domingo, 24 de febrero de 2013

Agra, terrorismo intelectual

 Hola a todos!

Hoy nos hemos despertado muy temprano (todavía era de noche) para pasar el día en Agra, la ciudad que alberga una de las siete maravillas del mundo, el Taj Mahal. Con las legañas pegadas a los ojos hemos tomado un rickshaw que nos llevará a una estación de tren un poco alejada de nuestra zona. Durante este trayecto nos hemos dado cuenta que nuestra excursión de hoy no iba a ser cómoda, pues una espesa niebla baja impedia ver más allá de nuestras narices cualquier cosa que tuvieramos delante. Esto también hacía que el ambiente estuviera más húmedo de lo normal, por lo que el frío de la mañana se calaba en los huesos, y llegamos a la estación tiritando de frío.

La imágen que daba la estación de tren era típica de una película de miedo. Las vías se difuminaban entre la niebla, del otro lado del andén solo se veían figuras que cargaban con sus pertenencias en sus cabezas y la oscuridad y suciedad de la estación le daban un ambiente tétrico. Un amable señor nos indicó que podiamos esperar al tren sentados en unos sacos mojados que no sabíamos lo que contenían dentro. En poco tiempo llegaba el tren, que no tardó en partir. En cada estación nos dabamos cuenta que la niebla no tenía mucha intención de retirarse, y la preocupación por no poder ver nítidamente la belleza del Taj Mahal empezó a apoderarse de nosotros.

Debido a la niebla, el tren demoró su llegada a Agra en casi dos horas extra, cosa que nos benefició, pues la niebla empezaba a aflojarse. Pero como todavía estaba presente cuando nosotros dábamos nuestros primeros pasos en la ciudad, decidimos dejar el Taj Mahal para más tarde. Empezamos nuestra excursión en el Fuerte de Agra. Por suerte, Agra tiene un sistema de transporte bastante transparente, pues los autorickshaw no pueden negociar el precio directamente con el turista, sino que hay una oficina de prepago en la que el visitante obtiene su tiquet y paga según las horas que vaya a utilizar dicho transporte. Además, existe información aproximada de las horas que se necesitan según la ruta de la ciudad que vaya a realizarse. Nosotros nos decidimos por alquilar el rickshaw por seis horas, ya que planeamos visitar el Taj Mahal y el Fuerte de Agra, haciendo una pequeña parada para comer cuando nos diera hambre.

Empezamos la visita al Fuerte de Agra, donde compramos la entrada conjunta para el Taj Mahal, ya que ofrecían un pqueño descuento. Paseamos por el interior de las impresionantes ruinas del fuerte, donde podían apreciarse lo que quedaba de las habitaciones, una pequeña mezquita en su interior, algún templo hindú, sus preciosos jardines, y la imponente fachada que se encuentra en perfecto estado. En el interior se pueden disfrutar de delicadas paredes de mármol con incrustaciones en piedras que diseñan bonitos detalles florales. Para aquél que piense que Agra es solamente Taj Mahal, le invito a visitar este precioso y detallado fuerte, ya que uno sale impresionado. Si en Agra no existiera el Taj Mahal merecería una visita por el simple hecho de albergar este increíble monumento. La única pena fue que no pudimos disfrutar de las espactaculares vistas del Taj Mahal desde lo alto del fuerte, pues la niebla inundaba el paisaje de un espeso humo blanco que solo dejaba que la gran maravilla del mundo se intuyera como una vaga silueta.

A escasos metros de la salida del Fuerte de Agra nos encontramos con un simpático grupo de ardillas ralladas, con las que nos detuvimos a jugar. Maria consiguió que una de ella se acercara a hurgar en su mano, haciendole ver que escondía algo de comida en su interior. Es la primera vez que estamos tan cerca de este desconfiado animalillo.

Al abandonar el Fuerte, decidimos dejar la comida para después de la visita al Taj Mahal, pues justo ahora la niebla había desaparecido, pero al esperar a que esto sucediera se nos habia echado el tiempo encima y no podíamos demorarnos en comer. En el trayecto entre el Fuerte y la entrada principal del Taj Mahal, nos hartamos de hacer fotos a la gente que pasaba por la calle, los tenderos que daban vida a sus pequeños negocios, los animales que cruzaban por la calle y los abarrotados rickshaw que transportaban más gente de la que su capacidad les permitía.

Una vez que llegamos a la entrada del Taj Mahal, el conductor del rickshaw nos advirtió que no podríamos entrar con tabaco, mechero, cerillas, artículos de piel, bolígrafos, ipads, chicles, comida, bebida, etc... así que dejamos algunas cosas en su vehículo para que él las vigilara mientras vistábamos el monumento. Nuestra sorpresa fue cuando la intrépida Maria, peligrosamente tuvo la intentona terrorista de entrar a ver el Taj Mahal con un librillo de crucigramas. Muy enfadada, la policía que vigilaba el control de seguridad le dijo que con esto no podría visitar el monumento, así que Maria tuvo que ir a dejar el peligroso librillo, con sus amenazantes sopas de letras y sudokus, a una taquilla gratuita que ofrecía el recinto para personas tan inconscientes como la peligrosa Maria. Al princpio nos provocó un poco de enfado, pero al darnos cuenta de la ridiculez de la situación, empezamos a hacer chistes y a reir delante de la policía, lo que tampoco aceptaron con buena cara. Eso sí, por mi parte les doy las gracias por hacerme entrar al Taj Mahal con una sonrisa de oreja a oreja.

