viernes, 30 de noviembre de 2012

Kampot y Kep

 Hola a todos!

Hoy he dejado la capital para dirijirme al sur del país. Como el trayecto no me llevará más de cuatro horas, decido despertarme con calma, desayunar tranquilo, pues en vez de reservar el ticket he preferido ir a comprarlo personalmente a la estación de autobuses. Aunque al final el trayecto ha sido más largo de lo esperado, pues en Camboya nunca sabes ni a que hora vas a salir, ni a que hora llegarás, ni cuantas veces te pararás en el camino, el viaje ha sido agradable, pues una vez que sales de la capital todo vuelve a su estado rural y rudimentário. Los infinitas llanuras donde los campos de arroz se pierden en el horizonte, los campesinos con el agua hasta el cuello para cuidar de sus cultivos, y toda esa variedad de transportes improvisados que hacen la vida del campo un poquito más fácil, envuelven los paisajes de Camboya de una mágia inigualable.

Al llegar a mi destino, Kampot, ya se ha hecho de noche, y tras esquivar la ola de motocicletas y tuk tuk que quieren llevarme a cualquier parte decido caminar por la ciudad, pues he leído que es muy pequeña y así puedo ver, comprar y elegir un buen alojamiento para pasar esta noche y quien sabe cuantas más. Intento imaginar como será esta ciudad de día, si se e puede llamar ciudad, porque ahora camino bajo la oscuridad, pues las pocas farolas que hay no están encendidas. Con el paso del tiempo me doy cuenta que las noches de Kampot son así, sin luz. Me guío por la luz de los pocos hoteles y restaurantes que veo hasta dar con el mío, parece que he ido a parar a un sitio poco turístico, perfecto.

Al llegar al albergue en el que he decidido quedarme me doy cuenta de que lo llevan entre un americano, un escocés y un australiano que han decidido vivir una etapa de su vida en este tranquilo lugar. En una conversación me explican que ellos no cobran nada, pero tienen todos los gastos cubiertos, así que les es más que suficiente para poder vivir allí sin tener que gastar. Ellos me han dado la información de lo que puede hacerse en este lugar, pues Kampot no tiene nada de interesante, pero los alrededores ofrecen un sinfín de actividades. Consultaré con la almohada cual será mi plan para mañana.

Al despertarme decido alquilar una moto. Después de echar gasolina conduzco hasta el mercado central. En todos los lugares de Camboya, la vida se mueve alrededor de sus mercados, pues es donde  a parte de hacer negocios, se puede adquirir todo lo que uno necesita para vivir. Quizás estaréis pensando que esto pasa en todo el mundo por igual, pero intentad imaginaos vuestro pueblo o ciudad sin esas bonitas tiendas, sin ese enorme centro comercial, imaginaos que vuestra única opción es el mercado de toda la vida, pues, nos encontraríamos todos allí. Pues la vida de los mercados es la que más me gusta de este país. A parte de encontrar muy buena y barata comida local, suelo ir en busca de frutas exóticas que iré comiendo durante todo el día. Hoy me decido por el mangostán, una especie de mandarina con pulpa parecida al ajo pero de sabor dulce y ácida, envuelta por una amarguísima e incomestible esponja rosa que la proteje y cubierta por una dura cascará marrón oscuro. Compro un kilo, suficiente para pasar el día fuera. Y tras desayunar un plato de arroz con carne a la brasa, empiezo mi día de excursión.

Conduzco la moto cruzando el puente que salta el río que reina esta ciudad. Empiezo a darme cuenta que el estado de las carreteras de Camboya no es el ideal para conducir ningún tipo de transporte. Parece como si alguien, alguna vez, hubiera lanzado un poco de hormigón en el camino y así se hubera ido deteriorando. Baches, agujeros, zonas de tierra, estrechamientos, ensanchamientos, me hacen estar más atento que nunca, intentando mantener los ojos abiertos ante la nube de polvo que me sigue todo el camino.

Por fin llego a mi destino, el Parque Nacional de Bokor. En la entrada me hacen pagar 0,50 dólares por la moto, pues en este parque pagan los vehículos pero las personas no. El Parque Nacional de Bokor no tiene nada de espectacular y bajo mi opinión, creo que lo han hecho parque nacional por la dificultad de encontrar una montaña en esta zona de Camboya, pues todo el paisaje que he visto hasta ahora son llanuras. Visitar el Parque Nacional consiste en conducir sobre una carretera en bastante bien estado que curva tras curva no deja nunca de subir. En el camino, hay un par de miradores, donde un puede pararse a disfrutar de las preciosas vistas de la costa del Golfo de Thailandia, así es como se llama la zona costera de Camboya, Tailandia y un trocito del sur de Vietnam, La verdad es que cuando uno más asciende todo se hace más agradable, las vistas són más bonitas, y el clima más fresco. En la cumbre ya no se siente ese calor pegajoso que me lleva persiguiendo desde el inicio de este viaje por todo el sureste asiático.

Una vez llego arriba, visito los "lugares de interés" por los que se visita este lugar. Y sí, lo escribo entre comillas porque me asombra con que admiración visitan los turistas, tantos locales como extranjeros, las ruinas de lo que fué una estación de ocio en la época colonial francesa. Es verdad que ver una vieja iglesia católica abandonada en una cima puede ser algo extraño, porque en Camboya no hay catolicismo, o porque está abandonada y parece dominada por fantasmas. A parte de la iglésia tambien se puede visitar un hotel abandonado y un viejo casino. No sé, supongo que uno está acostumbrado a ver ruinas muy antiguas, como las romanas en Europa, o las de la antigua India o sin ir más lejos los templos de Angkor, que ver lo que dejaron los franceses en esta montaña no ha sido mi mayor ilusión.

En el otro lado de la cima, he encontrado una bonita cascada de agua. Aunque sus aguas estaban extremadamente sucias y contaminadas, he podido disfrutar un buen rato de lectura y del kilo de mangostán bajo el sonido del agua cayendo a varios metros de altura. Era un lugar idóneo para relajarse y dejar pasar el tiempo sin mirar el reloj.

La parte que más me ha gustado del Parque Nacional de Bokor ha sido el descenso, pues ver el sol ponerse sobre el Golfo de Thailandia, mientras se conduce a través de la más que agradable fresca brisa, da una sensación de libertad, y amor por las bellezas de la naturaleza de las cuales no tengo palabras para explicar.

De vuelta a Kampot elijo un buen restaurante local para la cena. Y con buen no quiero decir caro, quiero decir que cocinen buena cocina casera, y eso es algo que he aprendido a seleccionar, cada vez mejor con el paso del tiempo. Hoy elijo comer gambas a la pimienta, pues en esta zona del país la pimienta es el ingrediente más importante para las comidas y porque las gambas... ¿A quién no le gusta el buen marisco fresco? Una de las seguridades que da Camboya a la hora de comer pescado es que no tienen neveras, por lo que el pescado tiene que ser fresco del día sí o sí. Esto se comprueba visitando mercados, donde ves que tienen a los peces dando los últimos coletazos y a los mariscos vivos metidos en cubos de agua. La cena estaba para chuparse los dedos.

Al día siguiente sigo con el alquiler de la moto, pero esta vez mi camino irá hacia el este, en busca del pueblo de Kep. Este pequeño pueblo se dedica tanto a la pesca como a la agricultura, pues dispone de algunos kilómetros de mar (muy pocos de playa y muy mala) y buenas llanuras donde cultivar tanto arroz como pimienta. El camino entre Kampot y Kep es impresionate, es la zona más rural que he visto desde que empecé este viaje. La carretera no se puede llamar carretera, pues casi todo el camino es de tierra, y en muchos casos barro debido a las lluvias nocturnas. Montones de vehículos dan vida a este trayecto, entre motocarros, bicicarros, camiones hipercagados hasta extremos inimaginales, y niños que comparten biciletas con uno o incluso dos compañeros más, hacen de esta carretera un lugar en el que uno no pararía de hacer fotos, sinó fuera por la polvareda que se arma, que hace que uno circule casi sin mirar. Vacas sueltas en mitad del camino comparten espacio con enormes cerdos que están siendo engordados, y pollos que cruzan la calle sin mirar. A los lados de la carretera, las humildes casas de los campesinos, construidas con cuatro maderas por lado y techos de hoja de palmera, pero que disfrutan de una paisaje increíblemente bonito entre arrozales y palmerales.

Al llegar a Kep visito el pueblo. La verdad es que no hay mucho que ver, pero el ambiente lo hace interesante. Casitas a los lados de la carretera, más palmeras, y por fin llego al mar, donde más que una playa bonita llena de resorts, se puede ver la verdadera vida pesquera de un pequeño pueblo camboyano. Una pequeña playa, para mi gusto muy fea, estrecha, de aguas turbias, está como decoración, pues los camboyanos no saben nadar, y los únicos que disfrutan de la playa son los niños que remojan los pies en sus orillas. Pero lo más interesante de la costa camboyana no es su belleza, sino la vida que transcurre en ella. En sus aguas en calma pueden verse rudimentários barcos de pesca que salen cada día en busca de buen pescado fresco que vender en los mercados. Y lo más interesante de Kep, por lo que el pueblo se ha hecho nacionalmente conocido, es por su plato estrella, el cangrejo a la pimienta. Tal es la fama de este plato, que en el paseo que da al mar han construido una escultura de cangrejo gigante a modo de monumento.

