Hola a todos!
Con mucha
pena hemos abandonado hoy Pushkar. Tanto Maria como yo estamos de acuerdo en
que Pushkar es un pueblito encantador en el que merece la pena quedarse por
largo tiempo, disfrutando de su paz, de sus gentes y del embrujo de su lago.
Pero en este viaje el tiempo no nos permite demorarnos mucho en cada lugar, así
que partimos rumbo a nuestro siguiente destino. Tomamos el mismo aparatoso
autobús de vuelta a Ajmer, en el que esta vez encontramos dos asientos libres.
Al final yo no disfruté de mi asiento, pues una joven madre que cargaba en
brazos con su bebé iba a viajar de pie por las cerradas curvas que unen Pushkar
y Ajmer. Al cederle el lugar la mujer se demostró más que agradecida, y Maria
también pudo disfrutar jugando con el gracioso bebe rajasthani. Un autorickshaw
nos llevaría después a la estación de trenes, desde donde partía nuestro tren
dirección Udaipur.
Llegamos
a Udaipur de noche, pero por suerte yo ya conocía el hotel donde nos ibamos a
alojar, así que dijimos a un conductor de autorickshaw que nos llevara al
templo principal de la ciudad, ya que si dices el nombre del hotel, ellos te
llevan hasta la habitación llevandose a cambio una comisión que será cargada en
el precio de la habitación. Nuestro hotel se encontraba a dos minutos andando
desde el templo, así que no nos costó mucho llegar. Este era el hotel donde en
mi anterior viaje estuvieron alojadas mis amigas inglesas Sarah y Sammy, y yo
recordaba que tenía bonitas habitaciones además de una exquisita pastelería
francesa. Conocer el hotel y las habitaciones también me sirvió para explicar
en la recepción que era mi segunda vez y que debian hacerme un buen descuento,
a parte del buen trato que ellos ofrecen por ser cliente antiguo. No se si fue
casualidad o que aquel buen hombre se acordaba de mi, pero nos alojaron en la
misma habitación en que un día estuve compartiendo unas buenas risas con mis
amigas inglesas. Una vez que lo teníamos todo preparado para ir a dormir, un
fuerte ruido empezó a sonar desde la cisterna del inodoro, lo que nos provocó
un ataque de risa, pues parecía que había un león en la habitación. Pasadas la
una de la noche tuve que llamar al recepcionista para que nos arreglara ese
sonido, pues con la risa no ibamos a poder dormir. Una vez solucionado, pudimos
descansar tranquilos.
Al despertar por la mañana, tanto Maria como yo coincidimos en que el cuerpo nos estaba pidiendo un descanso. Nos despertamos cansados, sin energía, chafados y eso parecía ser una señal de pedir descanso, pues aun nos quedaban muchos días por delante. Así que decidimos que este sería nuestro día de relax. Después de una buena ducha caliente bajamos a la pastelería francesa del hotel, donde Maria se puso las botas comiendo dulces y un buen café con leche, mientras yo me comía una deliciosa tortilla de vegetales. Ya que el estómago de Maria había rechazado la comida india, ibamos a aprovecharnos de los mejores sitios de comida occidental, y éste pintaba ser uno de los mejores de todo el viaje. Pastel de manzana, tarta de chocolate, bizcocho de coco, tarta de queso, croisant relleno o sin rellenar, magdalenas, crepes, y un sinfin de pastelería occidental se exponía en una vitrina de cristal desde donde se hacía dificil elegir.
Después
del desayuno bajamos a ver el lago Pichola. Nuestra primera vista del lago fue
desde los pequeños ghats que hay cerca del puente que cruza al barrio más
tranquilo. En los ghats, algunas mujeres lavaban sus vestidos con las aguas del
lago, y un músico esperaba la llegada de turistas para vender violines del
Rajasthan. >Después cruzamos al barrio tranquilo por el bonito puente que
cruza el lago Pichola. Desde este barrio hay unas mágnificas vistas del Palacio
de Udaipur, además de poder ver como el inclinado pueblo cae en una inclinada
pendiente a pie del lago, con el despunte de sus templos que dejan un bonito
skyline. Cruzamos el lago hacia la otra punta del barrio donde había otros
ghats, más mujeres lavando ropa y una de las mejores vistas de la ciudad,
De vuelta
a la civilización, entramos en una tienda de productos Himalaya, la más famosa
marca de cosméticos naturales y ayurvédicos elaborada para toda India. Allí
compramos gel de ducha, champú para el pelo y una mascarilla para el pelo
también, pero todo ello libre de químicos, cien por cien natural. En esta misma
tienda, nos ofrecieron darnos un masaje ayurvédico, y después de negociar el
precio y todo lo que se incluía en el masaje, acabamos disfrutando durante una
hora de las expertas manos de la ancestral fisioterapia hindú. Para el que no
sepa lo que es una masaje ayurvédico, se trata de un masaje cuerpo mente, en el
que se masajea hasta el último milímetro de piel, relajando la musculatura del
cuerpo e influyendo en la energía corporal del masajeado a través de la
manipulación de los chackras. Se trata de una técnica de masaje de más de cinco
mil años de antiguedad, en la que el paciente no solo sale con los músculos
descansados, sino que su mente está relajada para que las contracturas tarden
más en salir. Para el que no lo haya probado nunca, lo recomiendo al cien por
cien, eso sí, hay quie desprenderse de los tabús occidentales, ya que van a
masajearnos hasta el último milímietro de nuestra piel. Eso sí, si aprovechais
un viaje a la India para haceros el masaje descubriréis lo poco que cuesta aquí
este tipo de tratamientos, ya que pagamos menos de diez euros cada uno y a
Maria le hicieron hasta un tratamiento facial con diferente productos
naturales.