Una vez dentro, nos dirijimos a atravesa la puerta de entrada que tapa el impresionante monumento. Aun recuerdo la sensación que me produjo la primera vez estuve aquí, en la que dejé de oir, de sentir, de ver otra cosa que no fuese el increíble mausoleo. Recuerdo que derrame una lágrima por la belleza del lugar. Esta era mi segunda vez, así que ahora le tocaba a Maria disfrutar. Lo que no sabía era que una vez cruzada la puerta, el mismo sentimiento se apoderó de mi. No tengo explicación para definir lo que me pasa con este monumento, no se si es belleza o que me impresiona demasiado, o quizás una conexión química con el lugar, pero cada vez que me enfrento cara a cara con el Taj Mahal, se me hace un nudo en la garganta y solo tengo ganas de mantener fiel mi mirada hacia él, y echarme a llorar.

La cara de María también era un mapa. Yo la miraba, le preguntaba, y no sabía que decirme. Solo le salía de la boca "Ala, es precioso". Una vez que el policia nos bajó de las escaleras de entrada a golpe de silvato empezó la lucha por la mejor fotografía. A estas horas el recinto se encontraba abarrotado de turistas, en su mayoría locales que viajaban para visitar el gran mausoleo. A veces con respeto, a veces sin él, nos turnabamos los mejores lugares para hacer fotografías frente al monumento, pero esta vez no me iría sin la foto que no fui capaz de tener en mi anterior visita, quería saltar desde un banco y que alguien me capturara en el aire, pero esta vez lo haría en compañía de mi madre. La foto salió muy divertida, la podéis ver en este mismo post, pero el tropezón que dió Maria y el aterrizaje de morros que hizo contra el suelo no se pudo fotografiar. Cuando se levantó riendo nos dimos cuenta que no había sido grave, un simple rasguño que seguro que mereció la pena por tener una foto que pasara a la posteridad.

Otro de los factores que agradecí de esta visita al Taj Mahal fue la diferencia climática. El suelo de mármol estaba helado, pero era mucho más agrabale que quemarse las plantas de los pies. Tanto Maria como yo parecíamos dos japoneses haciendo fotos del monumento, de nosotros junto a él, juntos, separados. Quedamos fascinados de nuevo al entrar en el interior y ver las tumbas donde descansan los cuerpos de los amantes por los que fue erguido el mausoleo, un tumba pequeñita para el joven cuerpo de la amada, y una tumba más grande para el cuerpo adulto del sultán. El detalle interior de la escultura en pared de marbol, las incrustaciones de piedras, los recargados diseños de las puertas agujereadas en mármol, hacen que el Taj Mahal no pierda ninguno de sus encantos para el gran reconocimiento de Maravilla del Mundo galardonado por la UNESCO.

Cuando nos cansamos de fotografiar el mausoleo (porque de verlo uno nunca se cansa), salimos hambrientos en busca de nuestro rickshaw. El primer restaurante que nos llevó no nos gustó porque era de presupuesto elevado, y le habíamos dicho que buscabamos un restaurante de presupuesto bajo. Así que la segunda opción fue el ajardinado restaurante en el que comí la otra vez que vine a Agra. Imaginé que este restaurante debe pagar buenas comisiones, pues todos los rickshaw te acaban trayendo aquí. Comimos tranquilamente, pues ya habíamos visitado los dos monumentos que queríamos ver. Y al termnar, como todavía nos sobraba algo de tiempo, pedimos que nos llevaran a ver un mercado típico de la ciudad. Nos dejaron en una calle en la que tanto a derechas como izquierdas se extendian puestos callejeros, algunos de ellos en el suelo y otros en carritos improvisados, por los que nos perdimos durante un buen rato. Entonces descubrimos que los turistas solo visitan Agra por sus dos monumentos, ya que tanto los vendedores como los compradores del mercado local nos miraban asombrados y ofrecian risas a nuestro paso. Observamos intrigados por las diferentes hortalizas que nos mostraban, y veíamos pasar la vida cotidiana de los mercados indios fuera del contacto de los turistas. Al subir la calle que giraba a la izquierda, encontramos unos niños que nos miraban medio curiosos medio timidos. Maria se animó a hacerles unas fotos, pero en cuanto sacó los caramelos, la calle se volvio a llenar de niños que no sabíamos de donde procedían. Cada vez había más, y Maria se vió envuelta de nuevo en un torbellino de gritos, risas y alegria mezclados con las ansias de obtener cuantos más caramelos mejor. Pero la inocencia de estos pequeños nos impresionó, pues muchos pasaban olimpicamente de los caramelos, pues preferían verse reflejados en la pantalla de nuestras cámaras fotográficas. Era muy divertido ver como cada uno se las ingeniaba para posar mejor que sus compañeros y así llamar la atención para salir en nuestras fotografías. La situación empezó a revolucionarse, pues los niños estaban cada vez mas exaltados, y tuvimos que abandoner la misión antes de que se hicieran daño o rompieran nuestras cámaras.

Como la estación de tren quedaba cerca, decidimos volver caminando. Descansamos en un banco de la estación hasta que llegara el tren de vuelta a Delhi, en el que Maria conoció a una familia encantadora y yo me dormí contra la ventana porque no podía con mi cansancio.

Cuando llegamos a Delhi caímos muertos en la cama, mañana será otro dia para disfrutar en la gran capital.













Delhi, de mercado en mercado

 Hola a todos!