Como empezaba a ser la hora de comer y no tenía mucho más que ver en Kep, me dirigo hacia el Mercado de Cangrejos. Aquí puede verse como se almacenan los cangrejos vivos, que han sido pescados y guardados en jaulas de mimbre que permanecen en al mar hasta que alguien pide comprar cangrejo. Entonces, las vendedoras se introducen en la playa, para abriri las jaulas y seleccionar cuantos cangrejos ahan sido demandados en ese momento. Así es, cangrejo fresco, fresquísimo al momento. Pero aún hay más, porque mi sorpresa llegó al estar sentado en el restaurante en el que había decidido comer, y al pedir el plato estrella del lugar, veo como la camarera se mete en el agua, y coje los cangrejos que me va a cocinar. Tras un rato de espera, cuando la comida es fresca es normal esperar, llega el delicioso plato de cangrejo a la pimienta. Habían partido en trozos tres o cuatro cangrejos y los habían cocinado con montones de racimos de pimienta que no habían sido ni sacado de las ramas, lo habían servido con un buen plato de arroz, ensalada y salsa de limón. Yo lo acompañé con un buen vaso de zumo de mango. Solo por darse el capricho de esta increíble mariscada por solo tres euros y medio hace que venir a Kep merezca la pena. Tras dos horas de sorber patitas, morder cascara y chuparme los dedos, no era capaz de levantarme de la silla, menudo festín. Tengo que decir que el Lok Lak camboyano ha pasado a segundo lugar entre mis platos preferidos.

Cuando fui capaz de moverme, subí a la moto y conduje campo a dentro, siguiendo un cartel que indicaba el camino hacia las plantaciones de pimienta. Al llegar, un agradable campesino me explicó el proceso de cultivo de la planta, contestó a todas mis preguntas y me hizo probar una bola de pimienta fresca. Luego me ofreció comprar su pimienta en bote, lo que rechacé, pues... ¿donde iba a cocinar yo con esa pimienta?

Después de la visita a la plantación el cielo se pone negro, así que o vuelvo al albergue o me va a caer una gran tormenta encima. Por suerte la tormenta me pilló una vez había salido del campo, donde la carretera no se embarraba tanto porque estaba mucho más transitada. Llegué al albergue empapado, justo para darme una ducha y descansar un rato antes de salir a cenar. Para la cena he pedido un plato de pescado con salsa agridulce, vegetales y piña. No sabéis como se disfruta de la comida aquí.











miércoles, 28 de noviembre de 2012

Killing Fields y S-21

 Hola a todos!

Hoy ha sido el día más duro desde que empecé a viajar, pues me he introducido en los horrores del pasado oscuro de Camboya, he visitado lo que queda del recuerdo de lo que fué la mayor atrocidad cometida por el hombre en este precioso país, he pasado el día en lo que he querido llamar el Auschwitz asiático.

Como ya os había introducido en el post del museo de la guerra, Camboya todavía guarda ese mal sabor de boca de los oscuros años en los que transcurrió la guerra civil y la dictadura comunista. Hoy me voy a centrar en los tiempos de la dictadura, cuando los Jemeres Rojos dirigidos por Pol Pot provocaron la caída de la capital camboyana Phnom Penh, y se hicieron con el poder del país. Una vez tuvieron el mando, mandaron evacuar las ciudades por la fuerza, enviando a la población a los campos de trabajo forzados para el cultuvo de arroz. Allí se torturaron y asesinaron a miles de personas que no comulgaban con su ideología, se fusilaba a todo aquél que tenía estudios, la piel fina y suave o a cualquiera que llevara gafas, pues todos estos eran signos de educación y cultura y en un régimen comunista puro era estar por encima de la sociedad. Se fusilaron también profesores, abogados, médicos, cualquier persona en posiesión de un diploma de estudios o que hablara un idioma distinto al Khmer. Incluso se llegó a fusilar a gente por saber leer y escribir, pues la mayoría no sabían. Se destruyeron las bibliotecas, los bancos, las oficinas de empresas, los símbolos que pertenecían a la religión, pues el régimen comunista prohibía tanto la educación como la religión. Las ciudades quedaron vacías.

Esta mañana me he despertado con intención de visitar los dos lugares históricos que relatan los duros sucesos durante la dictadura de Pol Pot. Después de negociar duro con un conductor de moto consigo que me lleve a los dos lugares por el precio al que yo quiero ir, parece ser que mis dotes comerciales siguen en pie, pues el chico me lleva resignado y me dice que no se lo explique a sus compañeros. Durante todo el camino me tocará escuchar que es la primera vez que hace ese precio, es el castigo que me toca pagar. Al final con un poco de simpatía me gano su confianza y hemos acabado siendo amigos.

Tras más de media hora conduciendo su moto por polvorientas mal asfaltadas carreteras, llegamos a los Killing Fields o campos de exterminio. En el camino hemos hecho una parada en un lugar al que no nos han dejado entrar. Se trata de una de esas verguenzas que tienen que esconder la mayoría de los países en vías de desarrollo, pues estamos pasando por un enorme vertedero, el más grande que he visto en mi vida. Montañas gigantes de basura que provienen de países que se hacen llamar primer mundo inundan esta zona rural, mientras centenares de las gentes más humildes de Phom Penh, habitan alrededor de este vertedero en viviendas a las que no me atrevería a llamar casas, pasando su vida entera rebuscando entre la basura occidental algo que en un país no valía nada y aquí pueda tener valor. Viendo esto duele pensar que mientras nosotros producimos bienes innecesarios ellos comen de nuestra basura. ¿Que estamos haciendo con este mundo para que sea tan injusto? No me extraña nada que no me dejen entrar.

La entrada a los Killing Fields cuesta cinco más que merecidos dolares, pues ademas de servir para conservar el lugar con total respeto y pulcritud, con la entrada se incluye un audioguía con un montón de idiomas a elegir, donde explican de forma explendida cada punto de la visita, así como testimonios, datos históricos y anécdotas.

Se empieza el recorrido en la zona de descarga de los prisioneros, que venían de la prisión S-21 (luego hablaremos de ella), normalmente de noche y con los ojos vendados, con la esperanza vendida de estar mudando a una nueva casa en el campo. Cuando los campos de exterminio fueron inagurados, a los prisioneros se les fusilaba nada más llegar, uno a uno, pero llegó un momento en que esto no esta posible por cuestión de tiempo y espacio, así que se construyeron fosas comunes en las que depositar los cuerpos confrome fueran llegando. Este campo de exterminio fue abierto sobre un antiguo cementerio chino, pues estaba alejado en la zona rural y había enterrados cuerpos allí, por lo que sería fácil mantenerlo en el anonimato.

Al seguir la visita, se pueden ver fosas comunes donde fueron encontrados centenares de cuerpos, y donde hoy día, en la época de lluvias, la tierra sigue escupiendo decenas y decenas de huesos, dientes y ropa de los que aquí fueron sepultados en su día. En el camino he visto varios ejemplos que ponen la piel de gallina. En una de las fosas se encontraron mujeres desnudas y bebés. A las mujeres las desnudaban y las violaban antes de matarlas. A los bebés se les aplastaba la cabeza contra un árbol que todavía se alza al lado de la fosa común. Cuando los vietnamitas liberaron al país del régimen de los Jemeres Rojos no entendían porque había restos de pelo y sesos en la corteza del árbol, y más tarde descubrieron la crueldad con la que asesinaban a los inocentes bebés. Hoy, tanto el árbol como las cañas de bambú que protegen las fosas comunes estan llenos de pulseras de colores, inciensos y flores en ofrenda al recuerdo de las víctimas.

Sobre un gran árbol en el centro del campo de exterminio, colgaban grandes altavoces que reproducían música revolucionaria a todo volumen con el objetivo de mantener en el anonimato las atrocidades que ocurrían en ese lugar, tapando los alaridos de las víctimas. Dado el volumen de prisioneros que aumentaba cada día más por la paranoica inseguirdad de Pol Pot, se empezó a matar a los nuevos llegados con herramientas rudimentarias como hachas, la oz, cuchillos, martillos,... se mataba a la gente a golpes. Incluso se empezó a cortar el cuello de los prisioneros con las ramas de un tipo de palmera que crece en todo Camboya, y que sus ojas acaban en un filo con forma de sierra, convirtiendose en una letal arma mortal.

A la salida del campo de exterminio se construyó una enorme pagoda budhista, en recuerdo al genocidio más grande que Camboya a sufrido. En esta pagoda se alberguan los restos de los huesos de los que aquí fallecieron, clasificados por género, edad, procedencia y causa de la muerte. Observando los cráneos puede verse si la persona murió a golpe de cuchillo, con un martillazo o un hachazo. La pagoda es un lugar de rezo, ofrendas y respeto a las víctimas y sus familias, un símbolo de paz y tolerancia, de la union de las gentes que hace menos de 40 años luchaban contra sus propios familiares, amigos y vecinos.

Antes de acabar la visita puede visitarse un pequeño museo con algunas fotografías de las excavaciones de 1980 cuando fué descubierto el campo de exterminio, explicaciones sobre la constitución del govierno dictatorial de la Kampuchea Democrática, que es como se hacían llamar los Jemeres Rojos en su posición de poder. Pueden verse muestras de cráneos según su forma de morir, las herramientas que se utilizaron para asesinar, y algunas explicaciones sobre la expulsión de las población de las ciudades, la ideología y normativa del régimen comunista. También se pasa un video explicativo sobre el tema.

