no. El Parque Nacional de Bokor no tiene nada de espectacular y bajo mi opinión, creo que lo han hecho parque nacional por la dificultad de encontrar una montaña en esta zona de Camboya, pues todo el paisaje que he visto hasta ahora son llanuras. Visitar el Parque Nacional consiste en conducir sobre una carretera en bastante bien estado que curva tras curva no deja nunca de subir. En el camino, hay un par de miradores, donde un puede pararse a disfrutar de las preciosas vistas de la costa del Golfo de Thailandia, así es como se llama la zona costera de Camboya, Tailandia y un trocito del sur de Vietnam, La verdad es que cuando uno más asciende todo se hace más agradable, las vistas són más bonitas, y el clima más fresco. En la cumbre ya no se siente ese calor pegajoso que me lleva persiguiendo desde el inicio de este viaje por todo el sureste asiático.
Una vez llego arriba, visito los "lugares de interés" por los que se visita este lugar. Y sí, lo escribo entre comillas porque me asombra con que admiración visitan los turistas, tantos locales como extranjeros, las ruinas de lo que fué una estación de ocio en la época colonial francesa. Es verdad que ver una vieja iglesia católica abandonada en una cima puede ser algo extraño, porque en Camboya no hay catolicismo, o porque está abandonada y parece dominada por fantasmas. A parte de la iglésia tambien se puede visitar un hotel abandonado y un viejo casino. No sé, supongo que uno está acostumbrado a ver ruinas muy antiguas, como las romanas en Europa, o las de la antigua India o sin ir más lejos los templos de Angkor, que ver lo que dejaron los franceses en esta montaña no ha sido mi mayor ilusión.
En el otro lado de la cima, he encontrado una bonita cascada de agua. Aunque sus aguas estaban extremadamente sucias y contaminadas, he podido disfrutar un buen rato de lectura y del kilo de mangostán bajo el sonido del agua cayendo a varios metros de altura. Era un lugar idóneo para relajarse y dejar pasar el tiempo sin mirar el reloj.
La parte que más me ha gustado del Parque Nacional de Bokor ha sido el descenso, pues ver el sol ponerse sobre el Golfo de Thailandia, mientras se conduce a través de la más que agradable fresca brisa, da una sensación de libertad, y amor por las bellezas de la naturaleza de las cuales no tengo palabras para explicar.
De vuelta a Kampot elijo un buen restaurante local para la cena. Y con buen no quiero decir caro, quiero decir que cocinen buena cocina casera, y eso es algo que he aprendido a seleccionar, cada vez mejor con el paso del tiempo. Hoy elijo comer gambas a la pimienta, pues en esta zona del país la pimienta es el ingrediente más importante para las comidas y porque las gambas... ¿A quién no le gusta el buen marisco fresco? Una de las seguridades que da Camboya a la hora de comer pescado es que no tienen neveras, por lo que el pescado tiene que ser fresco del día sí o sí. Esto se comprueba visitando mercados, donde ves que tienen a los peces dando los últimos coletazos y a los mariscos vivos metidos en cubos de agua. La cena estaba para chuparse los dedos.
Al día siguiente sigo con el alquiler de la moto, pero esta vez mi camino irá hacia el este, en busca del pueblo de Kep. Este pequeño pueblo se dedica tanto a la pesca como a la agricultura, pues dispone de algunos kilómetros de mar (muy pocos de playa y muy mala) y buenas llanuras donde cultivar tanto arroz como pimienta. El camino entre Kampot y Kep es impresionate, es la zona más rural que he visto desde que empecé este viaje. La carretera no se puede llamar carretera, pues casi todo el camino es de tierra, y en muchos casos barro debido a las lluvias nocturnas. Montones de vehículos dan vida a este trayecto, entre motocarros, bicicarros, camiones hipercagados hasta extremos inimaginales, y niños que comparten biciletas con uno o incluso dos compañeros más, hacen de esta carretera un lugar en el que uno no pararía de hacer fotos, sinó fuera por la polvareda que se arma, que hace que uno circule casi sin mirar. Vacas sueltas en mitad del camino comparten espacio con enormes cerdos que están siendo engordados, y pollos que cruzan la calle sin mirar. A los lados de la carretera, las humildes casas de los campesinos, construidas con cuatro maderas por lado y techos de hoja de palmera, pero que disfrutan de una paisaje increíblemente bonito entre arrozales y palmerales.
