Hola a todos!
Después de un merecido descanso en casa de la familia Koirala, llegó la hora de despedirse, pues ya solo quedan 8 días para regresar a España, y quiero pasarlos en la capital nepalí, Kathmandú. Entre palabras de agradecimiento, cariño y algo apenados por mi partida, nuestra despedida no fue un adiós, sinó un hasta luego, pues todos tenemos muy claro que nuestros destinos volveran a unirse en un futuro. Mi experiencia con la humilde familia de Pokhara me ha enternecido, me ha hecho entender muchas cosas de la vida, que si más ya sabía, nadie me las había hecho poner en práctica tanto como mis queridos amigos. Frases como "No es más rico el que más tiene sinó el que menos necesita" o "La felicidad no está en lo material", muy acostumbrados a recitar en occidente, pero uno no las interioriza hasta que no las ve aplicadas en una vida real. Que bonito es entonces envidiar de forma muy sana al que menos tiene, porque te sientes pobre al lado de quien es rico en cosas que nunca podremos tocar: humildad, amor, entrega al prójimo, ilusión por las pequeñas cosas que da la vida de forma natural.
Y con un fuerte abrazo y un hasta pronto, el hermano de Kamal me compañaba hasta el taxi que me llevaría a la estación de autobuses, donde pillé al vuelo un minibus que me llevaría a Kathmandú. Ya me habían advertido que las carreteras de Nepal son de las más incómodas del mundo. Cruzar el camino entre dos ciudades de los Himalayas, implica subir y bajar montañas a través de carreteras con infinitas curvas, donde los acostumbrados conductores de autobús no sueltan el acelerador, haciendote creer en cada momento que el vehículo v a ser despeñado por los infinitos acantilados que desprotegen el asfalto. Curvas, baches, velocidad, mareos, en un autobús sobrecargado por encima de sus posibilidades, donde viajabamos como sardinas en lata, sin ningún tipo de seguridad. De vez en cuando recuerdas que tu maleta va atada en el techo del bus, y que en cualquier momento puede volar y verla caer por uno de esos acantilados llevaría a la desesperación. Entre 2 pueblos entre Pokhara y Kathmandú, un joven nepalí nos acompañó con su música producida con un istrumento tipo violín desafinado, y una voz rota que entonaba canciones antiguas de los pueblos de alta montaña, canciones de guerra y paz, pues Nepal ha sido un pueblo muy guerrero en busca de su paz y bienestar.
Al llegar a Kathmandú, después de 7 horas de duro viaje, tomé un taxi hacia el barrio de Thamel, el barrio mochilero de la ciudad. Mi primera impresión fue de horror. Hacía muchísimo tiempo que no me encontraba con una zona tan preparada para el turismo. Restaurantes italianos y mexicanos se mezclaban con restaurantes típicos del nepal y el Tíbet. Discotecas, pubs con músca en vivo, salas de streeptease, y tiendas, centenares de tiendas dispuestas a ofrecer al turista la más amplia gama de productos "made in Nepal". Como mi cuerpo se sentía agotado por la suma del incómodo viaje al ya acumulado cansancio del trekking, decidí cenar algo e ir a decansar al hotel que mi amigo Gibson me había recomendado. Dos camas dobles solo para mí por tan solo 2€ la noche. Grácias Gibson.
Por la mañana me despierto como si me hubieran dado una paliza. La resaca física del trekking está haciendo su efecto. Me duelen muchísimo las rodillas, no tengo energía para nada y no consigo quitar el tapón auditivo provocado por la presión de la altura. Así que hoy lo dedicaré a pasear por Thamel, así siempre estaré a tiempo de volver al hotel a descansar si lo necesito. Aprovecho para actualizar el blog, consultas turísticas en internet, ponerme en contacto con mi familia... y justo en el cybercafé conozco a un gran cheff de Kathmandú, que me ofrece comer en su restaurante. Este señor, después de trabajar en las Vegas durante 10 años, ha decidido abrir su propio restaurante para aplicar la cocina internacional a la mesa Nepalí, una convinación que hace de sus platos una delicia al paladar. El primer día comí solomillo de búfalo con pimienta y especias. El segundo, pollo al curry con mango. Ha sido la mejor comida que he probado en el viaje, ¿o será que llevo mucho tiempo sin comer carne?
Por la tarde decido hacer la ruta que propone Lonely Planet por el centro de la ciudad. Consiste en pasear por la parte histórica, donde te vas encontrando con templos y estupas, además de edificaciones antiguas. Es el lugar donde realmente se ve la vida nepalí, pues en Thamel es el Kathmandú más turístico. Por el camino encuentro mercados, tiendas de antiguedades y utensilios del hogar, gente cumpliendo con sus oficios, paseando o haciendo las compras del día. Un bullicio estresante en un ambiente recubierto de polvo, polución, y el estruendo de cientos de claxons de cualquier tipo de transporte sonando a la par. Uff... Pensaba que ésto solo pasaba en India.