Al salir de los campos de exterminio con el corazón encogido volvemos a la ciudad de Phnom Penh para visitar la prisión del régimen de los Jemeres Rojos durante la dictadura. Agradezco el aire contaminado de humo de coche y polvo de la carretera, pues a uno se le queda el cuerpo descompuesto después de ver esto, y el aire sucio puede llegar a limpiar todo lo acumulado.

El museo del genocidio Tuol Sleng o S-21 es la prisión donde se encarcelaban a los prisioneros enemigos del régimen comunista mientras hubo espacio antes de ser enviados al campo de exterminio. Fue instalada en un antiguo colegio de la capital, ya que los niños habian sido desalojados y enviados al campo a trabajar. El colegio consta de cuatro edificios en el cual se muestra como estaba organizada la prisión. Se muestran las minúsculas celdas de los prisioneros, las camas donde eran maltratados, interrogados o asesinados, y todos los instrumentos que se utilizaron para la totutra de los prisioneros. También se muestra una amplia exposición fotográfica de los prisioneros cuando entraban y eran fichados y algunas fotos de como morían a causa de las torturas recibidas. Desde arrancar las uñas en vivo, hasta arrancar los pezones con alicates e introducir gusanos en el interior del cuerpo, ahogar a los prisioneros en bañeras de agua, colgarlos de cuerdas atados con los brazos en la espalda... Decenas de las formas más macabras de maltratar a los que hacían llamar sus enemigos.

Durante la visita al museo S-21 me entretuve mirando fotografás de las víctimas y se me hizo de noche sin darme cuenta. De repente me encontraba solo, a oscuras, en el último edificio de la prisión, ante un decenas y decenas de celdas de los prisioneros, unas con la puerta abierta otras con la puerta cerrada. Fue tal la aprensión que sentí, que salí de allí lo más rápido que pude, creo que he tenido suficiente violencia por hoy.

Acuerdo con un conductor de moto qu eme lleve al hostel por un buen precio. No sabía donde me estaba metiendo. Hoy es el día en que Obama visita la ciudad por la celebración de la conferencia asiática. Las principales avenidas de Phnom Penh están cortadas y todos los conductores de tuk tuk, centenares de motos, algunos coches e incluso gente andando por la carretera bloquean las calles secundárias de la ciudad. Lo que debíamos haber hecho en diez minutos lo hicimos en dos horas y aún y así no llegamos a mi destino. Tuve que pedir al conductor que me dejara enla parte del río, donde cenaría algo, pues después de dos horas en moto me había dado hambre. No sabéis el caos que se llega a formar en una poblada ciudad donde las leyes de tráfico no existen, donde los sentidos de los carriles son opcionales,

Antes de despedirme decir que en el régimen de Pol Pot disminuyó la población de Camboya al 60%, es decir que asesinó a casi la mitad de la población camboyana. Os invito a reflexionar sobre el ser humano, pues es el único animal en el mundo que es capaz de matar, y torturar a otros animales incluyendo los de su propia especie por puro placer, sin depender de necesidades biológicas. Aún así nos hacemos llamar seres inteligentes, racionales y con sentimientos. ¿Que clase de monstruo es el ser humano? El que no se sienta identificado con el caso asiático puede encontrar sus propias referéncias en Europa con el Tercer Reich de Hitler, en Rúsia con el régimen comunista de Stalin, o en América con el genocidio de los indios americanos. No depende del lugar, depende de la especie hommo "sapiens". Ojalá algún día usemos nuestra inteligencia para recordar lo que nunca debía haber pasado y se repitió tantas veces. Ojalá algún día nuestro instinto nos frene y el mundo pueda vivir en paz.














miércoles, 21 de noviembre de 2012

Phnom Penh

 Hola a todos!

Hoy he llegado a Phnom Penh, la capital de Camboya. no me ha dado tiempo más que a pasear un poco después de buscar un hotel acorde a mi presupuesto, pues si las capitales suelen ser caras, Phnom Penh es demasiado cara en referencia al resto de ciudades de Camboya. Tras preguntar a diferentes personas en la calle, todos coinciden en lo mismo, en ir al lado del Lago. Está a quinze minutos andando del movimiento de la ciudad, que es el lado del río, pero mientras los hoteles en el centro no bajan de 10 dolares, en el lago he conseguido una habitación con baño por tan solo 3 dolares. Merecerá la pena hacer un poco de deporte tanto a la ida como a la vuelta al hotel, eso sí espero de dejarme la cartera.

Pero hoy es sábado, y me encuentro en una gran capital, no me voy a quedar durmiendo en el hotel. Tras una ducha camino hacia la movida zona del río, en busca de un puestecillo local donde comer algo de la riquísima cocina khmer. Después de cenar doy un paseo en busca de algo que me pueda divertir. Otra vez parece que esta ciudad no está hecha para mi. Entre luces de neón, se convinan restaurantes de pasta, pizza y burritos, alimentando a hambrientos turistas que más tarde visitarán los cientos de burdeles que crecen como setas. Cada dos pasos, jóvenes chicas ataviadas con cortos trapos sonríen y provocan a los viandantes en busca de peces deseosos de morder el anzuelo de la lujúria. En la puerta de los bares, sillones donde grupos de entre tres y ocho chicas rodean a un solo turista, normalmente entradito en años, compitiendo por ser la elegida que irá a la fría habitación de su hotel. Sorprende mucho ver con normalidad la diefrencia de edades entre los jurásicos clientes y las recién salidas de la inocencia trabajadoras del cuerpo, y algo del todo desagradable es ver que a veces no es solo una chica la que acompaña al cliente a su hotel, sinó que van dos o tres. Porque está claro que el amor no se compra con dinero, pero el sexo, sí.

Como no me gusta lo que veo, mi mejor opción es comprar una lata de cerveza en el supermercado, e ir a tomarla en el paseo que hay a la orilla del río. Acabo huyendo de la segunda clase de prostitución, la que con un poco menos de glamour, se dedica a cazar clientes en la calle. Entre piropos de las chicas, proposición de masaje de chicas de dudosa sexualidad, y decenas de ratas que han salido a alimentarse de algún trozo de comida que puedan haber perdido los paseantes, decido ir a un bar de esos que tanto odio, un bar hecho para turistas. Pero la suerte me acompaña esta noche, pues conozco a Toni, un solitario viajero mallorquín al que le gusta la idea de comprar cervezas en el super y beberlas en el río. Supongo que entre dos será más fácil deshacerse de las chicas y evitar mirar las ratas. Tras una noche de risas, nos vamos a descansar pronto, yo necesito reposo y él madruga para viajar.

Buenos días, hoy estoy más descansado. Al salir del hotel con las legañas a medio quitar no puedo creer lo que veo. El ejército ha salido a la calle, soldados con metralletas cortan las grandes avenidas de la ciudad, helicópteros sobrevuelan Phnom Penh, se huele cierta tensión en el ambiente. Por mi mente dormida pasan las más locas ideas, pues hasta no hace mucho Camboya ha sido un país en guerra. ¿Se habrán vuelto a levantar los jemeres rojos en busca de poder? Un escalofrío recorre mi cuerpo. Mi impaciencia me obliga a preguntar a los ciudadanos, que me informan de que se va a celebrar una conferéncia asiática, donde acudirán los representantes poíticos más importantes de cada país. Por otro lado todo el mundo tiene un nombre en la boca: Obama. Esta mañana el presidente de los Estados Unidos de América está llegando a la capital camboyana, y por él y otros peces gordos hay todo este caos en la ciudad. En cierto modo me alegro de que solo sea una reunión de adinerados y poderosos dirigentes, pero me parece injusto paralizar a millones de personas por la visita de unas solas decenas. Aunque por la eufória obamista aseguraría que cualquier país se paralizaría con la visita del Presidente del Mundo.

Bueno... yo sigo en mi humilde vida de viajero, eso sí, mucho más incómoda, pues al cortar las grandes avenidas de la ciudad, el resto de calles secundárias se convierten en un caos. La gracia de Asia es que nadie cumple las normas de tráfico, por lo que la circulación de vehículos parece una corrinte de agua que adapta su curso hasta donde el espacio le permite. Los carriles se muplican hasta su máximo exponente, los sentidos dejan de tener sentido, y los vehículos se apoderan de las aceras. Se hace difícil hasta andar, pero resulta divertido, al menos, durante un rato. Lo que más me sorprende es que después de muchos minutos parados, nadie se enfada, nadie parece estresado, solo se dedican a encontrar el lugar que deje menos huecos libres entre vehículo y vehículo.

Yo no quiero estar ahí en ese momento, así que me dirijo al Mercado Ruso, donde dicen que se puede encontrar de todo a buen precio. Realmente no voy a comprar nada pero ya sabeis que soy de esas personas que si ven una oportunidad de negocio van a luchar por ella. Tras visitar el mercado me doy cuenta de que está muy bien pero no he visto nada que me llame a invertir. Tengo que empezar a pensar como buscarme la vida cuando mi presupuesto escasee.

Desde el Mercado Ruso voy a la plaza de la independencia, un monumento erigido para celebrar el día en que Francia dejó de controlar el país. Allí acabo por darme cuenta de que no estoy en Camboya. Bueno, en verdad si estoy, pero me doy cuenta de que Phnom Penh no tiene nada quie ver con lo que he visto hasta ahora de Camboya. Es una ciudad limpia, con edificios coloniales restaurados, y buenas zonas ajardinadas. Dispone de centros comerciales, un parque de atracciones, cines, grandes avenidas y modernos hoteles y restaurantes. Es una capital bonita, tranquila, agradable para pasear incluso parece buena para vivir.