La despedida con mis amigos del hotel en Jaisalmer fue casi familiar. El recuerdo de los más de 10 días que había pasado allí el año pasado, los cuidados que me dieron meintras estaba enfermo, y el reencuentro habiendonos tratado como seres queridos tanto a mi como a Maria, hizo que nuestra despedida se conviertiera en un "hasta la próxima". Un autorickshaw fue el que nos llevó a la estación de trenes desde donde partiríamos rumbo a la gran capital, Delhi. El viaje sería largo, pues debíamos cruzar de vuelta toda la provincia del Rajasthan.

Ocupamos nuestras camas nada más subir al tren, y depués de 20 minutos estabamos ya en camino. Yo no me encontraba muy bien, parece ser que la noche en el desierto me había dado un poco de frío, y al tumbarme en la cama me quedé dormido de repente. Después me daría cuenta de que me tocaba viajar las 18 horas que separan Jaisalmer de Delhi con una intensa fiebre. Al fin y al cabo no fue tan malo, pues la mayor parte del tiempo fui durmiendo, o como mínimo adormilado, por lo que casi no me enteré de lo largo que era el camino. Maria si estuvo más tiempo despierta, y le tocó entretenerse con sus crucigramas u observando el vaiven de gente que no para de moverse en el interior del vagón.

Nuestros compañeros de viaje nos indicaban que ya habíamos llegado a Delhi, pero nuestro tren no tenía parada en Nueva Delhi, donde intentaríamos encontrar un lugar donde alojarnos, sinó que habíamos llegado a la estación de Vieja Delhi. Según un mapa que había visto, no muy lejos se encontraba una estación de metro donde podríamos hacer el trayecto entre estaciones y ahorrarnos así todo lo que conlleva viajar en rickshaw (negociación, contaminación, atascos...).

La estación de metro no estaba tan cerca como pensábamos, así que después de andar unos quince minutos llegamos a ella. En las calles ya se vivía el ambiente de la gran ciudad, la población había perdido esa alegría y amabilidad características del Rajasthan, ahora nos tocaría vivir otra de las realidades de este inmenso país. Al llegar a la entrada del metro, nos encontramos con controles de seguridad típicos de una terminal de auropuerto. Como el escaner de mochilas estaba estropeado, querían hacernos vaciar las mochilas para asegurarse que no eramos individuos peligrosos. Al negarnos, nos ofrecieron entrar por otra puerta, por la que podríamos pasar correctamente el control de seguridad. Nos escanearon las mochilas, nos cachearon y nos pasaron un detector de metales por el cuerpo. Una vez limpios de peligro, podíamos subir al metro. Compramos el tique que era muy parecido a una ficha de auto de choque de las ferias, lo pasamos por un pequeño escaner y una pequeña puerta nos daba aceso a la estación. Buscamos la línea corresponidente, subimos a un sobrepoblado vagón, y medio chafados viajamos hasta la estación de Vieja Delhi. Maria no se dió cuenta y durante este viaje le abrieron la mochila y le quitaron el móvil. Aún siendo verdad que India es un país pacífico y sus gentes tienen buena voluntad, ladrones hay en todas partes del mundo, y sobretodo en las grandes ciudades donde les es fácil mezclarse entre las masas.

Al bajar en la estación de Nueva Delhi, ahora tendríamos que cruzar la estación de ferrocarril para llegar al barrio de Pahar Ganj, una calle turística con un amplio mercado, decenas de restaurantes con comida de muchos lugares dle mundo y una amplia variedad de alojamientos baratos donde poder descansar. Después de ver dos hoteles y de negociar los precios de la habitación nos decidimos por uno que no era del todo lo que buscabamos en cuanto a higiene y comodidad, pero que se ajustaba al presupuesto que nos habíamos marcado.

Nuestros días en Delhi han sido de mercadeo más que de turismo. Hemos recorrido las tiendas del Gran Bazaar en busca de bonitos recuerdos para amigos y familia, y algunos detallitos que Maria quería para ella. Yo he aprovechado para buscar información sobre mi negocio de verano. Me ha sorprendido ver la novedad de productos que han traído, y como cada año mejoran en la elaboración de las piezas. No os adelanto más, y así será una buena sorpresa cuando llegue este verano con las novedades.

También visitamos el mercado tibetano, donde Maria se volvió loca probandose joyas, elijiendo lo que le gustaba para ella y lo que le gustaba para regalar, aunque tenia claro que cuando llegara a casa regalaría más de los que había pensado. También estuvimos en el mercado Rajasthaní, donde encontramos todo lo que nos ha gustadoi durante el viaje pero a un precio mucho más económico. Hemos negociado con los vendedores, regateado duro, nos hemos divertido y enfadado con ellos, y nos han surgido muy buenas ideas para llevar a España la bonita artesanía India. María también aprovechó las rebajas de vestidos y sandalias que encontramos en el laberíntico mercado subterráneo, donde aproveché para comprar una linterna frontal y llevé mi cámara de fotos a arreglar por un buen precio.