Al llegar a Kep visito el pueblo. La verdad es que no hay mucho que ver, pero el ambiente lo hace interesante. Casitas a los lados de la carretera, más palmeras, y por fin llego al mar, donde más que una playa bonita llena de resorts, se puede ver la verdadera vida pesquera de un pequeño pueblo camboyano. Una pequeña playa, para mi gusto muy fea, estrecha, de aguas turbias, está como decoración, pues los camboyanos no saben nadar, y los únicos que disfrutan de la playa son los niños que remojan los pies en sus orillas. Pero lo más interesante de la costa camboyana no es su belleza, sino la vida que transcurre en ella. En sus aguas en calma pueden verse rudimentários barcos de pesca que salen cada día en busca de buen pescado fresco que vender en los mercados. Y lo más interesante de Kep, por lo que el pueblo se ha hecho nacionalmente conocido, es por su plato estrella, el cangrejo a la pimienta. Tal es la fama de este plato, que en el paseo que da al mar han construido una escultura de cangrejo gigante a modo de monumento.
Como empezaba a ser la hora de comer y no tenía mucho más que ver en Kep, me dirigo hacia el Mercado de Cangrejos. Aquí puede verse como se almacenan los cangrejos vivos, que han sido pescados y guardados en jaulas de mimbre que permanecen en al mar hasta que alguien pide comprar cangrejo. Entonces, las vendedoras se introducen en la playa, para abriri las jaulas y seleccionar cuantos cangrejos ahan sido demandados en ese momento. Así es, cangrejo fresco, fresquísimo al momento. Pero aún hay más, porque mi sorpresa llegó al estar sentado en el restaurante en el que había decidido comer, y al pedir el plato estrella del lugar, veo como la camarera se mete en el agua, y coje los cangrejos que me va a cocinar. Tras un rato de espera, cuando la comida es fresca es normal esperar, llega el delicioso plato de cangrejo a la pimienta. Habían partido en trozos tres o cuatro cangrejos y los habían cocinado con montones de racimos de pimienta que no habían sido ni sacado de las ramas, lo habían servido con un buen plato de arroz, ensalada y salsa de limón. Yo lo acompañé con un buen vaso de zumo de mango. Solo por darse el capricho de esta increíble mariscada por solo tres euros y medio hace que venir a Kep merezca la pena. Tras dos horas de sorber patitas, morder cascara y chuparme los dedos, no era capaz de levantarme de la silla, menudo festín. Tengo que decir que el Lok Lak camboyano ha pasado a segundo lugar entre mis platos preferidos.
Cuando fui capaz de moverme, subí a la moto y conduje campo a dentro, siguiendo un cartel que indicaba el camino hacia las plantaciones de pimienta. Al llegar, un agradable campesino me explicó el proceso de cultivo de la planta, contestó a todas mis preguntas y me hizo probar una bola de pimienta fresca. Luego me ofreció comprar su pimienta en bote, lo que rechacé, pues... ¿donde iba a cocinar yo con esa pimienta?
Después de la visita a la plantación el cielo se pone negro, así que o vuelvo al albergue o me va a caer una gran tormenta encima. Por suerte la tormenta me pilló una vez había salido del campo, donde la carretera no se embarraba tanto porque estaba mucho más transitada. Llegué al albergue empapado, justo para darme una ducha y descansar un rato antes de salir a cenar. Para la cena he pedido un plato de pescado con salsa agridulce, vegetales y piña. No sabéis como se disfruta de la comida aquí.