Caminando llego hasta el Palacio Real, en el que me informan que hace unos días murió el Rey de Camboya, a la edad de 89 años, por lo que el Palacio Real permanecerá cerrado durante tres meses por luto. Lo que si se permite es la entrada a la pagoda de plata, por lo que hacen pagar el mismo precio de lo que antes era la entrada conjunta con el Palacio Real. No voy a pagar 7 dolares para ver una pagoda, seguro que los puedo invertir en algo mejor. En la entrada del Palacio, se han instalado dos pantallas gigantes, a través de las cuales se retransmiten imagenes del Rey y de acontecimientos religiosos. Frente a la puerta se han instalado alfombras gigantes en las que los seguidores de la monarquía queman sus inciensos, rezan y lloran la muerte de su rey. En la calle, vendedores ambulantes ofrecen llaveros con la cara del rey, posters de su imagen, y todo tipo de souvenirs reales sobre el recien fallecido.

Decido caminar por el paseo del río, ya que ayer estaba muy oscuro como para poder disfrutarlo y me encuentro con algo que me hace hervir la sangre. Una mujer, aperentemente adinerada, se manifiesta contra la corrupión del gobierno, contra las injusticias del país. Decenas de cámaras, fotógrafos y perdiodistas captan el momento mientras ella expone a los políticos del país en enorme fotografías pintadas bajo dianas. Como traduce sus palabras al inglés, puedo entender todas las críticas que hace al gobierno y dice estar aprovechando la visita de los gobernantes asiáticos y de Obama a la capital para llamar la atrención de los medios internacionales. En pocos minutos una señora de muy avanzada edad y una joven que no parecía llegar a los 25 años se han unido a las protestas, mientras la población khmer las miran con sorpresa. En un momento la zona se llena de policías, que intentan arrebatar las fotografías a las manifestantes. Tendrías que haber visto como se defendían de los golpes de porra. La policía empezó a dispersar la manifestación, y a los curiosos también nos tocó correr con las porras en nuestros talones. Pero las tres valientes mujeres no desistían y la concentración se rearmaba una y otra vez. Este momento me volvió a enseñar algo, pues hay que ser valiente para luchar por lo que quieres, independientemente de tu edad, sexo o condición social. Os aseguro que Camboya no es un país comodo para revolucinarse dado a su reciente pasado y la corrupción política y policial, y estas mujeres demostraron tener valor para luchar y no rendirse. Me quedo con las palabras de la señora mayor, la cual expresa con sus arrugas la dureza de su pasado y no paraba de repetir: "No pararé de luchar contra ellos hasta que me muera, o me maten ellos". Gracias por enseñarme a ser más valiente y a luchar más fuerte todavía por lo que creo.















lunes, 19 de noviembre de 2012

Battambang

 Hola a todos!

Anoche me fuí a dormir sin batería en el móvil, y no puedo cragarlo pues con las obras que hicieron en mi habitación me dejaron sin enchufes. Así que no me queda otra que confiar en Eva, una de las chicas españolas londinenses, que ha prometido despertarme a las 6.15 de la mañana para tomar nuestro bus a Battambang.

A las 6.40 puntuales llegan a recogernos en un autobús que nos llevará a la estación de autobuses de la ciudad donde cogeremos el veradero autobús que nos llevará a Battambang. Como nos hacen esperar en la estación, decidimos pegarnos un buen desayuno a base de piña y una especie de bizcocho que vendían unas señoras con sus canastos ambulantes. Con el estómago lleno, subimos al bus, que circula a una velocidad de tortuga por medio de la ciudad. Parece que esto va para largo, menos mal que Javi es igual de hablador que yo, y pasamos buena parte del camino charlando, y la otra pegando cabezadas. Nos sorprendió la película que nos pusieron en el autobús, pues nunca me hubiera imaginado ver una de rambo, donde los americanos matan orientales como si fuesen ovejas. Eso sí, no sabeis el panzón de reír que nos pegamos con el doblaje, os recomiendo que busquéis en internet películas dobladas a la lengua Khmer, pues les ponen unos acentos y todos de voz que son dignos de escuchar.

Llegamos a Battambang más tarde de lo que nos habían dicho, como siempre, y con una necesidad extrema de encontrar un baño. A la llagada, decenas de conductores de tuk tuk nos gritaban antes de bajar del bus, algunos intentaban colarse dentro para ser los primeros en coger a estos nuevos clientes que estaba llegando. Lo que ellos no sabían es que no necesitabamos ningún tuk tuk, pues queríamos inspeccionar la ciudad en busca de un hotel barato, pero siempre por nuestra cuenta. Además, ya nos habían advertido que Battambang es una ciudad muy pequeña, con una alta densidad de población, pero en poco espacio. Pues se trata de la segunda ciudad más poblada de camboya, después de Phnom Penh, su capital, pero todo concentrado en una extensión ridícula de terreno, lo que da sensación de superpoblación.

Nada más bajarnos del autobús vimos un mercado, aquí podríamos encontrar un baño y era un buen punto para orientarnos con el mapa que traíamos en nuestras guías. Al llegar al baño, una señora que pedía un poco de dinero por entrar nos intentaba explicar que debíamos dejar nuestros zapatos fuera y utilizar unas zapatillas comunes, completamente sucias y mojadas, que todo el mundo usaba para entrar allí. La verdad es que la urgencia de ir al baño se redujo considerablemente al ver aquello, así que me di la vuelta y me fui con Javi a intentar localizarnos en el mapa mientras las chicas negociaban la entrada al baño con sus propios zapatos. Al intentar localizar el mercado en el mapa, crucé todo su interior con el objetivo de encontrar un río al otro lado. El río no aparecío por lo que llegamos a la conclusión de que no esra ese mercado sino el segundo que salía en el mapa. Lo que si encontré cruzando el mercado fue un lugar que me provocó nauseas. Decenas de mesas de piedra exponian trozos de carne y pescado seco, sin refrigeración alguna. El olor a animal muerto, mezclado con el fuerte hedor a pescado seco, junto con el calor y la humedad me hicieron salir de allí corriendo, pues no podía soportarlo. Cuando me encontré con mis compañeros, Eva descubrío que un trozo de carne ensangrentada se había pegado a mi pierna en el intento de escapar de allí. Me la saqué con una piedra conteniendo mis ganas de vomitar.

Pasado el desagradable incidente ya estabamos orientados, y encontramos un hotel barato enseguida, en el cual nos dieron una habitación para cuatro por un dolar y medio cada uno. El chico del hotel nos freció una excursión de medio día que es bastante común en la zona, y como los chicos solo estarían el día de hoy, decidimos pasarlo juntos haciendo esta excursión.

En primer lugar nos llevaon al tren de bambú. Se trata de un pequeño vagoncito hecho de madera de bambú, tirado por un pequeño motor, que se utilizaba anteriormente para moverse entre las aldeas que se instalaron en los campos de arroz. La gracia de este trenecido, es que cuando se encuentra otro trenecito de frente tienen que parar los dos, y entonces discuten por quien demonta en tren. Cuando se ponen de acuerdo, entre los dos desmontan el trenecito y lo dejan a un lado de la vía. Una vez pasa el trenecito que no ha sido desmontado, entre los dos vuelven a montar el trenecito para que siga su camino. Ver esto la primera vez es divertido, pero cuando te hacen bajar del trenecito cada cinco minutos porque otros trenecitos vienen de frente y són mayoria, acaba siendo un poco pesado. La ruta del tren está interesante, pues uno viaja a través de los campos de arroz, y puede ver pequeñas y humildes aldeas, una de ellas es la de la estación de destino, pues fuimos a la siguiente estación y volvimos al punto inicial donde nos esperaba el tuk tuk.

Después del viaje en este interesante sistema de transporte, nos llevaran a visitar el monte Phnom Sampeau, en que que había un monasterio budhista y una estupa en su cima. El tuk tuk nos dejó abajo, y nosotros subimos el monte caminando. La primera parada fue la killing cave, Una cueva desde donde se arrojaban los cadáveres de la guerra civil. En su interior, un budha reclinado vigila una vitrina de vidrio donde se guardan decenas de los cráneos que fueron encontrados en el interior de la cueva. En el exterior de la cueva hay lugares de rezo y respeto a las victimas de la guerra civil. Ya solo nos quedaba la mitad del camino para llegar a la cima del monte pero estaba empazando a anochecer, y no queríamos perdernos la puesta de sol desde lo más alto. Una vez que llegamos nos pareció increíble. El sol teñía de rojo el cielo que cubría los campos que rodeaban la ciudad de Battambang. Un escenário único en el que el premio por haber corrido en el ascenso a la cima, hace que la recuperación del aliento sea un verdadero placer ante tal maravilla de la naturaleza. Pero tampoco podíamos disfrutar del amanecer hasta el final, pues la última y la mejor de las sorpresas nos esperaba bajo el monte. Descendimos por las escaleras todo lo rápido que pudimos, para llegar a la carretera de entrada, donde decenas de turistas esperaban la llegada de la noche. Cuando el sol se pone por completo en el Monte Sampeau, millones y millones de murciélagos hambrientos salen de sus cuevas en busca de alimentos, formando una enorme e interminable autopista en el cielo que hace de este momento una experiencia única en el mundo entero. La salida de los murcielagos dura una hora entera. ¿Podéis imaginar a millones de murcielagos circulando en el mismo sentido durante una hora? Pues nuestro guía nos explica que está apenado, pues hace unos años el espactáculo duraba dos horas, pero cada vez hay menos muerciélagos porque la gente los caza para comer. Hay que recordar que Camboya tiene un índice de pobreza bastante elevado, por lo que saquí se come todo lo que pueda alimentar. De esto no tengo fotos pues gasté mi batería con la puestas de sol, pero si buscáis en internet sobre este fenómeno podeis quedar alucinados. Por cierto, Javi hizo un video que prometió colgar en Youtube, a ver si lo encontráis.