En cuanto al turismo, solo hemos salido un día a pasear, pues lo que la gran capital tiene para ofrecer siempre se mezcla con estres, ruido, suciedad y un tumulto de gente que no deja ni respirar. Además Delhi es la ciudad de los engaños, de los robos, y de la auténtica locura India. Aún y así, no nos hemos perdido la imponente fachada del Fuerte Rojo, hemos callejeado por las laberínticas callejuelas de la antigua ciudad en Chatni Chowk, hemos visitado la gran mezquita de Jama Masjid, y hemos paseado por los mercados musulmanes, muy poco turísticos, donde se mezclan los vestidos con las piezas para mecánica del automóbil, y donde la suciedad y la pobreza se hacen mucho más presente que en cualquier lugar de la ciudad. Entre vacas y cabras hemos paseado por tiendas de mantas y viejas muchecas de plástico, hemos comprobado en pequeñas piscinas inchables la calidad de los relojes subacuáticos y nos hemos sorpendido con la antiestética ropa interior del país.

Nuestra estancia en Delhi también nos ha servido para alimentarnos al más puro estilo occidental, pues a Maria le ha sentado mal la comida India desde el primer día que pisamos el país. Aún y así, hemos visto la diferencia de sabores entre la misma gran multinacional en diferentes países, pues aunque parezca mentira, una hamburguesa también puede saber a masala, y un trozo de pollo también pica aunque ellos juren y perjuren que no picará.

Así que, aunque la gran ciudad nunca haya sido mi punto fuerte, entre compras, gastronomía, grandes monumentos y mercadeo, hemos pasado unos días más que entretenidos y hemos sabido adaptarnos a la locura que Delhi nos ofrece. Entre medias de nuestra estancia en Delhi hemos hecho una excursión a Agra para ver el Taj Mahal, pero esto os lo contaremos en nuestro siguiente post. Un fuerte abrazo a todos.

Ah! Y no os perdais el nuevo diseño con henna de Maria al mas puro estilo Bollywood. Una maravilla!








Jaisalmer, gélido desierto

 Hola a todos!

Tras esquivar la tela de araña que nos había preparado el avispado negociante del desierto, y con nuestras mochilas a cuestas andamos hasta el interior del fuerte, donde recordaba perfectamente el camino que llevaba al hotel de mi último viaje. Para quienes no lo recordeis, en Jaisalmer pasé los peores días de un fuerte virus estomacal, que me dejó encerrado durante una semana en la habitación de este hotel, en el que los trabajadores me trataron con especial cariño, mi proveían de medicinas, galletas y agua con suero, y se preocupaban por mi a todas horas. Aún siendo mis peores días en cuanto a salud durante los tres meses que viajé por la India, es uno de los lugares que más recuerdos bonitos me ha dejado. Todavía, después de diez meses, me siento agradecido por el cuidado de los que yo llamo mis amigos del desierto. Lo que no sabía es si ellos se acordarían tan bien de mi como yo de ellos.

Nada más entrar en el hotel, nos recibe un chico alto al que no soy capaz de reconocer. Se llama Nabú, y es nuevo en el hotel. Le pregunto si está Munna o Aladín, y me dice que ellos ya no trabajan aquí, pero que ahora el organizador es Abdul, y que llegará en unos momentos. Al llegar Abdul me reconoció en seguida, incluso supo decir que la mujer que me acompañaba era aquella madre con la que cada día habían hablado ellso en la webcam. Le hizo ilusión volverme a ver, y yo le pedí si podíamos estar en la misma habitación en la que pasé aquellos días tan malos. A pesar de todo, me traía buenos recuerdos de buena hospitalidad. Después de negociarla nos la dejó a buen precio, y a Alex le hizo un buen descuento por otra bonita habitación. Como la última vez lo pasé muy bien en el desierto con ellos, decidí pedirle información para repetir la bonita experiencia. Me dijeron que justo a las dos saldría un jeep y que la excursión sería exactamente igual a la asistí en abril. Así que después de negociar el precio, decidimos aventurarnos en lo que ellos llaman el safari por el desierto.

Tuvimos el tiempo justo para comer antes de salir del fuerte en busca del jeep que nos llevaría al desierto. Cuando llegamos al jeep, otra sopresa me esperaba, pues abdul había llamado a mi amigo Munna para que fuese él el que nos llevara al desierto. Cuando Munna me vio me reconoció a la primera, me dió un fuerte abrazo, y trató a mi madre como si de la suya se tratase. Al estar contento de mi visita, fue a comprar pollo para darle un toque especial a la comida de esta noche. También nos propuso comprar un botella de alcohol, pues de alguna manera deberíamos combatir el frío de la noche. Aceptamos, y tras invitarnos a un chai, nos pusimos en marcha rumbo al desierto.

Tras un buen rato en en jeep, alejandonos de la ciudad camino a la frontera con Pakistán, dejamos la carretera a unos cincuenta kilómetros de Jaisalmer, para meternos por caminos de áridas tierras, con escasos arbustos y algunos campamentos del ejército. Esquivamos vacas y cabras, hasta que llegamos a las dunas, donde pasaríamos la noche. Allí nos esperaban un camello para cada uno, en el que durante dos horas visitaríamos el pequeño rinconcito dunar del desierto del Thar. Disfrutamos de las formas de las dunas jugando con el aire y las sombras del atardecer, hacíamos fotos como verdaderos aventureros del desierto y nos reíamos con los extraños comportamientos de los camellos.

Después de las dos horas en camello que nos dejarón las caderas y el trasero con agujetas para tres dias, Los organizadores habían preparado chai calentito para todos y patatas fritas de colores junto con ricas pakoras (verduras rebozadas con especias), aperitivos con los que vimos la preciosa puesta de sol, a la cual nos acompañó una família de gitanos del desierto, tocando la flauta y bailando en busca de una pequeña remuneración por su trabajo artístico. Y entre la puesta de sol y el anochecer, Alex y yo aprovechamos para jugar en las dunas. Como dos niños pequeños, corríamos y saltábamos al vacío por las pendientes que provocaban las formas dunares. Nos hacíamos fotos volando y revolcándonos por la arena. No hay nada como recuperar pequeños momentos de la infancia y sentirse niño otra vez.