La ruta acaba en la increíble Durbar Square, una antiquísima plaza declarada Patrimo de la Humanidad por la UNESCO, donde se encuentra la mayor concentración de templos y espectaculares edificios antiguos de la ciudad. Lo peor de esta plaza, es que te piden 15 euros para poder entrar, pero ¿si es la calle? Pues así es. Suerte que ya me habían informado otros viajeros de que el acceso por calles secuendarias es gratuito. Así que me dispuse a buscar una calle donde no hubiera ni guardia ni taquilla y en seguida tuve éxito. Ya estaba dentro, simplemente me perdería el museo del palacio, el cual me habían dicho que no era nada del otro mundo y por el cual no merecía la pena pagar la excesiva cantidad. La Durbar Square, te deja ensimismado, ya que parece que al cruzar la calle uno haya retrocedido siglos en la Asia ancestral. Gigantes templos budhistas, hinduístas, estatuas de dragones, de dioses de la antiguedad, gigantescasconstrucciones puramente locales, y un oasis de tranquilidad en el centro de a caótica capital del Nepal. Turistas y locales se entremezclan entre visitas, rezos y ofrendas. Los dioses, esculpidos en mitad de las plazas, esperan ser bañados por el polvo rojo hinduista, o recibir una ofrenda floral o alimenticia. Falsos Sadhus (babas) esperan al turista en cada esquina para sacarles cuatro centimos al haber posado para ser fotografiados con sus extravagantes pintas de monjes de la antiguedad. Al sentirme maravillado por el lugar y con siete día más por delante, decidí pasar la tarde en la Durbar Square de Kathmandú, absorviendo la variedad de personajes y movimientos que ofrecía la gran plaza.
De vuelta al barrio de Thamel, decido dejarme llevar por el borreguismo turístico. Una deliciosa cerveza, un buen concierto y un buen plato de comida italiana no me van a hacer disfrutar menos de la ciudad. Así que aquí os dejo hasta mi próxima aventura. Me voy a disfrutar de occidente un rato. Bye Bye....
Después de un merecido descanso en casa de la familia Koirala, llegó la hora de despedirse, pues ya solo quedan 8 días para regresar a España, y quiero pasarlos en la capital nepalí, Kathmandú. Entre palabras de agradecimiento, cariño y algo apenados por mi partida, nuestra despedida no fue un adiós, sinó un hasta luego, pues todos tenemos muy claro que nuestros destinos volveran a unirse en un futuro. Mi experiencia con la humilde familia de Pokhara me ha enternecido, me ha hecho entender muchas cosas de la vida, que si más ya sabía, nadie me las había hecho poner en práctica tanto como mis queridos amigos. Frases como "No es más rico el que más tiene sinó el que menos necesita" o "La felicidad no está en lo material", muy acostumbrados a recitar en occidente, pero uno no las interioriza hasta que no las ve aplicadas en una vida real. Que bonito es entonces envidiar de forma muy sana al que menos tiene, porque te sientes pobre al lado de quien es rico en cosas que nunca podremos tocar: humildad, amor, entrega al prójimo, ilusión por las pequeñas cosas que da la vida de forma natural.
Y con un fuerte abrazo y un hasta pronto, el hermano de Kamal me compañaba hasta el taxi que me llevaría a la estación de autobuses, donde pillé al vuelo un minibus que me llevaría a Kathmandú. Ya me habían advertido que las carreteras de Nepal son de las más incómodas del mundo. Cruzar el camino entre dos ciudades de los Himalayas, implica subir y bajar montañas a través de carreteras con infinitas curvas, donde los acostumbrados conductores de autobús no sueltan el acelerador, haciendote creer en cada momento que el vehículo v a ser despeñado por los infinitos acantilados que desprotegen el asfalto. Curvas, baches, velocidad, mareos, en un autobús sobrecargado por encima de sus posibilidades, donde viajabamos como sardinas en lata, sin ningún tipo de seguridad. De vez en cuando recuerdas que tu maleta va atada en el techo del bus, y que en cualquier momento puede volar y verla caer por uno de esos acantilados llevaría a la desesperación. Entre 2 pueblos entre Pokhara y Kathmandú, un joven nepalí nos acompañó con su música producida con un istrumento tipo violín desafinado, y una voz rota que entonaba canciones antiguas de los pueblos de alta montaña, canciones de guerra y paz, pues Nepal ha sido un pueblo muy guerrero en busca de su paz y bienestar.