Después
del masaje salimos como zombies, entramos en un par de tiendas de artesanía,
pero nuestra mente no estaba preparada para el agobio de los vendedores. No nos
habíamos dado cuenta, pero eran las cuatro de la tarde, y nuestros estómagos
empezaban a rugir como el león de nuestra habitación, así que subimos a un
restaurante que se encontraba en en terrado de un edicficio, donde además de
una deliciosa comida, disfrutamos de unas preciosas vistas del lago Pichola.
Después fuimos a pasear para ver las tiendecitas de artesanía que había en el
centro, pues Udaipur es el pueblo de los artesanos del Rajasthan, donde los
conocimientos artísticos se han ido pasando de familia en familia, elaborando
detalladas joyas de escultura en mármol, delicadas pinturas en antiguas
postales de más de cien años, o bonitos tapices de telas y lentejuelas. Dejamos
que la tarde fluyera, entre tiendas y paseos, pues nos habíamos más que
merecido este preciado día de relax.
Al día
siguiente ya si lo dedicamos a explorar la ciudad. La mañana la dedicamos a
visitar el bonito palacio de la ciudad, considerado el más grande de todo el
Rajasthán, donde se había instalado por muchisimos años la família de Maharaja.
Entre salas de armas, habitaciones decoradas con cristales de colores,
confortables estancias con colchones en el suelo y cojines por todas partes, y
un sinfín de lujosos detalles tanto en la escultura como en la pitura del
palacio, nos trasladamos a la antiguedad de la Indiam en una época en que los
fumadores de opio y los encantadores de serpientes compartían sus vidas con el
pueblo y las castas superiores. Señores de largos y reorcidos bigotes,
coloridos turbantes que enrollaban metros y metros de tela, brillantes sarees
que envellecían a la mujeres, decoradas con anillos en los pies, tobilleras de
cascabeles, pulseras que cubrían todo el antebrazo. Pero lo bonito de
trasladarse a la antiguedad a través de un monumento en India, es darse cuenta
que al salir a la calle, para muchos nada a cambiado, pues hombres y mujeres
siguen vistiendo sus tradicionales vestimentas, y el look bigotudo de los
hombres sigue estando de moda a pesar de los cientos de años que han pasado.
Esta convinación de lo antiguo y lo moderno de India es una sus virtudes que la
convierten en un país mágico.
Después
de visitar el Palacio fuimos a comer a orillas del lago, teníamos que recuperar
energía, pues la visita al palacio más grande del Rajasthan nos había dejado
agotados. Y por la tarde llegaba una sorpresa que haría cambiar a Maria su
impresión de Udaipur, pues fuimos a la colina que hay detrçás de la ciudad,
donde está el funicular que lleva a la cima. Una vez arriba, pudimos disfrutar
de Udaipur desde el aire, y ver como el sol empezaba a ponerse tras las
montañas. Desde las alturas se aprecia mucho mejor el tamaño del palacio, la
belleza del lago Pichola, el desorden en la construcción de las casas, los templos,
las mezquitas... Y una de las atracciones que más hizo divertir a María fue
media docena de ardillitas que la buscaban tratando de que las alimentara.
Maria les tiraba trocitos de galleta y ellas, tímidas y asustadizas salían a
coger un trocito, se alejaban de nosotros, y se lo comían despacito, hasta que
se lo habían acabado y volvían a por
más. Entre ardillas y bonitas vistas aereas nos despediamos de Udaipur, ciudad
donde nos hemos relajado y hemos disfrutado de su precioso palacio y la belleza
de su artesanía. El resto de la tarde la pasamos visitando tiendecitas,
haciendo tiempo hasta que llegara la hora de ir a tomar el bus que nos llevaría
a nuestro próximo destino, Jodhpur.