Cuando volvimos, nos acercamos al fuego, pues con la puesta de sol había llegado el frío y la oscuridad, y no había nada mejor que la hoguera con la que cocinaban la cena para coger un poquito de calor. Ahora el grupo se había agrandado, y a parte de Alex, Maria y yo, contabamos con siete coreanos que se habían unido, más el camellero y sus dos jovenes ayudantes, el conductor del jeep y Munna. Nos sirvieron un sabroso thali a base de verduras y pollo, que compartimos entre dos personas, y que comimos divertidos por la falta de luz, Después de comer fuimos a buscar arbustos secos, pues necesitabamos una hoguera si queríamos pasar un rato divertido antes de ir a dormir. Hicimos un fuego que fuimos alimentando con ramas secas que ibamos yendo a buscar por turnos, y que aguantó unas cuantas horas antes de acostarnos.

Una vez cenados nos pusimos todos alrededor del fuego, y las diferencias de idiomas hacían suponer que sería una noche aburrida. Munna sacó las botellas de wishkey que le habíamos encargado, y resultó que los coreanos bebieron un vaso cada uno, aún habiendo comprado ellos también una botella. Pues no se si es porque hacía mucho frio, o es la excusa que pusimos porque teniamos ganas de beber, pero entre Maria, Alex, una de las coreanas y yo nos bebimos casi todo el alcohol que se había comprado, tanto el nuestro como el de nuestros amigos coreanos. En ese momento la noche empezó a tomar sentido. El camellero empezó a cantar canciones típicas del desierto, y Alex propuso que cada uno cantara una canción de su país. Uno de los coreanos nos regaló una lenta melodía local, y Alex se escabulló de cantar organizando el juego. Pedimos a los coreanos que nos enseñaran a bailar el Gang Nam style, pero no se animaron. Así que Alex nos convenció a Maria y a mi para enseñar el baile de la macarena. Aunque la considero una de las conciones más ridículas del mundo, estabamos en un momento divertido de la noche, y no podía imaginarme a siete coreanos y tres indios bailando la macarena con un brasileño y dos españoles en medio del desierto y alrededor de una hoguera. Era surrealista, loco, divertido, así que nos animamos a enseñar el baile. Acabamos todos riendo, algunos saltaron el fuego, la macarena había salvado la noche, quien nos lo iba a decir.

Pero Alex, el promotor de todo esto, no iba a escabullirse de mostrarnos su música tradicional. Intentó darnos una pequeña lección de salsa, pero se le olvidó que nos encontrabamos entre asiáticos, y que el ritmo latino solo se encuentra entre latinos. Tras fracasar con las lecciones de salsa, propuso utilizar el ritmo y los pasos básicos de esta musica para jugar al juego de las sillas, pero esta vez los asientos serían una manta en las dunas que iríamos doblando mientras se fuera eliminando gente. Parecía que este juego era nuevo para todos, y lo pasamos muy bien peleando por un sitio donde plantar el trasero. Nuestra sorpresa vino cuando el camellero se declaró ganador, y al girarnos ya no quedaba ni un solo coreano alrededor nuestro. ¿Que había pasado? Egoístamente y desobedeciendo los consejos del camellero, un hombre del desierto que sabe lo que dice, todos se metieron corriendo en una caseta de matojos que habían construido para guardar los alimentos y las mantas. El camellero les advirtió que el frío venía de ese lado, pero aun y así no hicieron caso y justo al terminar el juego estaban todos dentro. El camellero preparó para nosotros mantas suficientes para que no pasaramos frío, y nosotros tratamos de ponernos el mayor número de prendas de ropa posible, camisetas, polares, chaquetas. Arrimados a lo que quedaba del fuego, contemplamos el espectáculo estelar antes de dormirnos. Aún siendo la tercera vez que duermo en el desierto, me sigue impresionando el precioso escaparate de estrellas que este lugar mágico ofrece para dar las buenas noches. Para Maria y Alex era su primera vez, y me hicieron recordar a mi primera vez durmiendo bajo las estrellas en el desierto del Sahara, en tierras marroquíes. Dormir bajo el manto de estrellas más impresionante que puede verse en todo el planeta nunca dejará de gustarme.

La gélida mañana nos dió los buenos días unos minutos antes del increíble amanecer. Un enorme solo de un naranja muy intenso aparecía en el horizonte ayudandonos a calmar el frio que intentábamos sofocar quemando algunos hierbajos que fuimos a recolectar recién levantados. Mientras tanto, el camellero y sus ayudantes preparaban un cálido y reconfortante chai que nos daría la energía suficiente para aguantar hasta la hora del desayuno. Mientras llegaba la hora de llenar el estómago, algunos buscaban un poco de intimidad entre las dunas que harían las veces de baño, otros ayudarían a mantener encendida la hoguera que nos calentaría hasta que el sol empezara a caldear el ambiente, y otros comentaríamos como había sido nuestra experiencia bajo las estrellas. Para los que nos mantuvimos a la interperie según los consejos del camellero nos pareció que el frio no había llegado a afectarnos, pues dormimos resguardados del viento por la fachada de la cabaña. Los que durmieron dentro de la cabaña admitieron haber pasado mucho frío incluso pegandose unos con otros buscando el calor humano. Esta mañana todos nos fuimos con una buena lección, y es que la falta de conocimientos hacen que la lógica no tenga bases para la toma de decisiones, y la los consejos de la experiencia muchas veces son los más sabios. Yo sigo diciendo, que allí donde fueres haz lo que vieres, y que si el camellero decidió dormir en la calle, era porque sabía lo que iba a ser mejor para él.