Hoy he dejado la capital para dirijirme al sur del país. Como el trayecto no me llevará más de cuatro horas, decido despertarme con calma, desayunar tranquilo, pues en vez de reservar el ticket he preferido ir a comprarlo personalmente a la estación de autobuses. Aunque al final el trayecto ha sido más largo de lo esperado, pues en Camboya nunca sabes ni a que hora vas a salir, ni a que hora llegarás, ni cuantas veces te pararás en el camino, el viaje ha sido agradable, pues una vez que sales de la capital todo vuelve a su estado rural y rudimentário. Los infinitas llanuras donde los campos de arroz se pierden en el horizonte, los campesinos con el agua hasta el cuello para cuidar de sus cultivos, y toda esa variedad de transportes improvisados que hacen la vida del campo un poquito más fácil, envuelven los paisajes de Camboya de una mágia inigualable.
Al llegar a mi destino, Kampot, ya se ha hecho de noche, y tras esquivar la ola de motocicletas y tuk tuk que quieren llevarme a cualquier parte decido caminar por la ciudad, pues he leído que es muy pequeña y así puedo ver, comprar y elegir un buen alojamiento para pasar esta noche y quien sabe cuantas más. Intento imaginar como será esta ciudad de día, si se e puede llamar ciudad, porque ahora camino bajo la oscuridad, pues las pocas farolas que hay no están encendidas. Con el paso del tiempo me doy cuenta que las noches de Kampot son así, sin luz. Me guío por la luz de los pocos hoteles y restaurantes que veo hasta dar con el mío, parece que he ido a parar a un sitio poco turístico, perfecto.
Al llegar al albergue en el que he decidido quedarme me doy cuenta de que lo llevan entre un americano, un escocés y un australiano que han decidido vivir una etapa de su vida en este tranquilo lugar. En una conversación me explican que ellos no cobran nada, pero tienen todos los gastos cubiertos, así que les es más que suficiente para poder vivir allí sin tener que gastar. Ellos me han dado la información de lo que puede hacerse en este lugar, pues Kampot no tiene nada de interesante, pero los alrededores ofrecen un sinfín de actividades. Consultaré con la almohada cual será mi plan para mañana.
Al despertarme decido alquilar una moto. Después de echar gasolina conduzco hasta el mercado central. En todos los lugares de Camboya, la vida se mueve alrededor de sus mercados, pues es donde a parte de hacer negocios, se puede adquirir todo lo que uno necesita para vivir. Quizás estaréis pensando que esto pasa en todo el mundo por igual, pero intentad imaginaos vuestro pueblo o ciudad sin esas bonitas tiendas, sin ese enorme centro comercial, imaginaos que vuestra única opción es el mercado de toda la vida, pues, nos encontraríamos todos allí. Pues la vida de los mercados es la que más me gusta de este país. A parte de encontrar muy buena y barata comida local, suelo ir en busca de frutas exóticas que iré comiendo durante todo el día. Hoy me decido por el mangostán, una especie de mandarina con pulpa parecida al ajo pero de sabor dulce y ácida, envuelta por una amarguísima e incomestible esponja rosa que la proteje y cubierta por una dura cascará marrón oscuro. Compro un kilo, suficiente para pasar el día fuera. Y tras desayunar un plato de arroz con carne a la brasa, empiezo mi día de excursión.
Conduzco la moto cruzando el puente que salta el río que reina esta ciudad. Empiezo a darme cuenta que el estado de las carreteras de Camboya no es el ideal para conducir ningún tipo de transporte. Parece como si alguien, alguna vez, hubiera lanzado un poco de hormigón en el camino y así se hubera ido deteriorando. Baches, agujeros, zonas de tierra, estrechamientos, ensanchamientos, me hacen estar más atento que nunca, intentando mantener los ojos abiertos ante la nube de polvo que me sigue todo el camino.