De vuelta al hotel, nos encontramos con una pasteleria francesa, pues la época del colonialismo no solo dejó baguettes y algunos nombres en francés. Montañas de bolleria francesa, con distintos tipòs de chiocolates, llenaban un delcioso mostrador que hacía la boca agua a viajeros que llevaban meses sin aparecer por occidente. No pudimos resistir la tentación de zamparnos una buena pasta de chcolate. Tras la cena me quedé dormido, rendido de cansancio, pues los chicos tendrían que despertame a las 6 de la mañana si querían darme un abrazo de despedida, y así o hicieron. Buen viaje de vuelta a Londres compañeros.

Durante los dos días siguientes no hice otra cosa que explorar. El primer día recorrí la ciudad a pie, haciendo fotos de la vida rutinaria de sus gentes, impresionado por la variedad de medios de transporte y la sobrecarga que llevan algunos tanto de mercancías como de personas. Visité los dos mercados de la ciudad, compré algunas frutas tropicales como lichies y mangostan, me senté a la orilla del río a ver pasar la gente. Estaba en una ciudad poco turística, donde los camboyanos no se preocupaban de perseguirte para conseguir sacarte algún dólar, sinó que hacían su vida con tranquilidad. Como mucho te ofrecían una mirada de sorpresa o una amable sonrisa al verte pasar.

El segundo día me alquilé una bicicleta y decidí salir a explorar las aldeas del campo. Seguí la carretera en dirección al norte, hasta el cruze con un río. Para no perderme fui siguiendo el río, pues seguro que nadie hablaría inglés y no sabrán indicarme el camino de vuelta. Además, la mayor parte de la vida del campo transcurre a la orilla de los ríos, pues en el campo vive la gente más humilde que en ocasiones no disponen de agua ni electricidad en sus básicas y rudimentárias cabañas de palmera y bambú. Lo que más me gusta de estos lugares es la inocencia con la que reciben la visita de un turista. Las caras que ponen al verte pasar, la timidez con la que algunos valientes chiquillos intentan saludarte o decirte un indescifrable "What's your name?", las miradas de inseguridad de la gente mayor castigados por el duro pasado el país, que cambian por una sonrisa de aceptación cuando les ofreces una cara de hospitalidad y buena fe. La gente vive tranquila en las aldeas, parecen tener pocas preocupaciones, aunque seguro que en su mayoría deben tener problemas más graves que los nuestros que nosostros tendríamos más dificultades para afrontar. Visitando estas aldeas uno aprende que la definicion de vivir no existe, pues vivir es para cada uno diferente según el lugar donde haya nacido. Para los habitantes de las pequeñas aldeas de camboya vivir es comer, vivir es estar sanos, vivir es estar. Y como por pobres que sean nadie pasa hambre, pues los arrozales dan para alimentar a toda la población, y quien más quien menos tiene un pequeño techo de palmera donde pasar la noche, solo basta una buena salud para poder disfrutar de la vida sin las presiones de su jefe, sin una hipoteca que aprete la cartera mes a mes, sin esos caprichosos objetivos de tener un mejor coche, una ropa cuya marca tenga más renombre, una gigante televisión de plasma con 3D e internet. Cada vez que visito lugares como este puedo llegar a entender un poco de por que ellos pueden sonreir en cada momento y nosotros no, y me surge siempre la misma cuestión: ¿No será que la felicidad está en la sencillez? ¿Será verdad eso de que no es más rico el que más tiene sino el que menos necesita? Quizás el mundo occidental se considere un mundo avanzado, al que todo el mundo quiere acceder para disfrutar de sus desenfrenados lujos materiales. Cada día me parece más evidente que estamos equivocados, que el mundo no es eso, que occidente produce la misma cantidad de caros bienes materiales que de seres humanos infelices. Que las expectativas son la mayor causa de desilusión y tienen como consecuencia la depresión. Quizás, algún día el mundo retroceda, deje de ser un mundo moderno para volver a un mundo humano, porque lo moderno es la robotización, la frialdad, la desilusión, la tristeza. Quizás haya estado equivocado durante muchos años, quizás me esté equivocando ahora, pero después de ver gente tan humanizada, cada día tengo más claro que yo no quiero ser moderno, yo no quiero pisar la luna si antes no puedo mantener mi sonrisa día tras día.












Museo de la Guerra

 Hola a todos!

Hoy es mi día de descanso entre las dos visitas que hize a los templos de Angkor. Por la mañana no he hecho otra cosa que descansar. He aprovechado para leer, escribir, consultar alguna información para seguir mi viaje, pero todo ello tumbado en el colchón de mi cabaña en el hostel. A la hora de comer he salido a pasear por la ciudad, en busca de un restaurante donde sirvan un buen Lok Lak, la comida más famosa de la cocina tradicional Khmer. El plato consiste en un plato de carne, a elegir entre ternera, cerdo o pollo, cocinado a la salsa de pimienta y mezclado con zanahorias, cebolla y mucho tomate natural. Todo ello se sirve sobre una base de arroz blanco y un poco de lechuga y pepino para acompañar. Es mi plato preferido en Camboya, y hoy voy a disfrutar de él, junto con un zumo de mango o un coco natural abierto, que sirve a la vez como bebida durante la comida y como postre al terminar.

Después de comer vuelvo al albergue, donde encuentro a mi amiga sueca, y me propone visitar el museo de la guerra de Siem Reap. Supongo que algo de energía he recuperado, así que se acabó el descanso. Alquilamos dos bicicletas y nos dirigimos al museo de la guerra. Tras media hora de pedaleo y algo desorientados, pues al salir del centro de la ciudad nadi habla inglés, conseguimos llegar al museo, donde los cinco dólares de la entrada incuían un guía para explicarnos acerca del museo. Lógicamente, los guías pedían la voluntad al finalizar la visita.

Os explico un poco en que consiste este museo, pues si no soys muy amantes de la história, raramente conoceréis el pasado de Camboya. Entre 1967 y 1980, el país sufrió una dolorosa guerra civil, en la cual los seguidores del comunismo más radical llamados Khmer Rouge (jemeres rojos) liderados por Pol Pot, combatian contra el gobierno del Presidente de la República, el mariscal Lon Nol. Pol Pot quería convertir el país en un régimen comunista puro, y por ello levantó su ejército contra el gobierno, apoyado por el Vietkong en Vietnam del Norte, la URSS y la China comunista. Los jemeres rojos llegaron al poder el 17 de abril de 1975, con la caída de Phnom Penh y a partir de entonces empezó a ejecutarse el plan para convertir Camboya en un régimen comunista. Expulsaron a la gente de las ciudades para trabajar en los campos, prohibieron la educación y la religión, y establecieron campos de trabajo forzado y de exterminio para eliminar a todo aquel que fuera sospechoso de ser un posible peligro para el nuevo estado dictatorial.

Pero este museo no nos habla de la dictadura (de esto ya hablaremos más adelante cuando visite la capital camboyana), sinó de lo que fue la guerra civil en Camboya. La primera sorpresa al entrar al museo fue que los guías eran todos excombatientes de la guerra civil, con lo que podían explicarnos con todo detalle lo que ocurría en la guerra en primera persona. Nuestro guía nos enseñó sus heridas de guerra, pues había recibido 4 disparos, de los cuales todavía tenía una bala introducida en su rodilla la cual nos invitaba a tocar. Además, una mina antipersona había estallado en sus pies, mutilando su cuerpo privandole de una de sus piernas, la cual al estallar había esparcido sus huesos en trocitos que habían saltado a sus ojos, en los que todavía puede verse un trozo de hueso en su interior. Aunque este hombre era todo un museo de guerra al que nadie podía dejar indiferente, no fueron sus heridas físicas lo que más me impactaron, sinó su triste mirada sumida en un recuerdo inolvidable y su amarga voz. Una persona que ha vivido la guerra siendo un adolescente, que ha perdido a sus padre y sus hermanos a manos de los jemeres rojos, y ha sido espectador en primera fila de las mayores atrocidades que el ser humano puede llegar a cometer en sus límites más inconpresnibles, no es capaz de mantener una mirada de alguien que ha vivido una vida común, pues una mezcla de sentimeintos entre tristeza profunda, rencor, no se si odio pero si dolor se mantienen en sus ojos, en su voz, en sus movimientos. Con tan solo escuchar el ruido de un pájaro se giraba a mirar que ocurría, pues supongo que su pasado le hace estar en una alerta constante pensando siempre en peligros que ya no existen. Aún y así, me alegra que pueda ejercer como guía turístico en un museo de la guerra, enfrentandose a su pasado, plantando cara a sus miedos, sacando algo bueno de tanta maldad, me alegro de que hoy en día pueda más que sobrevivir, pueda vivir.