En el desayuno tampoco hubo escasez de nada. Nos prepararon un puré de sémola dulce, galletas, tostadas, frutas... El excesivo manjar no tuvo nada que envidiar al de un hotel de lujo, y mucho menos viendo como aquel imponente y precioso sol se alzaba ante nosotros, dotando de maravillosas tonalidades al mar de arena que se expandía ante nuestros ojos. Disfrutamos del amanecer. de la buena comida, del calor de los rayos del sol, de la buena compañía.

Poco después llegaba la hora de partir. Subimos cada uno a su camello e iniciamos la vuelta a Jaisalmer. Después de un par de horas balanceandonos a lomos de los enormes camellos nos bajaron para tomar el jeep que nos llevaría a casa. El lugar donde hicimos el cambio de vehículo era una pequeña aldea de gitanos rajasthaníes, donde un grupo de inocentes y curiosos niños nos abordaron con la intención de conseguir algun caramelo, bolígrafo o galletas. Apenados por llevar poco que ofrecerles, les dimos lo que nos quedaba en la mochila, repartiendo un paquete de galletas entre ellos, y algunos caramelos. También engañamos al camellero, dando una pequeña propina económica a sus ayudantes, pues nos habíamos informado de la remuneración que cada uno recibía y no nos parecían justas las condiciones de vida de aquellos jóvenes que servían al camellero. Por un momento casi nos pillan con la mentirijilla, pero todo salió bien y los jóvenes ayudantes quedaron contentísimos.

De vuelta a Jaisalmer, fuimos a comer algo, y después salimos del fuerte para poder visitar algo de la ciudad baja. Como hoy era el último día de Alex en Jaisalmer y como consecuencia su último día con nosotros, decidimos pasarlo juntos viendo cosas bonitas. Callejeamos por la ciudad antigua de Jaisalmer hasta llegar a las impresionantes Havelis, antiguas casas de los ricos comerciantes a las que no les faltó ningún detalle lujoso el día de su construcción. Y como de mi primera visita a la ciudad, tenía el buen recuerdo de un barrio humilde donde los niños me asaltaban en busca de caramelos, propuse volver allí para ver si podíamos encontrarnos con esos niños de nuevo. Previamente pasamos por una tiendecita para comprar muchos caramelos y bolígrafos. Después, subimos las escaleras que llevaban al barrio donde vivían los niños.

Nada más llegar, encontramos un solo niño en la calle, al cual le ofrecimos un caramelo. Medio minuto más tarde, la estrecha callejuela se había inundado de sonrientes niños en busca de sus codiciados caramelos, pues el primer niño había empezado a gritar y había entrado a las casas para buscar a todos sus amiguitos. María, que era la que llevaba la bolsa de caramelos, se vió envuelta en un huracán de gritos, risas, pequeños engaños para conseguir caramelos extra, y un incesante eco que repetía la palabra "chocolates", nombre con el que llaman a los caramelos de toffe en India. En pocos minutos, las madres de los niños se habían unido a la petición de caramelos, y las vecinas, algunas más tímidas, otras muy atrevidas, salían para ver si ellas también podían consegir algunos dulces. Por un momento tuvimos que frenar la avalancha, pues María tuvo miedo de ser arrastrada y caer por la inclinada escalera en la que nos encontrábamos. Al intentar poner calma entre tanto caos, un amable señor, al que recordaba de mi última vez en Jaisalmer, nos volvió a ofrecer amablemente su terraza con unas impresionantes vistas al fuerte y a la ciudad. Allí estuvimos más tranquilos, pudimos hacer fotos de los niños, jugar con ellos, y dar los caramelos con más calma y de forma más equitativa. Cuando pude empezar a identificar a los pequeños diablillos, me di cuenta que eran exactamente los mismos niños con los que jugué el año pasado, y me di cuenta de cuánto habían cambiado algunos de ellos. Uno tenía el pelo más largo, otros vestían ropas de más abrigo, otros eran más altos, e incluso algunos que eran más tímidos ya se habían espavilado. Los más pequeños ya empezaban a andar, algunos lloraban porque les daba miedo la situación, otros reían, y alguno se animó a bailar. Estando en Jaisalmer, una ciudad con tantísimo encanto, me resulta difícil explicar que esta estrecha escalera de este humilde barrio, desconocido por la mayor parte de los turistas, se mi rincón favorito en este lugar, y entre los mejores de todo mi viaje en India. Y es que India tiene incalculables factores que la hacen un país mágico, pero su factor principal son sus gentes, y entre ellas sus niños son del todo enamoradizos.