Por fin llego a mi destino, el Parque Nacional de Bokor. En la entrada me hacen pagar 0,50 dólares por la moto, pues en este parque pagan los vehículos pero las personas no. El Parque Nacional de Bokor no tiene nada de espectacular y bajo mi opinión, creo que lo han hecho parque nacional por la dificultad de encontrar una montaña en esta zona de Camboya, pues todo el paisaje que he visto hasta ahora son llanuras. Visitar el Parque Nacional consiste en conducir sobre una carretera en bastante bien estado que curva tras curva no deja nunca de subir. En el camino, hay un par de miradores, donde un puede pararse a disfrutar de las preciosas vistas de la costa del Golfo de Thailandia, así es como se llama la zona costera de Camboya, Tailandia y un trocito del sur de Vietnam, La verdad es que cuando uno más asciende todo se hace más agradable, las vistas són más bonitas, y el clima más fresco. En la cumbre ya no se siente ese calor pegajoso que me lleva persiguiendo desde el inicio de este viaje por todo el sureste asiático.
Una vez llego arriba, visito los "lugares de interés" por los que se visita este lugar. Y sí, lo escribo entre comillas porque me asombra con que admiración visitan los turistas, tantos locales como extranjeros, las ruinas de lo que fué una estación de ocio en la época colonial francesa. Es verdad que ver una vieja iglesia católica abandonada en una cima puede ser algo extraño, porque en Camboya no hay catolicismo, o porque está abandonada y parece dominada por fantasmas. A parte de la iglésia tambien se puede visitar un hotel abandonado y un viejo casino. No sé, supongo que uno está acostumbrado a ver ruinas muy antiguas, como las romanas en Europa, o las de la antigua India o sin ir más lejos los templos de Angkor, que ver lo que dejaron los franceses en esta montaña no ha sido mi mayor ilusión.
En el otro lado de la cima, he encontrado una bonita cascada de agua. Aunque sus aguas estaban extremadamente sucias y contaminadas, he podido disfrutar un buen rato de lectura y del kilo de mangostán bajo el sonido del agua cayendo a varios metros de altura. Era un lugar idóneo para relajarse y dejar pasar el tiempo sin mirar el reloj.
La parte que más me ha gustado del Parque Nacional de Bokor ha sido el descenso, pues ver el sol ponerse sobre el Golfo de Thailandia, mientras se conduce a través de la más que agradable fresca brisa, da una sensación de libertad, y amor por las bellezas de la naturaleza de las cuales no tengo palabras para explicar.
De vuelta a Kampot elijo un buen restaurante local para la cena. Y con buen no quiero decir caro, quiero decir que cocinen buena cocina casera, y eso es algo que he aprendido a seleccionar, cada vez mejor con el paso del tiempo. Hoy elijo comer gambas a la pimienta, pues en esta zona del país la pimienta es el ingrediente más importante para las comidas y porque las gambas... ¿A quién no le gusta el buen marisco fresco? Una de las seguridades que da Camboya a la hora de comer pescado es que no tienen neveras, por lo que el pescado tiene que ser fresco del día sí o sí. Esto se comprueba visitando mercados, donde ves que tienen a los peces dando los últimos coletazos y a los mariscos vivos metidos en cubos de agua. La cena estaba para chuparse los dedos.
Al día siguiente sigo con el alquiler de la moto, pero esta vez mi camino irá hacia el este, en busca del pueblo de Kep. Este pequeño pueblo se dedica tanto a la pesca como a la agricultura, pues dispone de algunos kilómetros de mar (muy pocos de playa y muy mala) y buenas llanuras donde cultivar tanto arroz como pimienta. El camino entre Kampot y Kep es impresionate, es la zona más rural que he visto desde que empecé este viaje. La carretera no se puede llamar carretera, pues casi todo el camino es de tierra, y en muchos casos barro debido a las lluvias nocturnas. Montones de vehículos dan vida a este trayecto, entre motocarros, bicicarros, camiones hipercagados hasta extremos inimaginales, y niños que comparten biciletas con uno o incluso dos compañeros más, hacen de esta carretera un lugar en el que uno no pararía de hacer fotos, sinó fuera por la polvareda que se arma, que hace que uno circule casi sin mirar. Vacas sueltas en mitad del camino comparten espacio con enormes cerdos que están siendo engordados, y pollos que cruzan la calle sin mirar. A los lados de la carretera, las humildes casas de los campesinos, construidas con cuatro maderas por lado y techos de hoja de palmera, pero que disfrutan de una paisaje increíblemente bonito entre arrozales y palmerales.