La visita al museo transcurre entre una exposición de armas que fueron usadas durante la guerra civil camboyana. Empezando por unas casetas donde se exponen todo tipo de escopetas, rifles, metralletas, bazocas, granadas de mano... Todo se puede tocar, coger, sentir y no sabeis la impresión que da tener una AK-47 en tus manos, una reliquia de museo que fue usada para matar te hace poner los pelos de punta. Las armas estan algo oxidadas y deterioradas, pero para los amantes de la história es un lujo poder estar delante de toda esta armería antigua, pues sí todas estas armas pudieran hablar más de uno caería desmayado.

En la siguiente caseta se exponen bombas de todo tipo, desde misiles aéreos, artefactos de mano, o minas antipersonas. De las minas antipersona el guía nos hizo una extensa explicación, pues él fue alcanzado por una de ellas. En el museo se exponen varios tipos de minas antipersona, entre ellas un tipo de granada que va atada a un lugar fijo a través de un hilo fino, el cual una vez tropezado con este hilo, hace explotar la mina que arrasa con todo lo que se encuentra a su alrededor. La mina que más me impresionó fue la que se activa una vez la pisas, pues a parte de detrozar un cuerpo entero de cintura para abajo, podéis imaginar lo que puede llegar a sufrir alguien si se da cuenta que ha pisado una pero aún no ha levantado el pie, pues al hacerlo explotaría en menos de un segundo. Actualmente, existen muchos lugares en el país donde aún quedan minas antipersona, sobretodo en la frontera con Thailandia, en las montañas y bosques más profundos. Por este motivo hay lugares donde el turismo no accede, como son algunos rincones del suroeste del país. También es fácil encontrarse con personas mutiladas por minas antipersona, las cuales no tienen facilidades para encontrar trabajo y su vida se reduce a la limosna para sobrevivir. En este punto de la visita el guía nos enseña su pierna de plástico, pues la mina le arrebató desde la parte baja de la rodilla hasta el pie.

El siguiente punto de la visita son los tanques de guerra. La mayoría de ellos están destrazaods, y esto hace más interesante la explicación de nuestro guía, pues el nos da detalles de qué pasó con esos tanques durante la guerra. A uno se le ponen los pelos de punta al escuchar que tal amigo suyo murió en ese tanque cuando éste piso una mina, o cual al otro le cayó un misíl aéreo. En los carteles informativos de los tanques puede leerse la prodecencia de dichas armas de matar, y todos venían de la URSS o de China para el apoyo de los Jemeres Rojos o de Estados Unidos para el apoyo de la República Camboyana. Según nos cuenta el guía, es una pena que estén recibiendo ayuda para desenterrar las minas que quedan en el país o para reconstruir el país después de la guerra, y que esta ayuda venga de todos los lugares del mundo menos de la antigua Unión Soviética, ni de China ni de Estados Unidos. Parece ser que cuando había negocio arrimaron el hombro, pero a la hora de invertir dinero para la recuperación de los daños se hacen un poco los locos. La mayor parte de las ayudas viene de Europa, Oceanía y Korea del Sur.

El final de la visita concluye con una exposición de fotografías sobre la guerra y sus consecuencias. Decenas de personas mutiladas, entre ellos ancianos y niños, que inocentes e indefensos sufrieron las explosiones de las minas antipersona, destrozando sus vidas para siempre por un motivo inútil que nunca ha dejado de mover el mundo, la trsite conquista del poder.

Al salir del museo, con el corazón encogido y los sentimientos a flor de piel, nos encontramos con tres estadounidenses, entre ellos un chico de quince años, que me hicieron llegar al extremo de la repugnancia. Acababan de visitar el museo, cámaras en mano, pues parecían ser reporteros de algún canal de televisión norteamericana. Durante la visita del museo se les veía excitados con las armas, e irrespetuosos en su comportamiento, pues subieron a todos los tanques, riendo y simulando estar en una guerra real. El jóven aprovechó para juguetear con todas las armas que encontraba en su camino. Pues bien, a la salida del museo, el chico le decía a su padre que negociara con los que organizaban el museo, para poder disparar a una vaca. Y sí, parece ser que en Asia todo es posible por dinero, y también parece ser que hay ciertos turistas sin sentimiento ni respeto hacia la vida, pues en primer lugar las armas de la guerra civil camboyana no son instrumentos de juego y disfrute para el turismo pues mataron a casi el 50% de la población camboyana, y en segundo lugar, parece ser que no significa nada para ellos la vida de un animal, pues el chico bromeaba diciendo que una vez asesinada la vaca, se la podían comer. Manteniendome a la escucha de esta conversación descubrí que existe como un tipo de excursión donde te ponen una vaca delante y tu elijes con que tipo de arma la quieres matar. Puedes elejir los fusiles de asalto AK-47 o AKM soviéticos, o el tipo 56 chino, la caravina semiautomática SKS, ametralladoras ligeras RPK, ametralladoras PKR de mayor calibre, o incluso un bazona RPG-7. Este menú es para provar la artillería de los Jemeres Rojos, pero si se elije el bando de la República también pueden probarse armas como los fusiles de asalto M16 estadounidenses, Heckler & Koch G3 alemán y FN FAL belga. El precio ronda entre los 40 dólares por disparar a una diana con un fusil de asalto hasta los 450 dólares por hacer explotar una vaca con un bazoka. No quise saber cuál fue la elección del joven americano, pero si considero, y siempre bajo mi opinión personal, que este tipo de juventud son un peligro para la futura sociedad mundial.

Tras el desagradable incidente volvimos con nuestras bicicletas a la ciudad. En el camino encontramos un mercado de comida local, donde hicimos una parada para obtener nuestra merienda cena. Ha sido el lugar má divertido en el que he comida hasta ahora, pues nadie hablaba inglés, y tuvimos que elegir la comida a dedo. Nuestra suerte es que se trataba de una enorme barbacoa donde vendían riquísimos y baratos pinchitos de carnes, pescados y verduras, a cual de ellos más raros. Así que sin saber lo que pedíamos nos aventuramos en lo que acabó siendo una deliciosa cena, en la que nos dieron para acompañar los pinchos pan frito y una ensalada de col. La verdad es que no hay nada como comer en los lugares donde ellos comen, pues te van a dar de lo mejor de su cocina.

Como decía al princpio hoy era mi día de descanso, así que creo haber tenido suficiente por hoy. Mañana es mi segundo día en los templos de Angkor. Sí, sí el que expliqué en el post correspondiente que visité con los españoles que viven en Londres. Bueno, espero que no os hagáis un lío con este avanzar y retroceder en el tiempo, pero es que quería explicar los templos de Angkor seguidos.

Ahora si me despido de la ciudad de Siem Reap, pues después de finalizar el segundo día de visita en los templos de Angkor me tomé un día más de descanso, pero éste si lo descansé entero de verdad, y al día siguiente viajé con los españoles londinenses a la ciudad de Battambang. Pero eso vendrá en el siguiente post. Espero que os guste. Un abrazo.










viernes, 16 de noviembre de 2012

Templos de Angkor

 Hola a todos!

Ayer me acosté a las doce de la noche con intención de despertarme a las cuatro de la mañana para ir a ver salir el sol en Angkor. Pues encima que eran pocas horas, nuestro vecino se ha pasado la noche vomitando, desagradable ruido que no nos ha dejado dormir por un buen rato. De todas formas, viendo que mi amiga no se echa atrás, a las cuatro en punto bajo a ducharme y sin desayunar alquilamos la bicleta con la que llegaremos a los famosos templos. A oscuras, seguimos una carretera a las afueras de la ciudad que no está nada iluminada, eso sí, nos guiamos por las decenas de tuk tuk que se dirigen en la misma dirección, pues pegarse el madrugón para ver el amanecer en los templos parece ser de lo más común. A mitad de camino vemos que todos los tuk tuk paran a la derecha, es el lugar donde se debe comprar el ticket. Mi amiga compra la entrada para un día que le cuesta 20 dólares, yo compro la de tres días que me cuesta 40 dólares, pues quiero visitar los templos con calma. Volvemos a pedalear, esta vez mucho más rápido, pues el cielo está empezando a perder su total oscuridad, y no queremos llegar tarde a la salida del sol. Después de un rato, sudando y sin aliento, la silueta del templo de Angkor Wat se dibuja sobre el cielo oscuro. Hemos llegado justo a tiempo.

Buscamos un lugar donde descansar, decidimos hacerlo al principio del puente que cruza el río del templo, pues Angkor Wat se encuentra en una isla en medio de un río. El sol empieza a pintar el cielo de colores rojizos, anaranjados, morados y azules, que se reflejan en el agua del rio, donde las sombras del gran templo reflejan un espectáculo increíble. Pero aún no vemos bien el templo, vamos a entrar. Ensimismados cruzamos el puente, mirando hacia arriba bajo una hipnosis solar que nos adentra en los jardines del templo de Angkor Wat. Y al fondo, sobre los lagos que le precenden en los jardines, el templo se refleja de nuevo en el agua haciendo más fantástico el espactaculo de luces y colores. La combinación entre la antigua mano del hombre y los efectos de la naturaleza hacen de este lugar uno de los puntos más emblemáticos del mundo donde ver salir el sol.

Al iluminarse el cielo por completo, damos la bienvenida al día, con un energético desayuno a base de arroz con pollo que nos tendrá que durar hasta el mediodía. Y ahora sí, empieza la visita a la octava maravilla del mundo, los templos de Angkor.