De vuelta al hotel estuvimos paseando por el interior del fuerte, pero nuestras energías estában al límite. La noche en el desierto, el paseo por la ciudad y el emocionante encuentro con los niños nos había dejado tan cansados que lo único que deseábamos era ir a dormir. Tras hacer unas pequeñas compras de ropa en una tienda que nos hizo buenos descuentos, fuimos a descansar al hotel. Antes de acostarnos nos despedimos de Alex, pues él partiría muy pronto hacia el norte en busca de nuevas aventuras y nosotros volveríamos a Delhi, para pasar nuestros últimos días en el viaje de Maria. Yo no me despedí con un adiós, pues habíamos planeado vernos en Allahabad una vez que Maria volviera a casa, así que seguro que nos veríamos de nuevo en poco más de una semana.

La mañana siguiente, Maria y yo la dedicamos a descansar. Estuvimos leyendo, conectados a internet, comimos bien. Esta tarde nos esperaba un largo viaje de 18 horas de vuelta de Delhi.















martes, 19 de febrero de 2013

Jodhpur pasado por agua

 Hola a todos!

Después dos relajantes días dedicados a la bonita ciudad de Udaipur, nos tocaba despedirnos de ella para encontrarnos con el siguiente destino rajasthaní, la ciudad de Jodhpur. Salimos de Udaipur de noche, en un autorickshaw que nos llevaría al lugar desde donde salía el autobús privado en el que habíamos contratado una cama doble. Viajar de noche siempre tiene la ventaja de ahorrar en alojamiento y de no enterarse de las horas que transcurren entre una ciudad y otra. La pena es que las distancias entre los lugares del Rajasthan no son demasiado elevadas, y uno llega de madrugada, por lo que tiene que buscarse la visa para dormir unas horitas antes de que la vida empiece a funcionar.

En la estación de autobuses conocimos a Alex, un joven mexicano trotamundos, que aprovecha sus vacaciones estudiantiles de la Universidad de La Habana, donde finaliza sus estudios de medicina. Le han concedido un mes libre y no ha dudado en venir a visitar este uncreíble país. Sus dudas sobre como moverse por el Rajasthan derivaron en una larga conversación nocturna sobre viajes, lugares del mundo, y curiosidades sobre su vida en Cuba. Cuando el sueño pudo con nosotros, después de un buen rato en el que las palabras peleaban contra nuestra consancio, decidimos descansar un poco. Yo me acosté en la cama que habíamos reservado, el se coló en una cama por la que no tenia reserva, pero que si no la ocupaba acabaría sin un cuerpo que la calentara.

Todavía de madrugada llegamos a Jodhpur. Alex se había unido a nosotros y se quedaría a pasar el día en Jodhpur. Depués nos acompañaría a Jaisalmer donde nuestros caminos de dividirán. Al llegar a Jodhpur nos sorprendió una lluvia totalmente inesperada. Ninguno habíamos imaginado que nos llovería en la ciudad más árida del Rajasthán, fuera de la estación de monzón. Tomamos un autorickshaw que nos llevaría al hotel donde estuve alojado en mi anterior viaje. La puerta estaba cerrada, así que tuvimos que insistir hasta despertar al recepcionista, que normalmente duerme muy cerca de la puerta por si llegan clientes nocturnos como nosotros. Una vez nos abrió la puerta, la pelea fue para que nos dejara la habitación al mismo precio que la había adquirido diez meses antes. No fue suficiente con explicarle que repetía en su hotel en menos de un año, pues el alegaba que era temporada alta y quer habíamos llegado tarde, Al final la solución fue llamar al dueño del hotel, despertarlo de madrugada para negociar personalmente con él por teléfono. Para que se creyera que esta esta era mi segunda vez, le describí la habitación y como se accedía a ella, prueba irrefutable que le hizo dejarme la habitación al mismo precio que la última vez. Cuando por fin conseguimos meternos en la cama, los cánticos de las mezquitas rompieron el silencio de la madrugada. A Maria y a mi nos volvió a dar la risa, pero aquí no acababa lo increíble de la situación, pues unos minutos más tarde empezaró a sonar el estruendo de las campanillas y tambores de los hindúes. Todo apuntaba a que no era un buen momento para dormir, aún y así, el cansancio culminó en un dulce sueño.

A medio día sonaba el despertador. Aunque lo único interesante de Jodhpur era su fuerte, no podíamos pasarnos el día en la cama. Como la hora del desayuno ya había pasado, fuimos directamente a comer. Subimos a lo alto de la azotea del hotel vecino, del que recordaba el buen gusto de su cocinero y las bonitas vistas del fuerte desde sus pies. Lo que todavía me costaba creer es que no había parado de llover, y que no tenía ,mucha intención de hacerlo. Si ya es raro estar en Rajasthan pasando frío, más raro se me hace acabar empapado por la llúvia.

Después de comer fuimos a reservar un billete de autobús para viajar esa misma noche a Jaisalmer. Ya que no tenemos mucho tiempo, es mejor no perder el tiempo en Jodhpur. Como el viaje era de tan solo 5 horas y el precio de la cama subía un poco más, decidimos hacer el viaje en asiento, pues ya descansaríamos cuando llegaramos a Jaisalmer.