Al llegar a Kep visito el pueblo. La verdad es que no hay mucho que ver, pero el ambiente lo hace interesante. Casitas a los lados de la carretera, más palmeras, y por fin llego al mar, donde más que una playa bonita llena de resorts, se puede ver la verdadera vida pesquera de un pequeño pueblo camboyano. Una pequeña playa, para mi gusto muy fea, estrecha, de aguas turbias, está como decoración, pues los camboyanos no saben nadar, y los únicos que disfrutan de la playa son los niños que remojan los pies en sus orillas. Pero lo más interesante de la costa camboyana no es su belleza, sino la vida que transcurre en ella. En sus aguas en calma pueden verse rudimentários barcos de pesca que salen cada día en busca de buen pescado fresco que vender en los mercados. Y lo más interesante de Kep, por lo que el pueblo se ha hecho nacionalmente conocido, es por su plato estrella, el cangrejo a la pimienta. Tal es la fama de este plato, que en el paseo que da al mar han construido una escultura de cangrejo gigante a modo de monumento.
Como empezaba a ser la hora de comer y no tenía mucho más que ver en Kep, me dirigo hacia el Mercado de Cangrejos. Aquí puede verse como se almacenan los cangrejos vivos, que han sido pescados y guardados en jaulas de mimbre que permanecen en al mar hasta que alguien pide comprar cangrejo. Entonces, las vendedoras se introducen en la playa, para abriri las jaulas y seleccionar cuantos cangrejos ahan sido demandados en ese momento. Así es, cangrejo fresco, fresquísimo al momento. Pero aún hay más, porque mi sorpresa llegó al estar sentado en el restaurante en el que había decidido comer, y al pedir el plato estrella del lugar, veo como la camarera se mete en el agua, y coje los cangrejos que me va a cocinar. Tras un rato de espera, cuando la comida es fresca es normal esperar, llega el delicioso plato de cangrejo a la pimienta. Habían partido en trozos tres o cuatro cangrejos y los habían cocinado con montones de racimos de pimienta que no habían sido ni sacado de las ramas, lo habían servido con un buen plato de arroz, ensalada y salsa de limón. Yo lo acompañé con un buen vaso de zumo de mango. Solo por darse el capricho de esta increíble mariscada por solo tres euros y medio hace que venir a Kep merezca la pena. Tras dos horas de sorber patitas, morder cascara y chuparme los dedos, no era capaz de levantarme de la silla, menudo festín. Tengo que decir que el Lok Lak camboyano ha pasado a segundo lugar entre mis platos preferidos.
Cuando fui capaz de moverme, subí a la moto y conduje campo a dentro, siguiendo un cartel que indicaba el camino hacia las plantaciones de pimienta. Al llegar, un agradable campesino me explicó el proceso de cultivo de la planta, contestó a todas mis preguntas y me hizo probar una bola de pimienta fresca. Luego me ofreció comprar su pimienta en bote, lo que rechacé, pues... ¿donde iba a cocinar yo con esa pimienta?
Después de la visita a la plantación el cielo se pone negro, así que o vuelvo al albergue o me va a caer una gran tormenta encima. Por suerte la tormenta me pilló una vez había salido del campo, donde la carretera no se embarraba tanto porque estaba mucho más transitada. Llegué al albergue empapado, justo para darme una ducha y descansar un rato antes de salir a cenar. Para la cena he pedido un plato de pescado con salsa agridulce, vegetales y piña. No sabéis como se disfruta de la comida aquí.