Al llegar a Kathmandú, después de 7 horas de duro viaje, tomé un taxi hacia el barrio de Thamel, el barrio mochilero de la ciudad. Mi primera impresión fue de horror. Hacía muchísimo tiempo que no me encontraba con una zona tan preparada para el turismo. Restaurantes italianos y mexicanos se mezclaban con restaurantes típicos del nepal y el Tíbet. Discotecas, pubs con músca en vivo, salas de streeptease, y tiendas, centenares de tiendas dispuestas a ofrecer al turista la más amplia gama de productos "made in Nepal". Como mi cuerpo se sentía agotado por la suma del incómodo viaje al ya acumulado cansancio del trekking, decidí cenar algo e ir a decansar al hotel que mi amigo Gibson me había recomendado. Dos camas dobles solo para mí por tan solo 2€ la noche. Grácias Gibson.
Por la mañana me despierto como si me hubieran dado una paliza. La resaca física del trekking está haciendo su efecto. Me duelen muchísimo las rodillas, no tengo energía para nada y no consigo quitar el tapón auditivo provocado por la presión de la altura. Así que hoy lo dedicaré a pasear por Thamel, así siempre estaré a tiempo de volver al hotel a descansar si lo necesito. Aprovecho para actualizar el blog, consultas turísticas en internet, ponerme en contacto con mi familia... y justo en el cybercafé conozco a un gran cheff de Kathmandú, que me ofrece comer en su restaurante. Este señor, después de trabajar en las Vegas durante 10 años, ha decidido abrir su propio restaurante para aplicar la cocina internacional a la mesa Nepalí, una convinación que hace de sus platos una delicia al paladar. El primer día comí solomillo de búfalo con pimienta y especias. El segundo, pollo al curry con mango. Ha sido la mejor comida que he probado en el viaje, ¿o será que llevo mucho tiempo sin comer carne?
Por la tarde decido hacer la ruta que propone Lonely Planet por el centro de la ciudad. Consiste en pasear por la parte histórica, donde te vas encontrando con templos y estupas, además de edificaciones antiguas. Es el lugar donde realmente se ve la vida nepalí, pues en Thamel es el Kathmandú más turístico. Por el camino encuentro mercados, tiendas de antiguedades y utensilios del hogar, gente cumpliendo con sus oficios, paseando o haciendo las compras del día. Un bullicio estresante en un ambiente recubierto de polvo, polución, y el estruendo de cientos de claxons de cualquier tipo de transporte sonando a la par. Uff... Pensaba que ésto solo pasaba en India.
La ruta acaba en la increíble Durbar Square, una antiquísima plaza declarada Patrimo de la Humanidad por la UNESCO, donde se encuentra la mayor concentración de templos y espectaculares edificios antiguos de la ciudad. Lo peor de esta plaza, es que te piden 15 euros para poder entrar, pero ¿si es la calle? Pues así es. Suerte que ya me habían informado otros viajeros de que el acceso por calles secuendarias es gratuito. Así que me dispuse a buscar una calle donde no hubiera ni guardia ni taquilla y en seguida tuve éxito. Ya estaba dentro, simplemente me perdería el museo del palacio, el cual me habían dicho que no era nada del otro mundo y por el cual no merecía la pena pagar la excesiva cantidad. La Durbar Square, te deja ensimismado, ya que parece que al cruzar la calle uno haya retrocedido siglos en la Asia ancestral. Gigantes templos budhistas, hinduístas, estatuas de dragones, de dioses de la antiguedad, gigantescasconstrucciones puramente locales, y un oasis de tranquilidad en el centro de a caótica capital del Nepal. Turistas y locales se entremezclan entre visitas, rezos y ofrendas. Los dioses, esculpidos en mitad de las plazas, esperan ser bañados por el polvo rojo hinduista, o recibir una ofrenda floral o alimenticia. Falsos Sadhus (babas) esperan al turista en cada esquina para sacarles cuatro centimos al haber posado para ser fotografiados con sus extravagantes pintas de monjes de la antiguedad. Al sentirme maravillado por el lugar y con siete día más por delante, decidí pasar la tarde en la Durbar Square de Kathmandú, absorviendo la variedad de personajes y movimientos que ofrecía la gran plaza.
De vuelta al barrio de Thamel, decido dejarme llevar por el borreguismo turístico. Una deliciosa cerveza, un buen concierto y un buen plato de comida italiana no me van a hacer disfrutar menos de la ciudad. Así que aquí os dejo hasta mi próxima aventura. Me voy a disfrutar de occidente un rato. Bye Bye....
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