Una vez nos hicimos con los tiquets llegó el momento de visitar el fuerte de Meranghart, situado en lo alto de una colina que domina la ciudad. Recuerdo de mi última visita el buen sabor de boca que me dejó tanto por la conservación del fuerte como por el trabajo invertido en la elaboración del audioguía, que se puede adquirir en varios idiomas y que además, va incluido en el precio de la entrada. Pero antes de acceder al fuerte, nos tocaba llegar a él, subiendo por la inclinada colina, callejeando entre estrechos pasos de casas azules, donde la lluvía inventaba pequeños riachuelos de agua que arrastraba un montón de porquería (y heces de todo los animales que habitan en las ciudades de india). Por comodida, no había querido pornerme las botas, y caminaba entre toda esta porquería con mis chanclas playeras, intentando no mirar abajo para no saber que era lo que estab tocando mis pies. Una vez entramos al fuerte, su cuidados limpieza dejó de provocarme esa fea sensación al caminar por la calle. En ese momento pue imaginarme lo que podría llegar a ser el monzón en India. Nunca había pensado como la propia naturaleza hace su función de limpieza de las calles de la India, y lo que esto puede llegar a provocar a los caminantes que andan contracorriente en el sucio río de basuras.

Una vez en el fuerte, disfrutamos muchísimo de su visita, El audioguía nos explicaba interesantes anécdotas como que el fuerte de Meranghart nunca había sido invadido por su posición elevada en la colina y su estructura arquitectónica, o que las mujeres de los Maharajas debían suicidarse tras la muerte de su marido, o que para la construcción del fuerte arrebataron la colina a un mendigo, el cual maldijo al fuerte con dificultades para proveerse de agua, y un voluntario ofreció su vida para deshacer la maldición. También disfrutamos de sus imponentes murallas, de la extraña decoración a base de cristales de colores y bolas brillantes sobre alfombras de cargados diseños de sus habitaciones. Pero lo que más me sigue impactando del fuerte de Meranghart, son la vistas que tiene sobre la ciudad. Desde su posición elevada se puede disfrutar del azul de la ciudad, donde las casas fueron pintadas por los brhamanes en devoción al dios Vishnu, y que más tarde descubrieron que era un buen repelelente para los mosquitos, además de un buen aislante térmico.

Visitamos también la armería, donde nos explicaron la resistencia del Maharaja a la hora de introducir la polvora en sus ejercitos, pues consideraba que un hombre valiente debía luchar empuñando una espada, y esto le costó la vida de muchos de sus soldados, cuando le atacaron con fusiles y pistolas. Otra sala que nos gustó fue la de los palanquines, que son las sillas que se utizan para montar en elefante, o para transportar a los miembros de la familia del Maharaja cargado por sirvientes de la corte.

La verdad es que aun siendo mi segunda visita guiada al fuerte, me gustó casi tanto o más que la primera, pues las grandes maravillas y más cuando estan bien organizadas, no dejan de gustar por mucho que se visiten. Esta sensación ya la he tenido con mis repetidas visitas a la Alhambra de Granada, pues cuanto más la visito más me gusta,

Después de varias horas deambulando por el fuerte bajamos de nuevo a la ciudad. Como todavía quedeban algunas horas antes de partir, decidimos visitar el mercado de la plaza central, donde todo se organiza alrededor de la torre del reloj. El mercado estaba más bien cerrado, devido a la inesperada lluvia, pero algunas tiendas si permanecían abiertas. Así que vimos algunos vendedores de verduras, hasta que fuimos invitados a tomar un té calentito en una tienda de especias. Sabíamos que aquél té iba a acabar en una demostración de especias a la que le seguiría una insistente intención de venta, pero a nosotros la demostración y el té ya nos interesaba, que compraramos o no, eso ya se vería en el camino. Nos enseñaron tés de todo tipo, de diferentes zonas de India e incluso mezclados con frutas, menta, u otras especias como el jenjibre o el azafrán. No hay que olvidar que India es el mayor productor de té del mundo, y que tienen infinitas variedades de muy buena calidad. Después, nos hicieron una demostración de especies, con la que disfrutamos de sus aromas y sabores. Una curiosidad fue la demostración de cmo diferenciar el azafrán de verdad a las imitaciones que vendian en los mercados, consejo que nunca olvidaré por si un día necesito comprar azafrán. Al final Maria compró algunas especies, y Alex y yo nos resistimos porque nuestro viaje será un poco más largo y es una tontería cargar con peso en las maletas. Además yo no se cuando voy a volver a casa para tener la oportunidad de disfutar de las especies.

Y ahora si, se había hecho la hora de irnos. Fuimos a buscar las mochilas al hotel y un autorickshaw nos llevó hasta la estación de autobuses. Como el bus iba medio vacío, tuvimos una cama para cada uno aunque no la hubieramos reservado. Eso si, había que ser más rápìdo que nadie, pues todos iban sin reservas y nadie quería quedarse sin cama. En el autobús conocimos a un chico que nos ofreció su hotel en Jaisalmer. Nos dijo que podríamos dormir allí, que su hermano nos vendria a buscar gratuitamente a la estación en un jeep, y que por la mañana explicaría su excursión al desierto. Todo ello sin ningún compromiso, así que si no llegabamos a un acuerdo con lo de la excursión, podríamos mirar en otro lado sin tener que pagar nada por la habitación.

Por la mañana su hermano vino a buscarnos, nos recepcionó en su hotel y dormimos muy tranquilos. Por la mañana, ocurrió lo que esperabamos. Nos trataron com ilusos turistas que todo se lo tragan, intentando vendernos una excursión a un precio elevadísimo, sin dejar que hablaramos entre nosotros o que opinaramos. Se trataba de un monólogo impositorio del que cuando nos cansamos de escuchar, agradecimos la cama, la ducha y el té de la mañana, para ir en busca de una mejor opción. Entraríamos en el fuerte en busca de mis amigos de la última vez. Nos vemos en el siguiente post, Bienvenidos a Jaisalmer.