Entramos al templo de Angkor Wat por su puerta principal y ya nos parece alucinante con solo acercanos a los muros frontales, pues el detalle de sus relieves deja a uno perplejo por el delicado trabajo elaborado en la antiguedad. Metros y metros de pared tallada con relieves de guerras, dioses y representaciones del que fue el imperio más importante de Camboya, el imperio Khmer y del cual los templos de Angkor fueron su gran capital. Caminar por el templo de Angkor Wat no puede dejar a nadie indiferente. Su enorme tamaño, el detalle de sus relieves, las formas de sus cúpulas, los recovecos interiores, es perderse en un mundo antiguo de grandeza y prosperidad.

Al salir del templo de Angkor Wat tenemos que volver a conducir la bici, pues las distancias entre templos son de más de un kilómetro, y a veces incluso llegan a superar los 3 kilómetros. Ahora nos dirigimos Angkor Thom, la ciudad antigua ciudad fortificada del imperio Khmer. Llegamos a una de las impresionantes puertas, vigiladas por soldados de piedra a lado y lado, y en la parte superior cuatro caras gigantes talladas en piedra dan la bienvenida a la ciudad. Al entrar nos encontramos con El Bayon, o también conocido como templo de las caras. Un enorme templo con decenas de caras gigantes talladas por todas partes. Merece la pena pasar un buen rato observando el detalle del templo. La pena es que muchas partes están derrumbadas por el paso de los años, pero es un lugar increíble.

Un poco más adelante, se encontramos el templo de Baphuon. Se trata de una gigante pirámide, con decenas de escaleras muy inclinadas, por las cuales subir arriba es una aventura. Para acceder al templo se pasa por un largo puente de piedra, que cruza dos estanques de agua, y donde hay restos de antiguas estatuas. En la fachada trasera del templo se puede ver, a medio caer, un budha tumbado esculpido en piedra, que ocupa todo lo grande del templo. Por la parte trasera hay un caminito que lleva a otros templos menores, pues todo este conjunto pertenecía al palacio real del imperio Khmer en la ciudad de Angkor Thom. Al salir del templo vimos que estaba la entrada estaba presidida por la terraza de los elefantes y la terraza del rey leproso, dos gigantes pasillos en piedra que fortificaban el palacio real.

Una vez llegado a este punto nuestros cuerpos no daban más de sí, pues llevabamos desde las 4 de la mañana en pie, habiendo dormido unas dos horas y todo el día pedaleando. Parabamos de vez en cuando para descansar, reposabamos sobre las piedras de los templos y nos hacíamos fotos para relajar el duro viaje. Pero después de visitar el Baphuon ya no podíamos más, necesitabamos un poco de energía para el cuerpo. Así que nos acercamos a un puestecillo ambulante de comida, donde nos pudimos compartir un bacadillo, una piña y un mango. Ahora que habíamos recuperado un poco de energía debíamos hacer el último esfuerzo. Claro que yo podía haber ido a descansar, tenía dos días más, pero entre compañeros de viaje nace como una unión en que no hay que dejar al otro tirado.

Pedaleamos hasta salir de la ciudad fortificada de Angkor Thom, pasando por la puerta opuesta a la que habíamos entrado, que era identica, con sus cuatro caras alzadas controlando el paso de entrada a la ciudad. Y por fin llegabamos a nuestro último destino, los templos de Ta Prohm. Se trata de decenas de templos en ruinas, donde los árboles han ido hechando sus raíces y han ido creciendo por encima de las piedras, como si los estuvieran devorando. Es tal el paisaje de fantasía que Hollywood decidió grabar aquí la película de Tomb Raider. caminando entre las viejas piedras y viendo los gigantes árboles encima me pregunto: "¿Si árboles tan grandes tienen cientos de años y han crecido sobre los templos, cuanto tienen los templo?" Pues la respuesta es que tienen unos 900 años, pues fueron construidos sobre 1113 d.C.

Una vez visitados los templos de Ta Prohm, los cuales vimos dando tumbos y tropezones, sabíamos que nuestro cansancio no nos permitiría llegar a Siem Reap pedaleando sin antes descansar. Por lo que echamos la siesta mas original que he dormido en mi vida, bajo uno de los templos de Ta Prohm. Mientras me quedaba dormido escuche una chica que le decía a su novio en español: "Mira donde duerme la gente. Claro, como ayer salieron de fiesta". Me resultó gracioso pensar que ella no sabía que la estaba entendiendo, así que intenté disimular y continuar con mi objetivo, descansar.

Después de un buen ratito de siesta ya podíamos volver al hostel. Sin prisa pero sin pausa llegamos a Siem Reap. Al dejar la bici y subir a la habitación, nos esperaba una sorpresa que no imaginábamos. En el lugar donde estaban nuestros colchones había unos señores construyendo una habitación de madera fina. Y todas nuestras cosas estaban envueltas en las sábanas y guardadas par que no se ensuciaran. Nuestros deseos de darnos una ducha y descansar irritaron un poco nuestro caracter al ver loq ue estaba pasando. Bajamos a quejarnos a recepción y la respuesta fue que debíamos esperar una hora más. Qué ibamos a hacer? Sería cuestión de descansar en el hall.

Mi segundo día de visita a los templo de Angkor fue dos días después, pues necesitaba descansar. Pero esta vez no me despertaría tan temprano, pues ya habia visto salir el sol en Angkor Wat. Sobre las nueve de la mañana empiezo a pedalear los 8 kilómetros que hay desde Siem Reap hasta Angkor Wat. Paso Angkow Wat, Entro en Angkor Thom, paso el Bayon, todo esto sin detenerme. Y ahora sí paro de nuevo en el Baphuon, pues había una zona que no había visto bien y quería explorar un poco más a fondo. En la puerta me encuentro con Xavi, Cristina y Eva, tres españoles residentes en Londres que se alojan en el mismo hostel que yo. Visitamos este templo juntos y nos fuimos conociendo entre ruinas. Lo más divertido fue cuando le presté a Eva mi bañador, pues a ella no le permitían entrar a los templos con shorts, y ella me dejó su pareo floreado con el que paseé por los templos y fuí el centro de atención de todos los turistas. Esta es la gracia de viajar , que como nadie te conoce, todo te da igual.

Después del Baphuon, fuimos a comer algo. Como no tenía mucha hambre decidí optar por la fruta, una piña y un mango serán suficientes. Aquí me separé de los chicos, pues ellos seguirían para ver el Ta Prohm, y yo seguiría por el camino más largo de los templos de Angkor. La bifurcación me llevó a visitar templos más pequeños, menos turísticos, pero todos con su encanto. No voy a describirlos todos por no aburriros, pero pensad que para estar dos días enteros visitando templos y no aburrirse, tienen que ser impresionantes.

De vuelta a Siem Reap me encuentro con los chicos que también volvían, y justo en ese momento pincho rueda. Pregunto en una especie de gasolinera de jungla, es decir, una silla y un chiringuito con botellas de gasolina, si tienen una bomba para inflar la rueda. para mi sorpresa tienen una bomba con un generador que me soluciona el problema en un momento. Pero mi rueda está pinchada, así que irá perdiendo aire todo el camino. Pues no sabéis como pedaleaba hasta llegar al hostel. Mis piernas no daban más de sí pero yo seguía pedaleando fuerte. Llegué a Siem Reap casi sin aire en la rueda y casi sin aire en mis pulmones, pero lo había conseguido. Esta vez la ducha fue instantánea, y os aseguro que me sentó como el regalo más bonito que me podían hacer. Eso sí, creo que mañana no va a haber quien me mueva.


















jueves, 15 de noviembre de 2012

Siem Reap

 Hola a todos!

Por fin estoy en Camboya. Para los que estés preocupados deciros que al final no fue tan grave pasar un día de ilegal en Tailandia, pero lo que sí puedo contaros es que la fiesta de ayer me salió más cara de lo esperado. Esta mañana me ha venido a buscar el bus a la misma hora que ayer, eso sí, yo estaba allí sentado veinte minutos antes de lo acordado. Cuando vienen a recogerme tengo que aguantar las risas de los organizadores del viaje, entre comentarios en tailandés que deberían referirse al estado en que me presenté ayer por la mañana en la oficina de la agencia de viajes. Me lo tomo con una sonrisa, pues es una anecdota divertida de la que me reiré por mucho tiempo.

Al llegar a la frontera empieza mi única complicación, tras un buen rato de cola, me piden 500 baths de multa por haber sobrepasado la estancia permitida en mi visado. Pues no tengo ese dinero, así que tengo que volver fuera de la frontera, sacar dinero de un banco, y volver para pagar la multa. Mientras tanto, todos los que viajan en mi mismo autobús, me esperan al otro lado de la frontera. Al final la broma me ha salido por 12,50 euros, así que no había por que asustarse. Eso sí, la proxima vez me lo pensaré cuando se me ocurra salir de juerga la noche antes de caducar mi visado.

Después de casi doce horas de viaje llego a Siem Reap. El autobús nos deja en una dudosa estación a 6 km del centro, donde nos esperan decenas de tuk tuk ansiosos por llevarnos a nuestro hotel. Dos italianos que he conocido en el bus y yo, decidimos no hacer caso de esta trampa para alimentar el mercado del tuk tuk. Estamos seguros de poder encontrar una opción más barata en el camino al centro, y si no es así, por lo menos no hemos colaborado en que sigan haciendo trampas a los tursitas para sacarles su dinero. Al final encontramos un tuk tuk a muy buen precio que dejaría a los italianos en su hotel, y a mi me acercaría al hostel más económico, pues como siempre, viajo sin reserva. Me gusta el lugar donde me han traído. Es un lugar céntrico pero tranquilo, ambiente totalmente mochilero, y lo más importante es que pagaré un dolar americano por noche para dormir en un colchon tirado en el suelo bajo un enorme techo de bambú junto a decenas de familias de camboyanos. Dormir al aire libre en países cálidos siempre es un lujo, y os aseguro que en Camboya hace mucho más calor que en Thailandia y Malasia, y también más humedad, por lo qu el sudar se va a compartir en una constante a partir de ahora.

Al despertar decido conocer un poco sobre la vida de este país, pues me crea mucha curiosidad estar en Camboya, supongo que porque he oído muy poco de este lugar. Así que alquilo una bicicleta por un dolar, y desayuno por un dolar, pues de momento parece que todo vale un dolar aquí. Conduciendo mi bicicleta salgo de la ciudad, pues he leído que Siem Reap no tiene nada que ver, solo bares, restaurantes y alojamientos para los miles de turistas que se acecan para ver los templos de Angkor Wat. Decido bajar hacia el sur, pues he leído algo sobre el Tonle Sap, el lago más grande del sudeste asiático. Por el camino empiezo a entender que Camboya es un país que me va a gustar, pues no tiene nada que ver con la turística Tailandia o la moderna Malasia. Me encuentro bajando por una carretera pegada a un río, y sobre este río decenas de cabañas construídas con bambú, muchas de ellas con dudosa garantía de mantenerse en pie por mucho tiempo. Y en el río transcurre toda la vida de las aldeas, donde los hombres van y vienen de trabajar en el campo, cultivando arroz en su mayor parte, y las mujeres se dedican a las tareas domesticas como lavar la ropa en el río, o ir y venir del mercado que se encuentra lejos en la ciudad. Los niños, casi todos desnudos, juegan a rústicos juegos con piedras y palos, saltan desde los puentes que cruzan el río al agua, trepan por los árboles. Lo más importante es que todo el mundo sonríe. Los niños ríen al juguetear con otros niños vecinos, las madres ríen al compartir sus charlas con otras madres vecinas, los hombres ríen tras llegar cansados de sus quehaceres y encontrar a sus famílias en la aldea. Todo transcurre en un ambiente de felicidad y relax. Pero nadie hecha en falta una televisón, una videoconsola o un fin de semana en el cine, pues todas estas cosas aún no han llegado a este lugar, y creo que el no necesitar gastar dinero para divertirse es lo que hace de este lugar un mágico paraíso donde el dinero aún no ha estropeado la inocencia de sus habitantes, la humanidad de sus gentes, la amabilidad de la comunidad. Conforme avanzo por la carretera no puedo dejar de parar en el camino, para intentar hablar con las gente de este lugar, hacer fotos de sus casas, del río, de los niños jugando, de su vida cotidiana. Lo más mágico de todo es que aunque nadie sabe inglés aquói y no puedo comunicarme con ellos más que con gentos, todos me saludan con una amable sonrisa, todos quieren decirme "Hello" y nadie me pide nada a cambio. No intan venderme nada, no me piden dinero, solo quieren verme, saludarme y sonreir. Los niños se acercan para jugar conmigo, me hacen bromas, me enseñan como son capaces de saltar al río desde un puente de madera, me piden que les haga fotos para después morir de risa al verse en la pantalla de la cámara. Por fin me sientro agusto de verdad, menos mal que he venido a Camboya.

Continúo descendiendo carretera abajo y el paisaje empieza a cambiar. El río desaparece y en su lugar se extienden amplios campos de arroz, con pequeñas cabañas de campesinos construidas sobre bigas hechas con troncos de árbol, elevadas para que el agua no alcance la vivienda. Parece que me encuentro más cerca del lago, pues todo está inundado del agua que alimenta los campos de arroz.

Y un poco más abajo, por fin encuentro el lago. Sobre el Tonle Sap se mantienen delicadas estructuras de madera que hacen volar sus cabañas sobre el agua. Y en las orillas se encuentran lo que ellos llamas los pueblos flotantes, decenas y decenas de viviendas construidas sobre estructuras de madera que flotan sobre las aguas del lago, donde sus habitantes necesitan de un pequeño bote de madera para entrar y salir de sus casas. Aquí el ambiente se declara más pobre, tanto los niños como los adultos están muy sucios, la mayoría de ellos sin ropa o con viejos trapos con los que cubren sus verguenzas. Los niños juguetean en el lago sin ropa, unos pescan peces con imaginativos inventos, otros juegan con palos. Al final del camino que lleva al lago encuentro un mercado de pescado al que no soy capaz de entrar. Conforme me acerco el olor a pescado seco se hace más fuerte y acaba por hacerme retroceder. Pues al no tener métodos de refrigeración, en Camboya suelen secar la mayoría del pescado, pues si no, deben vender el pescado freco en el mismo día.

De vuelta a la ciudad encuentro uno precioso edificio de color azul sobre las aguas del lago, y en sus escaleras una decena de jóvenes tocando la guitarra. Ya me conocéis, si veo una guitarra tengo que parar. Al detener mi bicicleta los chicos me llaman para que me acerque. Una inestable plataforma de madera me acercará hasta las escaleras que llevan a la casa. Cuando subo todos me reciben con alegría, se presentan uno a uno con su escaso nivel de inglés y me hacen entrar y sentarme en el suelo, pues el edificio está totalmente vacío. Solamente dos paredes separan un par de habitaciones, donde veo libros sobre religión cristiana, algunos cuadernos con partituras y un crucifijo colgado en la pared. Al hablar con ellos me cuentan que es una iglesia cristiana donde se da comida, vestimenta y acceso a la escuela a jóvenes huérfanos. Los chicos no tienen un colchón donde dormir, pero si un techo, ropa limpia y algo que llevarse al estómago, además de muchas cosas que aprender. A cambio de salvarles la vida, los chicos han sido reconvertidos a la religión cristiana, leen libros religiosos y saben muchas canciones sobre Jesús. Parece ser que las colonizaciones de la época de Cristóbal Colón aún se siguen produciendo, eso sí y por suerte, ahora se hacen de forma pacífica y con ayuda humanitária.

Al ver los chicos los tatuajes de mis brazos, me preguntan si sé tocar la guitarra. Se quedan boquiabiertos en su primer contacto con la bulería o la rumba, les hace mucha gracias incluso uno de ellos me pide aprender. Le doy una clase rápida de rumba que se queda practicando mientras hablo con los demás. Le deseo que si algún día vuelvo por estas tierras me lo encuentre hecho un artísta de la rumba, y así podré enseñarle algo más. Como intercambio musical, los chicos cantan una de las canciones que la iglésia les ha enseñado. Como por suerte no entiendo la letra, me resulta precioso el coro de diez amigos huérfanos unidos por la música y la misma necesidad. Parecen como hermanos, se les fe una confianza ciega entre ellos, viven el uno para el otro y todos unidos en piña. Me resulta difícil poder imaginar una amistad tan profunda en mi vida, y por un momento, y dejando de lados la dura vida que les ha tocado vivir, siento envídia de ellos por no poder profundizar tanto en un sentimiento tan bello como es la amistad.

Después de sentirme cómodamente abrigado por estos chicos, sigo mi camino hacia la ciudad, pues he estado medio día con ellos, y aún quiero ver alguna cosa más. Encuentro un devío de la carretera, y como buen curioso, decido explorar. Encuentro barrios más humildes todavía, pollos correteando por el camino, cabañas de bambú esparcidas por cualquier parte, desordenadas, y de fondo, el precioso lago cubierto por gigantes nenúfares.

Y en camino de vuelta, descubro que en la orilla de la carretera abundan los ofranatos y escuelas para niños desfavorecidos. Hay carteles que anuncian la visita a los centros, supongo que para promocionar el voluntariado, pues Siem reap es la ciudad más pobre de Camboya. Aunque no me faltan las ganas de entrar, visitar las instalaciones y pedir información, no me gusta como está organizado el sistema, pues he visto excursiones turísticas organizadas a estos lugares y yo considero que un orfanato no es un zoo. Así que como no tengo intención de hacer voluntariado en este primer viaje a Camboya, me abstengo de entrar por siemple curiosidad. Cuando requiera de información ya volveré si tiene que ser aquí. Eso sí, si alguien está pensando en hacer algun tipo de voluntariado os animo a visitar Siem Reap, es un lugar que necesita de ayuda y con muchas posibilidades para sentirse útil.



De vuelta a la ciudad dejo la bici, me doy una ducha y salgo a pasear. La ciudad me resulta muy turística, el mercado nocturno está lleno de souvenirs, los restaurantes sirven pasta, lasaña y hamburguesas, y los jóvenes bailan bajo el frenético sonido de la música occidental. Se me ofrecen prostitutas de todas las edades, también transexuales que quieren pasar la noche conmigo, los conductores de tuk tuk son los más pesados que he conocido en todo el viaje, y no solo afrecen llevarte a cualquier parte, sinó que también ofrecen chicas, masajes eróticos y todo tipo de drogas, más de las que uno sea capaz de imaginar. Yo no estoy hecho para este tipo de lugares que destrozan la cultura local, así que decido tomar una cervecita en el bar del hostel. Allí conozco a una chica sueca, de cuyo nombre no voy a acordarme porque es más difícil que los muebles del Ikea, la cual me propone un fuerte madrugón para mañana, y así ver salir el sol en los templos de Angkor. Suena interesante. ¡Acepto!